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La invasión gallega

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Lo que algunos llaman la “nueva colonización” española de Cuba no es nada nuevo ni se refiere exclusivamente a Cuba. Tras la consolidación del despegue económico español, sus empresarios han dirigido su mirada (y su capital) hacia América Latina con un fervor sólo comparable al de aquellos precursores de la globalización que, en el siglo XVI, adscribieron todo un continente a la geografía europea. De modo que en apenas veinte años, España se ha convertido en el segundo y a veces el primer inversionista extranjero en varios países latinoamericanos, cosa sorprendente si consideramos que hasta hace no mucho la península pertenecía por derecho propio al Tercer Mundo.
Con sus altas y sus bajas, Fidel Castro mantuvo buenas relaciones comerciales con su homólogo Franco, época de la que conserva a su mejor interlocutor en la Madre Patria: el capo gallego Don Manuel Fraga Iribarne. Claro que España no iba a conceder a Cuba las subvenciones de las que la dotaba el campo socialista. Por eso habría que esperar a su extinción, y la apertura cubana a las inversiones, para que España se convirtiera, junto a Canadá, en el primer socio comercial cubano, con la cuarta parte de las 392 asociaciones económicas de capital mixto, y 213 empresas representadas (de las 775 presentes en la Isla). Actualmente, es el tercer acreedor de Cuba, con un 10,8% de su deuda externa —$11.200 millones hasta 1998, que habrán crecido sustancialmente, dado el déficit de Cuba en la balanza comercial ($515 millones vs. $120 millones sólo en 2000). A esto se suman 150.000 turistas españoles por año de visita a la Isla.
La XI Sesión del Comité Hispano Cubano de Cooperación Empresarial, celebrada recientemente, contó con la participación de 70 empresarios españoles, el vicepresidente del Consejo de Ministros de Cuba, José Ramón Fernández, los titulares de Comercio Exterior, Raúl de la Nuez, de Inversión Extranjera, Marta Lomas, y de Transporte, Álvaro Pérez. En ella, José Manuel Fernández, director de la Cámara de Industria y Comercio española, definió a Cuba como una “zona estratégica para las inversiones", trampolín para la expansión económica hacia otras regiones, e instó al gobierno cubano a ofrecer mayores "seguridades legales'' a los inversionistas. Se solicitará a la Isla la liberación y desregularización de los sectores cerrados a la inversión extranjera. Un argumento que no hizo explícito, pero que todos conocemos, es la especial circunstancia de que el escenario cubano está vedado al inversionista norteamericano, competidor peligroso y cercano.
Al mismo tiempo que las autoridades cubanas promueven inversiones españolas en infraestructura del turismo y distribución comercial, reconocen, por boca de Antonio Carricarte, presidente de la Cámara de Comercio de Cuba, que el desequilibrio de la balanza, muy favorable a España, es "uno de los problemas más acuciantes en nuestras relaciones''. Exportar la Revolución ya no es rentable, por tanto el gobierno deberá pensar otras soluciones.
Todo esto ha despertado una extendida animadversión hacia los empresarios españoles en los círculos cubanos del exilio: tanto entre instituciones como entre ciudadanos corrientes, principalmente en Estados Unidos. Las razones son diversas.
