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Purgas, URSS, Stalin

El terror de Estado

La Gran Purga no fue, como algunas interpretaciones pretenden, un hecho accidental y descontrolado, ni una rutinaria oleada de arrestos. Fue una política concienzudamente organizada de asesinato masivo, con la cual Stalin se perpetuó en el poder

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Tres prisioneros de un gulag se cuentan las razones por las que fueron sentenciados.
—Estoy aquí porque siempre llegaba cinco minutos antes a la fábrica y me acusaron de espía —cuenta el primero.
—¡Qué curioso! —dice el segundo. A mí me condenaron por sabotaje porque siempre llegaba cinco minutos tarde.
El tercero comenta sorprendido:
—Estoy aquí porque siempre llegaba puntualmente a la fábrica, y me acusaron de comprar un reloj suizo en el mercado negro.
Chiste popular de la época soviética.

En La revolución traicionada, Trotski apuntó: “El viejo partido bolchevique ha muerto y ninguna fuerza será capaz de resucitarlo”. En efecto, durante la Gran Purga el estado mayor leninista fue aniquilado: de la media docena de integrantes del Politburó, solo Stalin sobrevivió. Cuatro fueron ejecutados y el propio Trotski fue asesinado en México. De los 1.966 delegados al XVII Congreso del Partido celebrado en 1934, 1.108 fueron arrestados. De ellos, casi todos fueron condenados a la pena de muerte o murieron en prisión. Stalin pudo deshacerse así de los antiguos dirigentes de la revolución de 1917, compañeros de partido a quienes no tuvo ninguna compasión en exterminar. Con eso logró promocionar a una nueva generación de fanáticos y leales a él. Aunque el número de víctimas es difícil de precisar, debido a la opacidad del régimen, se afirma que Stalin mató más comunistas que Hitler y Mussolini juntos.

Sin embargo, las ejecuciones de los antiguos dirigentes bolcheviques, pese a ser la parte más visible, solo representaban una pequeña parte de las purgas. El Gran Terror afectó a todos los segmentos de la población, y la inmensa mayoría de las víctimas eran ciudadanos comunes. La posibilidad de ser arrestado dependía esencialmente del hecho de pertenecer a una de las categorías incluidas en las “órdenes operativas” del NKVD o de los vínculos que se tuviese con quienes habían sido detenidos antes. A Stalin no le importaba si se asesinaba a personas inocentes y defendía que estas debían ser sacrificadas para garantizar que los enemigos reales fueran eliminados: “Cada comunista es un posible enemigo oculto. Y puesto que no es fácil reconocer al enemigo, el objetivo se logra incluso cuando solo el 5 por ciento de los ejecutados fueran enemigos reales”.

De acuerdo al informe elaborado por Memorial, en el año y pico que duró la Gran Purga el número de detenciones y deportaciones a los campos fue de 1 millón 700 mil. Asimismo, se realizaron 720 mil ejecuciones, de las cuales 44 mil fueron aprobadas personalmente por Stalin y sus colaboradores más cercanos. Las iniciales del dictador aparecen garabateadas con lápiz rojo en 357 listas. Esas cifras no contemplan los detenidos que murieron a causa de las torturas o durante su traslado a los campos, ni tampoco los que fallecieron allí. Eso hace de la Gran Purga una de las matanzas masivas dirigidas contra toda una sociedad más grandes de la historia.

Bajo la purga, cualquier persona sospechosa podía ser ejecutada o enviada a un campo de trabajo forzado. No obstante, las más vulnerables eran las nacidas en otros países, las previamente afiliadas a partidos no comunistas, los campesinos ricos expropiados por la revolución. También lo eran las que tenían “malos” orígenes sociales, vivían en zonas fronterizas, habían mantenido contactos con extranjeros, contaban con familiares fuera de la Unión Soviética o eran prisioneros de guerra. E incluso se consideraban sospechosos los radioaficionados, los esperantistas, los filatélicos. En las reuniones, la gente tenía que aplaudir las mentiras públicas sobre los “enemigos del pueblo” que habían sido desenmascarados. Los hijos además tenían que renegar de sus padres y las mujeres de sus esposos. Yezhov se ocupó de instituir las figuras expiatorias de “saboteador” y “agente antisoviético”, cuyos contornos eran muy difusos.

