Actualizado: 18/04/2024 23:36
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América Latina

Divorcio a la vista

Más cerca de Chile y Uruguay que del resto, Lula da Silva planta cara a varias iniciativas promulgadas por los radicales de la zona.

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Con una presencia económica norteamericana nada relevante, al presidente Evo Morales se le hace difícil posesionarse contra el imperialismo a lo Hugo Chávez. Aunque se empeñe, a todas luces no logrará cavar en Bolivia una "auténtica trinchera antiimperialista", con lo cual presuntamente unificaría en su favor las tenaces oposiciones domésticas.

De acuerdo con Francisco Carlos Teixeira, profesor de Historia Moderna y Contemporánea de la Universidad Federal de Río de Janeiro, el presidente del país altiplánico ha intentado a veces "hacer con Brasil lo que Chávez hace con EE UU". Sólo que el gigante sudamericano no acepta "ser convertido en un elemento de unificación del movimiento social boliviano", dijo el catedrático a la prensa.

Sin duda que la política y la autoridad de Lula da Silva se vieron afectadas cuando en mayo de 2006 Morales envió tropas a las empresas energéticas y anunció la nacionalización de los hidrocarburos, a lo que al cabo el Planalto cedió, si se recuerda que la brasileña Petrobras encabezaba entonces el sector.

A poco, en jugada harto atrevida, el mandatario anunció que confiscaría las dos refinerías de Petrobras, desde luego sin indemnización. Pero pronto dio marcha atrás. Se había pasado de rosca. Bolivia no es la Cuba de Fidel Castro en los sesenta, debieron advertirle los brasileños.

Con posterioridad, presiones bolivianas y flexibilidad de Itamaraty concluyeron con el incremento de los precios para el gas que adquiere Brasil, pero hace sólo unos días La Paz obligó a que el gigante le vendiera las refinerías.

Deterioro de las lealtades

¿Puede Lula fiar en quien ha tratado de colocarlo como un chivo expiatorio —el imprescindible enemigo externo— cada vez que se agrava una tirante circunstancia que podría desembocar en una guerra civil, según Teixeira? Esta posibilidad provocaría enormes masas migratorias, sobre todo hacia territorio brasileño.

Despachos de prensa informan sobre las coincidencias de las asesorías que en materia internacional recibe Lula, que abogan porque en unos años Brasil se deshaga de la incómoda dependencia del gas boliviano. Y esto vendría desde importaciones de gas licuado argelino, por ejemplo, y de yacimientos propios ya descubiertos, hasta el asumir la energía nuclear como estrategia.

Conocedora de este esfuerzo, La Paz se desvela por nuevos acuerdos y mercados en países como China, Argentina y México, de manera que "el divorcio" sea menos traumático.

Un dato de interés en los lazos bilaterales estriba en el fuerte afán autonomista de provincias como Santa Cruz de la Sierra, cuyas simpatías por regiones brasileñas autónomas están demasiado cercanas. Sería más que tentador seguir la Constitución brasileña de 1988, lo cual los haría "felicísimos", acota Teixeira. Por otro lado, la oposición de La Paz a proporcionar la autonomía empuja derechamente al separatismo.

Aunque el ejecutivo brasileño aceptó hace meses apoyar —como señaló el propio Lula— el esfuerzo industrializador de la nación más pobre del área, y decidió eliminar trabas para absorber un grupo de sus exportaciones, el panorama cambió ante la disipadora constancia de las imposiciones bolivianas y el acuerdo sobre etanol con el presidente George W. Bush.

Analistas, por cierto, han notado un endurecimiento táctico de Brasilia hacia La Paz, lo cual proviene de la asimétrica respuesta de Morales ante la buena voluntad de Itamaraty.

Para no quebrantar vínculos en la zona, el propio Lula pronto sustituiría por maneras diplomáticas las amenazas que lanzó recientemente contra su vecino, donde incluyó desaconsejar inversiones de otros países en Bolivia y el corte de las brasileñas, acudir a tribunales internacionales y hacer pasar por el visto bueno de la cancillería a los bolivianos que viven en Brasil, indica la prensa.

Mientras, expertos subrayan que Brasil no puede ser rehén de sus vecinos, y abundan sobre la elevación del tono en círculos políticos de ambas naciones, paradigmas para quienes desconocen el meollo de la supuesta Latinoamérica que emerge a la sombra de Chávez.

Recuérdese que la más reciente negociación —la venta de las refinerías— se dio en el clima de ultimátum que generó el decreto del ejecutivo, que traspasó a YPFB (Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos) el monopolio de las exportaciones del crudo refinado.

La cancillería brasileña lo consideró de "impacto negativo" en la cooperación bilateral, y expresó su "contrariedad" por la medida que "perjudica y puede hacer inviable el proceso negociador y la adecuación de la situación de las refinerías al cuadro jurídico institucional".

En digna respuesta, Petrobras (60% de capital privado y el resto estatal) dio plazo de tres días a Morales para llegar a un arreglo, y en caso contrario amenazó con llevar el diferendo a un tribunal internacional. Finalmente, Bolivia aceptó pagar —lo hará con gas— los 112 millones de dólares que exigió la petrolera.

Nuevo escenario

Por primera vez desde la política del buen vecino que siguió a la Segunda Guerra Mundial, tiene Brasil sobre la mesa una oferta de verdadera alianza con Estados Unidos, suscriben observadores. Aunque habría que ver hasta dónde llegan juntos, la realidad es que las diferencias se ahondan por debajo del Río Bravo.

Con otra visión política, con esperanzas en el etanol y más cerca de Chile y Uruguay que de Bolivia, Ecuador, Argentina o Venezuela, el otrora obrero metalúrgico ha puesto peros a una serie de iniciativas promulgadas por los radicales de la zona.

Piénsese que quedó estancada la OPEP del gas propuesta por Caracas, y que Brasil y Chile cuestionaron el Banco del Sur, generado por Venezuela y Ecuador. Ante la política de mantener la matriz energética fósil, el Planalto insistió en su alternativa, el etanol, a pesar —también— de los editoriales de Castro en Granma.

Bien mirada la integración sudamericana, los resultados no son en nada alentadores, lo que apenas cambia si se detalla el zarandeado Mercosur. Washington, entretanto, agita las ambiciones de Brasil, que van, a propósito, junto con las mejores esperanzas del planeta.