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Cambios, Izquierda

La “otra” diáspora (I)

Entrevista a la escritora Isabel Alfonso: “La diáspora de izquierda debe brindar un apoyo crítico a las reformas”

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Con frecuencia los medios hegemónicos —de la Isla y el exilio— presentan de un modo sesgado la real diversidad cultural e ideológica que caracteriza, cada vez más, a la diáspora intelectual y política cubana. En esta serie de entrevistas pretendemos dar un espacio a voces pertenecientes, por obra y filiación personal, a las disimiles posturas que conforman el panorama de las izquierdas dentro de esta comunidad global.

A través de sus experiencias personales y análisis políticos, los entrevistados compartirán con los lectores de CUBAENCUENTRO sus perspectivas, permitiéndonos conocer estos otros rostros cuyos aportes enriquecen el presente y los futuros de la nación y emigración cubanas. En esta primera entrega, la entrevistada es Isabel Alfonso, artista y profesora universitaria, residente en los EEUU y participante directa o solidaria en las disimiles iniciativas políticas en los circuitos de la Isla y su diáspora.

¿Podrías contarnos cuales fueron los “caminos” que te llevaron —de forma separada o simultánea— a la diáspora y la izquierda? ¿De qué forma ese cambio en tu situación personal te ha relacionado todos estos años con los problemas de tu nuevo terruño?

Isabel Alfonso (IA): Creo que salir de Cuba nos hace pensar nuestra posición dentro del nuevo espectro político global en que nos movemos. A mí ese reposicionamiento post-diaspórico me llevó al reconocimiento de que soy una persona de izquierda. Estas dos categorías, la de la diáspora y la izquierda, mantienen una relación de interdependencia, en mi caso, e intuyo que en el de muchos.

Salgo de Cuba en 1995, a los 23 años, como resultado de la renegociación de acuerdos migratorios entre Washington y La Habana a raíz de la crisis de los balseros. Mi madre tenía una reclamación para viajar bajo el rubro de “reunificación familiar”, la cual había estado congelada desde los 60, es decir, por aproximadamente 30 años. A raíz de los sucesos del 94, los acuerdos migratorios que buscan una potencial solución al problema de los balseros incluyen una revisión a los casos pendientes, la cual incluyó el de mi familia. Es justamente esta coyuntura, ligada a la crisis interna producto del colapso de la Unión Soviética y el campo socialista, la que nos hace, en pleno período especial, reconsiderar la opción de dejar la Isla.

En cuanto al camino de la izquierda, se dibuja para mí más bien fuera de Cuba. Pero esto no ocurre como viraje radical, sino más bien como un despertar progresivo de mi conciencia política. Provengo de una formación eminentemente católica. Crecí dentro de la comunidad de los salesianos, sacerdotes italianos que llegaron a Cuba en los 70, y que eran de un pensamiento bastante avanzado; no al punto de ser seguidores de la Teología de la Liberación, pero sí muy en sintonía con el trabajo con las comunidades, muy lejos de los lujos y las apariencias.

Por otra parte, el tener una vocación por la lectura me llevó a estudiar Letras en la Universidad de La Habana. Mis lecturas favoritas de esos años antes de salir de Cuba no tenían nada de políticas, sino más bien de filosofía, puesto que mi interés mayor en ese momento era resolver la crisis de fe por la que estaba pasando.

Es decir, nunca fui parte de la UJC, ni me identifiqué per se con un pensamiento de izquierda. Mi experiencia religiosa ocupó el centro de mi vida por mucho tiempo; y siempre fui y sigo siendo una librepensadora, rechazando los partidismos, que muchas veces degeneran en dogmas. Ser de izquierda no implica necesariamente ser militante comunista.

