Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Crónicas

¿Un esperanzador mensaje cifrado?

Hoy amados y generosos de nuevo, los chinos nos envían locomotoras. Una parte la pagamos en el muelle y la otra ya veremos cómo y cuándo.

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Cuando yo era niño, hace, ponga el lector (diría Nicolás Guillén) sesenta años, los japoneses eran unos sujetos pequeños, amarillos, con dientes muy grandes, gente insensible, envidiosa. Mire usted lo que le hicieron a los pobrecitos americanos ahí en Pearl Harbor, y después el odio con que sin importarles perder la vida se tiraban con sus aviones dondequiera que vieran una banderita de los Aliados, de la democracia.

Los alemanes no se quedaban atrás. Desde niño acudían a las puestos de la Gestapo a denunciar a sus padres, y en los países ocupados, por donde quiera que uno mirara, fuera en los muñequitos del domingo o en las películas, los vería de bayoneta calada y cara siniestra, cuando no echando abajo puertas, descerrajando en plena calle el vientre de las pobres señoras embarazadas.

Después terminó la guerra, después los años pasaron, después los antaño enemigos se sentaron a conversar en la mesa de las negociaciones, por donde tal vez debieron haber empezado, y los japoneses resultaron ser esas encantadoras personas, por lo general ya no tan pequeñas, eternamente sonrientes, siempre de camarita fotográfica en la mano tomando vistas de todo, los encuentre uno en Machupichu, Londres, Nueva York, Egipto, o adonde uno fuere. Viajan tanto que nadie podría decir cuándo trabajan los japoneses.

Los alemanes por su parte, no los quiera usted más sensibles.

Bueno, no olvidar que descienden de Beethoven, de Bach, de Goethe, de Freud, de Einstein, en fin…

Sorprendentes mutaciones

Otra mutación curiosa ha sido la de los chinos.

Aquellos chinos amados y generosos de los primeros tiempos de la revolución cubana, cuando le proporcionaron al gobierno recién bajado de la Sierra Maestra las antiaéreas cuatro bocas que enseguida habrían de utilizarse en las arenas de Playa Girón, fueron, de repente, sin cambiar de color, los tenebrosos chinos que le vendían a Holden Roberto las armas que mataban a las tropas cubanas que ayudaban a Neto en la liberación de Angola.

Eran los chinos que en desigual intercambio comercial, le cambiaban a Cuba arroz por azúcar sin tener en cuenta, como denunciaba el gobierno cubano, que hay más calorías en una tonelada de azúcar que en una de arroz; los chinos que, renunciando a todo decoro, recibieron en Pekín a Richard Nixon y a renglón seguido, con la vergonzosa ayuda de aquel antiguo tigre de papel, acometieron una supuesta modernización industrial.

Ahora, en otra de sus sorprendentes mutaciones, han reaparecido en Cuba. Hoy amados y generosos de nuevo, los chinos nos envían locomotoras y vagones con ayuda variada a pagar en el muelle una parte, y la otra ya veremos cómo y cuándo.

Pues estos de ahora no son los chinos pobrecitos del tiempo de Nixon. Estos de ahora son los chinos millonarios, los opulentos dueños de fábricas con tecnología superior a la de la General Motors, los empresarios con planes extracontinentales, los triunfales chinos de la nueva China, país que ha pasado a ser la locomotora de la economía mundial, según palabras de Fidel Castro, aunque sin mencionar el origen de tan portentoso salto hacia delante.

Si tan asombrosas mutaciones han tenido lugar desde ayer, cuando dejé de ser niño, podría incluso empezar a pensarse en un socialismo cubano del mañana con pluralismo político y economía de mercado; o sea, lo que los países que en Europa practican esa otra forma de gobierno llaman socialdemocracia.

Claro que es esta una idea ilusa. Pero también de Galileo dijeron que era un iluso cuando observó que la Tierra se mueve.


Fidel Castro saluda a Jia Qinglin, presidente del Comité Nacional de la Conferencia Consultiva Política del Pueblo ChinoFoto

Fidel Castro saluda a Jia Qinglin, presidente del Comité Nacional de la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino. (AP)