Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Argentina

Argentina: de los piqueteros al kirchnerismo. Balance de una década convulsa (II)

Entrevista a Gisela Catanzaro, socióloga y doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires

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En diciembre venidero se cumplirá una década de las manifestaciones que dieron al traste con gobierno de Fernando De la Rúa y que, con su caída, marcaron el declive del modelo neoliberal impulsados por sucesivos inquilinos de la Casa Rosada. En los años sucesivos (2001-2011) los argentinos han sido espectadores —y protagonistas— de una dinámica de cambio político, signada por (re)cambios de gobernantes y movimientos sociales, políticas económicas y programas sociales, en medio de aguda confrontación simbólica e ideológica. Aprovechando las diálogos e impresiones recabados en nuestra reciente visita al país austral y con el propósito de analizar algunos hitos de semejante evolución, hemos convocado a varios académicos argentinos quienes, con miradas diversas, nos darán su evaluación del acontecer y desafíos futuros que inciden en la vida de los argentinos.

En esta segunda entrega contamos con la opinión de Gisela Catanzaro, quien es socióloga y doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Gisela se desempeña como investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y profesora en las carreras de Ciencia Política y Sociología de la UBA. Su trabajo está centrado en la relación entre filosofía, política y ciencias sociales, el desarrollo del pensamiento marxista y la Teoría Crítica, entre otros temas. Ha publicado La nación entre naturaleza e historia. Sobre los modos de la crítica (Fondo de Cultura Económica, 2011), Las aventuras del marxismo. Dialéctica e inmanencia en la crítica de la modernidad (Gorla, 2003) —en coautoría con Ezequiel Ipar— y Pretérito imperfecto. Lecturas críticas del acontecer (Prometeo, 2008) en compilación con Leonor Arfuch, además de numerosos artículos en libros y revistas especializadas. A diferencia de otras voces —que el lector podrá encontrar en sucesivas entregas a lo largo de esta serie—, Gisela se encuentra más identificada con algunas de las orientaciones políticas del actual gobierno, lo que no resta capacidad analítica y crítica a su visión de la esta década que ahora evaluamos.

Durante las manifestaciones del llamado “argentinazo” se asistió a la eclosión de piquetes populares y asambleas de clase media, que parecían presagiar una evolución de las formas de organización y acción colectiva tradicionales. ¿Cuál es el saldo de ese proceso para la cultura y vida políticas argentinas?

Gisela Catanzaro (GC): Podría decirse que en 2001-2002 la sociedad argentina redescubrió el espacio público como escenario de la protesta y la expresión del descontento colectivos, luego de una década en que parecíamos condenados, ya sea a la resolución privada de los conflictos bajo una lógica de aislamiento, a la aceptación pasiva de la destrucción del Estado, o a prácticas de resistencia emprendidas sin mayores esperanzas de poder producir efectos notables en las tomas de decisión política. Si, con la generalización de la desocupación, los piquetes habían sido una práctica habitual durante los años 90, la novedad de 2001 consistió no solo en que a esas movilizaciones —forjadas bajo el signo de la resistencia— se suma la clase media, sino sobre todo en una renovada expectativa sobre la potencia transformadora de la discusión y manifestación colectivas en encuentros asamblearios que problematizaron las formas menos participativas de la democracia representativa.

A una década de los acontecimientos, creo que 2001 y la experiencia que a partir de él se desarrolla nos ha enseñado, junto con la necesidad de esa problematización —o precisamente debido a ella— cierta desconfianza frente a la pretensión de que la presunta novedad radical de los procedimientos pueda considerarse, por sí misma, garantía de contenidos realmente innovadores, así como la profunda ambigüedad que pesa incluso sobre aquellos sucesos históricos que querrían o creerían poder sustraerse a ella. Esa ambigüedad perturba la nitidez no solo de la diferencia absoluta entre continuidad y novedad respecto del pasado, sino también la evidencia del sentido de “lo nuevo”.

Diez años después de 2001, no sólo intuimos sus elementos de continuidad con el pasado en lo que refiere a la experiencia de resistencia y lucha lentamente macerada durante la década del noventa por los movimientos de desocupados y de derechos humanos —entre otros—, sino también a la sensibilidad privatista y fácilmente indignable fomentada por las políticas neoliberales y sus interpelaciones al “exigente consumidor” durante aquellos mismos años; sensibilidad que perduraba —y perduraría en adelante— como marca de subjetividades políticas empeñadas en soluciones inmediatas. Acontecimientos como los suscitados por el conflicto agrario de 2008 —cuando diversos sectores agropecuarios beneficiados por el incremento de sus exportaciones consiguieron, con el apoyo de los medios de comunicación dominantes, rechazar una política de retenciones propiciada por el Estado—, nos expusieron contundentemente a la profunda ambigüedad del sentido de prácticas que declaran o suponen perimidas las formas de ejercicio de la política representativa, prácticas que si en algunos casos se asocian a una exigencia de mayor democratización, en otros buscan bloquear esa posibilidad apelando a los mismos medios de lucha: piquetes, asambleas, escraches y cortes de ruta.

