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Georgia, Stalin, Tbilisi

La inevitable asunción del pasado

El Museo Nacional de Georgia tiene dedicada una sala a ofrecer una visión panorámica de las siete décadas durante las cuales el país formó parte de la Unión Soviética

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En el número 11 de la céntrica avenida Rustaveli, frente al Parlamento, se encuentra el Museo Nacional de Georgia. Ocupa un edificio de estilo neoclásico construido en 1910. A los costados de la entrada cuelgan unas grandes banderolas que anuncian las exposiciones que en ese momento se pueden ver. El pasado mes de junio, cuando estuve en Tbilisi, eran cuatro. Dos de carácter temporal: Ekvtime Takashvili, el conservador del museo y Nueva vida de la colección oriental.

La primera se organizó con motivo de los 150 años del nacimiento de Ekvtime Takaishvili (1863-1953), cuya contribución a la arqueología y la museología fue significativa. Participó en las primeras excavaciones que se hicieron en Mshketa, Vani y Sachkere, y en 1888 inició una colección numismática que está considerada entre las más valiosas del mundo. En 1918 estuvo entre los fundadores de la Universidad Estatal de Tbilisi, pero al igual que su escaño en el parlamento, perdió ese puesto cuando los bolcheviques invadieron Georgia. Se marchó entonces a Francia, y al irse se llevó con él 39 cajas con su valiosa colección, que enriqueció durante su exilio. En atención a sus buenas relaciones con Charles de Gaulle, Stalin permitió a Ekvtime Takaishvili que regresara a su país con su tesoro. Pero una vez que volvió, fue confinado a arresto domiciliario, tomando en cuenta que estaba muy viejo para ser enviado a la cárcel.

En homenaje a él, el Museo Nacional inauguró una muestra en la que, entre otras piezas, se pudieron ver monedas antiguas procedentes de Grecia, Roma, Bizancio, Irán, China, Japón y Georgia. Asimismo el visitante podía apreciar un considerable número de armas, tanto defensivas como ofensivas, de los siglos XVII al XX. Había dagas, pistolas, sables, así como cascos y armaduras. Particularmente hermosos son los sables y espadas, cuya construcción se convirtió en Georgia en una verdadera expresión artística. Por último, la exhibición dedicada al 150 aniversario de Ekvtime Takaishvili, incluye piezas arqueológicas que se exponen por primera vez en los últimos 50 años.

En la otra muestra temporal, el público tuvo la oportunidad de apreciar parte de los fondos de arte oriental que posee el museo. Recoge 180 valiosas piezas, que antes de exponerse fueron sometidas a un proceso de restauración y limpieza. De Egipto se exhibían una momia con su sarcófago, esculturas de piedra, amuletos y collares. Había también varias obras plásticas de Irán, además de mandalas y cuadros del Tíbet. De China proceden figuras de jade, jarrones de porcelana, espadas y trajes decorados con dragones. Finalmente, había varias piezas de Japón, entre las cuales llamaban la atención varias pinturas en papel, unas figuras de marfil y un traje de guerrero.

Las otras dos exposiciones tienen carácter permanente. Una de ellas es Tesoros arqueológicos. En ella se recoge una amplia muestra de objetos que trazan la línea continua de desarrollo de la cultura georgiana. Buena parte de la colección está integrada por objetos hechos en oro. Estilísticamente únicos, muchos fueron encontrados en las tumbas de miembros de las familias locales, y representaban un símbolo del poder de su reino. Esos trabajos fueron hechos en Georgia o bien eran importados de Roma e Irán. La muestra cubre tres períodos de la historia del país, desde el siglo III antes de Cristo hasta el IV después de Cristo. La moderna arqueología georgiana continúa la tradición de los estudios científicos introducidos por Ekvtime Takaishvili, y demuestra que la cultura nacional georgiana constituye una parte inseparable de la civilización mundial.

Finalmente, en el cuarto piso se encuentra la exposición permanente Ocupación Soviética 1921-1991. El proyecto de crearla fue idea del parlamentario Nikoloz Rurua y se llevó a cabo por orden directa del presidente Mikheil Saakashvili. La inauguración tuvo lugar el 26 de mayo de 2006, día de la independencia nacional de Georgia. Su propósito es ofrecer una visión panorámica de las siete décadas durante las cuales el país formó parte de la Unión Soviética. Asimismo documenta la lucha contra la ocupación y el trágico destino de miles de personas que fueron víctimas de la represión en aquellos años. La exposición cubre 700 metros cuadrados y cuenta con 3 mil piezas. Unas procedían de los archivos de la KGB y el Partido Comunista, esto es, aquellos que sobrevivieron a la evacuación que siguió a la disolución de la Unión Soviética. Otras fueron donadas por organizaciones públicas y por familiares de los represaliados.

