Actualizado: 17/04/2024 23:20
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Recordando a Wojtyla

La presencia del número dos del Vaticano pone fin a las celebraciones por el décimo aniversario de la visita papal a la Isla.

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Cuba no fue un país diferente luego de la visita del Papa, hace diez años, pero muchas de sus gentes cambiaron el mapa de sus vidas. El viaje a la Isla del cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado del Vaticano, simula los aires del histórico encuentro con Juan Pablo II y saca a la luz logros y aspiraciones de la Iglesia local. Es el final de una larga celebración iniciada el 21 de enero pasado.

Hildebrando Alcizar es uno de los que dicen "haber cambiado" tras la gira papal de 1998. "Para mi no hay más Dios que Juan Pablo II", afirma este anciano de 79 años. La historia cobra más interés cuando sabemos que es ateo.

"Me eduqué en una familia anticlerical. Mi padre era anarquista español y yo pertenecí a la juventud socialista en los años cuarenta", recuerda.

Hildrebrando es uno más de una grey de ancianos que han sido rescatados por los programas sociales instrumentados en las parroquias, luego de que el finado pontífice aceitera las relaciones entre la Iglesia y el Estado, unos nexos por años retorcidos o, cuando no, minados de mutuos recelos.

A fines de los tortuosos años noventa, este ex burócrata del aparato partidista había quedado apenas con familia —su único sobrino emigró a Hungría— y con un retiro de poco más de doscientos pesos —entonces un dólar cotizaba a 120 pesos— su existencia no pasaba de ser miserable. La Iglesia lo salvó por los pelos.

"La parroquia me dio medicinas, comida y algunos amigos. Soy diabético. Yo no creía en nada, pero aprecié la solidaridad y todo gracias a la venida del Papa", recuerda con agradecimiento.

En el ocaso de su vida, signada por el materialismo ideológico, Hildebrando no cambia de casaca. Sigue de ateo, pero ahora cree en los que creen en la fe.

"Él (el Papa) luchó contra lo que yo tuve como ideal y, sin embargo, le debo todavía hacer el cuento. Así son las ironías de la vida", termina el diálogo y se marcha a tomar sus pastillas.

El viaje 81

Hace una década, ante millones que lo seguían por televisión, el propio Fidel Castro tuvo que desempolvar el expediente anticomunista del polaco, cuyo viaje 81, de los más de cien que realizó durante su itinerante pontificado, lo dedicó a Cuba.

"Fue un activo luchador ideológico contra el marxismo, el leninismo y el campo socialista", admitió el gobernante, pero a seguidas descalificó que fuera el ángel exterminador de los regímenes de Europa oriental.

"Es realmente un gran invento querer atribuirle al Papa la responsabilidad de lo que pasó allá, pues nosotros sabemos muy bien la historia y las causas de lo que allí ocurrió", explicó Castro aludiendo directamente al saldo histórico de Mijaíl Gorbachov, a quien atribuye la mayor parte del descalabro.

"Los dos (Castro y el Papa) jugaron un exquisito ajedrez político", considera LFG, un rosacruz que pidió discreción para su identidad.

"Fidel obtuvo legitimidad dentro y fuera, y el Papa puso sus pies en uno de los últimos cotos comunistas del siglo XX. La partida no fue tablas, porque Fidel, siempre mirando para el norte, le dio un jaque mate a los americanos con la condenatoria papal al embargo".


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