Paradójicamente, vivir 13 años en Miami me volvieron una persona de izquierda. Miami pesa más que un elefante en la vida de cualquier cubano en EEUU. El paupérrimo pensamiento político de derecha y la intimidación macartista que informa el periodismo, tanto radio-visual, como la prensa escrita, no se los lleva el río sino que se quedan flotando como una nube negra sobre esa ciudad. Creo que la primera reacción de muchos ante un fenómeno tan ubicuo como el que menciono, es aislarse (como me pasó a mí por un tiempo), o hacerse parte de este modelo que asume que toda tendencia de izquierda está asociada con Satán. Con el paso del tiempo, conociendo que dentro de esa nube negra hay una historia de terrorismo, no digas ya contra un pensamiento de izquierda, sino en contra los más tímidos esfuerzos de establecer una relación de normalidad entre Cuba y Miami ―me refiero a algo tan básico como a los diálogos que negociaron los primeros vuelos de la comunidad, etc.―, y las reacciones tan visceralmente reaccionarias de una parte de esa comunidad hacia cosas tan básicas como los viajes familiares, comienzo a darme cuenta de que algo muy torcido e inmoral se esconde tras esa derecha vertical.

Mi desarrollo como académica, como estudiosa de Cuba, me hace ponerme en sintonía con algunas ideas de izquierda. Aunque mis estudios tienen que ver más con la literatura, la propia necesidad vivencial de buscar respuestas sobre Cuba, así como el enseñar, a nivel universitario, cursos que van más allá de lo estrictamente literario, me hacen investigar el contexto político en el que se produce la literatura. Mi experiencia, por ejemplo, de enseñar un curso comparativo sobre las revoluciones de Cuba y Nicaragua (a través del cual, incluso tuve la oportunidad de interactuar con el sacerdote Ernesto Cardenal), me ha convencido de que hay verdades no muy fáciles de refutar, como la explícita responsabilidad del Gobierno de EEUU en la desestabilización de la revolución nicaragüense —que fue por cierto, a diferencia de la de Cuba, una revolución cristiana.

He pasado horas leyendo información desclasificada sobre las dictaduras latinoamericanas, y el apoyo de la derecha cubana a las mismas. Para darte solo un ejemplo, ¿cómo se puede ser demócrata sin condenar la ejecución de Orlando Letelier, diplomático chileno de Allende asesinado en Washington por la DINA de Pinochet, con la colaboración de la derecha cubana de Miami? Desde mi curiosidad intelectual, comienzo entonces a revisitar el pensamiento de izquierda, estudiando la propia historia de la nueva ciudad donde me radico y del entorno general de EEUU y Latinoamérica.

Estar alerta ante la desigual distribución de las riquezas a nivel mundial, ante la exportación desde EEUU de un sistema “democrático” que está muy lejos de hacerle justicia a la etimología de la palabra, ante las actuales beligerancias injustificadas de este país hacia el Medio Oriente, pero sobre todo, ante las no tan lejanas beligerancias hacia Latinoamérica (incluyendo a Cuba) y la expresa y descarnada misión de cancelar de la faz de la tierra cualquier alternativa de corte socialista, me hacen volverme una persona de izquierda.

¿Cómo valoras el peso o presencia que tienen, dentro de la comunidad de la diáspora en la cual habitas, un imaginario progresista o de izquierdas? ¿Cuáles son sus oportunidades, barreras y desafíos a su expansión?

IA: Te puedo hablar de un antes y un después. Un antes al que corresponde mi experiencia de vivir en Miami hasta 2007. Un después que corresponde a mi presente en Nueva York. En Miami, como te dije, pasé más bien por un estado de aislamiento, más enfocada en completar mi doctorado y en la música, que en lo político. En Nueva York, desde la distancia, empiezo a entender que existe en Miami una “derecha excomunista”, integrada por antiguos militantes del Partido Comunista, o que estuvieron en posiciones más o menos comprometidas con el Gobierno y la revolución, que luchan ahora por quitarse el “aura” de esa militancia. Para ello, se acogen al discurso de la derecha más recalcitrante; voluntarían o cobran paga por información confidencial sobre los círculos de poder en que se movían en Cuba; se quejan de los desmanes del “castrismo”, cuando hasta hace muy poco eran, ellos mismos, parte del sistema. Este grupo establece alianza con otros grupos más reaccionarios y antiprogresistas de la ciudad, y apoyan abiertamente figuras e instituciones terroristas como Posada Carriles, Orlando Bosch y Alpha 66, entre otros. A esa alianza fatal me refiero en un artículo titulado “Un exilio cómodo”, donde expreso que los intelectuales que se pliegan al macartismo cubano-americano, traicionan el sentido de lo que un verdadero intelectual debe ser.

