Calderón necesita trascender los límites
Si el presidente no alienta la competencia económica ni una mayor rendición de cuentas a los ciudadanos, el sistema mexicano seguirá siendo feudo de las élites.
Las esperanzas mexicanas alzaron el vuelo después que el candidato Vicente Fox derrotara a la maquinaria electoral del Partido Revolucionario Institucional en el año 2000. Sin embargo, como presidente, Fox se dejó intimidar por el Estado, moldeado por el PRI que había heredado.
Aun con unas habilidades políticas mínimas, su gobierno pudo haber progresado en la aplicación de las reformas que México necesita ahora con urgencia. Su personalidad, más que su capacidad, le ganó una aprobación alta. En realidad, los mexicanos pensaban que Fox se había metido en aguas demasiado profundas.
Pero no iba a ser fácil. Hasta la década de los años setenta, el PRI —contrario a la competencia, en la política o la economía— capitaneó un crecimiento económico fuerte y unos mejores niveles de vida. El sector privado floreció bajo las políticas proteccionistas y los subsidios generosos.
Bajo la tutela del PRI, los sindicatos —especialmente sus dirigentes— se enriquecieron y se hicieron fuertes. Los negocios pequeños y los obreros contaron con ganancias más modestas. Mucho más rezagado, como siempre, estaba el México rural, indígena, una realidad que acentúa aún más la división entre el norte, relativamente próspero, y el sur, eternamente pobre.
Sólo después que estallara la burbuja del centralismo estatal a comienzos de la década de los años ochenta, el PRI asumió (más o menos) la competencia. México se unió al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC) y emprendió la senda de las privatizaciones.
En 1989, el Partido Acción Nacional (PAN) ganó el gobierno de Baja California, un hito significativo después de la elección de 1988, cuando el PRI retuvo Los Pinos gracias a una oportuna caída del sistema computacional en el conteo de los votos. Con intermitencias, la apertura de México continuó durante la década de los noventa. En 2000, el voto útil, emitido para desalojar al PRI de la presidencia, decidió la victoria de Fox.
Una interrogante capital
Con Calderón, los mexicanos tienen a un presidente que comprende la confusión nacional. Si puede conducir al país por el mejor camino, es una interrogante de importancia capital.
Sin alentar la competencia dentro de la economía, esto es, debilitar a los oligopolios y modernizar los sindicatos, México no podrá crecer al ritmo anual que necesita —por lo menos, un 6%— con el fin de crear empleos de calidad y volver a ganar competitividad internacional. Sin una mayor rendición de cuentas a los ciudadanos, el sistema político seguirá siendo un feudo de la élite política y económica.
Siendo la política el arte de lo posible, Calderón debe trascender los límites. Aparte del alza en el precio de las tortillas, la situación se muestra favorable. Con Beatriz Paredes como presidenta del PRI, este partido podría ser el socio que Calderón necesita para aprobar las leyes necesarias.
Aunque los sectores recalcitrantes del Partido de la Revolución Democrática (PRD) se niegan a aceptar los resultados de las elecciones del pasado año, los gobernadores y algunos legisladores del PRD están dispuestos a negociar. Sin embargo, Calderón debe primero arreglar su casa: el presidente del PAN, Manuel Espino, con frecuencia ha socavado su autoridad.
Es comprensible que la crisis del precio de las tortillas haya mermado los índices de aprobación que tenía el PAN. Pero el panorama no es malo. Con el PAN se identifica el 26% de los mexicanos, una cifra semejante a la que había en los meses anteriores a la toma de posesión de Calderón. El PRI conserva el 20%, el PRD menos del 15%. Aunque con nueve puntos menos en la preferencia del voto desde diciembre de 2006 a enero de 2007, el PAN todavía reúne más del 31%, con ventaja sobre el PRI por diez puntos y sobre el PRD por trece.
Las encuestas nacionales muestran fuertes tendencias favorables al PAN. En respuesta a preguntas tales como seleccionar el partido que se preocupa sobre el ciudadano común, promueve el crecimiento económico, se rige por la ley, ofrece un buen gobierno y un futuro mejor, es considerable la ventaja del PAN sobre el PRI y el PRD. Es evidente que el descrédito persistente del PRI y el eclipse del PRD son una bendición para el PAN.
Sin magia
Calderón tiene que andar sobre una cuerda floja. Hallar un lenguaje común significa otorgar ganancias a los dos principales partidos de la oposición. Todos tienen que ceder para llegar a acuerdos. Al mismo tiempo, Calderón debe mostrar su temple como arquitecto principal del consenso, el hombre que puede dar resultados con los que todos puedan quedar satisfechos. Por fortuna, el presidente es un político experimentado.
No hay un mañana posible para las reformas que México necesita. Lo que suceda en este sexenio será determinante, para bien o para mal. Esperemos que para bien.
Por lo menos, Calderón sabe que no hay ya recurso mágico como el "voto útil" que sirviera antes para derrotar al PRI. La tarea ha sido, y será, difícil y tenaz.
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