La leyenda del indomable
El Comandante reaparece: Levantar los hombros, como si hiciera ejercicios, bastó para confirmar que los rumores sobre su muerte eran infundados.
Y de alguna manera ambos grupos tienen alguna razón. Por una parte, el Comandante está no sólo técnicamente vivo, sino que hasta levanta el índice con cierto énfasis. Por la otra, parece tener menos contacto con la realidad que Michael Jackson, aunque con un color igual de extraño.
Un signo claramente preocupante es que el Comandante apareciera leyendo los inefables periódicos Granma y Juventud Rebelde. Queda descartado que con ese gesto se pretendiera confirmar la actualidad del vídeo, puesto que los titulares leídos (homenajes a Camilo y al Che, y la noticia de que alguien gana una medalla en alguna parte) pueden corresponderse perfectamente con los de 1972. Lo difícil de aceptar es que se insinúe que el Comandante se conforme con la información que ofrece ese aguerrido periódico de ocho páginas. O hasta que corra el riesgo de creérsela.
Sin ceder el teléfono
Encima, el Comandante apareció todo el tiempo azorado, incapaz de mirar a la cámara, como si le hubieran anunciado que iba a aparecer un pajarito y todavía estuviera buscándolo. El Comandante murmuraba frases llenas de un sentido indeterminado, hasta que el rostro se le iluminaba al pronunciar palabras como "el enemigo" y "luchar".
Luego blandía en lo alto su archifamoso y enérgico dedo índice para añadirle énfasis a algún punto indefinido de sus balbuceos. Los que menos lo quieren se apresuraron a decir que su discurso fue incoherente. Yo dudo que exista algo más coherente con la figura del Comandante, un resumen más fiel de toda su carrera política, que su presencia ante las cámaras, con el índice en alto y palabras como "enemigo" y "luchar" saliendo de sus labios.
Por otro lado está su insistencia en lo mucho que usa el teléfono. Para que no hubiera dudas levantó el aparato frente a las cámaras. Entonces debió escuchar la voz sobresaltada del oficial de guardia diciéndole algo así como: "lo que sea, como sea y para lo que sea, Comandante en Jefe ordene". El susodicho tuvo que explicarle que se estuviera tranquilo, que se trataba sólo de una demostración.
Es de suponer que si no aprovechó ese momento para destituir a algún ministro o fusilar un general, fue porque no quería revelar al enemigo —siempre al acecho, como todos sabemos— cuál es el secreto de gobernar por teléfono. Y en ese gesto quedó claro que, si ha cedido temporalmente el poder, lo que no ha cedido ha sido el teléfono. En sus manos todo cambia de sentido, y hasta un sencillo teléfono se convierte en el mando a distancia de todo el país.
En cambio, en Estados Unidos, por ejemplo, si el presidente decidiera gobernar por teléfono, en vez de encontrarse con la voz solícita de un oficial de guardia al otro lado de la línea, escucharía la grabación de una máquina contestadora diciendo: "Si quiere continuar en inglés, marque el uno. Para español, marque el dos. Si quiere aprobar una ley, marque el tres. Si quiere vetarla, marque el cuatro. Si quiere besar un niño con fines electorales, marque el cinco. Si quiere invadir un país, marque el seis. Si quiere invadir un país pero no sabe exactamente cuál es, marque el siete...".
¿Verde olivo o con mono?
Lo que sí no ha quedado nada claro es cuál será el futuro laboral del Comandante, a quien en su estado actual difícilmente lo aceptarían en un juego de dominó medianamente exigente. Quizás haya quien sugiera que con esa mirada perdida en los celajes y ese índice en alto pudieran aprovecharlo, por ejemplo, para dar clases de astronomía en alguno de los canales educativos de la televisión. Y se abren nuevas interrogantes, como por ejemplo, si alguna vez se muere, ¿lo embalsamarán con la tribuna y el traje verde olivo con el que tantas glorias cosechó en el pasado, o con el teléfono y el mono deportivo de los últimos tiempos?
Recuerdo que en los años setenta se puso de moda una frase que rivalizó en fama con aquella otra que decía "pégate al agua, Felo". La frase en cuestión era: "Los hombres mueren, el partido es inmortal". Al menos la primera parte ha quedado fuera de toda duda. Y si alguien no estaba convencido, el Comandante se ha encargado de comprobarla científicamente con cada uno de los seres que enviaba al paredón. El problema es la segunda parte de la frase, porque es difícil creer en la inmortalidad de un partido al que lo único que se le ocurre es hacer promesas de que el viejito del mono deportivo pronto se pondrá bien.
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