Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Literatura

Un judío de números y letras

José Kozer: «La poesía se ha vuelto de élite y la gente perezosa, hay una enorme pereza espiritual y cultural».

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Hay opciones siempre y cuando no enloquezcas, siempre y cuando sepas quiletear, ahorrar, mantener una trayectoria digna, confuciana en el sentido de rectificar constantemente lo que haces. Es un camino que me ha permitido hacer lo que amo: escribir libremente, experimentalmente, desde un desconocimiento que busca un conocimiento. Esta es mi manera de percibir la modernidad.

Pienso que en Estados Unidos, desde sus orígenes, es excesivo el individualismo. Ese individualismo no compaginado con un sentido serio de sociedad y comunidad, puede llevarnos por muy mal camino. Lo ideal es un individualismo dentro de unos módulos sociales libres, que nos permitan ser lo que necesitamos ser y al mismo tiempo compartir la vida social. Aquí nos hemos desprendido por completo de la posibilidad de la comunicación social. Porque la comunicación virtual no es comunicación, es falsedad. Comunicarse es estar sentados uno delante del otro, conversando tranquilamente, por ejemplo, de poesía.

Dentro de esta locura, si uno quiere sobrevivir tiene que encontrar un espacio humano propio. Quizá, triste es decirlo, solitario, aislado, pero ahora mismo no hay otro camino. Hago constar que en mi caso lo pago muy caro. Lo pago en soledad, en no recibir prebendas que al menos en estos momentos, con el reconocimiento que he alcanzado en poesía en lengua española, podría estar recibiendo. No estoy descontento, no me quejo, pero prefiero no beneficiarme de ciertas cosas a cambio de poder realizar mi trabajo, que es para mí una necesidad vital.

¿Hay futuro para la poesía?

Podría decir que el peor de los futuros posibles, pero tal vez no sería justo. Ya desde el Siglo de Oro español vemos que Góngora, que Quevedo, escribían en un vacío. No había realmente un público para la poesía. Había un divorcio entre el público lector de poesía y el autor. Un divorcio que provoca que un Góngora, en sus últimos años, prácticamente se muera de hambre. Y tenemos el caso de Cervantes, de algún modo similar.

Esto comienza con el Renacimiento, donde la cultura se intensifica, se vuelve una cultura de élites. Hay una ruptura entre el pueblo, que no lee griego y latín, y el humanista que escribe en latín. Esto no ocurre en el teatro, por ejemplo, ni luego en la novela moderna que comienza en Inglaterra con Richardson, a consecuencia de El Quijote.

A partir de ese momento este abismo entre lector y autor se recrudece y empeora. Hay una salvedad, el período romántico, en el que otra vez se lee a los poetas.

En Estados Unidos la situación empeora a partir del siglo XX, con voces fundamentales como las de Pound y Stevens y, más adelante, con William Carlos Williams, y ni que decirse tiene con Charles Olson o Louis Zukofsky. Todas estas voces conforman una obra poética profundamente desligada del pueblo, incomprensible para el lector común. Esta tradición ya comienza con Emily Dickinson —con la gran Emily Dickinson, desde luego—, que escribe poemas ilegibles para la gente.

La poesía se ha vuelto de élite, y no por culpa del poeta precisamente —el poeta tiene que hacer lo que tiene que hacer, y punto—, sino porque a la gente le corresponde tener la paciencia suficiente, y encontrar el conocimiento suficiente, como para leer a estos poetas. Leer a Pound no es imposible. Requiere, eso sí, una devoción, una comprensión, un estudio.