Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Pakistán

En la encrucijada

Tras el asalto a la Mezquita Roja de Islamabad, el general Pervez Musharaf enfrenta una grave crisis política.

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El régimen que encabeza el general Pervez Musharaf decidió lanzar el pasado 10 de julio una operación militar contra los islamistas fanáticos que ocuparon la Mezquita Roja de Islamabad, con centenares de mujeres y niños como rehenes.

El nombre de código fue "Operación Silencio". Según algunos analistas, ese fue el mensaje que Musharaf intentó transmitir a sus aliados occidentales: los fanáticos islamistas serán silenciados y no se establecerá en Pakistán un régimen al estilo de los talibanes.

Los islamistas fanáticos llevaban meses tratando de imponer un régimen fundamentalista en Pakistán. El 6 de abril, el líder de la Mezquita, el "maulana" (maestro) Abdul Aziz, amenazó con perpetrar atentados suicidas si el gobierno no imponía la Sharía, además de anunciar la creación de un tribunal encargado de su observancia.

Dos días después, en su primera fetua, el tribunal exigió la renuncia de la ministra de Turismo, Nilofar Bajtiar, por el gesto "obsceno" de abrazar a su entrenador de parapente en un acto público en París.

El 21 de junio, el "número dos" de la Mezquita, Abdul Rasheed Ghazi, hermano de Aziz, emitió una fetua para reclamar el asesinato del escritor Salman Rushdie cuando este último fue condecorado con el título británico de "Sir".

A esta situación se unieron constantes actos de secuestro de personas que los fundamentalistas consideran vinculadas a la prostitución, o que no respetan principios básicos de la ley islámica.

En la capital del país se estaba creando un nuevo poder islámico y la oposición democrática ha censurado que Musharaf no actuase antes, evitando el atrincheramiento de grupos armados en la Mezquita Roja.

Musharaf, por su parte, ha tratado de conservar el poder con algunas concesiones a los fundamentalistas, pero la Mezquita Roja de Islamabad se convirtió en la gota que hizo desbordar la copa.

Se teme ahora que el resultado de esta acción militar acerque a los islamistas radicales y moderados. De hecho, este jueves murieron al menos 32 personas y decenas resultaron heridas en dos atentados suicidas perpetrados al noroeste y el sur de Pakistán contra las fuerzas de seguridad. Según medios de prensa, los atentados terroristas contra policías y fuerzas del orden se han multiplicado desde el asalto a la Mezquita.

Preocupación en Occidente

Lo que sucede en Pakistán es motivo de preocupación para los gobiernos de Occidente.

El 10 de julio, el mismo día del ataque militar a la Mezquita Roja, que se cobró 102 víctimas, el alto representante de la Unión Europea (UE) para la Política Exterior y de Seguridad Común, Javier Solana, declaró: "La posición europea es de gran preocupación, porque Pakistán es un país importante, pero también porque la frontera entre Pakistán y Afganistán es fundamental para la operación de mantenimiento de la paz en Afganistán, donde muchos países europeos mantienen fuerzas desplegadas".

Afganistán comparte con Pakistán unos 2.500 kilómetros de porosa frontera, que cruzan los antiguos dirigentes talibanes afganos para lanzar sus ataques contra las fuerzas internacionales desplegadas en el país vecino. Algunos analistas consideran que es precisamente en esta región donde tiene su puesto de mando el terrorista Osama bin Laden.

Veinticinco países de la UE contribuyen con tropas a la misión de Asistencia a la Seguridad en Afganistán (ISAF), de la OTAN, que bajo mandato de la ONU intenta estabilizar Afganistán y apoyar el proceso de reconstrucción.

La reacción

No hay dudas de que Musharaf enfrenta la más grave crisis política desde que tomó el poder, en 1999, cuando encabezó un golpe de Estado que derribó al gobierno del primer ministro Nawaz Sharif.

Recientemente, desde Londres, Sharif ha intentado unir a la oposición, pero no ha contado con el apoyo del Partido Popular de Pakistán (PPP), que dirige la ex primera ministra Benazir Bhutto, quien ha criticado a Musharaf por ser demasiado tolerante con los extremistas islámicos.

Expertos políticos consideran que es el momento oportuno para un acuerdo entre Musharaf y Bhutto, ya que en otoño deben realizarse las elecciones legislativas en Pakistán.

Aunque el propio presidente declaró este miércoles que los comicios se celebrarán como está planeado, los analistas opinan que podría hacerse elegir por la asamblea nacional y las provinciales entre septiembre y octubre, apenas un par de meses antes de que acabe la actual legislatura.

En el mes de octubre, sus dos sucesores legales al frente del Ejército ya se habrían retirado y podrían ser sustituidos por mandos de sobrada lealtad a Musharraf, quien, seguro en el puesto de presidente, se decidiría a colgar el uniforme, según esta versión.

Sin embargo, como destacó el director para Asia de la organización Human Rights Watch, Brad Adams, la Constitución no da ese margen al actual presidente, pues le impone abandonar el mando militar antes de concurrir a las presidenciales.

Adams advirtió además que el general "está intentando sortear de nuevo el proceso democrático celebrando una elección presidencial ilegal antes de las parlamentarias, pese a que Pakistán necesita unos comicios legítimos para volver a la senda de la democracia genuina. Cualquier otra cosa, sería una farsa".

En un editorial sobre el tema, el diario español El País calificó de "error" intentar aplazar la elecciones, porque, "a pesar de la crisis, Pakistán necesita una renovación política" y, "prácticamente, la única que podría aportarla es la ya manida figura, pero aún con carisma, de la ex primera ministra Benazir Bhutto". El rotativo concluyó que "no sería descartable, pero sí deseable, un pacto entre Musharraf y Bhutto para estabilizar un país al borde del abismo y dotado con armas nucleares".

La reacción al desalojo de la Mezquita Roja parece indicar que las fuerzas moderadas (prooccidentales) cuentan con mayor respaldo que las radicales. Aunque el gobierno haya perdido el control de algunas zonas fronterizas con Afganistán, no hay signos de que los jefes militares simpaticen con extremistas protalibanes. Sin embargo, Musharraf está jugando un juego muy peligroso. Salvo que se muestre dispuesto a compartir el poder con los partidos tradicionales y acepte unas elecciones verdaderamente democráticas antes de fin de año, no saldrá tan airoso de la próxima crisis.