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Migración, Exilio, Parole

La nueva política inmigratoria hacia Cuba va en contra de los intereses nacionales de EEUU (II)

Esta es la segunda y última parte de este trabajo

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Analicemos, por último, desde las mismas consideraciones racionales no asociadas a valores, sino a intereses, la respuesta dada por la actual administración demócrata a los pedidos de mantener el programa de refugiados políticos desde La Habana. Según funcionarios del Departamento de Estado, y en especial el actual Encargado de Negocios en La Habana, Benjamin Ziff, no es necesario reabrirlo, ya que lo que antes se hacía a través ese programa, ahora se puede hacer mediante el patrocinio a los opositores de la Isla por cualquier cubano exiliado.

Sin embargo, no es tan así. Lo primero es que no todos en el exilio, dadas las represalias del régimen, como la de impedir regresar o entrar de visita a Cuba, está dispuesto a patrocinar a un opositor, sobre todo si es éste de los más visibles. Hacerlo, si no existen lazos familiares evidentes entre patrocinador y patrocinado, es en sí una declaración pública de oposición del primero, y si el régimen se atreve a negarle la entrada a alguien por sus publicaciones críticas en Facebook, como lo vimos no hace mucho en el caso de una enfermera cubana-canadiense, no habría nada de extraño que también lo hiciera en un caso así. Por demás, como individuos privados, los exiliados tienden naturalmente a patrocinar primeramente a sus familiares, que a un correligionario político de la Isla, del cual en lo personal suelen conocer bastante poco —el patrocinio implica unas responsabilidades nada pequeñas.

La verdad es que las posibilidades de los opositores de escapar por esta vía del patrocinio, en caso de necesidad, son muy pequeñas. Limitadas en lo esencial a lograr ser patrocinados por instituciones, u organizaciones políticas del exilio. Mas tampoco son muchas las organizaciones o instituciones exiliares con los recursos necesarios para patrocinar a un individuo, que casi seguramente viajará con su familia, y en todo caso es entendible que las organizaciones políticas exiliadas anticastristas eviten invertir sus recursos, casi siempre muy escasos, en otros menesteres que no sean los relacionados a su actividad directa en pro de la democratización de la Isla.

Se entiende que la actual administración trate de ahorrarse los costos de la inmigración de los cubanos, pero ya no tanto que se fuerce a que esos costos ahorrados deban ser tomados de los recursos escasos con que cuenta el exilio y la oposición interna. Hacerlo así, en definitiva, es contraproducente, porque esos recursos escasos en una gran proporción provienen precisamente de las ayudas de Estados Unidos al movimiento opositor, a través del exilio.

La real es que la probabilidad de un opositor de llegar a Estados Unidos mediante el nuevo parole, o patrocinio humanitario, es muchísimas veces menor que las del cubano promedio, ese que trata de “no meterse en nada”. Consecuentemente, mediante el impulso de este nuevo programa, como si de la panacea universal se tratara, en paralelo con la decisión evidente de eliminar el de refugiados políticos desde La Habana, se va contra del interés nacional de Estados Unidos. Porque repito: es del interés de Estados Unidos que en Cuba no se mantenga un régimen amigo de cuanto enemigo les aparezca por el mundo —hasta ahora Washington ha navegado con suerte, porque los Castro han sido bastante cuidadosos con su antiamericanismo, una saludable tendencia que no tiene por qué mantenerse en el futuro—; es del interés de Estados Unidos que Cuba transite hacia un sistema político sustentado en los mismos principios y mecanismos de ejercicio del poder político que el suyo, y que ese sistema sea estable. Mas si es mucho más probable para los cubanos, “que no se meten en nada”, el emigrar hacia Estados Unidos, que para quienes han asumido una actitud y una actividad política opositora, esto a la larga solo contribuirá a desalentar en Cuba tales actitudes y actividades, y al sostenimiento en la Isla de ese statu quo tan adicto a devanear con rusos, iraníes, chinos o marcianos.

No puede dejar de señalarse que el número de emigrados que Estados Unidos se propone aceptar a través de ese programa no es nada pequeño, superior a las veinte mil visas que aquel país se comprometió a conceder durante la administración Clinton, y quizás ronde la cifra de sesenta o cincuenta mil anualmente. O lo que es lo mismo, todos los años un significativo porcentaje de la población de un país en caída libre demográfica tendrá la posibilidad de emigrar al mejor de los destinos posibles para un cubano, y no en base a razones políticas, sino a su capacidad para encontrar un patrocinador allá. En todo caso un porcentaje superior a aquel que el régimen, con una población bastante menos envejecida, consideró en los noventa era el idóneo para conseguir rebajarse la presión social dentro de la Isla.

Pero el asunto va todavía más allá, y plantea problemas incluso si finalmente, y a pesar del contraproducente diseño de la política inmigratoria de esta administración hacia Cuba, se consiguiera que esta Isla entrara en una transición política hacia la democracia. Porque resulta que si como hemos dicho la probabilidad del opositor promedio para emigrar es bastante menor que la del ciudadano que sabe mantenerse apolítico[i], para los opositores que no coinciden ideológicamente, o en general, con las principales y más poderosas corrientes políticas del Exilio, aquellas que pueden contar con mayores recursos para patrocinar a individuos de la Isla, resulta ya totalmente imposible —los demócratas incluso se dan un tiro en el pie, porque como el exilio tiende a ser más cercano al republicanismo, lo que más se desestimula en Cuba son las corrientes opositoras más cercanas a la suya propia.

