Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Mariel: 25 años después

Crónica de cuatro vidas

Cerca de doscientos exiliados viven aún en Perú agradeciendo o maldiciendo la suerte de salir de Cuba.

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El efecto mariposa: antecedentes

Corre el año 1979: la Embajada de Perú en La Habana, situada en el residencial barrio de Miramar, ostenta la pastoril fachada de eso que llaman un país amigo. Un duro día de agosto, el policía de tránsito cubano Ángel Gálvez dejó su motocicleta en la vereda, saltó la alambrada del jardín y pidió asilo. El episodio se mantuvo en reserva y no empañó mayormente las relaciones entre ambos países.

Pero el 17 de enero, una camioneta con 12 familiares, amigos y hasta una suegra que nadie quería tener lejos, atravesó "las puertas del paraíso". Como la cosa tenía pinta de anárquico desparpajo, entrar en la embajada se fue convirtiendo en un deporte regional: el 28 de marzo penetró al jardín un ómnibus con su conductor y dos muchachos.

Enseguida la cuenta llegó a 19 personas. Y tres días después se registró el episodio que en Cuba llamarían el despelote total: una guagua de la misma línea volvió a derribar el portón a las cinco de la tarde del 1 de abril, pasando entre dos centinelas de la "Policía Revolucionaria". Ambos hicieron fuego sobre el vehículo e hirieron a dos de sus seis ocupantes. Pero lo más grave: un policía mató al otro.

El gobierno cubano exigió la devolución de quienes iban en el bus para procesarlos, pero el gobierno peruano se negó por razones políticas y abrió las puertas de su embajada para conceder asilo político a quien quisiera irse de la Isla. Ante esta situación, el gobierno cubano decidió tomar como represalia el retiro permanente de la protección a la Embajada de Perú, y fue cuando miles de cubanos, cada uno con diferentes motivos, ingresaron con sus hijos a cuestas, sin un pan debajo del brazo, con la esperanza de rehacer sus vidas.

Crónica de cuatro vidas calladas

Pachacamac es un lugar muy pobre, esto no es nuevo. Es tener que sentarse en un bus destartalado durante una hora para ir estudiando las variaciones del paisaje, mientras uno se aleja de Lima. Pachacamac no parece un sitio peligroso: es un sitio peligroso. Una suerte de detrito metafísico por su forma de laberinto, su irrespirable olor a fritanga, traspasado por la mirada veladamente hostil de sus pobladores.

Entre Villa El Salvador y Pachacamac hay un paradero en el que vociferan los cobradores de micro: "¡Cubanos baja!", que traducido al castellano quiere decir: "Parada de la colonia cubana". Al llegar a la manzana habitada por estos caribeños de los Andes, inmediatamente salen mulatos importados de cualquier barrio de la Habana Vieja, con los ojos curiosos e insolentes porque un extraño se ha atrevido a entrar en sus dominios. Después de merodear por la manzana "J" de la Avenida Republicana e informarnos con los bodegueros, conocimos a cuatro exiliados que no son santos, pero tampoco la escoria que muchos piensan.

Pablo, Mercedes, Luis y Raúl, hace 25 años decidieron irse definitivamente de la Isla. Estaban entre aquellos miles que decidieron cambiar un cielo azul sin esperanza por la ilusión de encontrar algo bajo el cielo gris de Lima. Llegaron hace más de dos décadas y algunos no tienen más distracción que el trabajo, ni más descanso que la nostalgia.

Muchos comercializan droga y son delincuentes incorregibles. Hasta se dijo que el monstruo de Pachacamac (famoso violador limeño) salió de la colonia cubana. Pero a pesar de la mala fama que tienen, muchos sudan la gota gorda para mantenerse a flote reparando licuadoras viejas, jugando a adivinar el futuro con caracoles y vendiendo aguardiente o cerveza.


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