Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Canarias

Trínquenme ahí ese poema

¿Cuál censura se debe alabar? ¿La que nos llega por la derecha? ¿La que nos llega por la izquierda? ¿La del Vaticano o la de la Meca?

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De Turquía viene la noticia. En un colegio de la ciudad de Milas, un estudiante de 17 años fue detenido por leer, en un acto escolar dedicado a la poesía, unos versos de su célebre compatriota Nazim Hikmet. El poema elegido por el muchacho no gustó a Hulusi Dooam, subprefecto de la ciudad. El funcionario, que se hallaba en el público, mandó llamar la policía y ésta procedió al arresto in situ del adolescente.

"Traidor de la patria" se titula el poema del conflicto. En él, el comunista Hikmet, fallecido en Moscú hace cuarenta y dos años en olor de santidad soviética, arremete con ardor contra el imperialismo yanqui y la burguesía turca. El estudiante estuvo tres horas en comisaría y fue puesto en libertad cuando las autoridades se aseguraron de que ese poema, no obstante ser belicoso y de barricada, no figura en el índice de los prohibidos, los que en el país de Ataturk son, al parecer, más de cuatro.

A pesar de lo aberrante de este incidente —otro que se suma a las vicisitudes del derecho a opinar en buena parte de nuestro, como diría Chateaubriand, "aburrido planeta"—, más aberrante me parece que una institución española otorgue a Mario Benedetti, panegirista de la dictadura cubana, un galardón destinado a exaltar los principios humanísticos.

Borges, a cuyo lado Benedetti es menos que nada, tuvo peor suerte: por elogiar a Pinochet no le dieron el Nobel. Borges elogió a Pinochet una vez y se arrepintió. Benedetti lleva casi medio siglo acariciándole las barbas al Comandante mientras este, rodeado de ruinas y hoteles Meliá, amordaza, destierra, encarcela, tortura y fusila.

La noticia del estudiante y el poema la leí en un periódico virtual de extrema izquierda donde se cantan diariamente las virtudes de Castro y las maravillas de su feudo antillano. Díganme si no es una aberración clamorosa que la censura en Turquía sea condenada en un periódico que se dedica a hacer la apología de la Cuba castrista, en la que desde 1961, año en que la prensa libre desapareció bajo el hacha revolucionaria, no se puede publicar nada, ni en prosa ni en verso ni en jerigonza, que el gobierno no permita.

Es vergonzoso e inadmisible que la policía turca se lleve preso a un chiquillo por leer un poema de Nazim Hikmet, pero es igualmente vergonzoso e inadmisible que el gobierno cubano imponga la censura, parcial o total, sobre decenas de autores, tanto cubanos como extranjeros, que no le son gratos políticamente. Desde 1959, en Cuba se han clausurado diarios, revistas, emisoras de radio y televisión, se han prohibido libros y hasta se han encarcelado a poetas y periodistas por sus opiniones.

Son bastante conocidos los casos de Heberto Padilla, María Elena Cruz Varela y Raúl Rivero. Pero no son estos los únicos poetas que han ocupado celdas en las prisiones de la Isla por criticar al régimen. Aún hay en ellas veinticuatro periodistas.

En fin, ¿cuál censura se debe no sólo admitir sino también alabar? ¿La que nos llega por la derecha? ¿La que nos llega por la izquierda? ¿La del Vaticano o la de la Meca? ¿La de Ankara o la de La Habana? ¿A qué aberración nos apuntamos?

Se admiten sugerencias.