Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Artes Plásticas

«Nadie está dispuesto al borrón y cuenta nueva»

Al habla con Tania Bruguera tras su performance en la Bienal de La Habana, donde blogueros y artistas pidieron libertad y democracia.

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¿Te consideras una artista provocadora?

La palabra provocadora no me gusta, porque tiene connotaciones muy simples. Trato de empujar los límites de la relación entre la estética y la política. No me gusta decir provocación, porque reduce mi trabajo. He estudiado mucho la relación entre arte y política, es lo que me interesa; ver cómo desde el arte se pueden empujar los límites de la política y hasta proponer visiones políticas.

Me interesa también entrar en los espacios que son álgidos para la sociedad, aquí o en cualquier otro país. Tratar de abrir la discusión sobre temas que son difíciles y sobre los que quizás yo misma todavía esté formándome una opinión. Quiero compartir este proceso de búsqueda, de entendimiento. Mi trabajo es el de un arte contextual, en el cual trato de utilizar mi "capital" de privilegio para "usarlo, gastarlo y compartirlo" en obras que necesitan un extra por parte de la institución y del público. En los últimos años, éste ha formado parte integral de mi obra, es un elemento más de trabajo.

¿Cuál es tu intención con este tipo de acciones donde el público es protagonista?

Me interesa el diálogo acerca de la disolución de la autoría, cómo el artista puede desaparecer. Trabajo con el espectador, viendo cómo puede hacer la obra, cómo puedo darle esa responsabilidad, incluso quedarse con ella. Para esta pieza, repartí 200 cámaras desechables con flash con un doble objetivo: para que la gente tirara flash a los del podio, y se sintieran más importantes, y para que fuera dueña de la documentación, porque no pedí que me devolvieran las cámaras. También es un juego con el poder del espectador sobre la obra, sea porque la termina, la hace, o es el propietario de la documentación: se supone que en las performances es de lo más valioso, porque es cómo sobrevive.

¿Crees que las autoridades podrían tomar algún tipo de represalias contra Yoani Sánchez, o los blogueros y artistas que hablaron en la performance?

Desgraciadamente, no creo que mi pieza haya servido para cambiar la relación entre el poder y los blogueros, porque ellos están bajo una constante vigilancia. Tengo la impresión que deben haber quedado contentos, ya que fueron los que difundieron la obra, lo que les agradezco. Estaba preocupada, pues sólo podía hacerla dentro de una institución y temía que se quedara entre esas paredes desconectadas de la realidad —aunque como parte de la obra había un bafle puesto hacia la calle, donde los que pasaban oían todo lo se hablaba y creo que algún intrigado entró—; pero en los días siguientes varias personas me dijeron que sus familiares y vecinos, que no tenían nada que ver con la cultura, hablaban en la calle de mi performance. Esta ha sido la mayor satisfacción desde mi pieza Memoria de la Postguerra, porque una obra de arte político debe vivir con la gente en la calle, en su cotidianidad, y generar pensamiento.

¿Cómo ves la situación con Raúl Castro en el poder y tras la reciente reestructuración de su gobierno?

Si algo he aprendido sobre política, es que a los que no estamos dentro del círculo de poder, no nos llegan ni los datos detrás de las noticias, ni las motivaciones, ni el plan a largo plazo. Podría decirte que la manera en que se presenta oficialmente este momento no es de cambio, porque se da una imagen de seguimiento, de continuidad. Lo cual me parece inteligente, para que no haya una histeria colectiva. Pero hay cosas que apuntan a algo que no sé qué es o a dónde va, como la clara presentación de un gobierno primariamente integrado por miembros del Ejército, donde la mayoría son de la tercera edad. La idea de lo histórico parece ser tomada de manera literal y restringida. Creo que la separación de Carlos Lage ha marcado a la población. Era lo que se hablaba en las calles.

Por otro lado, el gobierno de Raúl está más enfocado en resolver las necesidades domésticas, que, aunque parezcan sencillas, golpean el día a día del pueblo. Eso me parece bien. También me sorprendió oírle decir que está dispuesto a conversar con el gobierno norteamericano. Cuando se pronuncia la palabra cambio en Cuba, no es el que la gente espera, ni dentro ni fuera. Cuba está en un momento en el cual puede reinventarse a nivel político-conceptual ante el mundo y éste es el reto más grande que tiene Raúl como figura política. Desde lejos, parece que entiende claramente su papel en la Historia de Cuba, pero como es política, habrá que dejar que el tiempo dicte.

¿Cómo has visto esta edición de la Bienal, comparada con otros años?

