Actualizado: 23/04/2024 20:43
cubaencuentro.com cuba encuentro
| Encuentro en la Red

CSI La Habana

De película

Si la policía descubrió a los asesinos del jefe de la mafia en Luyanó, ¿por qué no llegó antes al autor de tantas muertes y barbaridades de ocurrencia cotidiana?

Enviar Imprimir

Culminando un proceso de investigación criminal que recuerda los de la famosa serie televisiva CSI, no sólo por su total eficiencia y rapidez, sino también por lo avanzado de las técnicas que se emplearon, la PNR (Policía Nacional Revolucionaria) ha detenido en La Habana a los asesinos de Oliva, el chacal de Luyanó.

Temible y sanguinario donde los haya, Oliva era el jefe de una banda de delincuentes que campeaba por su respeto en las calles capitalinas, muy en especial en el populoso barrio de Luyanó, cuyos mataderos y frigoríficos servían de base a su dominio y eran además el principal escenario de su leyenda negra.

No había robo, extorsión, soborno, chantaje o crimen relacionados con el comercio clandestino de carnes, frente al cual no sonara (antes y por encima de cualquier otro) el intimidatorio nombre de Oliva. Tampoco existía —según vox pópuli— ningún otro malhechor en estos predios que manejara, moviera y gastara más dinero, a pesar de que su empleo formal era el de jardinero en un frigorífico.

Pero a diferencia de sus grandes ídolos peliculeros (los capos de la carne en Chicago), Oliva era una rata sin código de ética. Había hecho historia como abusador y cañonero, desprovisto de modales y de sutilezas, y como engreído sin tacto. Y fue así como él mismo terminó afilando el cuchillo para su pescuezo.

Hace muy poco, varios secuaces de Oliva se complotaron para asesinarlo. Luego, fieles a las prácticas aprendidas del jefe, desollaron su cuerpo, lo descuartizaron minuciosamente, separando los huesos y la carne, y se dieron a distribuirlo en paquetes con pequeñas porciones por diversos puntos de la ciudad.

Entonces ocurrió un milagro ante el cual Rolando Laserie exclamaría sin duda: ¡De película!

A partir del hallazgo de un pedazo de piel, los investigadores no sólo consiguieron abrirse paso en torno al enigma de la desaparición de Oliva, sino que también reconstruyeron con exactitud el escenario del crimen, establecieron sus móviles, el modus operandi y (todo en tiempo récord) detuvieron a los asesinos.

Impunidad para matar, robar, sobornar

La gente de Luyanó, que ha estado más o menos al tanto del proceso policial, pudo constatar detalles, pero no logra reponerse de su extrañeza. Les llama la atención que todo haya sucedido como en CSI. Y no es que no estén dispuestos a admitir que en La Habana existan investigadores tan agudos y bien preparados como en Las Vegas. Es que no se explican dónde estaban metidos tales investigadores cuando Oliva hacía y deshacía a sus anchas, impunemente.

¿Cómo asimilar el hecho de que en la misma forma que ahora llegan fácilmente hasta los ejecutores de la muerte de Oliva, las autoridades policiales no hayan llegado antes a Oliva, artífice y ejecutor con mano propia de tantas muertes y otras barbaridades de ocurrencia cotidiana? ¿De qué modo se entiende (si no ponemos en ebullición toda la suspicacia criolla) que el capo de la carne en Luyanó disfrutara durante años de impunidad para matar, robar, sobornar… a la luz del día, y que sólo ante el peligro (para la mafia) de que su imperio pierda cabeza, autoridad y solvencia, vuelva a hacerse sentir, con asombroso peso, el brazo de la ley?

¿Es de esperar que a partir de este momento los vecinos de Luyanó, y en general los habaneros, estén dispuestos a tragarse de buena gana la proverbial ineficacia de la policía, no ya para descubrir coartadas de asesinatos casi perfectos (lo que nunca hizo, a no ser que el caso presentara connotaciones políticas), sino para detener a violadores del montón o a simples gatos de tendederas?