Expertos norteamericanos criticaban recientemente en Miami la explotación de los trabajadores cubanos por los empresarios españoles en la Isla. A esos trabajadores se les pagan salarios de miseria que el Gobierno cubano reduce más de veinte veces al traducirlos automáticamente a pesos. Sin libertad de asociación ni sindicatos que defiendan sus derechos, los trabajadores cubanos se encuentran en el status de mano de obra cautiva, aunque un funcionario del sindicato Comisiones Obreras afirme desde Madrid que en Cuba “tienen reconocidos los derechos de los trabajadores en su Constitución” y que los cubanos disfrutan de una “pobreza bella, porque cada uno de los ciudadanos la vive". Claro que si ese sindicalista propusiera a los trabajadores españoles una cobertura sindical semejante lo echarían a patadas de su puesto en cinco minutos.
Otro argumento es que los inversionistas españoles oxigenan al régimen cubano, permitiendo su supervivencia. Que aprovechan oportunidades de las que están excluidos los propios cubanos (de adentro o de fuera), sin otra consideración moral que la ganancia. Y no hay que olvidar la noción de la superioridad cubana: desde mediados del siglo XIX, la Isla fue más productiva y rica que su metrópoli, y durante la primera mitad del XX, los “gallegos” inmigraron como bodegueros y peones, no como ejecutivos. Medio siglo después, la balanza migratoria se ha invertido. Pero cuesta trabajo acostumbrarse.
Es cierto que la inversión extranjera colabora a la supervivencia del gobierno actual. Como también colaboran las remesas familiares —con su monopolio del comercio minorista, el gobierno cubano se abroga el derecho de imponer unos márgenes abusivos de ganancia—. Es cierto que el capital extranjero aprovecha en Cuba los bajos precios de la mano de obra, la limitada competencia; como también es cierto que se arriesga en un mercado incierto y sujeto a la cambiante voluntad del Economista en Jefe.
La Cuba de hoy sin inversiones foráneas ni los $1.200 millones anuales de remesas familiares, se vería abocada a un Período Más Especial, si cabe. Una circunstancia que podría provocar tímidas reformas económicas, e incluso una evolución sínica de la economía, pero difícilmente una apertura democrática. Una vuelta de tuerca a la represión sería más que probable.
La primera pregunta pertinente: ¿Se comportaría de diferente manera el inversionista norteamericano, el cubano-americano o el presunto empresario cubano, de serle concedidas idénticas oportunidades?
Y la segunda: ¿Estaría dispuesto el exilio cubano a suprimir las remesas, restándole oxígeno al régimen y ahogando de paso a sus propios familiares? Sospecho que la respuesta mayoritaria es no. De lo que se desprende la tercera pregunta:
¿Podemos pedirle al inversionista español que prescinda de oportunidades, que no negocie con el régimen, que no le preste respiración artificial, cuando nosotros mismos nos sentimos moralmente incapaces de cortarle el suministro de dólares, si el precio a pagar es la supervivencia de los nuestros?
Cada cual tendrá sus propias respuestas a estas preguntas. Pero algo que no dimana de las palabras, sino de los hechos, queda para mí muy claro. Al inversionista le interesa, ante todo, su margen de ganancia. Al gobierno cubano, mantenerse en el poder a toda costa, incluso contra el bienestar y la supervivencia de los gobernados. Y a los denostados exiliados, a la “mafia de Miami”, a la diáspora repartida por medio mundo, antes que promover la caída del régimen que nos obligó a ese duro oficio que es el exilio, nos interesa el destino de los nuestros. Nuestros compatriotas. Los nuestros. No los suyos. Y eso me enorgullece.
“La invasión gallega”; en: Cubaencuentro, Madrid,3 de septiembre, 2001. http://www.cubaencuentro.com/economia/2001/09/03/3624.html.



