Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Sociedad

En terreno del Vedado

La prensa oficial critica la homofobia en Estados Unidos, sin analizar lo que sucede en las calles cubanas.

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En estos días se ha exhibido en Cuba —sólo en funciones especiales, según leí, previas a su estreno— la estremecedora película En terreno vedado ( Brokeback Mountain), con la cual el cineasta Ang Lee ganó recientemente el Oscar al Mejor Director, entre los nominados a los premios que otorga la Academia norteamericana.

Una amiga que asistió a una de esas funciones especiales me contó que el público presente en la sala, al principio, según se iba desarrollando la trama, expresaba con murmullos cierta desazón, que después fue sustituyendo por un silencio respetuoso.

No hay dudas de que la hermosa cinta de Ang Lee, que narra una sobrecogedora historia de violencia, soledad y represión sexual a través de la relación amorosa de dos hombres en el oeste americano, tiene méritos de sobra para imponerse como ejemplo de buen cine. Pienso que aquí, en La Habana, recibirá la acogida que merece como obra de arte.

Además de sus innegables valores, existe para ello un momento propicio: por primera vez en la televisión cubana se está transmitiendo una telenovela de factura nacional que aborda el tema del sida y, en una de las subtramas, el de la homosexualidad masculina. En verdad, una propuesta que, hasta el momento, se acerca con decoro a un tema álgido, no siempre bien asumido por una sociedad como la nuestra, machista en grado sumo.

La prensa cubana ha publicado varios artículos donde, además de subrayar los logros de En terreno vedado, destaca el hecho de que a la cinta no se le haya concedido el premio a la Mejor Película, como prueba de la homofobia de la sociedad norteamericana.

El último de estos trabajos, publicado en Granma (11 de abril de 2006) bajo el título de "El espantapájaros de Wyoming", narra un suceso real —un crimen de odio— acaecido en ese estado norteamericano, en el que perdiera la vida Matthey Shepard, un joven estudiante de sólo 21 años, después de soportar salvajes torturas. Se trata de un crimen horrible y debe denunciarse, suceda donde suceda.

Los homófobos de antes siguen en el poder

Lo que parece injusto es que esa prensa que promulga la homofobia, los crímenes de odio y la discriminación en Estados Unidos, desde una posición de respeto por los derechos y las preferencias de los otros, nunca haya alzado su voz para publicar los crímenes de odio que se han cometido también en Cuba contra los homosexuales de ambos sexos; los suicidios de algunos que sintieron en su carne la creciente intolerancia del hombre nuevo —que era macho, por supuesto—; los abusos cometidos por el ejército cuando los encerraron en las Unidades Militares de Apoyo a la Producción; las depuraciones en las universidades, con horrendos juicios públicos; las arbitrariedades cometidas contra los teatristas "parametrados" cuando fueron expulsados de sus trabajos; cuando en 1980, durante el Éxodo del Mariel, los denigraron con el apelativo de "escoria", calificativo que esa misma prensa repitió hasta la saciedad con una orden terminante: "¡Qué se vayan!".

Es cierto que los tiempos han cambiado. No sólo para Cuba, también para el mundo. Aquí ya puede hablarse de estos temas con madurez y serenidad. Sin embargo, no todo es color de rosa: los mismos que reprimieron en las terribles décadas de los sesenta, setenta y ochenta continúan en el poder, y la homofobia es grande en muchos y muy importantes sectores de la población y el gobierno.

Hace unos días, caminaba en la noche por la calle 23, en el centro del Vedado. A unas pocas cuadras del cine donde se exhibía la película de Ang Lee, un policía le pidió el carné de identidad a un joven que caminaba solo por la acera. Ya con la identificación en la mano, el policía le volvió la espalda y se alejó.

El joven, exasperado —¿cuántas veces lo detendrían para pedirle su identificación esa noche?, ¿cuántas noches habrá dormido en una estación de policía?—, gritó: "¡Déjame en paz! ¡Los maricones somos personaaaaaaaas!". Su voz, como un aullido, apagó por un momento el ruido de los autos. Allí quedó, solo, parado en la esquina, mientras el resto de los transeúntes proseguía su camino.

Esta anécdota ilustra que es fácil criticar lo que sucede en otras partes, o lo que es lo mismo, notar la paja en el ojo ajeno.

Para que no nos acusen —con razón— de opinar tan a la ligera, bastaría con observar detenidamente lo que sucede en nuestro "terreno vedado" capitalino. Y, también, a lo largo y ancho de nuestra pequeña isla.