Guerra y paz
La guerra, la Bolsa y las capacidades productivas de las naciones
La forma actual de medir las economías en tiempos de paz no nos sirve para comparar el potencial económico de los Estados en caso de guerra.
Los actuales métodos, por ejemplo, consideran en sus cálculos del PIB nacional los recursos económicos, reales, concretos, que una economía puede movilizar en su provecho en el territorio de otra, incluso en el de una rival. Suman lo que le aportan a una economía dada los privilegios que esta tiene en el sistema de relaciones económicas y políticas en que está insertada. Contabilizan, por ejemplo, las ventajas que tienen sobre otras a resultas de que el sistema de relaciones internacionales en cuestión se haya articulado históricamente alrededor de sus intereses, o el que ese sistema de relaciones se haya conformado teniendo como modelo el propio diseño de su economía interna, y su concepción ideológica de la economía.
Todas esas relaciones, y sistemas de relaciones, reales o ideales, sin embargo, desaparecen cuando llega la guerra, y las bucólicas economías de mercado de tiempo de paz debe dar paso a las economías de guerra.
Por ejemplo, hoy los Estados Unidos obtienen una parte no pequeña de su PIB del hecho de que mucho de lo producido en la República Popular China se coloca en sus bolsas de valores, donde empieza realmente a “existir”. Mas es evidente que en caso de irse ambos países a la guerra ya la producción china no comenzará a “existir” en el aparato bursátil americano, sino al salir de las cadenas de producción industrial como aviones, barcos, tanques, proyectiles… Mientras que a los Estados Unidos todos los valores bursátiles intangibles que hoy reciben, gracias a sus ventajas ganadas en el devenir del actual sistema de relaciones económicas internacionales, no les servirán de absolutamente nada, en medio de la ruptura del actual orden económico mundial.
Para alcanzar a comparar con mayor certeza los potenciales económicos reales de las superpotencias presentes, en caso de guerra, se deben echar a un lado los valores “relacionales” mercantiles, o bursátiles, y simplificar los cálculos, hasta fijarse en solo tres factores: en la capacidad productiva de bienes tangibles concretos, en la capacidad innovativa, y en el acceso a los recursos, las materias primas. Porque sin lugar a duda en una guerra general, o proxy, entre Estados Unidos y la República Popular, que el dólar sea una moneda más confiable para las transacciones internacionales que el yuan, o el rublo, no sirve de mucho, por no decir de nada. Lo que importará en caso de guerra es lo que una economía puede producir, como alimentos para su población y sus soldados, como medicamentos, o como armas, etc., no las acciones de bolsa de que sean propietarios los ciudadanos del estado en cuestión, y aun ni de la cantidad de metales preciosos que tengan depositados en sus bancos (importará, más bien, el acero, el aluminio, el titanio, el uranio… que sea capaz de producir). Será decisiva la capacidad de innovar técnicamente, y no los complejos productos bursátiles que se hayan creado en sus instituciones peripatéticas; o el acceso a las materias primas necesarias para producir bienes tangibles, no la situación privilegiada en el actual orden económico internacional en tiempo de paz.
Es por tanto un peligroso error seguir creyendo, en base a las actuales mediciones del PIB nacional, que una economía como la china, que produce 13 o 14 veces más acero que la de los Estados Unidos —y otro largo etcétera de productos básicos en los que sucede lo mismo—, en caso de llegarse a una guerra, general o proxy, entre ambos superpoderes, estaría en desventaja.
No es creíble que una sociedad con mayor acceso a la producción material, con mayor potencial de habilidad ingenieril, en razón de ese más próximo contacto como la producción concreta, como en la República Popular China, pueda mantenerse mucho tiempo por detrás de Occidente, y en específico de los Estados Unidos, en cuanto a capacidad innovativa, por más que su sistema político incida negativamente en ese adelanto. En definitiva, con una sociedad de empleados de oficina, o de servicios, no se puede esperar mantener la supremacía en la capacidad innovativa frente a otra sociedad donde la proporción de individuos directamente implicados en la producción material, concreta, ha estado creciendo hasta ya superarte ampliamente. El diseño político contrario a la innovación en la República Popular asegurará retardar el proceso, pero a la larga la falta de contacto con la realidad productiva, como transformación material concreta de la naturaleza, en Occidente, también incidirá en su sistema político (por ejemplo: la deriva hacia un nuevo peripatetismo en la academia occidental es cada vez más clara), mientras la situación contraria en la República Popular quizás la haga moverse hacia un sistema político más propicio a la innovación.
En cuanto al acceso a las materias primas: quizás todavía hoy los Estados Unidos tengan un mayor y más fácil acceso (aunque en lo personal tengo mis serias dudas), más si así fuera el asunto se compensaría fácilmente en tiempo de guerra, al considerar que las élites occidentales han hecho lo imposible por lanzar a Rusia, con sus inmensos e inexplotados recursos, en manos de Pekín.
La verdad es que en caso de guerra abierta entre los Estados Unidos y la República Popular China, que no escale a nuclear estratégica, o incluso en caso de otra guerra proxy de la segunda contra Occidente y los Estados Unidos (al usar a Corea del Norte contra Corea del Sur, como mismo ahora usa a Rusia, en su guerra contra Ucrania; porque en realidad eso es lo que ocurre en Ucrania: China desgasta a los otros dos superpoderes globales), las economías de guerra de ambos países estarían en una relación desfavorable para los americanos, y en general para todo el bloque de sus aliados. Pero lo peor es que a medida que pase el tiempo, esa situación desfavorable para los Estados Unidos y Occidente solo podrá empeorar, si es que antes no comienzan a revertir su desindustrialización, y a buscar un acercamiento con los rusos. Esté, quien esté en el Kremlin…
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