FC Export Inc.

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Por si alguien no lo sabía, el mandatario cubano no es uno, sino dos: siguiendo un patrón que los cubanos conocemos bien, existe un FC de consumo nacional y un FC de exportación. A veces coinciden, pero no siempre.
FC Export Inc. fue uno de los oradores más aplaudidos durante la reunión de Durban, Sudáfrica, contra el racismo y la xenofobia. Entre otras verdades incontestables, recordó que en cien países el ingreso per cápita es hoy inferior al de hace quince años, que la fortuna de los tres hombres más ricos del mundo es superior al producto interno bruto sumado de los 48 países más pobres, y que 200 multimillonarios cuentan con ingresos ocho veces superiores a los de los 582 millones de terrícolas más pobres. Habló del racismo y la xenofobia como “un fenómeno social, cultural y político, no un instinto natural de los seres humanos”, cosa que más o menos todos sabemos. Y descargó toda la responsabilidad del desequilibrio mundial en la conquista y explotación del Nuevo Mundo, el reparto de África y Asia entre las naciones europeas, y la práctica del colonialismo y la esclavitud; exigiendo a las naciones desarrolladas compensaciones por sus crímenes pasados, presentes y futuros. ¿De dónde saldría el dinero para abonar estas compensaciones destinadas a equilibrar la balanza mundial del desarrollo? El Sr. Fidel Castro tiene la respuesta: entregar sin dilación a los países pobres el 0,7% del PNB de las naciones desarrolladas; abolir la carrera armamentista y el comercio de armas y destinar al desarrollo “una buena parte del millón de millones de dólares que se dedica cada año a la publicidad comercial, forjadora de ilusiones y hábitos de consumo imposibles de alcanzar, junto al veneno que destruye las identidades y las culturas nacionales”. Así de fácil.
Sin dudas, el desequilibrio mundial es a la larga insostenible, y sobre las naciones más ricas recae la responsabilidad de contribuir al desarrollo de los países más pobres. No sólo porque les corresponde cierta responsabilidad histórica de su desdicha (aunque también), sino porque en la aldea global nadie puede desentenderse de lo que le ocurre al vecino. No hay nación suficientemente impermeable como para impedir que la avalancha migratoria, los fundamentalismos, las guerras y el terrorismo no toquen a su puerta. Males que tienen su origen y/o su sustento en la miseria endémica y la falta de expectativas.
La tesis maniquea de FC, según la cual la culpa de todo la tienen las naciones colonialistas y esclavistas, el capital y los monopolios —en cumplimiento de su viejo axioma “la culpa es de otro”, sea el imperialismo, el embargo, la caída del comunismo o los ciclones—, no explica por qué Corea del Norte y del Sur son hoy tan diferentes, por qué Chile es cada vez más rico y Cuba cada vez más pobre, por qué Rusia, país colonial, es hoy más pobre que los tigrillos asiáticos, que un día fueron colonia, o la diferencia entre la India y Australia, ambas ex-colonias inglesas.
Debe ser muy grato a los oídos de ciertos mandatarios africanos, insultantemente ricos en países insultantemente pobres, escuchar que toda la culpa es de otro, y posiblemente se afilen los dientes ante la perspectiva de compensaciones económicas.
Su receta para obtener los recursos compensatorios parece responder a aquel slogan del 68, “sean realistas, pidan lo imposible”. Cuando alega que el desarme universal y la abolición de la propaganda comercial darían recursos suficientes para el desarrollo, los presentes le aplauden como si fuera un chiste o una metáfora. Todos, incluso él, saben que decirlo es mucho más fácil que hacerlo. Pero es difícil creer en la receta cuando proviene de uno de los países más pobres y mejor armados de América Latina. Un país que exportó la Revolución a los tres continentes, de modo que “más de medio millón de cubanos han cumplido misiones internacionalistas absolutamente voluntarias”, según FC Export. Voluntariedad que no se cree ningún cubano. Y se jacta de su contribución a la abolición del apartheid, y la conversión de Sudáfrica en un país libre. Tan libre, que disfruta de pluripartidismo, democracia representativa y del derecho de opinión (fue algo que olvidó señalar).
FC Export se hizo eco de “la persecución a que son sometidos los gitanos en Europa”, de los 500 mexicanos muertos el año pasado en la frontera con Estados Unidos —más de los que murieron, según él, en al muro de Berlín, aunque se declara contrario a cualquier muro—. FC Import habría aclarado que una cosa son los gitanos europeos, y otra los disidentes cubanos. O que en el Estrecho de la Florida yacen 30.000 cubanos, mojados de cuerpo entero, en contraste con los espaldas mojadas mexicanos. O que las trabas impuestas por Cuba a la emigración y al “tráfico libre de personas” que él le exige al ALCA no constituyen un muro, porque anda escaso el cemento.
Y para concluir, FC Export felicitó “al presidente Mbeki por la democrática y valiente idea de que los participantes en el plenario de la Mesa Redonda preguntasen todo lo que quisieran”, según el diario Granma. Algo que a FC Import jamás se le hubiera ocurrido.
Septiembre, 2001



Diálogo transiberiano

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Tras ocho días y 9,500 kilómetros en un tren blindado de 17 vagones, con cristales ahumados, al que precedían dos locomotoras para evitar atentados, Kim Jong-Il, monarca norcoreano, llegó a Moscú. El vástago de Kim Il Sung, además del poder absoluto sobre su pueblo, tiene numerosas manías: terror a los aviones (razón que explica su ferrofilia), pánico a las infecciones (llevó a Rusia su propia agua de Corea y se lava las manos y cara continuamente con alcohol), colecciona películas, vino francés, amantes, y cuando no monta en tren, cabalga en corceles pura sangre.