Esto es un grave problema para la transición, porque para que ésta resulte exitosa, y dé paso a un sistema democrático estable, se requiere que los principales actores masivos de la sociedad cubana: población de la Isla, o exiliados de a pie, tengan representantes políticos conocedores de su realidad y de sus intereses, en contacto directo con ellos. Y he aquí que dejar en manos del exilio lo que antes se hacía mediante el programa de refugiados, solo puede conllevar al desestimulo de las posiciones antigubernamentales dentro de la Isla que no coincidan plenamente con las del mainstream exiliado: la exclusión de las visiones opositoras desde Cuba, que no coincidan con la visión de la Isla y su gente desde el exilio.

Dejar en las manos del exilio la tarea de sacar de Cuba a los opositores que lo necesiten, separa a la oposición interna de sus representados naturales, los cubanos de la Isla, y termina por subordinarla en la práctica al exilio, a sus interpretaciones de la realidad y a sus intereses.

Expresar esto no es tratar de crear divisiones artificiales entre el exilio, y los cubanos de la Isla, o más exactamente entre los representantes naturales de unos y otros. Es solo constatar una realidad[ii]: que más allá de compartir un interés semejante en el fin del actual régimen político, ambos grupos tienen intereses diferentes no solo en cuanto hasta dónde se debe de llegar, sino de qué modo, o en qué tiempos. Una transición, por tanto, será más exitosa, y lo que venga después más estable, en la medida en que ambos grupos cuenten con representantes de sus intereses particulares, con una legitimidad ganada desde antes del inicio de la transición, en la lucha por la democratización. Representantes comprometidos con sus representados, en capacidad de defender los puntos de vista, los intereses de ambos grupos de cubanos, en el único proceso que puede conducir a una transición exitosa en Cuba: el de la consensuación pacífica de ese hasta dónde se puede llegar, cómo, o en qué tiempo…

Pero si desde antes del comienzo de la transición no se permite el desarrollo de una oposición interna que, por la natural conformación de las cosas, no coincidirá plenamente con el mainstream exiliado, si se la desestimula, al privar a los opositores que tiendan a adoptar posiciones independientes de las del Exilio de la misma posibilidad de abandonar la Isla cuando lo necesiten, como es ahora el caso con esta nueva política migratoria, es muy probable que al llegarse al momento en que deba decidirse qué hacer, hasta dónde llegar, en qué tiempos… los habitantes de la Isla se encuentren sub representados en los espacios, preelectorales, en que se definirá todo eso y más. Y al convertirse en ciudadanos con menos peso que los exiliados en la definición del futuro es muy probable se transformen en un grupo generador de inestabilidad.

Porque al no contar con representantes cercanos a sus intereses, imbuidos de su visión de la realidad, avalados por un pasado anticastrista, y con relaciones para hacer política dentro del nuevo sistema político en formación, los cubanos de la Isla optarán por quedar en manos de otros representantes, que sin suficiente legitimidad para operar en el sistema político en formación, preferirán actuar desde fuera de este, convirtiéndose en materia prima para la inestabilidad —incluso puede suceder que ya en transición, al no encontrar voceros políticos legítimos para sus particulares visiones e intereses, los cubanos de adentro se acerquen de nuevo a los representantes de un neo castrismo que sepa evolucionar en algunos puntos, mientras persiste en lo esencial de su anti-americanismo.

En resumen: solo al eliminar por completo la emigración, o en todo caso al limitarla a los individuos que puedan demostrar temor por sus vidas, en razón a persecución política, se conseguirá estructurar en Cuba un poderoso movimiento opositor, que logre ganarle las calles a la dictadura, o por lo menos forzarla a moverse en la dirección de la democratización. Algo que sin duda es del interés de Estados Unidos. En este sentido la actual política migratoria de la administración demócrata de Joe Biden va en la dirección contraria de ese interés, y si bien consigue ahorrarle a los Estados Unidos parte del costo de la inserción de la migración cubana, le permite al régimen bajar presión social, al desestimular que sus ciudadanos opten por asumir una actitud, y una actividad opositora. Tampoco debe dejar de señalarse que la actual política tiende a subordinar a la oposición interna al exilio, lo cual solo puede crear desigualdades de representación, entre los dos grupos masivos de la población transnacional cubana, y en consecuencia inestabilidad política, durante el futuro proceso cubano de transición.


[i] Mantenerse “apolítico” en Cuba, un lugar donde dado el diseño institucional político el apoliticismo es imposible, en realidad es apoyar al régimen castrista.

[ii] Señalar las diferencias que existen no es el problema, sino intentar silenciar las posiciones diferentes, mientras se trata de imponer la propia como la única válida, patriótica, acertada. Si realmente lo que intentamos es sustituir al castrismo por una democracia, lo primero es admitir que nuestra sociedad es plural, y por tanto sus decisiones nacionales solo pueden tomarse por consenso —ceder, para obtener parte de lo deseado—, sin que nadie pueda imponer su visión, o su interés, de manera total. Las visiones a lo Fidel Castro, de que si no se hace lo que yo propongo todo se va a la mierda, deben ser desterradas de la práctica política cubana.


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