Este oportunismo expresa un “camuflageo” con el que se busca ser aceptado dentro de una comunidad regida por la derecha. Puede entenderse como un caso de síndrome de Estocolmo, de acuerdo con el cual, el secuestrado termina amando a su secuestrador, como una alternativa de supervivencia.

Entiendo que puede haber una profunda y sincera decepción en aquellos que en Cuba genuinamente se empeñaron en construir un socialismo renovador, creativo, y fueron satanizados y marginados por los sectores ortodoxos y burocráticos. Pero tal desilusión no debe llevar a hacer frente común anticastrista con las aberraciones con que la derecha cubano-americana ha secuestrado la posibilidad de un avance de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, o a mantener un silencio cómplice hacia ella. No creo que sea consecuente, por ejemplo, una nueva izquierda que desde la diáspora no tenga una posición anti-embargo entre las prioridades de su agenda.

Entiendo que muchos cubanos (de dentro y fuera de Cuba) han experimentado una especie de desgaste y saturación con respecto al término de “izquierda”, y asocian el ser de izquierda con pertenecer a un partido, con tener que ajustarse a slogans e ideologías reduccionistas. Además, se han cometido muchos errores y abusos en la articulación del proyecto socialista de izquierda cubano, incluyendo el maltrato a muchos cubanos patriotas que viven fuera de la Isla y nunca han hecho causa común para nada con los que apoyan el embargo y terrorismo hacia Cuba. A más de un intelectual cubano de buena voluntad, residente en el extranjero, o residente en Cuba, le han sido cerradas las puertas para hacer una presentación de un libro, una curaduría, o en general, integrarse al espacio público de su nación, al cual quiere contribuir positivamente. Y no estoy hablando del quinquenio gris. Aunque también hay que reconocer como un gesto loable y sin precedentes que el Granma reseñe la presentación en Cuba de intelectuales de la diáspora, como es el caso de Jesús Barquet.

Por otra parte, es un paso positivo que el país analice públicamente otros errores que tienen que ver con dinámicas internas, como el tratamiento a los homosexuales en las primeras décadas revolucionarias. Creo sin embargo, que el Gobierno cubano debe emitir disculpas oficiales a las personas afectadas por las UMAP y otras aberraciones, puesto que una visión celebratoria y triunfalista del error termina edulcorando la gravedad de ciertos hechos. Esto es particularmente necesario si queremos visualizar una diáspora madura y comprometida con ideales progresistas, pues precisamente muchas personas salieron de Cuba en un principio, por injusticias como la tenaz campaña homofóbica de los primeros años. Estas son barreras, desafíos, que todos juntos debemos abordar.

El espectro de errores es amplio. Algunos tienen su origen en el miedo a ser castigado por los mecanismos de control que dejan poco espacio a la autonomía y solidificación de la esfera pública; otros, en la importación mecánica de ciertos modelos; muchos, sin embargo, nacen de la situación geopolítica de Cuba y en la falta de alternativas con que se construyó el socialismo allí, desde sus inicios. La sovietización por ejemplo, hay que analizarla en su contexto. ¿Qué alternativas tenía el país en ese momento, en medio de la guerra fría y el embargo? ¿Qué otros modelos había disponibles? Por eso, aunque ser de izquierda no significa, por supuesto, apoyar el socialismo de corte estalinista-cubano, tampoco implica hacer tabula rasa de todo lo vivido ni exorcizar nuestro pasado desde un eterno mea culpa, sino entenderlo creativamente. Implica usar la memoria conscientemente para mirar al pasado sin quedarnos anclados en él, sino desde una proyección de futuridad, como expresa Todorov.

