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Migración, Exilio, Parole

La nueva política inmigratoria hacia Cuba va en contra de los intereses nacionales de EEUU (I)

Este trabajo aparecerá en dos partes

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Antes de exponer mi personal punto de vista, acerca de la eliminación del programa de Estados Unidos para otorgar refugio político en La Habana, y las implicaciones para los intereses de ese país que creo descubrir en su sustitución por el parole humanitario, o sistema de patrocinio, debo hacer un par de aclaraciones personales.

Lo primero: entiendo sobradamente que este programa se mantenía por la generosidad de los ciudadanos de Estados Unidos, y no puede ser considerado de ninguna manera como un deber de ese país. Por lo tanto, comienzo por dejar muy claro que no reclamo nada en este trabajo, porque ningún derecho nos asiste a los cubanos para hacerlo. Aquí solo expongo algunas consideraciones racionales al respecto, desde el punto de vista del interés nacional de Estados Unidos. Porque, aunque resulte un tanto descortés recordárselo a la actual administración demócrata, que fue quien lo eliminó, ese programa respondía a motivaciones éticas, pero también a intereses mondos y lirondos.

Segundo: mi primer encontronazo serio con la Seguridad del Estado ocurrió el 24 de junio de 2005; por primera vez fui expulsado de un trabajo, en razón de mi posición política, el ya remoto 31 de enero de 2006; y en esencia me convertí en un disidente bastante visible en 2009, cuando comencé a publicar regularmente en la revista Conviviencia, dirigida por Dagoberto Valdés, y ha codirigir La Rosa Blanca, con Henry Constantín. En esos más de 14 años, sin embargo, nunca presenté la solicitud de acogerme al refugio político. No lo hice porque no me interesaba, y porque creía que en algún momento cercano el proceso de cambios iba a acelerar, hasta írsele de las manos al régimen —sigo creyendo que fue lo que debió ocurrir, pero ese es otro asunto. O sea, de ninguna manera cabe sostener que me hice opositor por interés de “ganarme” el refugio político, como si admito muchos han hecho a lo largo de la existencia de ese programa.

Me es evidente que la actual política migratoria demócrata no responde a ningún plan o idea preconcebida de esta administración demócrata, sino que es una respuesta ad hoc a las oleadas de migrantes cubanos que el régimen, con la colaboración de la Nicaragua de Daniel Ortega, ha lanzado hacia la frontera sur de Estados Unidos, desde noviembre de 2021. No responde, en consecuencia, a un cálculo bien meditado para impulsar algo en Cuba, sino solo a la necesidad de detener la entrada descontrolada de cubanos por su frontera sur, a la vez que a la de descargar a las instituciones federales y estatales de los costos de recibir a los migrantes cubanos, al hacer que sean los miembros de la comunidad emigrada establecida allá quienes los asuman. Es en todo caso una respuesta improvisada, a un inconveniente provocado por un pequeño país, de importancia muy secundaria para la política exterior de Joe Biden. Un pequeño país que si alguna importancia tiene para la actual administración es más bien como problema interno, en razón del poder que los emigrados cubanos tienen en la política nacional —aunque, el que esa comunidad sea incorregiblemente republicana tampoco coopera a situar el problema cubano muy arriba en la agenda demócrata.

De lo dicho en el párrafo anterior se desprende que descarto la tesis medio conspiranoica de que la actual política migratoria de Estados Unidos hacia Cuba responda a una interpretación de la actual administración, según la cual lo que se debe lograr es quitarle al régimen cubano toda presión interna, eliminar toda posibilidad de un fuerte movimiento opositor, para que entonces se lo pueda manejar libremente con la política de la zanahoria colgada del palo. En esencia, que asegurado contra la amenaza de un movimiento opositor interno, el régimen se mostrará más dispuesto a ser conducido por Estados Unidos, mediante la citada política, hacia un sistema político más plural. No me ocuparé en este trabajo de esta supuesta interpretación, más allá de mencionar que no me queda claro cómo en ese enredado diseño la actual administración tendría las manos más libres para aplicar la política del palo y la zanahoria frente a un exilio en crecimiento, no muy conforme con esa política “apaciguadora” suya hacia Cuba, o de preguntarme, retóricamente, si no se acaba de comprender en Washington que la verdadera influencia “externa” insoportable para el régimen cubano no es la de la oposición interna, y ni tan siquiera la del exilio, sino la que de manera inevitable crea la cercanía geográfica e histórica entre nuestros dos países —el castrismo no ha sido otra cosa que una respuesta a esa realidad: el intento quijotesco de arrancar a la Isla de su lecho marino para llevársela muy lejos de Estados Unidos.

