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Cambios, Economía, Política

Sobre campesinos, lechugas y hoteles

En la política, el Gobierno cubano solo cederá lo imprescindible para que el modelo económico les funcione

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La reciente autorización dada a cooperativas de diferentes naturalezas, para que puedan vender directamente sus producciones a entidades turísticas, es un paso positivo e importante por dos razones que explicaré en lo adelante.

En primer lugar, es una medida que introduce una nota de racionalidad en el sistema económico cubano. El sistema económico cubano ha sido por cinco décadas eminentemente mediocre y burocrático. Las producciones agropecuarias —y de cualquier naturaleza— solo adquirían categoría de mercancías cuando eran registradas por burocracias habilitadas para ello. Con todo el dispendio que esto ha significado. Y aun cuando esta rigidez ha flaqueado algo al calor de la crisis que no termina, en lo esencial, sigue siendo así.

Recuerdo un caso que observé directamente en el pueblecito de Chambas en la provincia de Ciego de Ávila mientras realizaba una investigación sociológica a fines de los 80. Con seguridad hubiera inspirado a Ionesco. Aunque Chambas tiene un puerto cercano donde funcionaba una empresa pesquera —Punta Alegre— y se abastecía de peces de esa cooperativa, los pescados hacían un viaje de muchos kilómetros hasta la capital provincial donde eran registrados y se hacían reales. Y desde allí hacían el viaje de regreso a Chambas. Pero como el sistema de refrigeración de los camiones era muy deficiente, muchas veces la carga llegaba descompuesta. Y los chamberos no podían comer pescado, excepto cuando podían acceder al mercado negro, donde los pescadores de Punta Alegre —muchos de los cuales vivían en Chambas— se encargaban de acortar los recorridos de los desafortunados habitantes del mar.

Pero ya avanzada la década de los 90, en medio de la espantosa crisis que los dirigentes cubanos dulcemente llamaron “período especial en tiempos de paz”, tuve la oportunidad de conocer un poco el asunto de los hoteles de inversión extranjera en Varadero.

En uno de ellos conversé largamente con un joven gerente español, un tecnócrata taylorista decidido a sacar toda la plusvalía posible, y en el menor tiempo posible, a cada uno de sus empleados cubanos. Recuerdo que la encargada de carpeta era una exjefa del departamento de filología de una universidad de la región central, que no solo sabía inglés y francés, sino que había leído a Racine y recitaba de memoria a Walt Whitman. Pero a quien se le hinchaban las piernas de estar parada todo el tiempo en largas jornadas laborales. Y la gerente de joyería, otra ex profesora universitaria, tan bella como inteligente, capaz de vender un anillo de bodas a un sacerdote de 80 años. Y que rumiaba su frustración cotidiana por un trabajo que solo le permitía sobrevivir con alguna holgura donde otros sucumbían a la miseria y al subconsumo.

El joven gerente estaba encantado, excepto en el punto de los suministros de vegetales y frutas. Tenía que comprarlas a una empresa intermediaria que residía en Cárdenas, usualmente desabastecida y que solo ofrecía lechugas mustias y mangos pasmados. Y no lo que se le pidiera, sino lo que hubiera. Me confió con una sonrisa pícara que traían directamente muchos productos de lugares como Bahamas, Cancún y Florida, dato este último que espero no será tomado en cuenta, por circunstancial, por Ileana Ros-Lenthinen.

La medida, por consiguiente, debe tener un efecto positivo en la reducción de costos, y en la formación de cadenas productivas y de servicios vitales para el desarrollo local. Esta es una manera de potenciar al turismo como un motor para el crecimiento económico. Y solo por ello, creo que es importante y beneficioso. Y creo también que pasos de esta naturaleza deben darse en todas direcciones, y no solo en relación con la agricultura.

Pero hay un segundo punto que me parece aún más relevante: su efecto sistémico.

El sistema cubano —económico y político— se ha basado siempre en la existencia de un vértice severamente centralizado y una base fragmentada e incomunicada. Y en ello ha residido su capacidad de control y prevención de disrupciones críticas. De manera que si revisamos la historia del sistema podremos ver que la anatematización preventiva ha sido más frecuente y eficaz que la propia represión directa de las disidencias.