Fuera de Cuba, los desafíos, por tanto, son grandes pues hay una tendencia a satanizar a todo aquel que exponga ideas progresistas, como las que menciono. El macartismo, por ejemplo, es un mal que pesa sobre nosotros con gran fuerza. En el exilio cubano, ya sea en Miami, New York, u otras ciudades, las listas negras y cacerías de brujas (de las que tanto se queja la nueva “derecha excomunista”, cuando se refiere a Cuba, a la vigilancia de los CDR, por ejemplo), es revitalizada dentro del nuevo espacio público norteamericano. Se reproducen los mismos patrones que se critican cuando se cataloga de “espía”, o de “infiltrado” a todo aquel que critique el statu quo de Miami (su prensa, su televisión, etc.). En las discusiones sobre los temas cubanos, la izquierda es excluida o presentada sin condiciones respetuosas y equitativas de acceso a los medios cubano-americanos.

Hasta ahora estos instigadores se han encargado de preparar el terreno para que quienes llegan de Cuba se sientan inhibidos de marcar un punto y aparte con el exilio vertical, y de premiarlos, si terminan plegándose a un lenguaje artificial de una militancia anticastrista ficticia y reinventada. Da vergüenza ver a músicos que hasta el otro día habían cantado en la Tribuna Antimperialista, que eran militantes de la UJC o el PCC, participando ahora en la organización de un concierto para recoger fondos para el cabildeo pro-embargo.

¿Existe para ti alguna relación entre el auge de la producción artística y periodística y la emergencia de ese pensamiento y activismo de izquierdas en la diáspora? ¿Podrías narrarnos alguna experiencia personal en ese sentido?

IA: En mi caso particular, sí existe una relación entre el activismo progresista y mi participación del periodismo y el arte. Como intelectual comprometida busco formas de comunicarme con la esfera pública sobre la cual quiero tener una incidencia positiva. De ahí mi activa participación política, a través de la publicación de artículos no académicos, en la comunidad global de la diáspora y Cuba.

Por otra parte, la música y el arte en general, son armas poderosas de incidencia social. En mi caso, como cantautora, mis canciones no tienen en este momento un fuerte contenido político, pero no tiene que ser necesariamente así para que la música sea un vehículo de comunicación entre nosotros. Con orgullo me identifico con los movimientos culturales de izquierda que me inspiraron en Cuba, particularmente con la poesía y el canto de la Nueva Trova, apoyando y mencionando cada vez que tengo ocasión la inspiración de gigantes como Silvio Rodríguez y Pablo Milanés.

Dentro del panorama de reformas pro-mercado abierto en los últimos años en la Isla ¿Cómo visualizas los retos y avances de una nueva propuesta de izquierda, coherente y viable, enfocada sobre los múltiples problemas de la realidad cubana? ¿Crees que hay potencialidades para su desarrollo?

IA: Hace poco leí un artículo sobre las precarias condiciones de trabajo de los obreros de la factoría Foxconn en China, quienes ensamblan productos de la Apple como iPhones y iPads. El índice de suicidio es exponencial, dadas las largas horas de trabajo a las que se someten estos trabajadores, dentro de las nuevas dinámicas laborales de una China con socialismo de mercado.

No creo que ninguna reforma pro-mercado lleve a ningún cubano al suicidio por exceso de trabajo, dadas nuestros inagotables recursos para la “alegría”, aun en las condiciones más nefastas. Sin embargo, el caso de China nos hace mirar hacia una Cuba futura con precaución. Nos hace pensar en una nueva Cuba en que las reformas vayan acompañadas por la presencia protagónica de una izquierda no autoritaria, plural e inclusiva, como alternativa a una derecha monolítica y exclusivista que solo valora el neoliberalismo y el mercado desregulado.