Un grito común (y recordado) durante las manifestaciones de 2001 era “Que se vayan todos”, aludiendo al corrupto y decepcionante desempeño de las élites político-partidarias de todo signo ideológico. ¿En qué medida las viejas organizaciones (como Unión Cívica Radical y el Partido Justicialista) o nuevas organizaciones (como el oficialista Frente para la Victoria) han tomado en cuenta aquel reclamo ciudadano, reformulando su actuación y programas políticos, en la década que ahora concluye? ¿Constituye el kirchnerismo una respuesta a semejante hastío del pueblo argentino?

GC: Tanto del kirchnerismo —representado en la fórmula del Frente para la Victoria—, como de una nueva derecha emergente en los últimos años —y representada en el accionar de diversas fuerzas políticas y sectoriales pero cuya forma más típica la constituye hoy el macrismo—, podría decirse que constituyen respuestas frente al malestar respecto del accionar de las dirigencias políticas manifestado en 2001; respuestas que, no obstante, inciden de modos diversos en la propia ambigüedad de los acontecimientos a la que nos referimos anteriormente, y que enfatizan perfiles de los mismos francamente contrastantes.

Así, mientras Kirchner toma nota de la pérdida de valor de la palabra política durante los años de la tecnocracia y asume la tarea tanto de volver a interpretar políticamente reivindicaciones y conflictos sociales, como de intentar anudar el siempre complejo y nunca transparente lazo entre los dichos y los hechos, la nueva derecha oscila entre la apropiación de reivindicaciones y lenguajes políticos añejos pero enajenados de sus tradiciones y condiciones de lucha efectivas (y subsiguientemente vaciados de contenido, como quedó en evidencia a propósito del conflicto con las patronales agrarias en 2008), y la invocación lisa y llana de la legitimidad del desconocimiento del campo político y las tradiciones políticas nacionales.

El sitio de más alta condensación de esta última actitud tal vez lo constituya el “yo no sé nada de política” enunciado por Mauricio Macri y con el cual el actual jefe de gobierno porteño pretende explotar la veta antipolítica de “los vecinos”, interpelados menos como portadores de intereses en conflicto con otros intereses y reivindicaciones que como sujetos morales escandalizados frente a un mal neutral e indiferenciado, cuando no como aspirantes a una “felicidad” sin tiempo, lugar, ni limitantes efectivos diversos a una abstracta “mala voluntad”. Cabe destacar que, a diferencia del modelo tecnocrático sostenido por Carlos Menem —quien todavía requería, por ejemplo, de una base de apoyo sindical y así compartía a pesar de todo el código de los grandes actores políticos—, la variante macrista de la antipolítica ya no se siente obligada a trazar sus vínculos particulares con el pasado, pudiendo limitarse en sus referencias al presente inmediato, en una suerte de “presentismo” extremo que también podría considerarse una de las herencias del 2001.

Siendo un país de enormes recursos naturales y humanos, las políticas neoliberales indujeron a los conductores de la economía argentina a la privilegiar la exportación de materias primas (commodities) y expandir el sector inmobiliario-financiero, produciendo resultados económicos contradictorios y una aguda crisis social. ¿En qué medida se ha dado una continuidad o ruptura de este patrón de crecimiento/desarrollo con las administraciones de los Kirchner?

GC: Las administraciones de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, que por una parte dieron continuidad a las políticas de exportación de commodities, se caracterizaron también por un creciente énfasis en la necesidad de fomentar la agregación valor a los bienes exportables así como de promover el desarrollo industrial del país, a través entre otras cosas, de la inversión en educación y en el desarrollo científico y tecnológico. No obstante, y como quedó de manifiesto en las posiciones sostenidas tanto por la mayoría de los bloques opositores en el Congreso como por otros actores políticos de gran visibilidad en los medios de comunicación durante 2008, no fueron los aspectos continuistas de esas políticas sino los elementos de ruptura frente al patrón de acumulación dominante los que suscitaron las críticas más encendidas y condujeron al gobierno de Cristina Fernández a su momento de mayor debilidad. Lo cual a su vez llevó a una reconsideración, por parte de amplios sectores de la izquierda, de los obstáculos y desafíos reales que se le planteaban a una política con intenciones transformadoras del sistema primario exportador, fuertemente marcado por las necesidades y exigencias del sistema financiero.