Resultaba prácticamente imposible prever el riesgo de ser detenido. Eso tiene que ver con lo que Hanna Arendt definió como la concepción totalitaria del delito. En vez de un acto realizado por el acusado, es una concepción mental del acusador. Una simple sospecha de peligro futuro se transforma en delito. La represión estalinista se basó además en una perversión del derecho. El 1 de diciembre de 1934, horas después del asesinato de Kirov, se aprobó un decreto que preparó la base legal de la represión en gran escala. De acuerdo al mismo, “las autoridades judiciales no dilatarán la ejecución de las sentencias capitales, ante las apelaciones de clemencia (…) Las delegaciones del NKVD deberán ejecutar las sentencias de muerte inmediatamente después de la proclamación de las mismas”. Que eso se cumplió al pie de la letra, lo prueba el caso del escritor Boris Pilniak: su proceso duró 15 minutos y poco después lo ejecutaron.

En el pleno celebrado en febrero de 1937, se acordó dar atribuciones ilimitadas a la NKVD “para desenmascarar y aniquilar a los trotskistas y otros agentes fascistas”. La policía secreta cumplió al pie de la letra esas facultades y como una cruel ironía las aplicó con dureza contra los mismos que se las concedieron: de los 73 militantes que intervinieron con discursos en aquel pleno, 56 fueron fusilados en los años siguientes.

Ese año fueron creadas las troikas, tribunales de tres personas que habían funcionado durante la guerra civil. Ahora estaban integrados por el primer secretario de la NKVD, el procurador y el primer secretario del Partido de cada circunscripción. Las troikas fueron los principales agentes del terror, y según las cifras reveladas por el gobierno ruso en 1995 fueron responsables del 92,6 por ciento de los fusilamientos entre 1937 y 1938. Los miembros no solían ser expertos en leyes, aparte de que el procedimiento sumarísimo eliminaba a la sentencia la posibilidad de ser revisada por un tribunal superior. Asimismo, las reuniones tenían lugar sin testigos, sin la defensa e incluso sin el procesado. A menudo, este se enteraba de que el juicio se había efectuado el mismo día del fusilamiento. Para acelerar los procesos, frecuentemente los detenidos eran obligados a firmar las planillas en blanco de los interrogatorios. Más tarde, el interrogador se encargaba de añadir la confesión.

Una macabra emulación

Correspondía a las autoridades locales determinar si los detenidos caían en la categoría de “los más hostiles” o en la de “los menos peligrosos”. La directiva 0047 dio luz verde a las troikas para aumentar la cifra de “enemigos del pueblo” que se les habían asignado. Podían hacerlo si lo estimaban necesario y luego de haberlo solicitado al Politburó, que por supuesto accedía de buen grado. Eso incluía tanto el número de ejecuciones como el de los internamientos en los campos. Fuera quedaban aquellos detenidos por ser familiares de fusilados o condenados, cuyo número se consideraba por encima de las cuotas. Eso dio inicio a una macabra emulación. Al cabo de menos de un mes, habían sido detenidas 146.225 personas, que cuantificaban el 54,37 por ciento de la cifra total planeada. De ellas, 31.530 fueron sentenciadas a muerte y 13.669 permanecieron en la cárcel. La Gran Purga, que originalmente debía durar cuatro meses, se extendió así a año y pico.

A cada república, territorio o región se le asignó una cuota que llevó al paroxismo la histeria represiva. En esa cantidad se especificaba el número correspondiente a la primera categoría (condenados a muerte) y a la segunda (deportaciones o reclusión en los campos). Como es natural, con ese cálculo matemático los tribunales no castigaban delitos reales, sino que simplemente ejercían de instrumento de intimidación para mantener a la población sojuzgada y sumisa. La región con más purgas fue Ucrania: de los 200 miembros del Comité Central, solo sobrevivieron 3. Fueron detenidas más de 1,7 millones de personas, cifra que sumadas a las que fueron deportadas y a las juzgadas como “elementos sociales dañosos”, supera los 2 millones. En Ucrania estaba asignado como comisario Nikita Jrushov, quien en 1956 denunció los crímenes cometidos por Stalin.

