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Disidencia, Oposición, Represión

Sobre supuestos vaticinios incumplidos y la historia de la disidencia

¿Qué ha ocurrido entre el inicio de la lucha disidente y ahora?

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Los profetas de la Antigüedad, por el contrario de lo que generalmente se cree, no eran zahoríes ni vaticinadores del porvenir al modo de arúspices o cartománticos, sino hombres preocupados por el destino de sus pueblos que advertían de las desgracias que podrían sobrevenirles de continuarse por un camino equivocado. El hecho de que muchas de esas desgracias se cumplieran, contribuyó a que la palabra profecía se convirtiera, con el tiempo, en sinónimo de vaticinio.

Salvando las distancias, el autor de este artículo jamás hizo vaticinios con plazos de cumplimiento y menos sobre una explosión social en Cuba, como afirma un hombre inteligente que me ha honrado dedicando más de un artículo a lo que él piensa, eran mis pretendidas predicciones sobre el futuro, sino advertencias de los peligros sobre calamidades que en un corto espacio de tiempo podrían acarrear a Cuba los dislates y la ceguera de una administración obtusa. La supuesta predicción no era específicamente sobre una explosión social, aunque esta posibilidad no se excluía, sino a posibles medidas trascendentales del régimen para evitarla, y la posibilidad de que algo de esto ocurriera lo enmarcaba entre signos de interrogación: “¿Inminentes hechos trascendentales en Cuba?”, publicado en CUBAENCUENTRO el 16 de noviembre de 2018. Lo de “inminente” lo concretaba así: de uno a dos años.

Jamás deseé, ni deseo, una explosión social en Cuba, cuya posibilidad sigue latente. Por el contrario, un Maleconazo multiplicado por diez o veinte, puede resultar realmente trágico, no solo por las vidas que podrían perderse, sino porque una solución del problema cubano se atrasaría por muchos años más. La protesta de Tiananmen no trajo la libertad a China, sino cientos de muertes inútiles.

El punto muerto de la situación cubana y sus posibilidades, lo analizamos ya al cierre de 2020 los dos únicos sobrevivientes de la media docena de prisioneros políticos que dio inicio al movimiento disidente organizado, y puede leerse en esta publicación con el título “Conclusiones de un balance sobre Cuba al cierre de 2020”. Lo que se desprende como única solución, aunque no se menciona exactamente así, es el de un Pacto Social como resultado de un posible diálogo respetuoso, no solo con la disidencia, sino entre las figuras más representativas de todos los sectores de la sociedad cubana. Y el factor de presión para que esto se haga realidad no vendría de ninguna potencia extranjera, sino de las calamidades sin fin de una población que no aguanta más.

En todo caso, no será éste el primer “vaticinio” incumplido del autor. Desde fines de los 70, en tertulias donde se empezaban a discutir abiertamente los problemas del país, se inició un largo proceso de gestación que Seguridad del Estado intentó abortar llevando a prisión a varios contertulios, y fue en 1983, en el Nuevo Presidio Político —llamado así porque éramos los encarcelados tras las liberaciones del Diálogo del 78—, donde se produjo el parto del primer grupo disidente, el Comité Cubano Pro Derechos Humanos (CCPDH). Entre los fundadores se encontraban también Ricardo Bofill, Elizardo Sánchez Santacruz y Gustavo Arcos Bergnes. El Comité que creció en la cárcel y se extendió a las calles con los miembros que iban saliendo en libertad, logró la visita a la prisión de la Cruz Roja, de Amnistía Internacional, así como de una comisión de Naciones Unidas, todo lo cual llevó a que el Gobierno Cubano por primera vez fuera sentado en el banquillo de los acusados en la ONU.