Entiéndase esto último: si el régimen cubano no reciproca los gestos ajenos es no por otra causa que por ese estado de indecisión profunda, de estupefacción, a que lo ha traído comprender su imperiosa necesidad en lo inmediato de acercarse a Estados Unidos, a la vez que el que tras ese acercamiento quedarán sin justificación histórica, y por tanto sin legitimidad política. Quieren, por tanto, y al mismo tiempo no quieren, por lo cual no se deciden a hacer nada. Toda su política se sostiene sobre la vaga esperanza de que si se mantienen firmes en no ceder “nada, ni un tantico así”, algún día Estados Unidos aceptará relacionarse con Cuba de manera semejante a como en su momento lo hiciera la Unión Soviética —el irrealismo del castrismo es conocido: no olvidar como Fidel Castro, hasta sus últimos días en el poder absoluto, se mantuvo prometiendo que en un futuro cercano los emigrantes de Miami rogarían por que los dejaran reestablecerse en su Cuba.

Descartada la idea de alguna intención oculta en un nuevo diseño migratorio que solo busca resolver problemas muy embarazosos frente a la opinión pública, comienzo por afirmar que mantengo mi idea, expresada o escrita más de una vez, de que si se quiere eliminar al régimen totalitario en Cuba debe empezarse por entorpecer las vías para emigrar desde la Isla hacia Estados Unidos. Mas mantener cerrado, o eliminar el programa de refugiados, mientras se facilitan otras maneras de emigrar, sin necesidad de demostrar en ellas el ser perseguido por una actitud, o una actividad opositora, no es positivo para la causa de la democratización de Cuba. Por el contrario, el último modo de emigrar a Estados Unidos desde Cuba que debió cerrarse fue el determinado por el programa de refugiados, desde La Habana, y el último que debió abrirse fue el asociado al sistema de patrocinio.

Una de las principales razones, sino la principal, que explica la persistencia del régimen, lo es la relativa facilidad con que el cubano ha podido tanto emigrar a Estados Unidos, como ya una vez allí integrarse a esa sociedad, a través de un bien situado enclave emigrado[i]. Así, en una generalizada atmósfera de desconfianza en las posibilidades futuras de Cuba, aun tras dejar atrás el actual régimen, los cubanos prefieren emigrar a enfrentar al régimen; y mientras esperan les llegue la oportunidad, o se concreten las vías de dejar Cuba, tratan de no señalarse, de pasar desapercibidos. En el cálculo de probables ganancias, contra pérdidas, al que se enfrenta todo individuo negado a conformarse con el destino que se le asigna desde la cúspide del poder totalitario castrista, el cubano, al poner frente a frente al eficiente diseño represivo del régimen, con las facilidades para emigrar e integrarse a la sociedad americana, opta por hacer esto último, antes que intentar cambiar la realidad cubana. También lo prefiere porque a diferencia de cuando se intenta impulsar cambios políticos, para emigrar no hay necesidad de coordinar con un gran número de desconocidos; algo muy problemático en una sociedad en la que se ha sembrado muy a lo profundo, en el subconsciente de cada cual, el temor a que el otro sea un informante de la ubicua policía política.

Por demás, el régimen ha sabido tomar oportunamente las decisiones adecuadas para mantener inclinado al mencionado cálculo de ganancias, contra pérdidas, a favor de la emigración, y en consecuencia del lado de la renuncia a la actividad, o la actitud política opositora. Por ejemplo, mediante el recurso recién aplicado a partir de 2016 de impedir la salida del país a los opositores activos, negados a entrar en arreglos con la policía política, al “regularles” sus derechos de salida del país. Esta medida ha cumplido eficientemente el objetivo de disuadir el que alrededor del “regulado” pueda estructurarse un núcleo opositor en expansión, ya que quienes se encuentran cerca del regulado de inmediato se moderan, o incluso ponen distancia, por el temor a que la medida se extienda a ellos, y ya no solo no puedan abandonar el país si así lo decidieran, sino ni tan siquiera salir a hacer compras en el exterior, para el comercio de “mulas”. Uno de los pocos modos de asegurarse entradas decentes en la Cuba de hoy.