Tras exterminar la Vieja Guardia bolchevique, Stalin dirigió su atención al Ejército Rojo. Cualquier dictador teme un golpe militar, mucho más un hombre que tenía un miedo paranoico a los “enemigos”. Militares condecorados por su heroica participación en la guerra civil, enemigos de Trotski y estalinistas reconocidos, fueron acusados de preparar supuestas conspiraciones. Algunos fueron tan brutalmente torturados, que no se les pudo presentar en público, ya que eran incapaces de caminar y mantenerse en pie. Hay una foto de 1935 en la cual aparecen cinco militares de alto rango: Klimset Voroshilov, Semion Budionni, Mijaíl Tujachevski, Vasili Bliujer, Alexander Yegorov. Solo los dos primeros sobrevivieron al Gran Terror.

Stalin inventó una conspiración que tenía como objetivo usurpar el poder, a cuyo frente estaba el mariscal Tujachevski. Además de fusilar a este, mandó asesinar a la esposa, la madre, dos hermanos y una hermana, e hizo deportar a las dos exesposas a un campo en los Urales. Solo se salvaron una hija y tres hermanas, aunque una de estas quedó tan afectada sicológicamente que se ahorcó. Todos los colegas que lo juzgaron, excepto Ulrich, Budionni y Shaposhnikov, también fueron víctimas de las represalias masivas y fueron ejecutados en 1938. Tras la ejecución de Tujachevski, Stalin diezmó el colectivo de comandantes del ejército. De los 5 mariscales, 3 fueron ejecutados. Igual suerte corrieron 8 de los 9 almirantes; 50 de los 57 comandantes de cuerpo; y los 16 comisarios de ejército. La colosal purga afectó casi a la mitad del cuerpo de oficiales, es decir entre 20.000 y 35.000 militares. Asimismo, a muchos miembros del ejército se les hizo reconocer públicamente que aquellos juicios eran primordiales para preservar los logros de la Unión Soviética. Y tras haberlo confesado, se les ejecutó. Solo que, ante la opinión pública, previamente habían estado de acuerdo con sus propios fusilamientos.

Con esas purgas, Stalin decapitó las fuerzas de la defensa, algo que el país pagó muy caro cuando fue invadido por las tropas nazis. El país las enfrentó con un ejército al cual Stalin había dejado descabezado. Los historiadores atribuyen el éxito inicial de la Operación Barbarroja a la eliminación de los cuadros cualificados, que habían sido sustituidos por oficiales novatos. Estos carecían de experiencia y no sabían cómo reaccionar, y hubo que esperar a que el general Gueorgui Zhukov emergiera en la defensa de Stalingrado. Después de la muerte del dictador, el exjefe del Estado Mayor soviético, Alexander Vasilevski, comentó al escritor Konstantin Simonov: “Cuando Hitler optó por la guerra, en su decisión jugó un gran papel el hecho de que una considerable parte de nuestro cuerpo de oficiales había sido liquidada”.

Nadie escapó a aquella orgía de terror

En mayor o menor medida, todos los estratos de la sociedad se vieron alcanzados por las purgas. Todo el mundo denunciaba a todo el mundo Nadie estaba seguro de si al día siguiente iba a estar vivo. Cualquier persona podía ser detenida, juzgada a puerta cerrada, fusilada o condenada a varios años en un campo en Siberia. Para el grueso de los ciudadanos, la lógica de las purgas era abstrusa, inexplicable y ajena al sentido común. A sus ojos, era una especie de lotería gigante que podía tocar a cualquiera.

En Bielorrusia, el 85 por ciento de los maestros fue depurado. Científicos, biólogos, periodistas, obreros, médicos también lo fueron. Isaac Babel y Osip Mandelstam estuvieron entre los escritores que murieron. En octubre de 1937, el poeta georgiano Titsian Tabidze fue detenido bajo la acusación de traición. Fue torturado en prisión y dos meses después lo ejecutaron. En un arranque de humor amargo, él nombró como su cómplice en las actividades antisoviéticas a Besiki, un conocido poeta georgiano del siglo XVIII. Entre los artistas, uno de los casos más atroces fue el de la actriz Zinaida Reich, casada con el famoso director Vsevolov Meyerhold. Fue hallada moribunda en su apartamento, tras haber recibido 17 puñaladas, algunas en los ojos. Treinta y cinco días antes había sido detenido su esposo. Fue obligado por la fuerza a confesar y arrepentirse de su desviación política y en febrero de 1940 fue fusilado. En una carta a Viacheslav Molotov fechada unas semanas antes de morir, Meyerhold escribió:

