Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Válvulas de escape

Si algo muestran ante el mundo las cartas de los lectores en los medios de prensa de la Isla, es el desastre en que viven los cubanos.

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Los lectores escriben a los periódicos cubanos. En sus cartas y mensajes electrónicos, uno se queja del largo peloteo que sufrió para adquirir un medicamento. Otro de las añejas roturas en redes de acueducto que no hayan solución por parte de los organismos estatales. Una mujer denuncia maltratos en una tienda recaudadora de divisas, donde además fue víctima de lo más parecido que hay a una estafa. En tiempos de lucha antivectorial, un estudiante plantea la indolencia de algunos que no cumplen las medidas de higiene.

De un tiempo a esta parte, la mayoría de los periódicos cubanos han estado preocupados por lo que aquí se llama "opinión del pueblo", dándole espacio en columnas diarias atendidas por un periodista. A propósito de ello, nadie olvida aquellas interminables monsergas del anciano Comandante hace dos o tres años, en las que leía ante las cámaras mensajes recogidos por toda la Isla con criterios de varias personas sobre la gestión estatal.

Pero de momento, pareciera que una ofensiva —otra y la misma— se orquesta para intentar dar voz a los que nunca o casi nunca tuvieron. Los medios de comunicación aquí, al igual que la élite dirigente, han estado siempre tan distanciados de la gente, y por extensión de la realidad, que las propias personas han dejado de considerarlos un referente posible y en varias ocasiones escritores defensores de Fidel Castro, como Gabriel García Márquez y Eduardo Galeano, han dicho que "parece de otro planeta".

En Cuba los medios están para ocultar, jamás para iluminar esas zonas oscuras de una sociedad en franco deterioro que no acaba de hallarle cauce a su destino como nación en desarrollo. Sin una prensa vigilante, atenta a las lacras para denunciar y criticar, como eficaz terapia contra autoritarismos, corrupciones, estafas y todo tipo de secuelas vandálicas que pueda heredar un país de un proceso político a otro, cualquier transición será una variación de la cosmética y seguiremos padeciendo el mismo síndrome de alas cortadas que nos ha inoculado este régimen.

La culpa la tiene el gato

La real intención de estos ejercicios de la prensa en el hoy de Cuba no debe buscarse en una cándida necesidad de transparencia a toda costa. Tampoco en apuntarse entre quienes dimensionan a la prensa en su rol crítico alejado del Estado. Si una lectura primera debe hacerse, es para comprender la trampa que los astutos funcionarios encargados de pensar esta prensa tienden a los lectores, al erigirse estas columnas en meras válvulas de escape.

Es que por muchas vías diferentes, el régimen sabe que el estado de opinión de los cubanos sobre la gestión en varios terrenos está punto menos que en el suelo. Dos sectores que son como la niña de los ojos del castrismo, la salud y la educación, se ven entre los más afectados por las recientes medidas "solidarias", la depauperación económica y la escasez de personal calificado que sufre todo el sistema. Ello, desde luego, tiene un alto impacto en la gente.

Es cierto, estas válvulas de escape pueden ser vistas en el fondo como exigencias para alcanzar mayor eficacia en la gestión estatal. Pero sucede que en todos los casos, la culpa la tiene el gato, travestido en funcionarillo de turno, llámese el portero, el vendedor, el masajista, el chofer o el turbinero, jamás la probada ineptitud de un sistema incapaz de solucionar las acuciantes dificultades que padecemos todos, que pone lo político por encima del compromiso real por resolver las calamidades diarias de este pueblo y que no muestra voluntad alguna en propiciar el desarrollo y el bienestar general.

Casi medio siglo de pésima labor económica deberían vacunarnos contra optimismos en este sentido. ¿Van a resolver las guaguas chinas o el petróleo venezolano el tremendo desafío de salir de casa todos los días para intentar tomar un transporte público? Está claro que no, porque en el fondo, digámoslo claramente, el deseo del régimen jamás ha sido restarle rollos cotidianos a los cubanos. Más aún, les suma nuevos: aumenta las tarifas eléctricas, aumenta los precios del pasaje, establece descuentos a las remesas, prohíbe el acceso a centros de recreo exclusivos para turistas y ahoga el trabajo por cuenta propia. En fin.

Si algo muestran ante el mundo estas columnas es el desastre en que vivimos los cubanos. Cualquier despistado podría creerse el cuento de que aquí la prensa sí se ocupa en denunciar los problemas. Sólo hace falta asomarse un poco a la "verdad verdadera" de este calvario al que estamos sometidos, para darse cuenta de que esa maniobra saca a la luz menos que la punta de un gigantesco iceberg.