Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Mariel: 25 años después

Crónica de cuatro vidas

Cerca de doscientos exiliados viven aún en Perú agradeciendo o maldiciendo la suerte de salir de Cuba.

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Pablo Santana Montoya: "Aquí soy un paria"

Tiene 61 años y parece que la sonrisa se le ha secado. En el barrio es conocido como El Conde, pero no tiene un feudo, sino un pequeño negocio de reparar cocinas de kerosene. Conserva su gentileza detrás de una mirada deprimida y nostálgica. Tiene en la pared afiches de Pedro Infante y Jorge Negrete, además de hierbas secas para la buena suerte.

Le encanta cantar rancheras con su desafinada guitarra, pero la situación económica hace ocho años que lo obliga a reparar cocinas, picaportes, llaves, o lo que sea. Mientras su esposa peruana lo llama para almorzar, nos cuenta detrás de los barrotes de su taller improvisado, que era anticastrista, pero que ahora al proceso ni lo combate ni lo critica.

Tiene los ojos sombríos y tristes, y lamenta haber venido a Perú: "Aquí soy un paria. Me arrepiento porque yo en Cuba era administrador de una pizzería. Cuando recién llegué, la nostalgia me mataba".

Nos cuenta que en aquel entonces, estaba en la casa de un vecino tomándose un cafecito y fumando un tabaco, cuando le dijeron: "la gente se está metiendo en la Embajada del Perú", y no lo pensó dos veces. Al momento de tomarle una foto, se entusiasma tímidamente como si ya nadie se percatara de su existencia. Pero un instante después, empuña su guitarra, y la voz susurrante con la que contaba su historia se transforma en la de un charro mexicano dando una serenata a todo el vecindario.

Luis Peralta Rivero: "Los cubanos son una cagada"

Una rencorosa cicatriz le cruza el pómulo derecho de su rostro negro. En Cuba era zapatero y aquí cayó con un pie en la cárcel de Lurigancho, "porque le di un balazo a un paisano en el '89. Y estuve ahí 19 meses". Pero asegura que todos los peruanos lo respetan, a diferencia de sus compatriotas, que le han dado muchos problemas, por eso los detesta.

"No me dejan trabajar, lo único que me dan son problemas. Los cubanos fumones me han jodido bastante, tanto que ahora me están investigando por venta de drogas. Por eso no los quiero ver ni en pintura, porque son una cagada". Llegó al Parque Zonal Túpac Amaru un 3 de junio de 1980, cuando tenía 42 años y la esperanza de sacar a su familia de Cuba.

Luego fue ubicado por las Naciones Unidas en Pachacamac, y hoy le queda la resignación de vivir solo en su local, donde vende cerveza y aguardiente desde hace nueve años. Empezó vendiendo cigarros, hasta que fue armando su bodega de piso de tierra y paredes descascaradas. Ahora su único pasatiempo es trabajar día y noche para que el negocio salga adelante. Mientras coloca un cassette de salsa en su radio antigua, enfatiza: "Nunca me arrepiento de mis decisiones, a lo hecho, pecho". Y luego concluye con una frase tan actual para los cubanos: "La vida hay que lucharla, no es fácil".

Raúl Montesinos: "Uno sale para llenar ese vacío"

Llegó con 21 años, cuando era flaco y alargado como la forma de la Isla. Ahora los anticuchos de corazón de res y la cerveza le han llenado la barriga que ostenta como un trofeo, una prueba redonda y viviente de que valió la pena haber venido. Es mecánico de carros y algo saca de vivir engrasado bajo las llantas, pues sus hijos que han nacido en Perú ya han podido conocer La Habana.