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Crónicas

Después de las purgas, la resurrección

Los mismos que clavaron estacas para las alambradas de las UMAP, hoy empiezan a ver en el homosexual a un semejante.

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La conmemoración en Cuba del Día Mundial de la Lucha Contra la Homofobia ha revuelto viejos polvos. Sobre todo entre la gente de antes, entre los que sintieron el ruido pavoroso de las estacas hundidas en el suelo y el martillo, clavando en ellas las alambradas que entre los años 1964 y 1968 fijarían los límites de los sorpresivos campamentos para el internamiento de los homosexuales. Para su constructivo confinamiento. Para que sanaran mediante la cura del trabajo agrícola. O por lo menos, para mantenerlos aislados del resto del cuerpo social: empeñado en aquel momento en su histórica batalla por la "Construcción del Hombre Nuevo".

Era una pedagogía en la que Cuba no tenía experiencia. Es cierto que en esta isla de azúcar y ron y mujeres a las que hay que decirle usted y morirse a pie de obra escribiéndoles sonetos en las piernas, plegarias en los muslos, el homosexual era visto como "un mal" que nadie quisiera en su familia. Pero nadie lo perseguía.

Lo encontraba usted de médico, abogado, dependiente, profesor, periodista, boxeador incluso, de ministro, senador, de galán en la televisión. Las profesiones todas estaban abiertas para que él las ejerciera. Y las aulas para que las aprendiera. Hasta en el muy estricto partido de los comunistas, tanto en la base como en el Buró Político, había conquistado el homosexual un lugar.

Pero entonces bajaron los barbudos de la Sierra, con sus fusiles y barbas que los hacían parecer más machos. Después de los primeros himnos cantados a coro y del "todos somos iguales" del debut, lejos ya del episodio de Girón y de la proclamación del carácter socialista de la revolución (cuando la revolución, guardada por la Unión Soviética y admirada por el mundo, estaba fuera de peligro), los homosexuales, especialmente los varones, tuvieron que disfrazarse a la carrera.

Entre los primeros en dejarse la barba, estuvieron ellos; los más se casaron y hasta tuvieron hijos apresuradamente. Esa astucia les evitó, a los varones, ser enviados a los campamentos de reeducación, pero no los salvó de ser "parametrados". Es decir, ser declarados no-personas, ceros a la izquierda; sin embargo, la revolución debía cuidarse de ellos, pues su elección sexual comprometía el proyecto del Hombre Nuevo.

Por consiguiente, los alejaron de la enseñanza y de todo lo que oliera a cultura. En las universidades fueron investigados en exhaustivas asambleas de la Juventud Comunista, no menos ardorosas que las que acompañan el recuerdo del senador McCarthy, y expulsados.

Alguno, para escapar de tal persecución, voló de repente desde el balcón de un piso 20. Y en el sector de las artes escénicas, cientos de ellos, actores y directores, sin tener en cuenta el prestigio que pudieran tener, fueron dejados cesantes, de modo que tampoco desde las tablas pudieran contaminar. Esto, a pesar de que por lo general todos ellos, hembras y varones, eran milicianos y profesaban la ideología marxista-leninista.

Ni aun el ejército les sirvió de refugio. Cuando allí se les detectó, los depuraron (por lo menos dos comandantes fueron abajo, según se dice). Igual purga sufrieron los homosexuales que en las filas civiles del Movimiento 26 de Julio habían participado en la insurrección, fueran hembras o varones. Más de una vez, ni aun el rango de leyenda que alguno de ellos exhibía, pudo salvarlo. Todos al olvido. A la basura.

Ahora pasó el tiempo y todo eso ha empezado a ser folklore. Nada que pueda importar, después de todo, en un país que ha vivido amenazado de invasión y bloqueado económicamente por Estados Unidos durante casi 50 años y, sin embargo, aún sigue ahí, en pie y hacia delante. Va victoriosamente hacia su primer milenio, para envidia de quienes vengan después y sueñen con grandes hazañas, según predicaba un militante, el otro día, disculpando que quienes clavaron aquellas estacas escalofriantes para las alambradas de entonces, sean los mismos dirigentes que hoy empiezan a ver en el homosexual a un semejante.

"Cosas de unos muchachos que nunca habían gobernado, por lo que carecían de experiencia en el poder", resumía apasionado aquel militante.


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