Hombre peligroso
Escribe la verdad, se preocupa por los niños pobres, ama a Cuba: Las razones de por qué Víctor Rolando Arroyo cumple una condena de 26 años de cárcel
En el último asiento iba Víctor Rolando Arroyo. Un hombre de Pinar del Río que escribía artículos y redactaba noticias en aquellas tierras. Un tipo peligroso que había regalado juguetes a los niños pobres el día de los Reyes Magos. Él, en el último asiento del ómnibus de la policía que fue sembrando presos por la república, el 27 de abril del año 2003.
Allá atrás, cerca de Jorge Olivera y de Oscar Espinosa Chepe, el trío destinado a Guantánamo, en el extremo oriental de Cuba, donde esta semana todavía otro preso vio a Arroyo arrastrado por el pasillo por los carceleros, para que no estuviera presente en una requisa de su celda.
Sigue en el barrizal porque lo odian. Él no es un prisionero de la justicia. Es un rehén. Alguien que vio al rey y a toda la corte desnudos y con armas en las manos y lo dijo, lo escribió, lo hizo saber profesionalmente, con honestidad. La descripción exacta de las protuberancias y los socavones. La marca, el calibre y la fecha de fabricación de las pistolas y las metralletas.
Él no cumple una condena que impuso un tribunal de un Estado de derecho. Arroyo es un prisionero de un grupo armado que no quiere entregar los escombros del país que arruinó.
Por eso, porque él los vio y los reconoció enseguida y dio la voz de alarma y contó a todo el mundo cómo eran también por dentro y para qué se quieren quedar en los palacios que dejaron en pie para ellos solos, Arroyo está incomunicado desde hace cuatro meses, y Elsa, su mujer, no puede verlo, ni hacerle llegar las medicinas para las llagas que tiene en todo el cuerpo, ni para la presión arterial descontrolada.
Por eso, por todo eso, no puede recibir correos, ni llamadas telefónicas, ni tener noticias de su familia que, desde el otro extremo del país, sirve otra condena —quizás la misma— lejana y sin recursos, apartada y sin instancias a donde acudir a reclamar alivio y libertad.
Esa es la realidad de Arroyo y la de las personas que lo quieren más. Yo tengo la imagen de él en el ómnibus como una foto hecha a través de una cortina de agua. Húmedo el lente, impreciso el fotómetro, tornadizo el objetivo.
Prefiero la de una noche en su casa de Pinar del Río. Una casa pequeña, alta y estrecha, donde bebimos café, hablamos hasta el amanecer y toda su familia dormía tranquila cerca de él, que se empeñaba en demostrar que Ernesto Hemingway era mejor periodista que narrador.
Un hombre complejo, difícil, que mandaba a callar a sus perros con unos susurros misteriosos, y que, después de su familia, confesaba tener tres grandes amores: su casa, Pinar del Río y Cuba.
Parece que si. Escribe la verdad. Se preocupa por los niños pobres. Ama a Cuba. En esta época, en aquella isla, Arroyo es un hombre peligroso.
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