El Termidor de la Revolución de Octubre
En 1937, Stalin puso en marcha la Gran Purga, una de las catástrofes humanas más trágicas del siglo XX. Las farsas judiciales que entonces se montaron fueron utilizadas como pantalla para desviar la atención de la sangrienta represión masiva que se prolongó durante casi dos años
Aunque todo apunta a que será una celebración más bien discreta, en noviembre no van a faltar los actos que recuerden el centenario de la Revolución de Octubre. En su momento, el triunfo de los bolcheviques tuvo en todo el mundo un impacto extraordinario. Muchos lo veían como el comienzo de una nueva civilización, basada en la igualdad de los seres humanos. El nuevo gobierno, con Lenin a la cabeza, tomó rumbo hacia lo que se llamó “socialismo de un solo país”. Pero la realidad mostró que lo que se empezó a construir en Rusia no era ni podía ser socialismo, pues muy pronto empezaron las deformaciones del proyecto inicial.
Una de las primeras fue la disolución, a principios de 1918, de la Asamblea Constituyente. Esa medida suscitó serios reproches de partidos comunistas de otros países. Entre ellos estuvo el de Rosa Luxemburgo, quien antes de ser asesinada criticó severamente a Lenin por su desprecio de las libertades políticas. Su tesis era que un poder socialista no podía existir sin apoyarse en una representación democrática de las masas. Pero si se quisiera ilustrar de modo claro y patente el abandono de los ideales de la revolución de 1917, basta revisar lo ocurrido durante la Gran Purga, una de las catástrofes humanas más trágicas del siglo XX y de cuya puesta en marcha justamente se cumplen, en 2017, ochenta años. Para Memorial, una de las organizaciones no gubernamentales más importantes de Rusia y conocida por recuperar la memoria histórica, se trata de uno de los aniversarios más terribles de la historia de ese país.
Los historiadores a menudo se refieren a aquellos sucesos como el Gran Terror. Se les conoce también como la “Yezhovschina”, término derivado de Nikolai Yezhov, el hombre que dirigió la policía secreta (NKVD), de septiembre de 1936 a noviembre de 1938. El pueblo común, en cambio, prefiere hablar sencillamente del 37. Es oportuno señalar que antes de aquel año, hubo represalias políticas bajo el régimen soviético. Tras el atentado a Lenin, en agosto de 1918, se desató el llamado “terror rojo”, que se saldó con una terrible y sanguinaria cosecha. El propio dirigente de los bolcheviques ordenó el fusilamiento de miles de personas por realizar propaganda contra el gobierno. Y en un mensaje telegráfico a los comunistas de la ciudad de Penza, para que aplastaran el levantamiento de los “kulaks” (en realidad, se trataba de simples trabajadores), escribió: “1-Ahorcar (ahorcar sin vacilación para que el pueblo vea) no menos de cien conocidos «kulaks», de los más pudientes vampiros… 2-Publicar sus nombres. 3-Confiscar todos sus bienes. 4-Coger rehenes”. Sin embargo, la ola represiva iniciada en 1937 se convirtió en macabro símbolo por su gigantesca magnitud. Fue un sistema de masacres organizadas y llevadas a cabo por las autoridades y abarcó todas las regiones y todas las capas sociales sin excepción.
El origen de la Gran Purga hay que buscarlo en la falta de escrúpulos de Stalin y en la dictadura burocrática instaurada por él, algo que le había creado enemigos dentro de su propio partido. Ya Lenin, al redactar su testamento, había advertido: “El camarada Stalin, que se ha convertido en Secretario General, tiene una autoridad ilimitada concentrada en sus manos, y no estoy seguro de si siempre será capaz de utilizar esa autoridad con la suficiente cautela (…) Stalin es demasiado grosero y este defecto, aunque bastante tolerable en nuestro medio y en el trato entre nosotros los comunistas, se convierte en intolerable en un Secretario General. Por eso sugiero que los camaradas piensen en una manera de sacar a Stalin de ese puesto y nombrar a otro hombre en su lugar que en todos los demás aspectos difiera del camarada Stalin por tener sólo una ventaja: ser más tolerante, más leal, más cortés y más considerado hacia los compañeros, menos caprichoso, etc.”.