Es un axioma: cualquier facilidad adicional a la emigración solo reduce las posibilidades de ampliación y posterior articulación del movimiento opositor dentro de la Isla. También a mayor facilidad para dejar el país, menor la probabilidad de un estallido social espontáneo. O sea, facilitar todavía más la emigración, y, sobre todo, despolitizarla, no asociarla a causas de persecución política o de violación de derechos fundamentales, como en esencia ocurre con el nuevo programa de patrocinio, solo aleja la posibilidad futura de que en un país tan cercano histórica, cultural, y sobre todo geográficamente de Estados Unidos, como lo es Cuba, se establezca un gobierno amigable, y estable.

Admitimos, no obstante, que a estas alturas es impensable un cierre absoluto de la emigración de Cuba a Estados Unidos, al menos para una administración demócrata. Pero ya que no se puede detener por completo, lo más aconsejable es reducirla a aquellos emigrantes que puedan demostrar tener fundadas razones para esperar represalias por parte del régimen, a causa de su actitud o actividad civil o política. De este modo, en el cálculo mencionado de ganancias contra pérdidas, se consigue que el individuo gane en incentivos para preferir asumir una actitud, y sumarse a una actividad opositora. Sin duda, al menos en un primer momento, emigrar se mantendrá como su elección preferente, pero ahora esa elección no estará contrapuesta a sumarse al movimiento opositor interno. Por el contrario, incluso cuando el individuo todavía desconfíe de que los cambios en Cuba sean para él todo lo beneficiosos que podría serle el emigrar a Estados Unidos, no dudará en sumarse al intento de impulsarlos, al convertirse este en el único modo posible de asegurarse el emigrar. Y ya dentro del movimiento opositor, quién sabe si cambie de opinión, y de motivos, y en lugar de intentar aventurarse a tierra extraña, a realizar sus aspiraciones personales, termine por preferir cambiar la realidad de su país, para de ese modo realizar esas aspiraciones acá mismo[ii]. En todo caso un movimiento opositor en crecimiento, a diferencia de lo que ocurre ahora, les dará a los individuos cierta confianza como para considerar dejar en un segundo plano los planes migratorios, y jugárselo todo al destino que ese movimiento sea capaz de impulsarle al país.

Por tanto, dado que no cabe impedir por completo la emigración de cubanos a Estados Unidos, lo único viable es politizarla absolutamente. En esencia admitir que Cuba, ese último rezago de la anterior Guerra Fría en el Hemisferio Occidental, es un caso excepcional, que merece cierto privilegio inmigratorio, dadas importantes consideraciones éticas —hay aquí personas a las cuales se le niegan libertades tenidas por los americanos como inalienables al ser humano—, aunque también y sobre todo pragmáticas —la necesidad de Estados Unidos de tener un vecino, pared con pared, menos peligroso, en un contexto de regreso de la multipolaridad. A la vez que dejar establecido, mediante su política inmigratoria, que esos privilegios solo se les concederán a los cubanos que, al intentar cambiar la situación política especial que convirtió a su país en una excepción, necesiten escapar de situaciones de peligro para su vida, en razón de la represión del régimen cubano.


[i] Ninguna otra nación al sur de Estados Unidos, ni incluso los puertorriqueños, ha tenido facilidades semejantes, que se explican solo en parte en la política exterior de Washington durante la Guerra Fría; y es que ningún otro pueblo al sur de Estados Unidos les ha sido tan próximo geográfica, cultural o históricamente, como el cubano.

[ii] Esto, no hay que ser ingenuos, implicará además el que Estados Unidos, además de reducir la emigración al mínimo, y relacionada a causas de persecución política, se comprometa con el pueblo cubano a que una vez alcanzada la democracia establecerá con nuestro país un tratado de libre comercio, y ayudará con préstamos gubernamentales de bajo interés, y facilidades de pago, al futuro estado cubano democrático, para el mantenimiento de su sistema de seguridad social (pensiones, sistema sanitario, sistema primario de educación), y la realización de obras de infraestructura imprescindibles (para cuya realización el Estado cubano, en reciprocidad, deberá comprometerse a contratar solo a empresas y personal americano). Únicamente con semejantes promesas es creíble para un porcentaje considerable de cubanos el que sea en verdad posible llegar a realizar, en una futura Cuba democrática, las aspiraciones personales que ahora solo cree posibles de cumplir al emigrar a Estados Unidos.


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