 

Como en los mejores tiempos de la URSS, a su paso se bloquearon los andenes, se suspendieron trenes de cercanías, resucitaron viejos usos protocolarios y el secretismo que rodeó el itinerario dificultó la labor de la prensa. En Omsk, una de sus escasas paradas, Kim Jong-Il visitó una fábrica de tanques (que quizás prefiera, a juzgar por el crecimiento y modernización de sus fuerzas armadas en un país que se muere literalmente de hambre) y otra de embutidos (más perentoria para sus conciudadanos). En Omsk se cuenta que le cantaron el “Hurra Hurra, querido King Jong-il, líder amado en todo el mundo”. Le bastaría cerrar los ojos para sentirse de nuevo en los dorados tiempos en que Stalin y su padre eran íntimos. Para no descuidar ningún rito, Kim Jong-Il ha sido el primer mandatario extranjero, en la época post-soviética, que ha visitado a Lenin en su mausoleo de la Plaza Roja.

 

Más allá de lo anecdótico, entre Vladimir Putin y su homólogo norcoreano ha habido numerosas coincidencias: Ratificar el Tratado Antimisiles de 1972 y rechazar el escudo nuclear proyectado por Bush, y que desataría una nueva carrera armamentista. Ambos expresan que el programa nuclear de Corea del Norte respetará la moratoria sobre las pruebas de misiles balísticos vigente hasta 2003 —"declara que su programa de misiles tiene un carácter pacífico y no supone amenaza para ningún país que respete la soberanía de la República Popular Democrática de Corea", reza el texto de la declaración conjunta firmada por ambos— y alegan "el derecho de cada Estado a disponer de una seguridad igual". Putin respalda en el acuerdo el diálogo entre las dos Coreas, "sin injerencias externas" y acoge "con comprensión" la exigencia de Pyongyang a EE. UU. sobre la retirada de sus tropas de Corea del Sur, “con vistas a garantizar la paz y la estabilidad en la Península Coreana con medios no militares", en palabras de Kim Jong-Il. Al respecto, Putin se ofrece a "desempeñar un papel constructivo y responsable" en el diálogo entre las dos Coreas, cosa que reforzaría su mermada presencia en Oriente. Tanto Vladimir Putin como el líder coreano coincidieron también en reclamar un mayor papel de la ONU en los asuntos internacionales, y Rusia respalda las negociaciones entre Corea del Norte, Estados Unidos y Japón, así como el restablecimiento de sus relaciones con Europa.

 

De haber ocurrido veinte años atrás, el protocolo habría sido el protagonista del encuentro entre ambos líderes. Hoy ha despertado el interés de los analistas y las suspicacias de Washington. Junto con Irán, Irak y Libia, Estados Unidos considera a Corea del Norte un «Estado gamberro», lo que define, según ellos, a Estados antidemocráticos, socioeconómicamente inestables y con aspiraciones de convertirse en potencias nucleares. Es cierto que Corea del Norte, a pesar de la hambruna que ya a diezmado a millones de habitantes, ha reforzado su presencia militar en la frontera sur, y se empeña en un costoso proyecto de tecnología nuclear punta —en 1988 realizó una prueba sobre el espacio aéreo de Japón con misiles balísticos—. Pero sería ridículo pensar que podría intentar un ataque nuclear a Estados Unidos, algo sólo creíble como excusa para engrosar el abultado presupuesto militar norteamericano y sembrar en la mente de los electores una falaz presunción de invulnerabilidad.

 

Es curiosa la inquietud de la administración Bush, porque Estados Unidos ha sido el principal organizador de la reunión entre Vladimir Putin y Kim Jong-Il, así como del acercamiento entre Moscú y Pekín.