En política esto ha sido muy claro: cada institución es una estructura vertical que a su vez confluye en el centro político. No hay relaciones o comunicaciones horizontales. Y todo finalmente termina en una cúpula muy reducida que se compone de un líder por el que damos vivas en los desfiles de los primeros de mayo y un círculo muy estrecho de colaboradores que varía según las circunstancias. Por décadas este líder y su círculo interior han sido los únicos productores legítimos de política e ideología. El resto, nosotros, hemos sido consumidores.

Pero en la economía pasaba lo mismo. Todo comenzaba con un plan burocrático y centralizado, que era permanente violado por esa misma estructura burocrática y centralizada. Tal y como sucedía con el regimentado sistema político, el mercado era fragmentado para evitar el contacto libre de sus agentes. Y desde los 90, marcado además por dos monedas diferentes, lo cual abrió un campo promisorio de ganancias diferenciales que los funcionarios-convirtiéndose-en-burguesía han sabido aprovechar muy bien.

De ahí los desvelos del gerente español y su decisión final de buscar las verduras allende los mares, a pesar de contar con una llanura excelente para la agricultura a solo unos kilómetros de su gueto turístico, llena de campesinos dispuestos a producir y acogotados por inspectores y policías para que dirigieran sus producciones a los almacenes de acopios.

Con esta medida se da un paso adelante en la desfragmentación de los mercados, en la misma dirección que va el decreto que abre el mercado inmobiliario. Y en consecuencia, representa otro paso serio en ese otro proceso —que será largo y doloroso— de construcción del capitalismo en el país.

Reitero que se trata de un paso positivo. Porque ayudará a dinamizar la economía y la producción de alimentos, y todo esto es muy importante para una sociedad que a fuerza de mala administración ha quedado reducida a la pobreza y con un grado alarmante de vulnerabilidad. Que exista más comida en Cuba, y que más cubanos y cubanas puedan alimentarse mejor, es positivo. Que haya más actores autónomos, aunque sea en el área limitada de la economía, es también positivo. Que estos actores, al mismo tiempo que hacen su acumulación, empleen trabajadores y les paguen mejor que lo que el estado hace, es también positivo. Y todo crea un clima menos enrarecido para adelantar una agenda de reconstrucción nacional, de una república democrática, justa y solidaria.

Pero, obviamente, esto último no es lo que sugieren las reformas del General/Presidente, de cuyo pedigrí antidemocrático nadie tiene derecho a dudar. En su agenda no está la democracia. Y es así porque la autonomía previsible se dará en el mercado, no en la política. Y no es cierto que una dinamización mercantil en la economía conduzca linealmente a la apertura democrática. Produce, eso sí, liberalización, es decir, más liberalismo, pero no más democracia. Más aún: me atrevería a afirmar que la producción de democracia sería disfuncional, porque la apertura que se produce en Cuba, para conseguir su funcionamiento óptimo, debe convivir con una clase trabajadora y una ciudadanía sin derechos, ni iniciativas reivindicativas. Utilizando aquella infame y anticubana metáfora de Lázaro Barredo, como pichones, pero con el pico cerrado.

En la política el Gobierno cubano solo cederá lo imprescindible para que el modelo económico les funcione. De ahí el pacto con la jerarquía católica, la liberación de los presos o la reciente flexibilización de la migración interna, que finalmente es un mejor escenario para que el mercado inmobiliario funcione, limpiando fortunas y convirtiendo tesoros en capitales. Y en breve veremos algunos pasos liberalizadores que se darán respecto a la emigración, pues es necesaria la concitación del “ahorro externo” que representa el dinero de los migrantes, llegue en formas de remesas o de inversiones.

Pero no más. Los dirigentes cubanos, sus intelectuales subsidiarios y sus blogueros mal pagados han sido muy claros en eso de que la apertura democrática y la rebelión de los indignados ya se dieron en 1959.

Hace la friolera de 52 años.


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