Réplica a Pedro Campos
Lo que se perseguía no era hacer evolucionar al régimen hacía la democracia, sino asegurar que la sociedad civil tuviera algún espacio para respirar y crecer, de modo que fuera ella la que a pesar del gusto o no del régimen nos condujera a los cubanos a una transición
En su artículo “No es Trump el culpable”, publicado eh CUBAENCUENTRO el 27 de enero, Pedro Campos nos dice que no fue Estados Unidos quien dio “inicio a la hostilidad”, y que fue el régimen castrista “quien destruyó el Acercamiento iniciado por Obama”.
Concuerdo con Campos en que fue el castrismo en ciernes el principal responsable por la ruptura de 1960. Sin embargo, discrepo con él en su idea de que lo que Obama esperaba del Acercamiento, y lo que esperábamos los que apoyábamos esa política —y aún la apoyamos, por cierto—, fuera “influir en el régimen y hacerlo caminar hacia la democracia”. Esta primera discrepancia me lleva a una segunda, que dejaré para el final…
No ha estado en el pensamiento de quienes promovieron el Acercamiento, y en el de quienes lo apoyamos, el que el régimen como un todo, a la manera de un cuerpo sólido en que todas las partículas se mueven con una misma magnitud vectorial, o sea, todas con el mismo sentido y a la misma velocidad, derivaría hacia la democratización, en el embullo general por el Acercamiento. Todos sabíamos, desde la Iglesia hasta Obama mismo, pasando por los sectores más realistas en la oposición y en el exilio, e incluso por no pocos reformistas solapados, que la cúpula de la Nomenclatura no iba a corresponder a los pasos y concesiones de la parte americana con igual y ni tan siquiera parecido entusiasmo. Pero todos nosotros sabíamos que en el plano de los intereses personales-familiares, en el plano ideológico, en el del espíritu de manada nacional amenazada sobre el que se sustenta el castrismo, en el plano de las fidelidades que constituyen el principal elemento aglutinador del régimen, sobre el individuo más empoderado y el más carente de poder, sobre todo ello el Acercamiento tendría un poderoso efecto disolvente.
La idea era que las partículas del bloque sólido, monolítico, comenzarán a moverse en diferentes direcciones, y sobre todo a distintas velocidades, a resultas de cada concesión de un enemigo que, en principio, y al principio, según el discurso oficial, había provocado con su actitud nada concesionaria de otras épocas la violenta reacción castrista.
La idea era que ante cada concesión hecha desde allá, ante cada posibilidad de mejora personal-familiar, consecuente a una desregulación concedida desde EEUU, y no replicada desde acá con el suficiente vigor, los intereses personales-familiares sacarán de ese contraste las lógicas consecuencias, con lo que el efecto disolvente sería más y más poderoso a cada nuevo paso.
Nuestro interés era más bien agrietar por todas partes al régimen monolítico, destruirlo al promover el movimiento, la participación, el ejercicio del criterio y sobre todo la búsqueda de los intereses personales-familiares. Todo lo cual la rígida falange enfrentada al Imperio despótico que nos desprecia al punto de no sentarse a dialogar, a mostrar la más mínima voluntad de transar, no lo habría conseguido soportar.
Lo que se perseguía no era hacer evolucionar al régimen hacía la democracia, sino asegurar que la sociedad civil tuviera algún espacio para respirar y crecer, de modo que fuera ella la que a pesar del gusto o no del régimen nos condujera a los cubanos a una transición democratizadora. Se perseguía que bajo la tupida red de relaciones de poder que es en definitiva cualquier régimen político, en el caso cubano organizadas en la sola dirección de la cúpula dirigente, se dieran las condiciones propicias para el surgimiento de nuevas relaciones, ya no dirigidas hacia un único punto. Y sabíamos, por sobre todo, que tal política disolvente del rígido monolito piramidal castrista no iba a dar resultados visibles de la noche a la mañana.
El Acercamiento era también el intento de destrabar el dominó entre los sectores radicales de un lado y de otro, en un país en que por los sostenidos niveles de control social, o por la en alguna medida aún efectiva propaganda nacionalista del régimen, pero sobre todo por sus niveles de envejecimiento, se hace cada vez mas irrealista una solución revolucionaria. Era el intento de darnos la posibilidad de hacer política, para así rajar la cúpula del régimen. Porque como bien sabe Campos han establecido Sócrates, Pareto, y por último de Vladimir Ilich, los cambios sociales no se dan porque los de abajo ya no soporten su presente y quieran cambiarlo, sino porque los de arriba no puedan continuar por más tiempo represando el fluir natural del río heracliteo de la vida.