Respecto a esto último, una novedad significativa planteada por el gobierno de Cristina Fernández —y ampliamente resistida por sectores de la oposición— fue la designación de una dirección del Banco Central no identificada con la representación de los intereses del sector financiero global y orientada, en cambio, a una política de financiamiento y crédito latinoamericana, relativamente autónoma, e informada por una lógica política antes que meramente especulativa.

Es conocido el crecimiento del número de trabajadores ocupados y, en el sector más calificado, de los salarios, mientras subsiste una vasta capa de trabajadores en el sector “informal” y un vasto sector con salarios bajos. ¿Qué efectos produce desde el punto de vista de la unidad de la masa laboral y de la visión política de esta? ¿Qué se está produciendo en las centrales sindicales con la incorporación al trabajo de millones de jóvenes, con concepciones de la vida y aspiraciones no tradicionales?

GC: La persistente brecha entre lo que aquí conocemos como trabajadores “en blanco” y “en negro”, informales o “precarizados”, se traduce en la manifestación de sus reclamos a través de formas sindicalizadas, por una parte, y de diversos movimientos sociales, por otra, a las que corresponden también diversas formas de lucha, reivindicación y manifestación (mesas de negociación salarial, convenios de trabajo, paritarias/ piquetes, acampes, etc.). A la condena de todas estas formas de reclamo y expresión de demandas impulsada por los medios de comunicación dominantes —a cuya luz tienden a aparecer como expresiones de un corporativismo prepotente o bien como puros actos de obstrucción y vandalismo—, corresponde oponer, desde una perspectiva de ampliación de la democracia, políticas que favorezcan la unidad sin igualación de los trabajadores y que se muestren capaces de garantizarles igualdad de oportunidades no solo desde el punto de vista del salario sino también en lo que respecta a la constitución de sus formas de organización.

Esto implica, por ejemplo, tender a “que no se cobre más la asignación universal por hijo, porque todos los trabajadores puedan ya recibirla a través del salario familiar”, como lo manifestó recientemente la presidenta de la nación, y en este sentido se asocia a la producción de una unidad de la masa laboral hoy todavía inexistente. Cabe resaltar que, en la Argentina, esa unidad pendiente no puede no ser leída en contraste con otra, predominante durante la década del noventa, cuando la unidad de la masa laboral venía garantizada por una compartida exclusión del mercado de trabajo.

Recientes procesos electorales arrojan resultados contradictorios para la política nacional. Por un lado se consolida la legitimidad (y oportunidades) de la presidenta Cristina Kirchner al resultar la candidatura mejor votada en las recientes elecciones internas de los partidos, alcanzando una holgada ventaja frente a las apuestas de una fragmentada oposición. Por otro lado Mauricio Macri, gobernante de la ciudad capital y adversario del kirchnerismo, también cosechó éxitos en elecciones locales. ¿Qué presagian estos resultados de cara a los escenarios políticos del futuro?

GC: Interpretado a la luz de la formación de una nueva derecha, distinguible no solo de la derecha tradicional sino también de las formas ya renovadas expresadas por el menemismo, el triunfo electoral de Mauricio Macri y sus perspectivas a futuro no debe ser considerado como un dato último, sino —amén de un producto de época reconocible también en otras latitudes— como un síntoma de ciertas transformaciones en las subjetividades y sensibilidades políticas propiciadas por las experiencias que atravesó la Argentina durante las últimas décadas: la experiencia del terrorismo de Estado y de la destrucción, desde el Estado, del patrimonio público, las privatizaciones y la exacerbación del consumismo individualista, la expectativa de inserción en el mundo global y la desconexión en relación a los destinos del continente. Siendo sumamente reales, estas experiencias, en las que se forja la afectividad interpelada por el macrismo, no constituyen un destino ineluctable que otro tipo de experiencias —colectivas, solidarias, sensibles a las zonas y momentos más oscuros de la vida nacional y del continente— estuvieran por principio incapacitadas para modificar.

La cuestión central para la vida política del país —y más allá de los escenarios electorales en el corto plazo, donde todo sugiere que el Frente para la Victoria resultará triunfante— tal vez consista en que también el futuro del kirchnerismo, así como los sentidos que adquiera esa palabra en el porvenir, depende de que surjan, o seamos capaces de generar, experiencias singulares de otro orden y a contracorriente de las que han marcado de modo predominante la vida nacional durante las últimas tres o cuatro décadas.


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