Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Iconofilia

Siguiendo la tradición de los Estados comunistas, más temprano que tarde se erigirá en la Isla un mausoleo para una nueva momia.

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En la escuela rural del Paradero de Camarones no alcanzaban las paredes para tantas efigies. Los rostros de Marx, Engels, Lenin, Céspedes, Martí, Gómez, Maceo, Dimitrov, el Tío Ho, Brezhnev, Guevara, Fidel y Raúl, entre muchos otros que mi memoria no alcanza, no dejaban ni un espacio en blanco en las tablas y la mampostería. Vivos y muertos nos vigilaban a toda hora entre barbas, ceños fruncidos y rostros descoloridos.

En materia de idolatría, los Estados comunistas han estado siempre más cerca de los antiguos egipcios que de sus próceres laicos. De ahí que dejen, por donde quiera que pasan, un rastro infinito de bustos, estatuas, monumentos, obeliscos y hasta momias.

Al caer el Muro de Berlín, la mayoría de los países de Europa del Este estaban sembrados con descomunales panteones donde se salvaguardaban los cuerpos embalsamados de sus líderes históricos. Algunos de ellos han recibido sepultura y otros aún permanecen a la vista de todos; aunque con el tiempo han perdido su sentido original y se han convertido, más que nada, en atractivos turísticos.

Pienso en esto, porque es probable que, más temprano que tarde, se erija un mausoleo para una nueva momia. Ya el conjunto escultórico debe de estar planificado desde el primer picazo hasta la última piedra. Mientras tanto (como un homenaje al comienzo de El otoño del patriarca), el círculo de auras tiñosas que siempre sobrevuela la Plaza de la Revolución sigue ahí. Nada logra espantar su imperturbable constancia.