De los fundadores fui yo el que más tiempo permaneció tras las rejas, y junto a los miembros que allí quedábamos, elaboramos una estrategia para los años venideros. Convertimos la cárcel en una inmensa maqueta de lo que debía crearse en la sociedad, agrupaciones de apoyo a las diferentes esferas sociales, por lo que fundamos una Asociación Disidente de Artistas y Escritores de Cuba (ADAEC), una Junta de Autodefensa de Religiosos Perseguidos (JARPE) y la Liga Cívica Martiana. La ADAEC y la Liga confeccionaron revistas, algunos de cuyos números alcanzaron más de cincuenta páginas. Los ejemplares no sólo circulaban por la prisión pues algunos llegaron a las calles, incluso cruzaron el Estrecho de La Florida y gracias a Elena Mederos, algunas de sus páginas fueron publicadas en El Nuevo Herald. El mensaje debía ser, no que el pueblo se nos uniera, sino que nosotros nos uniéramos al pueblo, No se le debía pedir a nadie que se uniera a manifestaciones por elecciones libres y cosas por el estilo, sino apoyar los intereses de la población en sus diferentes esferas, ir directo a sus necesidades.

En 1988, gracias a una campaña internacional, fui excarcelado a condición de que no permaneciera en Cuba y fui escoltado desde mi celda, al Aeropuerto Internacional José Martí. En el exterior fundé el Buró de Información del Movimiento Cubano de Derechos Humanos (Infoburo) que de hecho se convirtió en portavoz y centro de apoyo de ese movimiento, a la vez que existía una representación oficial del CCPDH dirigida por Bofill, ya en el exilio desde 1989. Infoburo recibió el apoyo de algunas organizaciones del destierro, como Cuba Independiente y Democrática, el Partido Demócrata Cristiano, el grupo socialdemócrata que dirigía el profesor Baloyra y otros muchos cubanos, antiguos oficiales del Ejército Rebelde y ex dirigentes de la CTC revolucionaria, así como numerosas personas humildes que donaban peso a peso para que nuestra actividad continuara. Teté Machado, que se nos unió en el 88, se despojó de todas sus prendas para los gastos telefónicos. Trabajábamos mañana, tarde y noche, y a veces de madrugada. Hubo días en que solo teníamos para comer pan y café con leche.

Con todo, los recursos de Infoburo no alcanzaban para la dimensión que estaba cobrando el movimiento dentro de Cuba, pues fueron surgiendo grupos de apoyo a los artistas, a los trabajadores, a los religiosos, a las mujeres, a los enfermos, Cada comité no solo denunciaba los abusos gubernamentales perpetrados en sus respectivas esferas, sino que se unía a las protestas contra desalojos y otras arbitrariedades, y se recababan medicamentos para enfermos y a veces, incluso, ayuda económica, especialmente para familias que sufrían estrecheces por el encarcelamiento del principal sostén. Confiábamos que con esa estrategia surgiría un movimiento fuerte con apoyo popular y lograría una toma de conciencia cívica en ese pueblo a tal nivel que la dirigencia castrista no tendría más remedio que realizar cambios fundamentales hacia una sociedad más abierta. Calculábamos que eso podría hacerse realidad a mediados de los 90.

Hoy, al cabo de tantos años, eso parece ridículo, pero por entonces teníamos razones para pensar así. El Comité, bajo la dirección de Arcos Bergnes, se extendió por todo el país. “En cada municipio hay una velita encendida”, nos decía él, y los demás grupos disidentes se multiplicaban por todas partes. El régimen respondió violentamente con arrestos y actos de repudio. Las casas de los líderes eran sitiadas y los disidentes, asediados y agredidos en las calles. Había días en que La Habana parecía una ciudad en estado de sitio. Fue entonces, en 1990, cuando Arcos, quien fuera asaltante del cuartel Moncada, fundador del Movimiento 26 de Julio en Las Villas y uno de los principales organizadores de la expedición del Granma, dio a conocer la carta abierta a su antiguo compañero de lucha, Fidel Castro, proponiéndole el diálogo. Esto tenía un precedente, porque pocos años antes, Elizardo Sánchez, tras discrepancias de métodos con Bofill, había fundado la Comisión Nacional de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional con una posición muy parecida.