Afianzarse en el poder como fuese
Esas opiniones discrepantes comenzaron a obsesionar a Stalin de tal manera, que creyó que sus compañeros estaban conspirando para acabar con él. Decidió entonces hacer una limpieza a fondo en la disidencia y de aquellos que cuestionaban su liderazgo. Era primordial para afianzarse en el poder como fuese y para consolidar la dictadura personalista que comenzó tras la muerte de Lenin. Para eso contaba con el Comisariado del Pueblo para el Interior (NKVD, según las siglas en ruso), creado por él en 1934, y que representaba una herramienta imprescindible del aparato de terror bajo sus órdenes directas.
El detonante para poner en marcha la sangrienta purga se lo proporcionó el asesinato de Serguéi Kirov, ocurrido en Leningrado en diciembre de 1934. El suceso conmocionó a la sociedad soviética, pues era un líder comunista que gozaba de mucha popularidad. Era el pretexto esperado por Stalin para iniciar la depuración. Denunció que se trataba de una conspiración trotskista cuyo objetivo era derribar el gobierno. Los principales acusados fueron Grigori Zinoviev y Lev Kamenev. El primero había ingresado en el Partido a los diecisiete años. En 1908 era miembro del Comité Central clandestino, época en que se convirtió en el brazo derecho de Lenin. En ese momento en que fue procesado era presidente del Ejecutivo de la Internacional Comunista. A su misma generación pertenecía Kamenev, quien era militante desde 1901. Fue colaborador de Lenin en la emigración y de 1913 a 1914 dirigió el periódico Pravda. Durante la guerra civil integró el Comité Central y al ser detenido era presidente del soviet de Moscú.
Tras el asesinato de Kirov, Zinoviev y Kamenev fueron expulsados del Partido junto a sus más cercanos colaboradores. Se les acusó de estar relacionados con el magnicidio y se les juzgó, pero se les exculpó por falta de pruebas. Sin embargo, en agosto de 1936, ambos, junto a otras 14 personas, la mayoría bolcheviques, fueron juzgados de nuevo. Esta vez los cargos incluían la formación de una organización terrorista que asesinó a Kirov e intentó matar a Stalin y otros líderes del gobierno soviético. Al igual que los otros acusados, Zinóviev y Kamenev fueron encontrados culpables y ejecutados el 25 de agosto de 1936. Este juicio del “Centro Terrorista Trotskiano-Zinóvieviano” fue el primer juicio de Moscú y sentó las bases para los siguientes. Prepararon además el terreno para los arrestos y ejecuciones en masa que se produjeron entre 1937 y 1938.
Del 23 al 30 de enero de 1937 tuvo lugar el segundo juicio, en el cual fueron procesadas 17 personas. De todas ellas, la figura más sobresaliente era Yuri Piatakov, de destacada trayectoria revolucionaria. En 1917 fue nombrado presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo de Ucrania. Después pasó a ser uno de los más importantes técnicos de la economía. Desde 1921 era miembro del Comité Central y fue uno de los seis bolcheviques citados por Lenin en su testamento y el único, junto con Nikolai Bujarin, de la generación joven. Cuatro de los inculpados fueron enviados a los campos de trabajo y al resto se le condenó a muerte.
El tercer y último proceso público se celebró del 2 al 13 de marzo de 1938 y llevó ante la Corte Suprema a 21 personas. Supuestamente, integraban un bloque trotskista y derechista, a cuyo frente estaba Bujarin, a quien Lenin bautizó como “el niño mimado del Partido”. Era militante desde 1906 y fue el principal ideólogo de la Nueva Política Económica. Ocupó el cargo de redactor jefe del diario Pravda y cuando lo detuvieron era redactor en Izveztia. Entre los que fueron procesados junto con él, se hallaban Karl Radek, Grigori Sokolnikov y Leonidas Serebriakov. Eran nombres asociados a la epopeya revolucionaria de 1917, si bien, como ocurrió en los procesos anteriores, en realidad representaban el papel de simples comparsas. Todos fueron condenados a muerte y al día siguiente de finalizar el juicio, se les ejecutó.