En fin, el Acercamiento nos daba la posibilidad de salir de esa empantanada dinámica en la cual la política cubana ha permanecido secuestrada hace demasiado tiempo por dos grupos para nada dispuestos a hacer concesiones —los machos cubanos no transigimos. De un lado de un castrismo que sueña con poder retrotraer la sociedad cubana a los años gloriosos de fines de los setenta y principios de los ochenta, cuando no se movía un alfiler en la Isla sin que el aparato no lo supiera con suficiente antelación, y todo debía ser visto e interpretado a través del tranquilo prisma de una doctrina cuasi-religiosa; del otro un anticastrismo cerril, para el cual solo es admisible una salida que implique borrar de la Isla, y de la memoria de sus tracatanes habitantes, hasta el más mínimo rastro de los últimos sesenta y un años de vida nacional, en que se aplique a rajatabla un programa de descastrificación, como nunca se aplicó o aun soñó aquel con el que se trató de desnazificar a los alemanes tras la caída del III Reich, en que se haga borrón y cuenta nueva y Cuba vuelva a 1959, o a lo que supuestamente le debería haber tocado ser de no haber nacido Fidel Castro, o Fulgencio Batista, o de no haber ocurrido la Primera Intervención Americana, o de no haber muerto Martí en Dos Ríos, comiendo… mandarinas, o de no haberse impuesto el azúcar de remolacha en Europa continental hacia los 1870, o…
Que el Acercamiento lograba su efecto disolvente lo dejó bien claro la evolución de un mural de caricaturas políticas en Santa Clara, a la entrada de la terminal provincial de guaguas, camiones y máquinas. Repleto de referencias al Imperialismo Norteamericano, en específico de banderitas americanas en los hombros de los militares que aparecían en las muchas caricaturas antimilitaristas, esa situación dio un giro drástico a posteriori del 17 de diciembre de 2014. Entonces, sin otra razón evidente que rebajar la retórica antiamericana, en enero de 2015 se borraron todas las obras, y ello a pesar de que tal acto implicaba borrar para siempre del mural a Pedro Méndez, que por una reciente apoplejía ya no podría volver a dibujar. Lo que sin dudas fue una ganancia para el nuevo espíritu que se adueñó de los cuadros partidistas y gubernamentales en Villa Clara, y de sus poderosos padrinos en La Habana, porque si alguien había sido demasiado explícito en su antinorteamericanismo en la primera versión del mural había sido precisamente él.
Cuando a mediados de 2015 el mural fue finalmente reinaugurado los caricaturistas que pudieron repetir participación se limitaron a pintar exactamente sus mismos chistes de antes, solo que ahora sin referencias antiamericanas. Por ejemplo, Linares y Roland repintaron sus mismas obras antimilitaristas, pero ahora sin las antes infaltables banderitas americanas. Con lo que ya la referencia al intervencionismo o a las consecuencias del militarismo no quedaban ligadas necesariamente a Washington. Cual ordenaba asociar de manera imperativa la doctrina castrista, al menos hasta aquel memorable día en que el compañero Babalú pareció reabrir los caminos de la Isla. En cuanto a las referencias explícitas al imperialismo yanqui, desaparecieron.
La última etapa del mural es igualmente significativa: tras la gradual ruptura de relaciones, este año el mural un buen día volvió a amanecer borrado. Aunque por lo que parece se ha tomado la prudente decisión de esperar para repintarlo a los días de noviembre de este año…
Esa evolución de la representación de conceptos clave como el del militarismo, asociado siempre al vecino al norte, sobre los que se ha sustentado ideológica y doctrinalmente el castrismo, fue sin dudas captada consciente o inconscientemente por los numerosos habitantes de la provincia que de manera habitual pasamos por enfrente de dicho mural. Como también lo fue la perceptible rebaja de la retórica antiamericana del régimen durante 2015-2017, que sobre el ideario político cubano promedio trajo un efecto sin duda disolvente, solo comparable al que causó el mulato presidente del país más racista del mundo (según la retórica oficial) soltando aquel: ¡Qué volá!
