Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Madrid

El calabozo de Palacio

Breve retrato del disidente Héctor Palacios, condenado a 25 años de prisión en 2003.

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La casa de Héctor Palacios, su pequeño apartamento de El Vedado, era un Palacio. Lo era, lo volverá a ser, porque es austero y limpio y constituye, como le gustaba decir al habanero José Martí, un hogar. No sólo el hogar de él y Gisela y los muchachos, sino el de sus amigos y el de una familia diversa y compleja que abarca todos los registros de la oposición interna y de la sociedad civil cubana que renace en los escombros del totalitarismo.

Allí, como Héctor sigue siendo un guajiro de Las Villas, se brindaba jugo de guayaba y café claro, unas briznas de queso criollo o pan con nada, pero sobre todo se brindaba amistad, una conversación amable e inteligente y la casa abierta al debate, a la polémica y al diálogo.

Ese Palacio estaba alumbrado por los libros y su vocación y oficio de sociólogo no restringía la biblioteca hogareña a los densos (para mí) textos de estudio y examen. Había una estantería (no conozco el inventario que se llevó la policía) abierta a la buena prosa hispanoamericana, a los grandes autores de Estados Unidos y a la poesía española.

Héctor, que es uno de esos escritores soterrados y bisiestos, se apareció un día con unos relatos de la vida de un tío suyo y todos los tertulianos informales de su casa nos sorprendimos y nos divertimos con las historias de Carmona, un hombre, natural de Canarias, famoso en los ámbitos de El Escambray por sus desafueros y su humor genuino.

Muchos creímos ver en ese personaje, de alguna manera, rasgos del hombre que hubiera querido ser Palacios de no haber conseguido ser quien es. Otros decían a sus espaldas, ese tipo no existe, lo inventó Héctor para contar esos cuentos de guajiros que lo apasionan.

Claro, la tertulia no era exclusivamente literaria y muchas veces se discutían allí ardientes asuntos de política y de políticas, pero siempre en un entorno de respeto a la opinión ajena y de tolerancia, unas mesetas a las que Palacios llegó por cuenta propia, con su lucidez y la claridad de un hombre que vive intensamente la vida y tiene luego asuntos sobre los que reflexionar y aprender.

Un hombre lúcido, un sencillo trabajador por la democracia, un cubano de la ciudad y del campo, ahora a caballo entre las dos parroquias que están más cerca de la muerte: la cárcel y el hospital.

Héctor Palacios va a encontrar en su estirpe de campesinos libres del centro de Cuba la fuerza para salir de esos calabozos. Su familia, sus amigos, el mundo está siempre con él.