Actualizado: 29/04/2024 2:09
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Sociedad

Mendigos

La evidencia de un país limosnero, desde los niños que piden pan hasta los intelectuales del insilio.

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Los corchos oficiales husmean y actúan: prevén con sagacidad digna de un amanuense de los Medicis. No pestañean cuando arriba al país algún marchant de arte o el director de cierta revista mexicana, el rector de la universidad tal o más cual… Prima, desde luego, la utilidad. Una utilidad digna de un banquero de Carlos V en Almagro. La claque espera, declama lo de "Tiburón se baña, pero salpica", que inmortalizara a José Miguel Gómez.

Los que dan lástima

Pero junto a los artistas-burócratas, que le cocinan y ríen al ministro de Cultura —¿novelista?—, se mueven los otros necesitados. Sus métodos de arañar lo que caiga, impelidos por la pobreza, no son tan inescrupulosos como los de la piña que obtiene acceso al hospital de dirigentes intermedios (CIMEX) y pensión mensual —no es la de los premios nacionales— en chavitos, permiso para comprar autos y cuota de gasolina estatal, firma autorizada en El Gato Tuerto y autorización aduanal para entrar al país DVD…

No son tan inescrupulosos, aunque dan lástima. Sé de improvisados guías turísticos que generosamente entregan su tiempo a poetas venezolanos cuyas obras horrorizarían a Vicente Gerbasi y a Uslar Pietri, que obligarían a otro exilio a Rómulo Gallegos. Recuerdo un evento sobre Lezama, celebrado en el Museo Napoleónico, donde una muy especialista mexicana era también profesora de baile flamenco. La atención que recibía era digna de Susang Sontag. Hasta quisieron —recuerdo muy bien a quien me lo pidió— que ofreciera una "conferencia magistral", en razón de la cena lezamiana que la susodicha brindaría más tarde.

Lástima: condolencia. ¿Cuántas revistas cubanas no le han publicado a escritores que en sus países no son leídos ni por sus abuelas? ¿Cuántos prólogos o reseñas encomiosas no han sido el producto inevitable de una factura en el supermercado de 70? "No es tan malo, Pepe, tú siempre exagerando", recuerdo que me dijo un crítico literario con dos hijos, urgido de dólares para que la "pintura roja" —carne de res comprada en la bolsa negra— llegara a su mesa.

Mendicidad: urgencia. ¿Puede hablarse de escrúpulos canónicos, de hermenéuticas intertextuales o de semióticas deslindadoras de lo estético, cuando las personas están peor que Rocinante? Se sabe que en cualquier país hay grupos, intereses extraartísticos, juicios y promociones comercializadas, pero lo que distingue a la Cuba del Perpetuo es la densidad, la desmesurada proporción de mercenarios. Y la imposibilidad casi total —admiro las honrosas excepciones— de caminos alternativos.

El horror de mi amigo mexicano también derivó hacia la "izquierda latinoamericana" (sic) que aún toma como referente a la Cuba antiimperialista, que subordina las evidencias del desastre a su enfermizo odio a Estados Unidos, donde van a dictar cursos, y al Metropolitan, donde quieren que los reciban como héroes del multiculturalismo.

Su cara de tristeza, sin embargo, no es más desgarradora que la del niño que le pidió pan cuando se tomaba un café con leche en El Patio, donde había ido por la foto de Cortázar y Lezama con el Chino López. Terminamos con una pregunta: ¿Los mendigos son de derecha o de izquierda? "Son del alma", le respondí.


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