Que en definitiva el Acercamiento iba por buen camino lo demuestra la reacción de los sectores que viven del desencuentro entre Washington y La Habana. Aquí, y allá.
Fidel Castro no abrió fuego con El Hermano Obama, reflexión citada por Campos. Ya en la primera que publicó a poco del 17 de diciembre de 2014 se nota su evidente incomodidad con el proceso de Acercamiento. Su “ya no puedo, pero que ganas me dan de trepármele en la Sierra Maestra a este hermanito que me tocó”.
Era la reacción natural del arquitecto de un régimen rígido y monolítico, cuya criatura sabía muy bien no podría sobrevivir sino en medio de un alto grado de confrontación con los EEUU; que justificara el modelo de ciudad sitiada. Alguien a quien seguramente no se lo consultó para comenzar los diálogos que condujeron al Acercamiento, o a quien solo se le presentaron como un intento de hacer cumplir su promesa al pueblo cubano de que “¡los cinco héroes volverán!”. O a quien se le condicionó su silencio, su no hacer público su desagrado ante lo que avanzaba tras bambalinas, a la segura división que en el bando dizque revolucionario acarrearía esa actitud suya, ya que los que impulsaban desde La Habana las conversaciones se verían obligados a defender su postura ante sus críticas… “y mi hermanito del alma, ya tú no estás para volver a asumir, así que escoge…”
En cuanto a cierto sector del Exilio, y a una parte de la oposición Interna, pronto se hicieron con la consigna de que el Acercamiento solo serviría para dotar de medios al aparato represivo (como si en mantener su eficientísima red de chivatos el régimen se hubiera gastado alguna vez algo más que las hojas de los diplomas con que se los suele estimular, fechados el 26 de marzo). En consecuencia, decididos a demostrarlo a lo que diera lugar, intensificaron sus acciones de desobediencia civil (algo para nada reprobable, si el objetivo hubiera sido apoyar en paralelo el citado efecto disolvente, no eliminar él proceso que lo impulsaba), y cuando el régimen no se mostraba dispuesto a dejarse arrastrar a la confrontación pública, pues o se inventaban detenciones o amenazas inexistentes, o se esperaba que la patrulla de la policía pasara en su lento recorrido por el barrio para tirársele en el camino y entonces empezar a gritar desde el pavimento: ¡asesinos!, mientras el chiquillo al timón, recién reclutado allá en Tumbalaburra, sufría el primer pre-infarto de su vida (unas acciones que tampoco desapruebo o desestimó, solo critico, repito, cuando su objetivo no es profundizar un efecto disolvente, sino hacerlo imposible).
La razón de este empeño de esa parte del exilio y la oposición estaba en su mayor parte en la cubanísima posición de: o todo, o nada. Pero también, en alguna medida, en el percibir que sin castrismo sus vidas construidas y publicitadas en base al enfrentamiento “radical” al mismo perderían sentido, glamour, y volverían a la oscuridad del anonimato. Aunque tampoco puede dejarse de lado que en unos pocos, aunque por desgracia los más bullangueros y efectistas, enfrentarse al castrismo se ha convertido en un trabajo, alienado por demás, y por lo tanto en tan solo una fuente de recursos económicos para vivir su vida real.
Repito, por tanto, que Pedro se equivoca. El objetivo del Acercamiento era ese del cual los más inteligentes castristas lo acusaron desde un principio: disolver, no conseguir que el régimen en su conjunto evolucionara, sino dar la posibilidad de hubiese evolución a pesar suyo.
El Acercamiento se concibió para promover el surgimiento de una multitud de intereses personal-familiares que no apuntaran hacia esa única dirección que el castrismo le impone a la sociedad cubana, por su constitutiva necesidad de unanimismo. Para desde ahí comenzar a reconstruir en la Isla las instituciones que permitan, y no criminalicen, el ejercicio de la heterodoxia, y por tanto den vida de nuevo a una sociedad rica en su pluralidad… aunque también, en el caso de la izquierda democrática, que a la vez permitan la conservación de una serie de tradiciones sociales y políticas que nos han caracterizado desde 1868 a la fecha.
