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Cartografía, Diccionario, Geografía

Esteban Pichardo, un intelectual infatigable

La obra inconmensurable de Pichardo nunca tuvo el reconocimiento y menos aún la retribución económica que debió haber tenido

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El siglo XIX cubano fue pródigo en hombres de letras, científicos, y pensadores de toda índole, los Poey, Reynoso, Bachiller, los González del Valle, los Zayas, Calcagno, Mestre, Del Monte, Varona y tantos otros; quizás uno de los más conocidos, y discutido, es José Antonio Saco, quizás el menos conocido, y casi olvidado, es Esteban Pichardo y Tapia.

Aunque nació, el 26 de diciembre de 1799, en Santiago de los Caballeros, Santo Domingo, vino de muy corta edad a Cuba; su infancia y juventud transcurrió en Santa María del Puerto del Príncipe, lo que hoy conocemos como la ciudad de Camagüey.

Pichardo fue uno de los eruditos más trabajadores y conspicuos del siglo XX, dejó un legado que no puede ser pasado por alto por ningún historiador, o investigador en las ciencias sociales. Basta con mencionar dos obras: el Diccionario provincial casi razonadode vozes [SIC] y frases cubanas y la Carta geotopográfica de la Isla de Cuba.

De la primera debemos decir que fue no sólo la más importante obra lexicográfica cubana en el siglo XIX, y parte del XX, sino la primera en toda la América, referencia obligada de todo estudioso latinoamericano; obra de imprescindible consulta, actualmente, para cualquier estudio del período. Su sabiduría queda reflejada en las descripciones de la fauna y flora cubana, sin descontar los elementos de las costumbres de la sociedad decimonónica que también quedan reflejadas.

La Carta geotopográfica no tuvo rival alguno hasta que en los años 50 del siglo XX, y a partir de fotos aéreas, el Instituto Cubano de Geodesia Cartografía y Catastro elaboró las cartas de Cuba en escala 1/50.000.

Causa admiración como un solo hombre pudo emprender y concluir tan tremenda obra, él reconoce que se apoyó en el trabajo anterior de decenas de topógrafos y cartógrafos y con infinita modestia lo señala:

“Es verdad que han sido miles los operarios originales de menores ó mayores trozos dentro y fuera de la Isla en el largo tiempo de casi dos siglos; pero conseguir esos trabajos todos ó la mayor parte de los interesantes, solo era dable á quien, habitando en la Isla desde su infancia, la recorrió luego por agua y tierra antes y después de haber Ferrocarriles, adquiriendo datos y noticias corroboradas prácticamente en medio siglo, sin excusar molestias, súplicas, hasta humillaciones, para obtenerlos, copiarlos, y sacar apuntaciones de archivos particulares ó públicos, etc., principalmente en los lugares donde fijaba mi residencia, Santiago de Cuba, Holguín, Puerto Príncipe, Santa Clara, Matanzas, la Habana, Guanajay y sus campos,”[1]

Otro aspecto vital a considerar es el que esa Carta, al igual que sus otros trabajos cartográficos anteriores, fijaron las toponimias de Cuba. La belleza del dibujo la precisión del diseño todo hace que sea una obra sin paralelo, me atrevería decir no sólo en América sino mucho más allá.[2]

El estudiar esas Cartas, que años atrás podían ser obtenidas en copias azul al amoniaco en la Biblioteca Nacional, nos maravilla por la cantidad de información que recoge por lo prolijo de los datos que refleja, por la meticulosidad con la cual incluso establece los centros de corrales y hatos ya desaparecidos para la época en que Pichardo confeccionó sus Cartas.

Sin embargo, su obra inconmensurable nunca tuvo el reconocimiento y menos aún la retribución económica que debió haber tenido, retomemos el párrafo citado donde incluso se refiere hasta de las humillaciones que sufrió.

Otro párrafo extraído del proemio a su novela El Fatalista, no es casual su nombre, nos deja una nota amarga, cuando después de explicar las características generales de la obra apunta:

“Pintar nuestro Mundo como es; anatomizar el cuerpo social Cubano en todos sus miembros de uno ú otro Departamento buscando fácilmente el correctivo posible en los defectos; aislar en un individuo ideas dudosas de predestinación; no es zaherir, ni sentar axiomas de creencia.

Con estas premisas, si el pasatiempo instructivo de costumbres agrada, quedaré satisfecho; de lo contrario, ganaré otro desengaño.”[3]

Esteban Pichardo murió el 26 junio 1879, pobre casi en la miseria, en La Habana donde fue Socio de Mérito de la Sociedad Económica de Amigos del País y de la Real Academia de Ciencias Médicas Físicas y Naturales, leamos la nota necrológica que apareció en la “Revista de Cuba”:

“Corto número de persona (…) acompañaron á su última morada al eminente geógrafo D. Esteban Pichardo. Nos duele decirlo; pero el ilustre finado, miembro de tantas Academias Científicas, no tuvo en su acompañamiento quien las representase, como si la desgracia se empeñara en perseguirlo aún más allá de la tumba.

Parece que el infortunio ha embotado de tal modo nuestros sentimientos, que hasta hemos llegado á olvidar que la muerte de un hombre esclarecido siempre fue motivo de duelo para la tierra que le vio nacer o le adoptó como hijo, y que da pruebas de poseer virtudes cívicas el pueblo que acude en masa a tributar el último homenaje de admiración y respeto a los hombres, cuyo paso por el mundo, lejos de haber sido inútil ha dejado esa profunda huella que marcan el amor á la Patria y la consagración a la ciencia.”[4]

No resulta necesario añadir nada más.


[1]Nueva carta geotopográfica de la Isla de Cuba, Hoja 1A, 1/70.000 Memoria Justificativa, 1870, p. 3.

[2] Sin embargo, en más de una ocasión escuché opiniones negativas, entre ciertos historiadores cubanos, con relación a las obras de Pichardo, peculiar costumbre la nuestra de criticar lo que ni por asomo podríamos igualar.

[3]El Fatalista – Novela Cubana, 1866, s/p.

[4]Revista de Cuba, Tomo VI, 1879, p. 91.


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