Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Ecuador

Canta pero desafina

¿Es Rafael Correa otro Chávez, con menos polémicas internacionales, mayor instrucción y menor paciencia?

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Quienes se interesan en los asuntos continentales se preguntan angustiados hacia dónde va Ecuador. Y la respuesta, aun respetando la máxima objetividad, se torna harto compleja.

En el planteo ajedrecístico ecuatoriano se encuentra, de un lado, la mayoría que apoya al presidente Rafael Correa. Pero resulta que gran porción de ese mismo conglomerado dice detestar hoy a buen segmento del Congreso que eligió ayer.

En otro terreno vibra una oposición que si en larga medida carga el desprestigio de una política tradicional no maridada con los intereses de siete millones de pobres, muchas veces encuentra respaldo en un rosario de leyes que se dictaron para preservar precisamente la constitucionalidad en un país donde la legalidad se ha violado sin recato.

Mientras Hugo Chávez dedicó años y procesos electorales a desmontar todo el andamiaje democrático previo y crear el suyo, Correa, al parecer, no tiene la paciencia de su amigo, y está decidido a pasarle por encima, velozmente, a todo el aparato legal vigente. Tal encomienda, hasta ahora, ha sido un laberinto sin Ariadna.

Un ápice del conflicto

Intentar evaluar todas las corrientes que recorren el orbe ecuatoriano constituye una vanidad. Recordemos por lo pronto que el Tribunal Constitucional (TC) repuso hace unos días en sus curules a 51 de los 57 legisladores que el Tribunal Supremo Electoral destituyó a principios de marzo.

La decisión de restablecer a los congresistas levantó en el mandatario —apoyado por el reciente plebiscito que en pro de una Asamblea Constituyente ganó con anchura— duros calificativos como el llamar "mafia" a la oposición, que estrenó una "nueva jugarreta".

Éstas, entre otras muchas descalificaciones y amenazas, de un frente y otro, sacan de su campo a la lucha política civilizada y la meten en las coordenadas de la violencia. Los temores de que sobrevendrá un régimen autoritario con el otrora ministro de Economía se hacen cada día más numerosos.

Alfonso Harb, uno de los diputados beneficiados con el fallo del TC, consideró que el gobierno "entra a una dura prueba: o lo acata (…) y demuestra que estamos en un Estado de derecho, o no lo acata, y entonces quedaría absoluta y abiertamente consagrada la dictadura".

Casi de inmediato, el jefe del Palacio de Carondelet apostrofó que si los rehabilitados "intentan entrar a la brava al Congreso y alterar el orden público, habrá incluso que mandarlos a prisión".

Como se conoce, al día siguiente de la restitución, el Congreso (en gran número sustitutos designados) respondió a su vez con la deposición de miembros de la Corte, a partir de lo cual el jurista Ramiro Román retrató el panorama nacional: "Esta fue una inconstitucionalidad, así como las que en los últimos años han cometido la mayoría de autoridades y organismos".

Adherentes de diversas casas políticas se preguntan hoy si la intención de Correa acaba en una reforma que viabilice estrategias sociales o si su superobjetivo palpita en la instauración de un régimen que, empeñado en desaparecer lo que llama "partidocracia", "corrupta como un cadáver insepulto", buscará, como una nueva fuente de la eterna juventud, al socialismo del siglo XXI, que ningún sesudo sabe lo que es.

Pasos evidentes

El comentarista Libardo Buitrago decía recientemente en la radio chilena que, a pesar del ahínco, muy poco fruto dejan a la vista las asambleas constituyentes y las reformas constitucionales.

Lo trascendente que ha hecho el populismo regional fue la nacionalización de las fuentes energéticas en Bolivia y para esto no hicieron falta cambios y, mucho menos, malherir a la democracia, consecuencia imperturbable de las reformas constitucionales en la zona.

Mientras solivianta los ánimos y arrincona a la oposición (un grupo de legisladores se fue a Colombia por temor a represalias), el líder carismático declara persona non grata al representante del Banco Mundial en Quito, no sin que analistas recuerden los más de 700 millones de dólares que acumula el país como deuda externa. En más de una oportunidad ha amenazado con igual trato al FMI.

Cada vez más desbocado partidario del ALBA —que encabezan Venezuela y Cuba— y opuesto a negociar un tratado de libre comercio con EE UU, el jefe del ejecutivo desoye la defensa que hace la socialista Michelle Bachelet de los acuerdos de TLC entre Santiago de Chile y Washington. Por cierto, que este intercambio creció, desde 2003 a mediados del pasado año, en 165%, con superávit considerable para la nación austral.

Correa, a quien Antonio Tramontana, ex secretario de Comunicación, llama "encantador de masas", se ufana también de cerrar, para 2009, la base norteamericana de Manta. Y todo lo conjuga con un gabinete itinerante que viaja al interior al menos dos veces a la semana, como si la campaña por Carondelet no hubiera terminado.

Semejante esfuerzo no es obstáculo para que el ex catedrático se suba a una tarima y pase del discurso ardiente al baile y hasta cante, aunque un amigo confesara que, desde pequeño, desafina.

¿Es Correa otro Chávez con mejor pinta, menos polémicas internacionales y mayor instrucción? ¿Será este caballero el destino por el que muchos angustiados se preguntan?