Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Crónicas postcomunistas

Carlos IV y el diablo

El puente 'mágico' de Praga cumple 650 años.

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Los checos tienen una manera singular de saber que la democracia, alcanzada tras casi 50 años de comunismo, funciona a todo tren en su país: echan una ojeada al Puente de Carlos y si está lleno de turistas, respiran tranquilos. Porque ese ir y venir de gente de todos los rincones del planeta les recuerda que los años grises nunca volverán.

Y como este lugar emblemático de la capital checa se ha convertido en el punto que nadie quiere dejar de ver, el país celebró recientemente con alegría y pompa los primeros 650 años transcurridos, desde que el Rey más querido y supersticioso de la historia, Carlos IV, puso la primera piedra el 9 de julio de 1357 a las 5.31 minutos y 79 segundos de la mañana.

El gran monarca y emperador romano, Rey de Bohemia, había escogido una fecha astrológica mágica que contiene una cifra capicúa (9-7-1-3-5-7-3-1-7-9), que todavía hoy se puede leer en una inscripción que permanece en uno de sus pilares. Esta cábala, dicen los checos, tiene dos funciones: preservar el puente hasta la eternidad y evitar que el diablo se apodere de él.

Porque según la leyenda, el diablo reina en las piedras del Puente de Carlos de Praga, donde tiene encerradas las almas del purgatorio. Quizás por eso las barandas de este puente gótico —cuyos extremos están fortificados con Torres que unen la Ciudad Vieja y la Ciudad Pequeña de Praga— están adornadas con 30 estatuas barrocas de santos, que tienen la misión de "contrarrestar" al maligno.

Una de las más famosas es la de San Juan Nepomuceno, sacerdote checo torturado y arrojado al río en ese lugar por no haber revelado al Rey los secretos de confesión de la reina. Tocar esta estatua de bronce, "da suerte". Otra estatua interesante es la del príncipe mitológico Bruncvik, quien volverá a la vida cuando el pueblo checo esté amenazado.

Inmune al río

No se sabe si ha sido por la profecía contenida en la cábala de su inauguración, o porque el Rey Carlos IV mandó utilizar huevos en vez de agua para mezclar la cal con que se unieron sus piedras; lo cierto es que el Puente de Carlos es el único de Praga que nunca ha sido destruido por las inundaciones periódicas del río.

Durante la Edad Media, el Puente de Carlos no sólo era la única vía de comunicación entre las dos partes de Praga, sino que desde aquí se sumergía y ahogaba en el río a los criminales metidos en jaulas de hierro, se celebraban torneos entre Caballeros y se realizaba la procesión del Cortejo Real en su camino hacia el Castillo.

Hasta 1970 se permitió el tránsito de vehículos, pero después se convirtió en zona peatonal para protegerlo de las vibraciones de los motores. Sin embargo, después de 1989, con la caída del comunismo, el Puente de Carlos siempre está repleto de visitantes y allí se reúnen artesanos, artistas y saltimbanquis que hacen las delicias de los visitantes.

Pasados los años, en Praga se construyeron además otros diez puentes. Algunos fueron preferidos por visitantes ilustres, como Albert Einstein, que gustaba pasear por el Puente Palacky cuando era profesor de la Universidad Carolina de Praga, en 1912, o el Puente Chechuv, art nouveau, descrito por Kafka en su relato Desde mi ventana, cuando dice "me siento tentado a sumergirme en él".

Sin embargo, el Puente de Carlos siempre ha sido el más visitado, porque, sin conocerlo, nadie puede decir que ha estado en la capital checa.