Actualizado: 29/04/2024 14:55
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Política

Testigo de nobleza

Lo más extraordinario de la vida de Mario Chanes de Armas no fueron sus aventuras revolucionarias, sino el valor con el que hizo frente a seis lustros de cárcel y maltrato.

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Pero Mario Chanes no había escogido el camino de la lucha insurreccional para cosechar cargos ni prebendas. La dictadura de Batista se había desplomado y se abría una era de concordia y libertad para todos los cubanos. Habría elecciones libres, de las que saldría un gobierno honrado y progresista, que encaminaría al país por la senda del desarrollo y la justicia social. O al menos así lo creyeron muchos de los que, como él, arriesgaron la vida con generosidad y saludaron el triunfo de 1959.

Por eso Mario rechazó los cargos que Castro le ofreció y recuperó su modesto empleo en la cervecería La Polar y sus funciones de dirigente sindical. No sospechó que al hacerlo estaba firmando su propia sentencia de prisión. El Comandante en Jefe, que urdía ya el entramado de su dictadura personal, no le perdonó nunca la renuncia a participar en el nuevo régimen al hombre que lo había ayudado, con lealtad y valentía, a triunfar en el empeño guerrillero. Unos meses después, la policía política arrestó a Paco y a Mario, y un tribunal militar los condenó —sin pruebas y con el concurso de testigos amaestrados— a 20 y 30 años de cárcel, respectivamente.

Plantado hasta la libertad

Paco cumplió su condena y marchó al exilio, donde falleció en 1991. Mario cumplió, día por día, los 30 años a los que fue sentenciado. En la cárcel aguantó con entereza todas las penalidades, desde el plan de trabajos forzados y las huelgas de hambre hasta la muerte de su único hijo, en los años ochenta. El ensañamiento personal de Castro era de tal ahínco, que ni siquiera en esa ocasión el director de la prisión le permitió asistir al funeral bajo escolta.

Lo más extraordinario de la vida de Mario Chanes de Armas no fueron sus aventuras revolucionarias de la época de Batista, a pesar del papel estelar que le tocó desempeñar en esa etapa, sino el valor y la dignidad con los que hizo frente a seis lustros de cárcel y maltrato. En ciertas ocasiones, los generales y jerarcas del Partido Comunista que pasaban por La Cabaña o el Combinado del Este se acercaban a la reja de la galera y pedían hablar con Mario.

Yo fui testigo casual de alguna de esas entrevistas y del respeto y la mal disimulada admiración que sus propios enemigos le manifestaban. Mario tomaba todo aquello con la misma calma con la que había vivido sus momentos de gloria insurreccional. Era un hombre ecuánime, sonriente y modesto, que había aceptado el sacrificio, a sabiendas de que sólo recibiría en pago el resentimiento de los trepadores y la indiferencia de la masa obsecuente.

Después de pasar 30 años en las cárceles de Castro y haber salido de Cuba gracias a la solidaridad del exilio, Mario dedicó el resto de sus días a dar testimonio de su experiencia y a suscitar la condena del régimen de La Habana en los foros internacionales. Como director de la agrupación Plantados hasta la libertad y la democracia en Cuba, llevó su mensaje de dignidad y justicia a cuantos quisieron escucharle. Sin odio, con la misma serenidad y firmeza con las que se enfrentó a sus verdugos.

Finalmente, la enfermedad y la muerte lograron acallar la voz que los muros, el hambre y las bayonetas no habían podido sofocar.

Desde hace mucho tiempo, siempre que pienso en Mario Chanes me vienen a la mente los conocidísimos versos de Luis Cernuda: "Recuérdalo tú y recuérdalo a otros, / Cuando asqueados de la bajeza humana, / Cuando iracundos de la dureza humana: / Este hombre solo, este acto solo, esta fe sola".

A nosotros los cubanos, que estos años andamos tan escasos de grandeza y generosidad, se nos murió el 24 de febrero un gran hombre, un héroe modesto y sonriente, que fue capaz de luchar toda su vida, hasta las últimas consecuencias, por la libertad de su pueblo: "un testigo irrefutable de toda la nobleza humana".


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