Cuando se entra en la sala, lo primero que se encuentra el visitante es una pared cubierta de nombres. Se trata de la relación (se aclara que incompleta) de las figuras públicas y los ciudadanos georgianos asesinados durante esa etapa. De acuerdo a las cifras que se disponen, los muertos suman 80 mil, mientras que 400 mil personas fueron deportadas y enviadas a los campos de trabajo forzado. La pared de enfrente la ocupa la parte exterior de uno de los vagones de tren desde los cuales los chekistas dispararon contra los participantes en el levantamiento anti bolchevique de agosto de 1924.

El 25 de febrero de 1921 el Ejército Rojo entró en Tbilisi. Para muchos georgianos, ese fue el día más trágico de la historia reciente del país. El 16 de febrero de ese mes el Comité Revolucionario de Georgia (REVKOM) había proclamado la República Soviética de Georgia y pidió respaldo militar a Rusia. En realidad, era un movimiento que los propios bolcheviques habían incitado. Eso les daba el pretexto idóneo para intervenir: llegaban para apoyar la “rebelión de campesinos y obreros contra el gobierno social-demócrata (menchevique)”.

Stalin dio el golpe de gracia a la independencia

Pocos días antes, el 27 de enero, Noe Zhordania, jefe del gobierno de la que hasta entonces era la República Democrática de Georgia, había pronunciado un discurso en la sesión extraordinaria de la asamblea constituyente. Entonces expresó: “¿Qué tenemos para ofrecer al tesoro cultural de las naciones europeas? Los 200 mil años de cultura nacional, un sistema democrático, nuestra riqueza natural. Los soviéticos nos ofrecen alianza militar, algo que hemos rechazado. Nosotros hemos tomado un camino diferente. Ellos se dirigen a oriente y nosotros a occidente”.

En los tres años que duró (1918-1921), el gobierno había realizado con éxito una reforma de las tierras, adoptado una legislación social y política inclusiva, así como establecido lazos internacionales que convirtieron a Georgia en la única nación transcaucásica en ser reconocida por las potencias occidentales y por la Unión Soviética. Aparte de contar con el apoyo masivo de los campesinos, el gobierno se había ganado la lealtad de la elite intelectual y la nobleza, al combinar la democracia y las ideas socialistas con una forma moderada de nacionalismo.

Sin embargo, todos esos logros fueron barridos por la invasión soviética. Zhordania y muchos de sus colegas se vieron forzados a huir a Francia, desde donde organizaron un gobierno en el exilio y lucharon por la causa de la independencia del país. En 1923, el depuesto presidente se dirigió al gobierno de Estados Unidos para pedir: “En el siglo XX, ante los ojos del mundo civilizado, apelo a la conciencia de las naciones civilizadas y a las personas honestas para que condenen esta persecución de una pequeña nación y a los criminales inspiradores de esos brutales actos: el gobierno bolchevique”.

Quienes en Georgia siguen venerando a Stalin olvidan algo: fue precisamente él quien le dio el golpe de gracia a la independencia de su país natal. Como Comisario de las Nacionalidades, defendió que Georgia debía ser doblegada e integrada a toda costa a la Unión Soviética. En mayo de 1920, declaró tajantemente que “Georgia, que se ha transformado en la principal base de las operaciones imperialistas de Inglaterra y Francia y que, por tanto ha entrado en relaciones hostiles con la Rusia Soviética, está viviendo los últimos días de su existencia”.

Tras ocupar el país, entre 1921 y 1926 los chekistas llevaron a cabo el exterminio planificado de la elite de la sociedad georgiana: aristocracia, clero, intelectuales, campesinos ricos. Hubo familias enteras que fueron exterminadas. En dos imágenes pertenecientes a aquellos años se ve a un grupo de komsomoles que participaron en la represión y a unos chekistas que buscan “tesoros” en el apartamento de un arrestado. Asimismo en una vitrina se exponen varios revólveres usados por estos últimos para imponer el nuevo orden traído por ellos.

Entre 1937 y 1938, hubo un recrudecimiento del exterminio del movimiento nacionalista, o mejor dicho, de aquellos que habían sobrevivido a la represión de los años 20. Esta se hizo entonces más masiva e incluyó a los llamados kulaks, la intelligentsia, los oficiales (para evitar que se organizasen) y los comunistas que cayeron en desgracia a causa de las purgas. Durante esa ola de terror, fueron eliminados muchos de los más prominentes científicos, académicos, artistas. En el museo hay fotos, entre otros, de Evgeni Mikaladze, director de la orquesta de la Ópera Nacional, Sandro Akhmeteli, director de teatro, el novelista Mikheil Javakhisvili y el actor Ivane (Vamiko) Abashidze.