Ser de izquierda implica, en este contexto, estar abiertos a la continua renovación de modelos socio-económicos y políticos a la luz de las actuales experiencias de un mundo que se enfrenta a las siguientes condicionantes: 1. el modelo de capitalismo neoliberal e irregulado, fundado en una ideología de derecha que pone al individuo por encima de la comunidad ha fracasado, tal como lo demuestra la actual crisis; 2. El capitalismo desenfrenado se alimenta de la explotación de recursos naturales extinguibles, por lo cual, a la larga, atenta contra la preservación de la especie humana y del planeta; 3. No es ético vivir con los ojos cerrados, en un Primer Mundo de derroche, sabiendo que necesidades básicas como el acceso al agua potable no están cubiertas para otras comunidades. (A estas alturas, si el lector siente que sintoniza con algunas de estas ideas, que sepa sin temor que “eso” es ser de izquierda).

En general, la crisis global del capitalismo nos debe hacer reflexionar profundamente sobre qué es lo que queremos para Cuba. Las reformas pro-mercado hacia las que parece moverse la Isla, deben ser analizadas a la luz de patrones que rigen el desenvolvimiento económico hegemónico del Primer Mundo (tales como la globalización y el neo-liberalismo), que no han resuelto los problemas de los más afectados. Es imprescindible que Cuba entre en la era moderna, que el óxido de la burocracia y el centralismo dé paso a reformas revitalizadoras que provean un bienestar mínimo para nuestros compatriotas en la Isla, que las reformas tomen lugar a un paso más acelerado. Pero no debemos entrar a esa modernidad irresponsablemente, con los ojos cerrados ante el desastre causado por experiencias como los Tratados de Libre Comercio, por ejemplo, con los que el Primer Mundo aparentemente busca ―entre otras cosas― aportar “soluciones” a los países subdesarrollados, para en realidad terminar subyugándolos al provocar desplazamientos migratorios masivos y movilidades que crean más disparidad, dejando sin solución o agravando los problemas originales de esas comunidades deprimidas.

Dicho esto, la diáspora de izquierda debe brindar un apoyo crítico a las reformas que están tomando lugar en Cuba: 1,4 millones de hectáreas han ido a manos de agricultores independientes; se fomenta el cuentapropismo; se autoriza la venta de viviendas y de autos de uso; se aumentan la actividad de los restaurantes privados; se proveen créditos para pequeños negocios en algunas áreas; se anuncian cambios en el área de la migración.

Aunque se aprecian en el sector político cambios sin precedentes, como la limitación a 10 años a los mandatos directivos, o la entrada de nuevos actores al diálogo nacional, se esperaría que esta vocación por escuchar a nuevos interlocutores dentro de la esfera pública involucre a muchos otros sectores que han hecho explícitas las bases de una zona común para el intercambio: su filiación nacionalista y una clara adhesión al ideal de soberanía y el derecho de Cuba a la autodeterminación, sin pacto alguno o aceptación de legitimidad a los plattistas que reniegan de ese credo patriótico. Estos cubanos patriotas, sin necesariamente comulgar con la ideología fomentada por el Partido, deben tener derecho, tanto a hacer públicas y accesibles sus plataformas, como a incidir en la construcción de una sociedad reformada, con un espacio de participación plural. La comunidad cubana en el exterior que comulga con los mencionados principios, debe ser también un actor dentro de esta fase de reconstrucción nacional.

Creo imprescindible, en este proceso, el fomento de una propuesta de izquierda. La articulación de un pluralismo inclusivo proveería alternativas que, por su propio peso, cerrarían el paso a una potencial derechización dentro de la transición que tiene lugar. Evitar ese escenario de victoria derechista, el peor de todos los posibles, debería estar al centro de la agenda de todos los cubanos dignos. Sabiendo que ciertos grupos fuera de Cuba, tales como Unión Liberal, promueven el neoliberalismo y el libre mercado como solución, descalificando la importancia de priorizar áreas como la educación, la salud, la cultura y el deporte; sabiendo que otros incluso proponen trasnochadas agendas anexionistas, es importante consolidar una base común que unifique y fortifique una propuesta de izquierda renovadora, que inserte a Cuba de una vez dentro de la modernidad, pero poniendo en el centro un ideal de bienestar común que beneficie al cubano de a pie, y no a ciertas élites.


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