 

A pesar del fin de la Guerra Fría y el desmoronamiento del antiguo campo socialista, el presupuesto militar norteamericano, en lugar de descender, ha crecido. Nuevas iniciativas, como el escudo antimisiles, resultan cuando menos contraproducentes tras la esperada distensión. Lejos de fomentar la integración de Rusia, la transición de China o la reunificación de ambas Coreas —que posiblemente reproduzca la absorción de la antigua RDA—, la arrogante pretensión norteamericana de convertirse en la policía del planeta en un mundo unipolar favorece el acercamiento entre países del antiguo bloque. Bien sea para presionar a Washington, o para restaurar la personalidad internacional perdida. En contraste con las amenazas y sanciones de Washington, Vladimir Putin ofrece una puerta a Corea del Norte, promete la expansión del transiberiano a toda la península coreana, y un programa de cooperación energética y comercial. Y, ya de paso, mantiene en vilo a su colega Bush ante la perspectiva de venderle armas a Kim Jong-Il.

 

El ferroviario coreano posiblemente recorrerá de regreso los 9.500 kilómetros a casa con la certeza de que incluso su estalinismo trasnochado puede encontrar aliados interesantes en este mundo. Todo está en buscarlos.

 

“Diálogo transiberiano”; en: Cubaencuentro, Madrid, 10 de agosto, 2001. http://www.cubaencuentro.com/internacional/2001/08/10/3532.html.



Ideogramas en fuga

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A mediados de julio tuvo lugar en un yacimiento de estaño, en la provincia china de Guangxi, uno de los peores accidentes mineros de la historia: una filtración de agua mató a unos 400 mineros, aunque las autoridades sólo han reconocido poco más de cien. Ante los primeros rumores, la respuesta de las autoridades a la prensa (sobre todo la extranjera) fue que el accidente nunca ocurrió, y que se trataba de un comentario malintencionado. Más tarde, aceptaron una filtración de agua a la mina de Lajiapo, aclarando que sin víctimas. Insistieron en que se trataba de un rumor aun cuando el Diario de la Juventud de Shanghai publicó la noticia dos semanas después del accidente.

 

No tardó en circular la información en Internet, y varios periódicos de Guangxi, Pekín y Cantón, reiteraron el suceso, a pesar de las amenazas “de arriba”, que presionaron para silenciar el caso. La respuesta de la prensa fue la acusación a los dirigentes locales de intentar engañar a la opinión pública, aparecida nada más y nada menos que en el Diario del Pueblo, órgano del Partido Comunista. Un periodista chino llegó a infiltrarse de incógnito en la mina para comprobar la magnitud de la catástrofe, y lo que fue originalmente “un rumor” se convirtió en el rumor de las aguas circulando sobre cientos de cadáveres.

 

¿Se trata de una insubordinación de los periodistas chinos, de ideogramas en fuga que las autoridades no pueden contener? ¿Empieza a ejercer la prensa china la tarea de saneamiento social que debería corresponderle?

 

Hay indicios interesantes:

 

Empiezan a ser cubiertas diferentes catástrofes causadas por la negligencia oficial —el caso de las 42 víctimas por la explosión en marzo de un taller de fuegos artificiales en Jiangxi terminó con el primer ministro Zhu Rongji pidiendo disculpas en la televisión—. Se clausuran sitios webs y revistas de la provincia de Guangdong, por pasarse de la raya (siempre difusa) entre lo tolerado y lo intolerable. Yao Xiaohong es despedido del diario Información de la Ciudad por publicar (explicaré más tarde el subrayado) un artículo sobre la venta de órganos de presos ejecutados, cosa que el gobierno chino ha negado reiteradas veces. Indicios que, según algunos analistas, denuncian que la prensa china ha iniciado el camino de “no retorno” hacia la libertad de expresión.

 

Todos los que hemos ejercido el periodismo bajo un poder que dispone del “monopolio de la verdad” y del monopolio de la palabra, sabemos que el control de la prensa puede ser abrumador. Claro que es más fácil en un país como Cuba que en China, donde la tolerancia de ciertas “libertades” económicas permite márgenes de maniobra imposibles para un periodista cubano. Por eso subrayaba arriba el término publicar, dado que al tratarse de un hecho de tal magnitud, un control eficiente de la palabra habría sancionado al periodista por “intentar”, pero jamás por “publicar”. El cierre de sitios y revistas, indica también el juego a la riposta del gobierno ante la insubordinación informativa. Pistas que nos aproximan al veredicto de los analistas sobre el despertar de un nuevo periodismo en China.

