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Populismo y desesperanza

Una receta inamovible: parálisis cívica y social, discurso acrítico y autocomplaciente, proyectos y promesas impulsadas por el voluntarismo.

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En los últimos meses se ha profundizado la crisis estructural que aqueja en plenitud a la sociedad cubana. Crisis esta que hace más complejo el presente y compromete el futuro de la nación. Además de trascender con mucho los límites de las enormes carencias y desquiciamientos materiales que agobian sin remedio la vida diaria de los ciudadanos en la Isla.

La esencia de la crisis en sí misma y su, hasta ahora, imprevisible solución, pasa por los diseños políticos —a todas luces voluntaristas e irresponsables— de los gobernantes. Para estos, el imperativo de mantener el poder y los controles que lo sustentan, se divorcia definitivamente de las necesidades, potencialidades y derechos fundamentales de los ciudadanos.

La renovada proyección populista asentada en una intensa ofensiva mediática, intenta sustituir el publicitado andamiaje de la "Batalla de Ideas". Esta embestida ideológica, al parecer, fue liquidada por un conato de corrupción en las alturas, no reconocido oficialmente, pero que ha desplazado súbitamente del centro de la atención y de influencia política a los elementos más representativos de esa élite juvenil encumbrada por el alto liderazgo.

Las máximas autoridades del país desatienden raigales problemas económicos y sociales que golpean a la población con intensidad casi endémica. Entre estos males, destacan el altísimo nivel del costo de la vida, con su secuela de extendida indefensión económica para amplios sectores de la población así como la muy preocupante desvalorización del trabajo; la escasez de viviendas, agravada en los últimos años por la insuficiente respuesta oficial a los daños ocasionados por huracanes y ciclones; la crisis en el sector del transporte, cuyo interminable colapso aporta a la ardua cotidianidad de los cubanos altas cuotas de gastos, parálisis e irritación; el problema de la corrupción, que registra una extensión y profundidad sin precedentes,y lacera de manera preocupante el cuerpo material, moral y espiritual de la sociedad; y por último, el delito criminal y económico, estimulado por los pocos espacios de desenvolvimiento social y acentuado por la ineficacia en la prevención y el enfrentamiento, a lo que se agrega la ausencia de transparencia informativa.

Reflejo inmediato y lamentable de este estado de cosas son dos manifestaciones que mucho afectan la convivencia y en particular al sector más joven. De un lado, el indetenible éxodo que aleja de Cuba a mucho de lo más vital y valioso de su ciudadanía; de otro, la aplicación del llamado índice de peligrosidad predelictiva. Este último, una especie de aberración represiva en forma de figura jurídica, demuestra la naturaleza injusta del sistema y la congénita ineficiencia de las autoridades. También, de paso, priva de libertad a muchos inocentes, principalmente jóvenes.

Más campaña propagandística

Haciendo gala del más rancio populismo paternalista, el alto liderazgo del país persiste en su habitual practica de separar a la sociedad del centro de la solución de los problemas que la aquejan, limitando a los ciudadanos a la condición de pasivos receptores de las coyunturales y casi siempre insuficientes dádivas gubernamentales. Lejos de estimular el crecimiento de la producción y la creación de riquezas, bienes y servicios, las autoridades se conforman con desarrollar por estos días una intensa campaña propagandística que promueve solucionar, en la esfera de la circulación monetaria y la distribución caprichosamente igualitaria de algunos enseres domésticos, las serias carencias que se vienen arrastrando hace más de una década.


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