Particularmente me impresionó el caso de dos escritores, sobre los cuales después busqué información adicional. Uno fue el del poeta simbolista Titsian Tabidze (1895-1937). Era muy buen amigo de Boris Pasternak, quien lo definió como “un alma reservada y compleja” y tradujo al ruso varios de sus textos. Su poesía tenía una clara influencia del futurismo y el dadaísmo, lo cual hizo que las autoridades soviéticas lo tacharan de formalista, así como de “no liberarse de las viejas tradiciones y no forjar un contacto directo con el pueblo”. Pero pese a las recomendaciones del propio Pasternak, Tabidze se negó a modificar su estética y cantar a los “constructores del socialismo”.

En octubre de 1937 fue expulsado de la Unión de Escritores de Georgia y ese mismo día lo arrestaron. Durante las torturas a que fue sometido, solo mencionó como cómplice de sus actividades antisoviéticas a Besiki, un poeta georgiano del siglo XVIII. Tres días después fue ejecutado, aunque no fue hasta mediados de los 50 cuando sus familiares supieron la verdad de su trágico destino. Durante todos esos años les dijeron que había sido enviado a un gulag “sin derecho a recibir correspondencia”. Solo descubrieron las circunstancias de su muerte después de la caída de la Unión Soviética, cuando los archivos fueron abiertos. En uno de los últimos textos que escribió, Tabidze expresó que aunque la garganta del poeta “fuera rasgada de oreja a oreja”, la inmortalidad sería transmitida en el átomo del propio poema.

Para Paolo Iashvili (1894-1937), también poeta, líder del movimiento simbolista y gran amigo de Tabidze, la noticia de la muerte de este significó un golpe tremendo. Él mismo además fue obligado a participar en juicios públicos contra colegas suyos y se vio forzado a poner su lírica al servicio de la propaganda pro soviética. (Por cierto, eso molestó a Pasternak, que había contribuido a difundir su obra en Rusia.) Lavrenti Beria, inicialmente protector de Iashvili, en 1937 lo acusó en un discurso en la Unión de Escritores de ser espía. Lo puso además ante una disyuntiva: o denunciaba a Tabidze como espía de Estados Unidos o él mismo sería encarcelado y torturado por la NKVD. El 22 de junio de 1937, Iashvili se dirigió a la sede de la Unión de Escritores donde se iba a discutir su expulsión. Allí se suicidó con el arma de caza que llevaba oculta. Siguió así el mismo camino que antes tomaron Vladimir Maiakovski y Serguéi Esenin, este último también amigo de Iashvili. El mismo año de su muerte, este había hecho una traducción de las elegías de Pushkin que es considerada impecable.

Lenin no estuvo de acuerdo con los excesos

Tras producirse el trágico hecho, la organización aprobó la resolución más extraordinaria que se pueda imaginar: “Iashvili se enmascaró como un escritor soviético para desviar la atención sobre sus traidoras actividades como espía. En contra de los trabajadores georgianos, se vinculó con los bandidos de Trotsky-Bujarin para realizar labores subversivas en beneficio de los sanguinarios fascistas. Iashivili trató de escapar de la ira del pueblo soviético y de la justicia proletaria. Su suicidio en la casa de los escritores durante una sesión del presídium de la Unión de Escritores fue un acto provocador que ha despertado la aversión y la indagación de todos los escritores soviéticos decentes. Los escritores georgianos condenan con toda severidad y rechazan la traición de Iashvili y recordarán su nombre con un aborrecimiento sin límites, junto con el nombre de todos los parias, traidores y mercenarios”. En la historia universal de la infamia, a ese documento debe asignársele un sitio preferencial. Iashvili fue rehabilitado en 1955.

La feroz represión aplicada en el país está ilustrada con objetos y evidencias que forman parte de la exposición. En primer lugar, hay documentos que pertenecían a los servicios secretos: sentencias de muerte, órdenes de traslado a otras regiones o a campos de trabajo forzado, files de detenidos, fotos de prisioneros y víctimas. Distribuidas en distintos sitios del salón se ven también seis puertas de celdas. Asimismo se muestran equipos que la policía secreta utilizaba para grabar conversaciones telefónicas.

