Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Opinión

La sonrisa de la historia

Pocas veces un pueblo se ha rendido mejor homenaje a sí mismo.

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Entre los muchos triunfos de la civilización norteamericana, el de este 4 de noviembre es el más resonante. Los norteamericanos blancos han triunfado sobre su propia historia y sus prejuicios. El complejo tema del racismo no está zanjado ni mucho menos, pero elegir un presidente de raza negra clava una espada en el prejuicio contra todas las razas.

Aunque mucho se ha hablado del voto latino y del afronorteamericano, la población blanca es aún mayoría en Estados Unidos, y sin su respaldo Barack Obama hubiera perdido, con lo cual la civilización y la cultura hubieran recibido, sin duda, un duro golpe. Y esto, más allá de la política y sus pantanos.

Pocas veces un pueblo se ha rendido a sí mismo mejor homenaje. Pocas veces un pueblo se ha sacado del pecho, con una sola acción, tantos fantasmas. Pocas veces un grupo humano le ha lanzado un reproche de tal envergadura a sus antepasados.

Estos, después de esclavizar por siglos a los negros, iban a sus villorrios y los mataban, en una "guerra" que dejó alrededor de 2.000 muertos. Ellos quemaron a los negros como un espectáculo que debían ver todos, pero sin los procesos judiciales de la Inquisición. Este fue el pueblo que le prohibió la mujer blanca al negro, mientras la fémina de ascendencia africana debía estar sexualmente a su disposición.

La tierra del Ku Klux Klan, de las leyes Jim Crow, del separate but equal, de la quebradura de la Reconstrucción sureña, de la falta de derechos, que llegó hasta mucho más allá de la mitad del siglo XX, pone ahora a un hombre de raza negra como jefe de la Casa Blanca. Con un poco de imaginación vemos, de fondo, la sonrisa de la historia.

Si se dice que la Guerra de Secesión en Estados Unidos tuvo como fin expandir el capitalismo norteño y no el fin de la abolición, contiene un simbolismo inocultable que haya sido a través del voto, que siempre es mucho más que un simple acto de la mano, la pacífica herramienta que propició el arribo a la más alta magistratura de un negro en Estados Unidos.

Si una gran madre tiene esta hazaña, habría que buscarla en la educación libre e independiente que se dio Estados Unidos. En las últimas décadas esta educación se ha enfilado, con persistencia, amplitud y eficacia, contra los prejuicios y la discriminación. "A través de la educación tú puedes cambiar un país", dijo recientemente el escritor chileno Roberto Ampuero.

Hay también un triunfo de la oportunidad en el caso de Obama, un hombre que sin duda apareció en el momento preciso, es decir, cuando cuajaba un proceso. Entabló el duelo por él, por su familia y por otros millones de seres humanos. Su candidatura fue un gesto de ambición política, pero también de conciencia negra.

Los norteamericanos blancos dijeron ¡basta!, y echaron abajo el muro inveterado. No pocos se habían esforzado, luchado y dejado sus huellas en el tiempo. Y acaso desde lejos, tal vez de la mano de Jesús como lo vio José Martí, nos recuerde John Brown —blanco y protestante— su enorme hombrada, su decisión de acabar por las armas con la esclavitud.

Desde Nat Turner hasta Frederick Douglass, desde W. E. B. Du Bois hasta Booker T. Washington, desde Monroe Trotter hasta Martin Luther King, desde los sesenta y setenta pletóricos de rebeldía afroamericana, se forjó en gran medida la victoria de Obama.

Aunque aparentemente este es un triunfo político, en realidad, en el corazón del asunto, repito, esta es una victoria de humanidad y de cultura. Hace pocos años nadie imaginaba que el pueblo blanco estadounidense sería capaz de ofrendarse este premio, y provocar una sonrisa y un cambio de la historia.


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