Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Testimonio

¿Mambises o Manicatos?

Las tristemente célebres fuerzas parapoliciales de la Universidad de Oriente.

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Mas, ¿con qué aparato movilizatorio cuentan para tales actividades? En ese entonces, se destacaban dos grupos paraestudiantiles: Mambises y Manicatos. Los primeros en alusión a los independentistas cubanos del siglo XIX y los otros a una voz aborigen caribeña.

Para lograr una numerosa captación de adeptos ofrecían prebendas de todo tipo, como otorgarles una tarjeta para la doble ración alimenticia y ciertas facilidades docentes. Los proveían con pulóveres negros con la inscripción Manicatos o Mambises. Recuerdo que esto los hacía parecer distintos y, como lo veíamos a menudo, sentirse superiores a los demás, policías estudiantiles al fin.

Esos privilegios y distinciones debían ser retribuidas con "rondas nocturnas" en la beca para "protegernos", e informando con urgencia la más mínima anomalía (a saber: declaraciones subidas de tono, alusiones a las figuras dirigentes del Estado, visitas de personas "muy extrañas" o los más recientes rumores)… Debían estar siempre prestos a integrarse a toda velocidad a las Brigadas de Respuesta Rápida en caso de alborotos o reyertas que no fueran de caso común. Informar, informar, hasta complacer el último antojo del compañero rector.

Sus notas más efectivas las daban persiguiendo los vendedores ambulantes, chivateando a los mismos estudiantes que hacían sus negocios o simplemente presenciando cuanta actividad extradocente se efectuara. Su presencia, supliendo a la Seguridad del Estado, lo decía todo.

Demonios

El otro hecho que hoy es muy recordado y que se relaciona directamente con estos personajillos, ocurrió en una asamblea precongreso. Todas las facultades presentaron a sus precandidatos y Humanidades (como de costumbre) ponía la nota negra. La facultad llevaba a un excelente estudiante llamado Fernando; se había destacado como presidente estudiantil de la misma, y un año antes había sido defenestrado. Fernando había hecho una investigación empírica, pero con ayuda de estudiantes de Contabilidad y Economía (en cuyo teatro ahora estábamos reunidos) que había arrojado un enorme desfalco en el presupuesto y los productos alimenticios para estudiantes y profesores.

Dicho informe lo había llevado a cuanta alma quisiera verlo, pero nadie (o no se atrevían o lo tomaban por loco) le mostró interés. Cansado de vagar con su papelería-dinamita bajo el brazo, lo hizo público en una asamblea presidida por un alto dirigente estudiantil de la nación, y por supuesto, la bomba estalló. Pero estalló en sus manos, y con efectos retroactivos, de repetición y cuanto de bumerang se le pueda poner a un explosivo tal. Fue destituido, marginado y tachado de oportunista cuando menos.

En la asamblea se discutía si nos debía representar o no en el congreso nacional y, como contaba con la abrumadora mayoría, se fueron extendiendo las diatribas sazonadas con las intervenciones de Alejandro González (entonces vicepresidente nacional de la FEU), los comisarios del PCC, los instructores de la UJC y todos los que se habían dispuesto para aplastarlo. Pronto vieron que no podían, y no sabemos cómo, pero en el último ensayo caricaturesco de votación apareció una veintena o más de Mambises y Manicatos, que se habían ido colando, sin sus conocidos pulóveres. Ellos levantaron sus manos para decidir que Fernando no fuera al citado congreso.

Desde entonces, he visto a pocos de los Mambises o Manicatos (demonios, si al final eran lo mismo): unos son periodistas, otro es un torpe psicólogo de una sede universitaria municipal y, por el centro del país, otro elabora y expende alimentos por cuenta propia. Pero sé de otros que allende los mares defienden "a Cuba", bien lejos, dentro del capitalismo salvaje. Salieron casaditos, como bien lo hacen los que se prostituyen sexualmente en esa loca carrera hacia la cama, la cárcel o la muerte.

Alcanzarán el éxito o no, pero no se podrán quitar el estigma de haber incumplido con el consejo que nos dan en casi todos los hogares cubanos: ¡Recuerda: ni pendejo, ni chivato¡


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