Por supuesto que no hubo respuesta del gobierno a la carta de Arcos. De donde vino fue de organizaciones poderosas del destierro. Arcos fue calificado de “traidor”, y Bofill, que dirigía un programa de comentarios y entrevistas en la entonces Cubanísima, y yo, que recibía una modesta paga por el suministro diario de información a esa emisora, fuimos despedidos. “Diálogo” era para ellos una mala palabra, y “disidente”, sinónimo de comunista encubierto. Pero cuando las protestas internacionales por la represión brutal del régimen hicieron que el centro de la oposición se trasladara de Miami a La Habana, muchas de estas organizaciones comenzaron a revisar sus posturas. Incluso el National Endowment For Democracy, que recibía fondos del Congreso de Estados Unidos, fue a vernos para proponernos una ayuda periódica. Les dijimos que aceptábamos a condición de que se nos respetaran nuestras posiciones, en especial nuestra oposición a la política del embargo estadounidense, y ellos estuvieron conformes. Esto nos ayudó a cubrir los gastos para que el movimiento continuara desarrollándose. Había mucho entusiasmo. Recuérdese que en el 89 se había derrumbado el llamado campo socialista y en el 91, la Unión Soviética, por lo que se esperaba que lo de Cuba fuera cuestión de dos o tres años.

¿Qué pasó?

A pesar de la ayuda, nuestros recursos no podían compararse con los de esas poderosas organizaciones, las cuales comenzaron a buscar entre los líderes disidentes, a los más apropiados para apoyarlos. Se les ofrecía ayuda a cambio de que defendieran desde Cuba, sus propias demandas, se les dijo que no se llamaran a sí mismos disidentes sino “opositores”, con lo cual sembraron la semilla de la división. Pero lo peor no era el apelativo sino el discurso. Al adoptar una retórica de confrontación, comenzó a producirse un distanciamiento con la población. Si se le pedía salir a las calles pidiendo elecciones libres, aquellas personas cuyos hijos no tenían qué comer, lo único que les importaba era zapatear en la calle para llenar esos platos vacíos. Y más tarde, todos aquellos que dependían de los turistas o de la ayuda de familiares en el exterior para ganarse la vida, no podían simpatizar con aquellos locos que apoyaban las demandas de restringir viajes y remesas.

El resultado fue que el movimiento disidente, en vez de integrarse al pueblo, fue quedando cada vez más marginalizado. Muchas veces llamábamos a grupos que habíamos ayudado desde mucho antes y nos respondían: “Llamen a fulano que ya se las dimos a ellos”. Infoburo fue quedando cada vez más inoperante. Podríamos hablar de otras consecuencias más desagradables, pero no las quiero ni recordar. Finalmente, en 2004, cerramos Infoburo y al año siguiente donamos nuestro inmenso archivo a la Universidad Internacional de La Florida.

De ahí que entienda a nuestro ilustre crítico, Arnaldo M. Fernández, cuyo título reiterado en varios artículos, “Efemérides de la Contrarrevolución Cubana”, exprese hoy que “no hay alternativa si la única credencial política de los opositores cubanos estriba en ser víctimas de la represión, salir por los medios y contar con alguna palanquita fuera”.

Sin embargo, si se compara lo que ha estado ocurriendo en los dos últimos años con lo que no ocurría en los 70, veríamos una diferencia notable. Por entonces la menor crítica podía costar ir a prisión: Un niño de catorce años encarcelado por quemar un periódico donde había una foto del Ché, un hombre condenado por haber matado a Fidel Castro en un sueño, y el autor de estas líneas, sentenciado a ocho años por un manuscrito hallado en una de las gavetas de su vivienda. Cosas como éstas ya no ocurren porque tendrían que encarcelar a decenas de miles de personas.

¿Qué ha pasado entre aquellos años y éstos? Aunque lentamente, se ha ido ganando una toma de conciencia de los derechos ciudadanos. Los artistas independientes —¿quién lo iba a decir?—, han pasado a la vanguardia. No es que se enteraran ahora de la consigna de “con la Revolución todo”, sino que ahora tienen el valor de cuestionarla. La línea de lo permisible se ha ido corriendo gradualmente, no por concesiones desde arriba, sino arrebatadas desde abajo por las conquistas de la práctica diaria. A ello se suma el acceso gradual de la población a las redes sociales que les permite una mayor comunicación con algo completamente nuevo: la incorporación del pueblo a las protestas, algo que incluso se nota cuando alguien es víctima públicamente de un abuso de poder. Empezamos a ser testigos de lo que el líder checo Vaclav Havel llamara “el poder de los sin poder”.


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