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En peligro los artesanos: ¿Quién tiene el monopolio de las mulatas, el Che y los carros viejos?

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Un extenso artículo del periódico Juventud Rebelde (órgano de la Juventud Comunista) publicado el pasado 29 de enero, hace una crítica demoledora de los productos que se venden en las populares ferias de artesanías de la ciudad de La Habana.

El texto arremete contra lo que denomina seudo-arte, que ofrece falsos códigos de la identidad nacional, al reducir "lo cubano" a elementos como el tabaco, el ron y la mulata. Igualmente, por exhibir para su venta reproducciones —tanto pintadas sobre lienzo como elaboradas en barro o en papier mâché— de los automóviles de los años cincuenta, cuyos originales, cual reliquias prehistóricas, ruedan aún por las calles de la capital.

Los autores del artículo lamentan también que la imaginación desbordada de los artesanos, en su afán por vender sus productos a los turistas ansiosos de suvenires, no paran mientes en utilizar entre sus temas "figuras emblemáticas de la Revolución" (fundamentalmente la imagen del Che Guevara) o personas relacionadas con las luchas ideológicas libradas por el régimen, como es el caso del niño-dios Elián González.

La crítica sería válida, al menos en algunas de sus propuestas, si no fuera porque elude cuidadosamente mencionar que todas las galerías y tiendas de suvenires del Estado, que venden sus productos en los muy valiosos "pesos convertibles", están literalmente atestadas de camisetas, llaveros y hasta fosforeras con una gran variedad de imágenes del Che, listas para ofrecer a extranjeros que buscan comprar a precios "módicos" un fragmento de nuestra "identidad".

La boina negra con la estrella al frente, símbolo inequívoco del legendario guerrillero, es uno de los más populares y solicitados productos del mercado turístico socialista.

Por sólo citar dos casos, en las tiendas del Museo Nacional de Bellas Artes y en la famosa librería La Moderna Poesía, de la calle Obispo, se pueden adquirir afiches, postales, almanaques y otras chucherías por el estilo, en que aparecen el sempiterno Guevara envuelto en las volutas de humo de un puro habano, el sonriente Camilo Cienfuegos o el invicto Castro con su perpetuo traje verde olivo.

Aunque estos ejemplos son suficientes, puede nombrarse también el festival kitsch que exhiben los mostradores de la Terminal 3 del Aeropuerto Internacional José Martí: allí sí es lícito y artístico vender figuras de barro de colores chillones con representaciones recurrentes, tales como la negra nalguda con pañuelo a la cabeza o la mulata de prominentes curvas, el negro bembón fumando tabaco y las infaltables reproducciones sobre platos, jarras o ceniceros que muestran la Catedral de La Habana, el faro de El Morro o La Giraldilla. Toda una triste parodia de la identidad nacional. Por supuesto, no faltan el ron y el tabaco.


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