 

Pero también conocemos que en ciertos momentos, el poder que hasta ayer actuaba como silenciador invita a la gritería. El propio Fidel Castro exclamaba durante el II Pleno del Comité Central del PC (1986) que “Ningún enemigo nos va a criticar mejor que lo que nos criticamos nosotros. (...) antes que la suciedad nos sepulte, es mucho mejor lavar los trapos al aire libre, Y añadía que “...debemos usar la prensa en esta batalla (...) Porque falta presión. Si existiera más presión yo creo que existirían menos errores. (...) Realmente, yo no veo manera de que nosotros empecemos e emplear la prensa de un modo más eficiente y que no se originen algunos de estos problemas (errores, injusticias), (...) si nosotros mismos (los dirigentes de la revolución) nos hemos equivocado. ¿Qué podemos esperar, que no se equivoquen los periodistas?”. Unos meses más tarde ya ni se hablaba del asunto. Los tecnócratas culpables habían sido purgados, el país volvía a ser “el mejor de los mundos posibles” y se nos convocaba a cerrar filas frente al enemigo. Pobre del que se hubiera tomado la glásnost en serio.

 

Los propósitos de este tipo de operaciones pueden ser desde la búsqueda de verdades “convenientes” para limpiar el staff de elementos indeseados, hasta ofrecer una cara más amable y tolerante ante el exterior, o rescatar la credibilidad del discurso. ¿Será eso lo que ocurre en China? ¿Una apertura controlada y dirigida preferentemente hacia ciertos territorios y esferas, de modo que se facilite la limpieza doméstica? Quizás. Aunque posiblemente haya diversos ingredientes en este arroz tres delicias: apertura controlada y dirigida, imposibilidad de ejercer un férreo monopolio de la verdad en condiciones de cierta libertad económica, y (la mejor) la voluntad de periodistas y medios de vindicar su oficio y convertirse en empresarios éticos en el libre mercado de la palabra. O del ideograma en este caso. Ojalá sea éste el ingrediente que determine la calidad del plato informativo que se sirva a los chinos en los próximos años.

 

“Ideogramas en fuga”; en: Cubaencuentro, Madrid, 9 de agosto, 2001. http://www.cubaencuentro.com/opinion/2001/08/09/3505.html.



