Los «hippies» cubanos (II)
Éramos jóvenes y nos conformábamos con poco en el orden material
La dictadura no podía regirnos nuestro tiempo libre; no éramos mamertos. Teníamos una vida individual y colectiva al margen de los dictámenes del gobierno.
Los “hippies” cubanos, después de todo, nos las arreglamos para pasarla bien.
Siempre había un sitio de reunión en algún lugar del espacio que nadie sabía dónde era, pero lo encontrábamos, los peluos, los barbudos, las chicas de melenas por la cintura o cabeza rapada.
Allí iba un muchachito de San Antonio de los Baños, flacucho y con nuez de Adán, con su “No hay nada aquí”, “Narciso el Mocho”, “La familia, la propiedad y el estado” (misógina canción, por cierto), “Canción de invierno” y todas aquellas que iba componiendo aun con solo su guitarra, ni orquestación ni soberbia ni genuflexión ni millones de dólares.
La casa (el sitio, el lugar, el ambiente) apenas tenía muebles y la mayoría nos sentábamos en el suelo. En general el convivio era con agua o nada, salvo el poco ron que algunos llevaban, y la marihuana que me daba mal olor a la ropa, aunque no la fumara, no por santurrona, que para nada lo soy, sino porque no me interesaba.
Si esa fuera la única travesura hubiéramos sido perritos falderos.
El primer frente de ataque era la radio de EEUU. Sabíamos qué canción estaba en el hit parade y muchos hasta aprendieron ingles escuchando por la radio a los Beatles y a los Mamas and the Papas.
Nos prohibían la “música extranjerizante” pero no podían con la sinfónica. Entonces se trataba del concierto a un Carmelo de guachipupa y pan con pasta de ave…rigua, si acaso.
No importaba mucho, éramos jóvenes y nos conformábamos con poco en el orden material. Otras veces era de la cinemateca al Carmelo (siempre íbamos al de Calzada). Lo importante era la tertulia hasta que iban a cerrar y nos sacaban como a moscones simpáticos.
Quedamos en que las ataduras se habían quemado.
—¿Por qué llevas abrigo en octubre?
Se abre la prenda y estaba como Dios la trajo al mundo.
—Porque así no puedo estar y estoy esperando a mi amante.
Esa casa, sitio, Atlántida habanera siempre tenia cuartos disponibles “para las carteras”. Un día fui a buscar mi bolso y me encuentro una pareja en pleno coito que ni se enteró de que yo había entrado.
No solo éramos los habaneros. Una amiga santiaguera hizo el amor con su novio en la Basílica de la Asunción, Catedral de Santiago.
El tercer ejemplo merece un artículo aparte; se los prometo.
Por supuesto, para las mentes estrechas éramos unos pervertidos que no nos bañábamos, robábamos, y éramos homosexuales.
Decía la portera de F y 3era, el edificio de becas de la Facultad de Humanidades:
—Labao sea el Senol, vamo a tener que hablal con lo ministrios. Estos hermosesuales de las escuelas finas tan acabando.
Hace poco una muchacha joven y de pocas luces me espetó:
—¿Tú eras jipi? ¿No te bañabas?
No me baño desde entonces y guarda tu cartera que los jipis fachamos.
Crecimos, algunos envejecieron, otros nos moriremos jóvenes.
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