Las únicas evidencias eran las confesiones
En aquellos vergonzosos espectáculos, los acusados aparecían sentados en el banquillo, resignados a aceptar su suerte. Durante las sesiones, se declaraban culpables de los delitos más aberrantes y rocambolescos: ejecutar actos de sabotajes, asesinatos, planes para restaurar el capitalismo, espionaje, traición, complots trotskistas, monárquicos, nazis, zinovievistas. Tras confesar esos crímenes pedían a los jueces una estricta severidad y aguardaban la sentencia. En base exclusivamente a esas confesiones, se les condenaba. Después de 1991, se conocieron los métodos brutales que se empleaban para obtener que los procesados se auto inculparan, y que incluían palizas diarias, declaraciones falsas, amenazas de matar a sus familiares, privarlos de sueño, mantenerlos de pie y sin comer. Ese afán de obtener la confesión llevó al uso masivo de la tortura, un método que fue oficialmente aprobado en 1937.
La versión que el régimen estalinista se encargó de difundir en el extranjero era igualmente falsa. He aquí un fragmento perteneciente a un programa radial emitido para el exterior: “Saludos. Escuchan Radio Moscú, trasmitiendo por la frecuencia de 12 megahercios. Los criminales fascistas, seguidores de Trotski, que han atentado contra la propiedad del Estado soviético y, lo que es más precioso, contra las vidas de nuestros trabajadores han recibido un implacable castigo. La sentencia del tribunal fue acogida por la gente de nuestro gran país con pesarosa satisfacción. Esta es la sentencia de nuestro gran país. ¡Muerte a los enemigos del pueblo! Tenemos al gran Stalin, nuestro estandarte, nuestro líder. Tenemos el partido de Lenin y Stalin, la enorme fuerza creadora de nuestro pueblo. Tenemos el gobierno soviético de Stalin, el más grande y poderoso del mundo”.
En mayo de 1937, se creó en Estados Unidos la Comisión Dewey. Estaba presidida por el filósofo y pedagogo norteamericano John Dewey y la integraban 17 personalidades relevantes, ninguna de ellas afín al trotskismo. Su objetivo era el de limpiar el nombre de Trotski de los cargos hechos contra él en los juicios de Moscú. La Comisión sacó a la luz pública detalles que demostraban que algunas acusaciones eran falsas. Por ejemplo, Piatakov había testificado que en diciembre de 1935 había viajado a Oslo para “recibir instrucciones terroristas” de Trotski. La Comisión demostró que ese viaje nunca tuvo lugar. Otro acusado, Iván Smirnov, “confesó” haber participado en el asesinato de Kirov, pero luego se demostró que en esa fecha llevaba un año en prisión e incomunicado.
La Comisión publicó sus hallazgos en un libro de 422 páginas titulado Not Guilty. Sus conclusiones declaraban inocentes a todos los condenados en los juicios de Moscú. En su sumario, la Comisión escribió a las autoridades soviéticas: “Ustedes cometieron un fraude con el propósito de justificar el exterminio de sus adversarios políticos. Trataron de engañar a los trabajadores del mundo. Ustedes son indignos de servir a la causa que invocan”. No obstante, el embajador norteamericano en Moscú, J.E. Davies, afirmó que los juicios eran completamente legales y que los cargos contra los acusados eran reales.
Aquellas farsas jurídicas tenían un propósito propagandístico y ejemplarizante. Y significaron el restablecimiento de las pautas de los procesos inquisitoriales del medioevo. Como estos, constituían procedimientos seudo judiciales en los cuales había una práctica concentración en un mismo organismo de las tareas del acusador, el juez y el verdugo. Los tres juicios mencionados fueron los únicos públicos. Los demás eran a puertas cerradas, una medida que no se usaba desde la guerra civil. Asimismo, en muchos casos se efectuaban sin la presencia del procesado, que tampoco contaba con una defensa. A eso se sumaba que las sentencias eran sin derecho a apelación. Ese secreto hermetismo cubría tanto la administración de justicia como los sitios donde tenían lugar las ejecuciones y aquellos donde después se enterraban los cadáveres.
Los juicios sirvieron al doble propósito de fabricar evidencias de las supuestas conspiraciones y de lanzar una advertencia a disidentes potenciales. Representaron además la cara visible del Gran Terror y fueron utilizados como pantalla para desviar la atención de los observadores extranjeros de la sangrienta represión masiva que se prolongó durante casi dos años. La revolución rusa había entrado en su Termidor.
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