La Iglesia fue objeto de especial atención por las autoridades soviéticas. Estas además alentaban a los gamberros para que atacasen a los sacerdotes y saquearan los santuarios. Eso tuvo como consecuencia que muchos monumentos históricos y obras de arte que se hallaban en las catedrales fuesen robados o arrasados. Solo entre 1923 y 1925 fueron destruidas 1.500 iglesias. Entre los documentos que se exhiben en el museo, hay una foto de 1924 que muestra la destrucción de la catedral de Kutaisi, en otra época capital de Georgia y una de las ciudades más antiguas del mundo. Asimismo se conserva una carta fechada en 1936, que la comunidad de los Kheosuriti dirigió al presidente de Estados Unidos. En la misma denuncian que les prohíben practicar su religión, los acosan, les imponen altos impuestos. Y agregan: “No tenemos armas, pero nos defenderemos con espadas y dagas”.

Los excesos cometidos en Georgia dieron lugar a que desde los primeros años se organizara un movimiento de resistencia en varias regiones del país. En 1922 se formó un comité clandestino al cual se integraron representantes de diversas organizaciones y partidos políticos. Como parte del mismo, se creó un centro militar cuyo objetivo principal iba a ser preparar una insurrección nacional. Finalmente, el levantamiento se programó para el 29 de agosto de 1924, aunque debido a una confusión se inició un día antes. Al inicio, los rebeldes independentistas lograron considerables victorias. Pero el combate era muy desigual y al cabo de tres semanas el levantamiento había sido aplastado.

De acuerdo a cifras conservadoras, la represión dejó entre 7 mil y 10 mil muertos. Muchas mujeres y niños fueron asesinados a sangre fría. En un pueblo llamado Ruisi, se ejecutó a todas las personas de apellido Paniashvili. Asimismo al terminar la insurrección alrededor de 20 mil georgianos fueron enviados de inmediato a Siberia. Ninguna de las poderosas naciones que en 1918 habían reconocido a la República Democrática de Georgia movió un dedo para apoyar a ese pueblo en su lucha.

Lenin nunca estuvo de acuerdo con la manera como se había llevado el asunto de Georgia. Y en 1922, hizo que una comisión viajara allí. La encabezaba Félix Dzerzhinski, fundador de la Cheka. Pese a ser un hombre curtido en esas labores, este se horrorizó con los excesos cometidos por Grigori Ordzhonikdze, quien seguía las órdenes de Stalin (junto con Anastas Mikoyan, Stalin y Ordzhonidize conformaron lo que se llamó “la camarilla caucasiana”). El informe redactado por la citada comisión contribuyó a aumentar la desconfianza respecto a Stalin de Lenin, quien se reafirmó en su decisión de excluirlo como futuro miembro de la dirección del Partido. Asimismo Lenin resolvió suspender la membresía de Ordzhonikdze.

Muchos aspectos ni siquiera se mencionan

En su testamento y en otros documentos que dictó antes de morir, Lenin confesó que se sentía “profundamente culpable ante los obreros de Rusia por no haber intervenido vigorosa y drásticamente en el notorio asunto de Georgia”. Escribió además a los dirigentes del Partido en ese país y les expresó sentirse indignado por “la arrogancia de Ordzhonikdze y la connivencia de Stalin y Dzerzhinski”. Lenin tuvo entonces su tercer infarto, del cual ya no se recuperó. Eso salvó a Stalin de caer en desgracia y facilitó su ascenso al poder. Marcó además la consolidación definitiva del imperio soviético en Georgia.

Se debió al mismo Stalin la idea de unir Georgia, Armenia y Azerbaiyán en la Federación de Repúblicas Soviéticas Transcaucásicas. Los comunistas georgianos no solo se oponían a ello. Preferían mantener el país como una república soviética autónoma, pues eran patriotas de corazón. No se oponían a asociarse con Moscú, pero defendían contar con sus propios órganos políticos y administrativos. En una visita que Stalin hizo a Tbilisi en 1921, durante un mitin tuvo que escuchar cómo le gritaban renegado y traidor. Tras eso, acusó a los dirigentes del Partido por su “chovinismo local” y los instó a luchar contra la “hidra del nacionalismo”. El mejor modo de hacerlo era mediante la expulsión de quienes se negaban a supeditar los intereses de Georgia a los de la Unión Soviética.

Eso se llevó a la práctica cumplidamente en las grandes purgas de 1936-1937. Al mismo tiempo que Nikolái Yezhov y Guénrik Yagoda torturaban y mataban a miles de militantes comunistas, oficiales y gente ordinaria en Rusia, Lavrenti Beria lo hacía en el Cáucaso. Se encargó de eliminar a toda persona cuyo apoyo incondicional a la línea del Partido pudiese ser cuestionado o cuya sobrevivencia podía desafiar el mito de la infalibilidad de Stalin. Aquellos mismos dirigentes a quienes este había enviado sus efusivas e hipócritas felicitaciones por el 15º aniversario de la Georgia Soviética en febrero de 1936, fueron acusados de “terrorismo y alta traición”.

