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Política

Testigo de nobleza

Lo más extraordinario de la vida de Mario Chanes de Armas no fueron sus aventuras revolucionarias, sino el valor con el que hizo frente a seis lustros de cárcel y maltrato.

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El sábado 24 de febrero de 2007 —aniversario 112 del Grito de Baire— se nos murió en Miami Mario Chanes de Armas. Muy pocos cubanos de las últimas generaciones saben quién fue. Quizá yo tampoco lo hubiera sabido nunca, de no haber sido porque en los años sesenta me encarcelaron —cuando todavía era menor— y en el presidio político coincidí con él y con su hermano Paco.

A pesar de la diferencia de edad, llegamos a ser buenos amigos. Andando el tiempo, los avatares de la vida carcelaria nos llevaron a compartir galeras y pabellones de castigo, por la geografía del prolijo gulag de la Isla. Cuando en 1978 nos despedimos por última vez en Cuba, ocupábamos dos literas contiguas en la celda 1402 del edificio número uno del Combinado del Este, un paradigma de arquitectura estalinista que el régimen había construido poco antes.

Por entonces, Mario había pasado ya casi 19 años en la cárcel, sin contar el tiempo que había permanecido encerrado en el Castillo del Príncipe y el penal de Isla de Pinos bajo la dictadura de Batista.

Luego cumpliría 11 más, para alcanzar la triste marca de 30 años de prisión de máxima severidad, récord absoluto en el sistema comunista cubano. Porque Mario no sólo era un plantado que había rechazado todos los planes de "reeducación" y "rehabilitación" que el gobierno había tratado de imponerle, sino que además pertenecía a la exigua y riesgosa categoría de "presos de Fidel": los reos cuyas condiciones de reclusión fueron (son) particularmente severas e inhumanas, porque, por las razones más diversas, el Comandante en Jefe sentía (siente) especial inquina hacia ellos.

Ni cargos ni prebendas

En esa época los "presos de Fidel" formaban un grupo heterogéneo, que incluía, entre otros, al dirigente estudiantil Pedro Luis Boitel, que murió en huelga de hambre en el Castillo del Príncipe en 1973; a Huber Matos, el comandante que se atrevió a denunciar en 1959 el rumbo comunista que tomaba la revolución y tuvo que cumplir 20 años de cárcel por una carta de dimisión; al ingeniero Pepe Pujals, que conspiró para derrocar al régimen y se salvó del paredón de fusilamiento sólo para pasar 28 años entre las rejas; a Andrés Vargas Gómez, nieto del Generalísimo Máximo Gómez, que se infiltró en la Isla poco antes del desembarco de Playa Girón para coordinar las acciones de la resistencia; al comandante César Páez, que murió en prisión en 1977, a los 40 años de edad, víctima de atroces condiciones de reclusión; al poeta Jorge Vals, influyente teórico del Directorio Estudiantil Revolucionario en las luchas revolucionarias; a Rafael del Pino, ex amigo de Castro, testigo de su boda y luego su enemigo íntimo, herido en 1959 cuando intentaba sacar del país a varios opositores y posteriormente "suicidado" en una celda del Combinado del Este; al comandante del ejército constitucional Felipe Mirabal, presunto padre biológico de Raúl Castro, que pasó más de 20 años condenado a muerte, y a ocho o diez personas más.

Entre ellos, Mario ocupaba un sitio prominente.

Porque Mario Chanes había acompañado a Castro en el ataque al cuartel Moncada y luego en la prisión de Isla de Pinos, y más tarde en el exilio de México, y aun después en el naufragio del yate Granma ante la costa de Manzanillo. Cuando todas esas iniciativas fracasaron, se sumó a la lucha clandestina en La Habana, hasta que la policía del antiguo régimen lo arrestó, torturó y mandó a la cárcel.

El 1 de enero de 1959, Mario era uno de los pocos supervivientes del grupo que siete años antes había emprendido la lucha armada a las órdenes de Castro. Tenía más antigüedad en el movimiento insurreccional que Ernesto Che Guevara o Camilo Cienfuegos, los comandantes que luego el régimen mitificaría. Había sido jefe de los jefes que bajaban de la Sierra Maestra, a veces sin haber disparado un tiro, y ocupaban regimientos y ministerios. Su ejecutoria revolucionaria era intachable y, si hubiera decidido servir al nuevo caudillo, sin duda habría ocupado puestos importantes a su vera.


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