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'Una ponencia gris': las artes de embalsamador de Ambrosio Fornet

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Por supuesto, la lechada que se le da a los gestos autoritarios, al intervencionismo estatal, corre pareja con el ritual del lavatorio de esos mismos gestos. Y es aquí donde la falacia es reemplazada, si se quiere más escandalosamente, por el cinismo. Si P.M era sólo "un modesto ensayo de free-cinema, un documentalito", como afirma Ambrosio Fornet, ¿por qué dio entonces origen a las Palabras a los intelectuales? Y ¿qué fue lo que causó la censura de ese "documentalito"? O, ¿cuál es el vínculo entre P.M y las preguntas que "uno díria" —especula Fornet— suscitó la polémica en torno a su censura: "¿Quiénes son los que van a hacer cine en Cuba? ¿Quiénes son los que van a representar institucionalmente a nuestros escritores y artistas?" No se trata de negar que P.M hubiese sido o no un "documentalito", sino de indagar por qué la polémica lo convirtió en documentalote. ¿Cómo, por cuáles enrevesados caminos, ese documental llegó a plantear tales preguntas? Ese es el escollo que elude Fornet. Así les pasa por encima, a trancas y barrancas, a otras acciones represivas cuyos sujetos aparecen convenientemente borrados: "el posterior cierre de Lunes de Revolución", la creación de las UMAP —que califica meramente de "desafortunada iniciativa", y cuyo saldo resumen "unas cuantas cicatrices".

El cinismo de Ambrosio Fornet se eleva, sin embargo, a alturas estratosféricas al tratar el asunto de la hostilidad hacia los homosexuales en el Quinquenio Gris. Aunque "todos éramos culpables" en este sentido, la culpa mayor recae —escuchen bien— en las ideas positivistas de fines del siglo XIX, "o de algún precepto de la Revolución Cultural china". A Fornet se le olvida explicarnos, por cierto, cómo fue que ese precepto de la Revolución Cultural china llegó hasta nosotros. En cuanto a echarle la culpa al pasado, debemos recordar lo que afirma Ian Lumsden en Machos, Maricones and Gays: "El Código Penal impuesto en Cuba hasta 1979 fue básicamente el mismo que el Código de Defensa Social de 1938, el cual derivó a su vez de la ley española". Resulta revelador que en términos de prejuicios y actitudes homofóbicas, la Revolución Cubana no sólo no rompe con el pasado, sino que lo continúa.

Así como el Congreso de Educación y Cultura es una respuesta [de Fidel] a la carta de protesta publicada por los intelectuales y escritores europeos, también ahora, en lo que atañe a los homosexuales, Ambrosio Fornet especula que "tal vez el clima emocional de la plaza sitiada —que incluía la constante exaltación de las virtudes viriles—, así como la obsesión por enderezar tantas cosas torcidas de la vieja sociedad, nos llevaron a querer enderezar o restaurar también a los homosexuales, quienes no en balde eran descritos desde siempre con eufemismos como invertidos o partidos." Pero, ¿es que acaso ese clima de plaza sitiada no ha sido una constante, el eje de la política cubana, desde el triunfo mismo de la Revolución Cubana? Nadie puede negar que, de una u otra manera Cuba ha sido, en efecto, una plaza sitiada por la hostilidad de sucesivas administraciones norteamericanas desde que se produjo el viraje revolucionario de 1959. Pero tampoco puede refutarse que eso ha servido para articular, justificar y mantener un sitio interno, una estructura de poder encaminada a sofocar disidencias, a desalentar los desvíos, a aceitar la máquina del poder.