En contraste con el Museo Stalin, el área que ocupa la muestra sobre la ocupación soviética es mucho más reducida, como también es mucho menor el número de piezas que la integran. De hecho, buena parte de la información anterior no procede de los apuntes que tomé durante mi visita a la misma, sino de la que recopilé en algunos libros consultados por mí. Eso hace que, en mi opinión, el título que se le dio peca de ambicioso, pues hay muchos aspectos de esos setenta años que no se muestran y ni siquiera se mencionan.

No es de extrañar, pues, que desde que fue inaugurada, la exposición ha estado acompañada de controversia. El primero en manifestar su malestar fue Vladimir Putin. Le comentó al entonces presidente de Georgia, Mikheil Saakashvili, que no entendía cómo podía haber habido una ocupación soviética, dado que muchas de las figuras más crueles de la jerarquía soviética eran de origen georgiano (Stalin, Beria, Ordzhonikidze). Saakashvili le contestó sarcásticamente que, en ese caso, en Moscú debería abrirse un Museo de la Ocupación Georgiana, para lo cual su país estaría dispuesto a donar parte de los fondos. Otros políticos rusos fueron más duros y calificaron la exposición como “pura propaganda nacionalista”.

Pero incluso dentro del ámbito nacional no han faltado las críticas. Una de las expresiones más recientes de ello tuvo lugar en octubre de 2012. Entonces algunas decenas de personas, convocadas por el pro ruso Consejo de los Trabajadores de Georgia, se manifestaron ante la entrada del Museo Nacional. Negaron vehemente las atrocidades cometidas durante la etapa soviética y reclamaron que se cambiase el nombre de la exposición por el de Museo de los Logros Soviéticos en Georgia. Tres días después, la Casa de la Tolerancia, defensora de los derechos civiles, protestó por el posible cierre del museo de la Ocupación Soviética. Algo que el ministro de Cultura, Alexander Margishvili, negó que el gobierno estuviese considerando.

Un detalle a señalar es que al final del recuento cronológico, se añadió un mapa del país donde aparecen señaladas en rojo las regiones separatistas de Abjasia y Osetia del Sur, hasta hoy ocupadas por el ejército ruso. Con la primera, Rusia controla Sujumi, un puerto estratégico del Mar Negro. En cuanto a la segunda, los 5 mil soldados que allí se encuentran constituyen una amenaza permanente para Georgia. Hay que tomar en cuenta que están a solo 30 millas de Tbilisi, con lo cual al Kremlin le resultaría fácil decapitar al gobierno. A esto se objetará que resulta difícil imaginar a Putin dando un paso tan arriesgado. Pero conviene recordar que muy pocos imaginaban que en 2008 Rusia se atrevería a enviar sus tropas a Abjasia y Osetia del Sur. Aprovecho para proporcionar un dato curioso: aparte de Rusia, los únicos países que reconocieron a esos dos territorios como independientes fueron Nicaragua, Venezuela y la diminuta República de Nauru.

Vuelvo al detalle del mapa con las dos regiones separatistas. Dado que es un hecho que se produjo en 2008, cabe preguntarse por qué incluirlo en una exposición que cronológicamente abarca hasta 1991. Con ello además, ¿no se está igualando soviético a ruso? En tal caso, se olvida que los rusos también sufrieron durante ese período, y me atrevo a afirmar que les tocó sufrir más que a los georgianos. Por tanto, no es justo adjudicarles a ellos toda la culpa de las atrocidades que ocurrieron bajo el régimen comunista.

Hay, por último, un señalamiento crítico que en Georgia se ha hecho a la exposición. El período soviético del país solo es mostrado en términos de represión y de resistencia anti bolchevique. Se omite la experiencia de la vida diaria, así como un hecho resaltado por muchos historiadores: después de la Segunda Guerra Mundial, los georgianos llegaron a tener el nivel de calidad de vida más alto de toda la Unión Soviética.

Una exposición como Ocupación Soviética 1921-1991 tiene plenamente justificada su existencia. Todos en Georgia deben recordar o bien conocer lo que ocurrió allí durante esas siete décadas. Pero para cumplir de modo cabal ese objetivo, se debe evitar caer en dos extremos igualmente lesivos: idealizar la realidad histórica, como hace el Museo Stalin, y satanizarla, atribuyéndole todos los crímenes y atropellos.