“Los investigadores comenzaron a usar la fuerza contra mí, un hombre de 65 años de edad, enfermo. Me hicieron tumbar boca abajo y me golpearon en las plantas de mis pies y mi espina dorsal con una correa de caucho (…) En los siguientes días, cuando las partes de mis piernas estaban cubiertas con extensa hemorragia interna, de nuevo las golpearon con una correa. El dolor era tan intenso que sentía como si estuvieran vertiendo agua hirviente en estas áreas sensibles. Aullaba y lloraba por el dolor. Me incriminé a mí mismo en la esperanza de que al decirles mentiras, eso podía poner fin a la terrible experiencia”.

Hubo ministerios, como el Comisariado del Pueblo para Máquinas y Útiles, en los cuales todos los funcionarios fueron purgados. El 85 por ciento del clero ortodoxo fue arrestado. La Internacional Comunista (Komintern), que agrupaba a los partidos comunistas del mundo, fue muy golpeada, pese a su carácter no soviético. Su presidente ejecutivo, Wilhelm Knorin, fue fusilado, al igual que otros 100 miembros. De la ola represiva ni siquiera se escaparon los extranjeros, pese a los problemas que eso podía ocasionar a nivel diplomático. En septiembre de 1939, 570 comunistas alemanes encarcelados en Moscú fueron entregados a la Gestapo, tras el pacto firmado por Alemania y la Unión Soviética. Otro partido comunista muy diezmado fue el polaco, que fue completamente aniquilado.

En la última etapa de la Gran Purga, Stalin debió pensar que los miembros de la NKVD sabían demasiado y que esa información podía ser usada contra él. En noviembre de 1938 designó como nuevo jefe a Lavrenti Beria, quien hizo una purga bajo el pretexto de que los detenidos eran fascistas y responsables de la muerte de muchos ciudadanos inocentes. Yezhov fue arrestado y fusilado en 1946. Sus restos fueron a parar a una fosa común, donde se mezclaron con los de los ejecutados. En esa cadena macabra, acabó así compartiendo el destino de sus víctimas.

Un acuerdo del Politburó, fechado el 17 de noviembre de 1938 y firmado por Stalin y Molotov, dio por finalizadas oficialmente las operaciones masivas de la Gran Purga. En el año y pico que esta duró, se efectuó el 90 por ciento de las sentencias de muerte dictadas entre 1921 y 1940. No se cuestionó la represión, pero se reconoció que la NKVD había cometido “errores” en su labor: arrestos masivos no justificados, actas mal redactadas, documentos falsificados. Sin embargo, solo fue enviada una comisión a Turkmenia para investigar tales excesos. Una vez más se echó mano al socorrido pretexto de la actividad de los “enemigos del pueblo”. Aquella orgía de terror diseñada y dirigida por Stalin y el Politburó era obra de elementos trotskistas que habían logrado infiltrarse en los órganos de represión.

Hubo dirigentes que se mantuvieron incólumes en su postura de considerar imprescindible la represión. En 1986, al ser interrogado acerca de por qué se confinaba en campos especiales a los familiares de los condenados, Molotov respondió: “¿Qué quiere decir eso de por qué? Tenían que ser aislados en cierta medida. De lo contrario, habrían presentado toda suerte de quejas… y hasta cierto punto habrían corrompido la atmósfera”. En sus memorias de guerra, Winston Churcill definió a Molotov, con quien se reunió en varias ocasiones, como un “hombre de extraordinaria capacidad y crueldad de sangre fría”. Y concluyó: “En el manejo de los asuntos exteriores, Mazarino, Talleyrand y Metternich lo recibirían a su compañía, si hubiese otro mundo al cual los bolcheviques se permitieran a sí mismos ir”.

Durante décadas, esa tragedia que representó un flagrante desprecio de los derechos y las libertades quedó sometida al silencio. Las farsas judiciales de los altos dirigentes hallaron mucho eco en la propaganda soviética. No así la purga en la población civil, que fue ocultada a la prensa nacional y extranjera. En Occidente, la verdadera dimensión de la Gran Purga se empezó a conocer cuando exprisioneros de los gulags lograron huir hacia estos países. Sin embargo, en muchos casos los movimientos comunistas de esas naciones se dedicaron a acallar sus testimonios.

