Guatemala: una nación en peligro
A su vez, Guatemala sufre otro tipo de inseguridad, es decir, el déficit social que asfixia a la mayoría. Como resultado final, el populismo que hace cosecha ahora en América Latina, no beneficiará a los pobres por mucho tiempo. ¿Cómo podría hacerlo si se opone a los mercados que, en democracia, han creado la riqueza y promovido la movilidad social como no lo ha logrado hacer ningún otro sistema?
El capitalismo guatemalteco, sin embargo, no es muy moderno. Las oportunidades para todos y los mejores niveles de vida, de hecho, aumentan el número de consumidores, esto es, de ganancias. El Estado es particularmente débil en todos los frentes: carece de suficientes recursos fiscales para construir la red de seguridad que todas las sociedades deben prolongar hasta llegar a los más vulnerables. El fisco recauda un patético 10 por ciento del producto interno bruto en impuestos. Con ese ritmo, no sorprendería que las negras noches turbulentas se acumularan en el horizonte.
La sociedad en Guatemala es multiétnica, multirracial y multicultural. El racismo es mucho más penetrante que lo que una vez fuera en Estados Unidos. El Estado guatemalteco existe, aunque es débil. La nación, no —y no es sorpresa. Históricamente la modernidad ha sido la partera de las naciones y Guatemala, sencillamente, no ha llegado ahí. La inclusión —como ciudadanos y como consumidores— es la receta verdadera y ya probada para construir una nación.
Las naciones modernas desarrollan también un sentido del bienestar general que tiene que ser incluyente. Los mayas y otros pueblos indígenas guatemaltecos tienen ya una presencia impresionante en la sociedad, en los pequeños comercios y en la política. Mi percepción es que su utilización del nosotros tiene, en sí, dos significados: el de las comunidades, excluidas desde hace tanto tiempo, y el de la nación guatemalteca en su construcción.
En medio del panorama sombrío, la esperanza nunca muere. En aras de un futuro mejor, las élites privilegiadas desde siempre debieran sentirse indignadas por la pérdida que representaría para todos no propiciar la educación a los niños indígenas, por lo que debieran hacer algo para corregir la situación. Las remesas —que los beneficiados utilizan para consumir e invertir— ya están estimulando una clase media indígena. Una bonanza tal ayudaría a todos, pero los hambrientos y los analfabetos pudieran sucumbir por falta de fuerzas o por incapacidad para reconocer las señales.
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