Pero si ese era el objetivo disolvente del Acercamiento, Pedro también se equivoca en creer que fue el régimen de La Habana quien hizo imposible su gradual cumplimiento. Lo cierto es que si el régimen castrista no correspondió suficientemente a los pasos dados desde Washington, no hizo con ello otra cosa más que acelerar el proceso de su disolución hacia el interior de la Isla, y a la vez empañar su imagen ante aquellos que desde el exterior apoyaban a la Isla rebelde frente a un vecino intransigente que hasta ese momento solo parecía aceptar su completa sumisión.
En el cálculo estaba esa falta de reciprocidad, que convenía publicitar a los cuatro vientos, sobre todo hacia el interior de la Isla. Mas ese señalamiento constante, en el más correcto espíritu del Acercamiento, no debía ser interpretado, y mucho menos presentado, como parte de una versión de la política del palo y la zanahoria. Como una advertencia de cambiar la segunda por el primero en caso de no cumplirse con lo que a la larga se trataba de imponer.
El asunto estaba en demostrar la buena voluntad de congeniar del vecino al norte. Ese mismo que en el discurso ideológico del castrismo, con su actitud altanera, incapaz de escuchar al más pequeño, lo había obligado a tomar las formas políticas de la ciudad sitiada, allá por la década de 1960. Su disposición a aceptar al régimen, a no solo dialogar o mantener una fluida relación con el mismo, sino a avanzar hacia una sólida relación bilateral, aunque sin renunciar a su compromiso con la defensa de los derechos humanos. Y ello, a pesar de los desplantes del régimen cubano, no podría más que lograr a la larga comenzar a invertir los papeles de la víctima y el victimario en los imaginarios de la opinión pública. Al menos hasta que la distinción no resultara tan clara como por décadas lo había sido: algo que es evidente sucedió en Latinoamérica, con ciertos sectores tradicionalmente cercanos a la Isla Asediada, cuando los EEUU se abstuvieron en el voto a favor del Embargo, y sin embargo el régimen no fue capaz de reciprocar el enorme gesto.
Y es que hiciera lo que hiciera el régimen sólo alcanzaría a acentuar el proceso disolvente. A menos que sus contrarios le echarán una mano e hicieran la única jugada que podía salvarlo de alimentar su propia disolvencia. Aunque, por supuesto, eso a su vez lo dejaba en la misma situación de precariedad económica y financiera que lo había obligado en un principio a intentar rebajar el nivel de un diferendo con los EEUU, que por otra parte le es vital para su estabilidad política.
Mas la política del Acercamiento fue incomprendida por una considerable zona del anticastrismo desde su misma proclamación. La rechazó el sector menos sofisticado del exilio y de la oposición Interna, para quienes las sutilezas políticas no es que no funcionen en sí mismas, sino que en su cortedad de miras no alcanzan a verlas, y por ello decidieron desde un principio que lo del tal Acercamiento no era más que la manera en que el comunista de Obama había encontrado de apoyar a sus correligionarios de La Habana, y sobre todo de alimentar a su aparato represivo. La rechazaron aquellos que viven de la confrontación, tanto por intereses económicos, como por el de conservar su estatus de luchadores intransigentes por la causa de la Libertad… a quienes una solución semejante al Acercamiento, como cualquier otra que amenazara con resolver el problema cubano, les resultaba naturalmente indigerible. Por último, la rechazaron quienes se dijeron a sí mismos que si el régimen buscaba acercarse era porque boqueaba, y por tanto no había más que apretarle las clavijas. Sin comprender los tales que si el régimen buscaba una mejora al acercarse era más bien a consecuencia de la creciente aproximación de la sociedad cubana a los estándares de consumo mundiales, consecuencia a su vez de una mayor interrelación de dicha sociedad con la global, proceso completo que peligraría evidentemente si se afectaba la primera causa de la cadena. O sea, si se intentaba aislar a la Isla.
En definitiva solo puede afirmarse que el Acercamiento murió por culpa del régimen, para aquellos que lo aceptaron en un principio como el propio Campos (para los descritos en el párrafo de arriba ya había nacido muerto), si se parte desde el supuesto equívoco de que el mismo era no más que una versión de la política del palo y la zanahoria. La realidad es que fueron ellos mismos, en conjunto con lo más recalcitrante, o lo mas interesado, del Exilio y la Oposición Interior, no el régimen, quienes destruyeron el intento de disolver las paredes de la represa ideológica con que se mantiene firme el castrismo, al dejarlo sin su archienemigo siniestro.