No hay un monumento nacional a las víctimas

El velo de mutismo se levantó en febrero de 1956, cuando Nikita Jrushov leyó su informe secreto en el XX Congreso del Partido y denunció los crímenes cometidos por Stalin. En los años siguientes, numerosos dirigentes fueron rehabilitados, pero el silencio continuó siendo total respecto a la inmensa mayoría de las víctimas, que eran los ciudadanos comunes. De igual modo, los escenarios del Gran Terror permanecieron bajo un nimbo de oscuridad hasta la desintegración de la URSS. El campo de tiro de Bútovo, en las afueras de Moscú, era un sitio del cual no se hablaba. Entre la gente corrían rumores de que allí había ocurrido algo especial y a veces se encontraban restos humanos. La razón es que fue uno de los principales centros donde se efectuaban las ejecuciones.

Las primeras se realizaron el 8 de agosto de 1937; las últimas, el 19 de octubre de 1938. Según datos fiables, allí fueron asesinadas 20.761 personas. La mayor parte del tiempo había entre 100 y 160 fusilamientos diarios. Las víctimas eran ultimadas con un tiro en la nuca. Se les enterraba en fosas comunes, que luego eran tapadas con una excavadora de la marca Komsomolez. En 1994, Bútovo fue entregado a la iglesia ortodoxa rusa, probablemente atendiendo a que allí fueron ejecutados 7 obispos, entre ellos el octogenario Serafín Sarovski, canonizado en 1997. Por primera vez se pudo iniciar una investigación documental y arqueológica, gracias a la cual se descubrieron 16 grandes fosas comunes, de unos 100 metros de largo y 4 de profundidad.

En su libro La experiencia totalitaria, Tzvetan Todorov se pregunta: “¿Pueden aprender algo de la historia de los regímenes totalitarios los actuales habitantes de los Estados liberales, que nunca lo han conocido y que no corren el peligro de conocerlos? Me empeño en creer que sí”. Pero cuando se echa una mirada al mundo de hoy, resulta difícil compartir su optimismo. Los moldes ideológicos del estalinismo renacen por aquí y por allá, prueba de que esa nefasta herencia no ha sido erradicada. Mucho menos lo ha sido en Rusia, donde el ideólogo y supremo orquestador del Gran Terror se resiste a desaparecer de la vida política y pública. Memorial ha denunciado que en la actualidad existen restricciones artificiales que limitan el acceso a los materiales relacionados con la represión. No hay un monumento nacional a las víctimas, ni tampoco placas que señalen los sitios vinculados con la infraestructura del terror, como son los gulags, los centros de aislamiento y las obras construidas por los presos. No se han eliminado de calles, plazas y poblaciones los nombres que todavía honran a los organizadores, ejecutores y cómplices de la brutal maquinaria represiva. Representan una memoria que no puede seguir perpetuándose, porque significa una grosera ofensa a los millones de vidas que el régimen comunista destrozó.

Ochenta años después del comienzo de la Gran Purga, conservan plena vigencia los versos escritos en la década de los 60 por el recién fallecido Evgueni Evtushenko y que tradujo al español el poeta cubano Heberto Padilla:

“Yo pido a nuestro gobierno que refuerce la guardia,

que duplique

y triplique

fuertemente la guardia

en la tumba de tierra donde Stalin está

para impedir que Stalin se levante de ella

a imponer el pasado otra vez.

Creo que en su ataúd

hay un teléfono

y a alguien Stalin comunica sus órdenes.

Pero ¿hasta dónde el cable se extiende allí?

No, no está vencido Stalin.

Él piensa que la muerte es superable.

Un día

lo sacamos del mismo mausoleo,

mas, de sus herederos, ¿cómo sacar a Stalin?

Algunos herederos cultivan su jardín,

piensan en su retiro,

que será temporal.

Otros lo atacan desde la tribuna,

y por la noche

sueñan con sus tiempos,

con él.

Puntuales de su régimen,

desprecian nuestros tiempos

cuando están llenos los estadios

donde los poetas recitan sus versos

y están vacíos los campos de prisión.

La patria me ordena que me tranquilice.

Hay quien me dice «Calma»,

y no sé estar tranquilo,

pues mientras haya herederos de Stalin en la tierra

yo pensaré que en el mausoleo sigue Stalin”.