Dada las características del proyecto que presenté, una exposición que cada día se inauguraba de 5 a 9 pm, después se desmontaba y volvían a montarse obras nuevas, no tuve mucho tiempo de ver la Bienal, aunque en la inauguración visité algunos de los espacios de la Cabaña. No obstante, con esta edición ha vuelto a encaminarse, recuperando la conciencia de su importancia. Tomó mucho tiempo para que la concepción de la Bienal volviera a tener la energía necesaria. No hablo de calidad, desde que Llilian Llanes dejó de ser su directora hasta ahora.

El nuevo director, Jorge Fernández, está al tanto de los últimos eventos del arte internacional y sus corrientes teóricas, tiene ganas de poner el Centro Lam y la Bienal en el centro de la conversación sobre arte contemporáneo. Parece que el Ministerio de Cultura le dio prioridad a esta edición. También fue muy conveniente (aunque quizás una decisión política) incorporar a la programación oficial exposiciones colaterales, para la institución y para los artistas.

Más allá de esto, es la mejor organizada de todas las bienales en que he estado. Está al nivel de la Documenta. Ese es el logro más grande, que las cosas funcionan más profesionalmente. Y hubo pequeños gestos, como la exposición de Bedia y la de artistas representados por galerías de Chelsea, que de otra manera el público cubano no podría ver. Se sintió que es un evento para el que los artistas cubanos se preparan, y es agradecido, porque va mucho público.

Cuando hablas de muestras colaterales, ¿te refieres incluso a artistas que no son aceptados oficialmente?

Ayer vi por primera vez el programa rápidamente y había como doscientas exposiciones. Nada más me he enterado de una exposición que no está, la de Sandra Ceballos.

Coméntame sobre la cátedra de Arte de Conducta que diriges y las propuestas controvertidas que han traído a la Bienal…

Es una obra con la forma de una escuela alternativa, focalizada en el estudio del arte político y contextual. Trato de poner en un primer plano algo que hace tiempo hago: no utilizar la imagen de lo político, sino trabajar como recurso artístico con las mismas herramientas del poder. En este caso, la educación es de las más fuertes que puede tener todo poder, no importa cuál sea.

Me parece importante que el arte en Cuba refleje lo que está pasando, como en los ochenta, que fue de mucha interacción ideológica, cuestionamiento; que pueda ser parte de los procesos de la realidad. Que la idea de hacer un arte universal no salga de la copia a las obras en revistas, sino cómo se procesa el conocimiento de la realidad y se comparte a través del arte. Desgraciadamente, salvo excepciones, el paradigma del arte en Cuba es crear una obra con valor —inmediato— comercial, lo cual se asocia con el éxito artístico. Y muchos se han refugiado en conceptos que, por abstractos, son llamados universales, para evitar ser parte de una discusión sobre un proceso que les debería pertenecer.

Como en los países capitalistas, en vez de utilizar el arte como herramienta de pensamiento, se han dedicado a crear obras coleccionables y a ganar dinero, lo cual no me parece puede aportar un arte hecho desde Cuba al discurso internacional. Como reacción a esa apatía —o quién sabe si estrategia de sobrevivencia—con la cual no coincido, la única manera de tener un diálogo sobre el papel del arte en la sociedad (cubana) y qué es hacer arte político, era crear una escuela en la cual pudiera trabajar con jóvenes interesados en las discusiones sobre política, sociedad y representación simbólica, porque a fin de cuentas lo que hacemos es arte. Pero hay muchos tipos de arte: el que no se compromete y el que se compromete. Me interesaba ver si era posible utilizar el arte para analizar la sociedad y dinamitar el pensamiento, crear un espacio de discusión cívica y ética que fuese a la vez arte.

¿Cómo ha reaccionado el público ante estas obras, que van desde una máquina de feria con una tenaza mecánica para extraer muñecos de Fidel Castro de una urna de vidrio y juegos de palabras con títulos del diario Granma, hasta pegatinas con logotipos de organizaciones oficiales en forma de marcas comerciales?

Ha sido muy buena. Tenía un poco de temor como curadora, porque la gente no está tan acostumbrada a una exposición en el mismo lugar donde se presenten cosas distintas cada día. Hay tantos eventos, que pensé que vendrían dos días si acaso, pero estuvo llena la galería todos los días de personas que no sólo eran del mundo del arte, sino que venían de la calle tras oir hablar de las exposiciones, lo que me satisface muchísimo. El público ha entendido que las obras son hechas desde un lugar que no es de burla, sino de pensamiento, de análisis que es compartido. Hemos presentado un arte que piensa y hace pensar.


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