La opción fue volver a la consabida política de siempre, que como lo demuestra el estrepitoso fracaso del Parón de Remesas y Recargas de Enero, ya no logra ni tan siquiera un apoyo concreto de la mayorías emigradas. Fracaso que en sí demuestra a las claras que los sectores del Exilio que promueven el retorno al Desencuentro se han terminado por convertir en grupúsculos tan desconectados de los verdaderos intereses del emigrado, como lo están de los verdaderos intereses del cubano isleño los sectores de la oposición que apoyan una política semejante de presiones económicas y financieras.
Opción implosiva, revolucionaria, que no podemos negar al 100 %, con absoluta seguridad predictiva, que no vaya a funcionar, y traiga el final del castrismo. Pero de la que en todo caso yo, en lo particular, temo si los resultados de esta solución expedita no serán mucho peores para el futuro de los cubanos, sobre todo para los que aún habitamos en la Isla (que en el exilio para todo se nada muy bien). Por ejemplo, una solución semejante casi seguramente implicará, antes o después, una nueva intervención militar de EEUU, ya que si la Isla implosionara necesariamente el ejército americano deberá intervenir para evitar una oleada inmigratoria, a consecuencia del seguro surgimiento de una situación de cuasi guerra civil, ideal también para que cualquier enemigo se les asiente al vecino a noventa millas de sus costas.
Y para la vieja-nueva opción se prestaba de maravillas el payaso absolutamente inconsciente, e inconsistente, que accedió a la Casa Blanca en 2017.
De que no fue el régimen quien destruyó el Acercamiento da buena cuenta su actitud hacia la nueva administración americana durante todo 2017 y parte de 2018. La Habana se negó por meses a atacar al nuevo inquilino de la Casa Blanca. Con lo que se dio la novedosa circunstancia de que en el ámbito de la cubanidad el fuego contra Trump lo rompimos un grupito desde el bando anticastrista, conscientes del peligro que para los valores democráticos a nivel global representaría semejante perla, y rosada. Mientras por su parte el régimen obligaba a sus medios y papagayos periodísticos y pseudo-intelectuales a pasar por alto hechos del susodicho que en otros tiempos no habría dejado de emplear para desacreditar al vecino al norte. De hecho resultó muy moderada, para lo habitual en Cuba, la respuesta del régimen a la actividad en Miami, en junio de 2017, en que Trumpoloco dijo comprometerse con la lucha por la libertad en Cuba, y quizás interesado por emular con la pésima “parte cultural” de las actividades políticas castristas se hizo acompañar de un señor que torturó los oídos de la audiencia, con insoportables chirridos de su violín.
La realidad es que dentro del régimen se dieron dos actitudes que coincidieron en la aceptación de esa actitud a la defensiva, a lo víctima. Para los embullados con el Acercamiento había que ver “si a ese loco se le pasa y le viene a la cabeza la idea de construir una Trump Tower en La Havana”… mientras para los que deseaban salir del Acercamiento, para los fidelistas de verdad, se hizo evidente que si este tenía un efecto disolvente, el dejar que los americanos fueran quienes acabarán con el proceso, a la vez que desde La Habana se aguantaba callado sin reciprocar los desplantes del Rosado, no podría más que recementar las bases sobre las que estaban parados, al permitirles airear de nuevo sus justificaciones para mantener a la Isla como una ciudad sitiada.
Así se dio el espectáculo contradictorio que si durante 2015 y 2016 el régimen de La Habana no reciprocaba las medidas aperturistas de Obama, luego, en parte ilusionado por ciertas declaraciones de Trump durante su campaña, en el sentido de proponerse profundizar el Acercamiento, mucho menos respondía en sentido negativo a los crecientes desaires y ataques que se le comenzaron a lanzar desde Washington de manera continuada a partir de junio de 2017.
En fin, que no fue La Habana quien destruyó el Acercamiento. Fue desde nuestro bando anticastrista que algunos radicales le facilitaron a los radicales del castrismo deshacerse del Acercamiento, y en este caso como si lo hubieran tenido que hacer contra su voluntad. Fueron algunos de los nuestros quienes les dieron el pie para que pudieran recuperar su retórica antiamericana, y volver a presentarse como centro de las luchas mundiales por la emancipación del Imperialismo yanqui.
Seguramente desde su seboruco Fidel, socarrón, se los agradece… y a algunos de ellos se les aguan los ojos de pensarlo.
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