Vaticinios

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Si no aprendemos de la Historia, nos vemos obligados a repetirla. Cierto.
Pero si no cambiamos el futuro, nos veremos obligados a soportarlo.
Y eso podría ser peor.
Alvin Toffler
“El futuro ya no es lo que era”, dijo un tal Anónimo, y lo repitieron con otras palabras Paul Valery y Arthur Clarke. Puede decirse que el futuro ya no es lo que solía ser aquel 16 de octubre de 1953, cuando el joven abogado Fidel Castro Ruz leyó su alegato de defensa “La historia me absolverá”. Aquel texto nos permite cotejar el dibujo del porvenir que en aquellos días nos ofrecía el protolíder cubano con la realidad a medio siglo de distancia.
Antes de ofrecernos un vaticinio del futuro que se construiría bajo sus órdenes, FC vindicó su derecho a subvertir por la fuerza un orden tiránico. Citaba a tales efectos a las monarquías teocráticas de la antigüedad, a los pensadores de la antigua India, las ciudades estado de Grecia y a la República Romana, a Juan de Salisbury, Santo Tomás de Aquino, Martín Lutero, Felipe Melanchtlon, Calvino, Juan Mariana, los reformadores escoceses y Jorge Buchman, Juan Altusio, Juan Jacobo Rousseau, la Declaración de los Derechos del Hombre (“Cuando una persona se apodere de la soberanía, debe ser condenada a muerte por los hombres libres”) y a Montesquieu, entre otros, con una memoria prodigiosa que le abandonó en 1959, porque desde entonces hasta hoy la más tímida disidencia ha sido objeto de sanciones desmesuradas, tildadas de acciones al servicio de una potencia extranjera (el monopolio del poder trae de ñapa el monopolio de la cubanía). Él mismo lo explica citando en su alegato a Montesquieu: “Así como es necesaria la virtud en una democracia, el honor en una monarquía, hace falta el temor en un Gobierno despótico, en cuanto a la virtud, no es necesaria, y en cuanto a honor, sería peligroso”. Desde aquel instante podíamos empezar a preocuparnos por nuestro futuro, el sitio donde, como dijeran Mike Mc Avennie y Woody Allen, habríamos de pasar el resto de nuestras vidas.
¿Cuál era el futuro de Cuba que proponía aquel abogado? Se resumía en cinco leyes que “serían proclamadas inmediatamente”. La primera “devolvía al pueblo la soberanía y proclamaba la Constitución de 1940 como la verdadera ley suprema del Estado”. La segunda era la Ley de Reforma Agraria que se pondría en marcha. La tercera, otorgaría “a los obreros y empleados el derecho de participar del 30% de las utilidades en todas las grandes empresas”. “La cuarta ley revolucionaria concedía a todos los colonos el derecho a participar del 55% del rendimiento de la caña y cuota mínima de 40 mil arrobas a todos los pequeños colonos que llevasen tres años o más de establecidos”. Y la quinta ley “ordenaba la confiscación de todos los bienes a todos los malversadores de todos los Gobiernos” y a herederos de dineros mal habidos. Cosa que también se puso en práctica. Concluyendo “que la política cubana en América sería de estrecha solidaridad con los pueblos democráticos del continente”, porque “Cuba debía ser baluarte de libertad y no eslabón vergonzoso de despotismo”. De seis, dos. Mal average.
Otros buenos propósitos del joven abogado eran “asegurar a cada trabajador manual e intelectual una existencia decorosa”, así como resolver los ocho problemas: “El problema de la tierra, el problema de la industrialización, el problema de la vivienda, el problema del desempleo, el problema de la educación y el problema de la salud del pueblo; (...) junto con la conquista de las libertades públicas y la democracia política”. En cuanto al problema habitacional, se proponía financiar “la construcción de viviendas en toda la Isla en escala nunca vista, bajo el criterio de que si lo ideal en el campo es que cada familia posea su propia parcela, lo ideal en la ciudad es que cada familia viva en su propia casa o apartamento”. Medio siglo después, el legado es la destrucción de las ciudades “en escala nunca vista”, sólo el pequeño agricultor de 1959 posee la tierra, y aquel joven abogado que citaba los criterios anti latifundistas de la Constitución del 40 es el mayor terrateniente del planeta. Vamos a peor: de ocho, dos, y quizás pecamos de generosos.
“Cuba sique siendo una factoría productora de materia prima”. (...) “el Estado se cruza de brazos y la industrialización espera por las calendas griegas”, decía él por entonces y no parece haber transcurrido medio siglo. Incluso resulta asombroso que desde esa distancia, aquel abogado nos dicte un programa de Gobierno que se ajusta bastante a lo que esperan los cubanos de una transición: “Un Gobierno revolucionario con el respaldo del pueblo y el respeto de la nación, después de limpiar las instituciones de funcionarios venales y corrompidos, procedería inmediatamente a industrializar el país, movilizando todo el capital inactivo que pasa actualmente de mil quinientos millones a través del Banco Nacional y del Banco de Fomento Agrícola e Industrial y sometiendo la magna tarea al estudio, dirección, planificación y realización por técnicos y hombres de absoluta competencia, ajenos por completo a los manejos de la política”. Claro que ya no existen los millones que él heredó y dilapidó graciosamente.
Cierto que algunas cosas han variado: el cubano es hoy un pueblo más instruido, y dispone de índices de atención médica y educacional superiores. El país de inmigrantes se convirtió en país de emigrantes. De estar a la cabeza de América Latina en sus parámetros económicos, se ha trasladado a la cola. Del superávit al déficit. De acreedor a deudor. De conceder ayuda humanitaria, a recibirla. Hasta Malasia y el Vietnam devastado por una de las peores guerras del siglo le otorgan créditos blandos que parecen limosnas. Los gallegos acuden de turistas a la Isla. Los cubanos acuden de braceros a Almería, se asilan en Honduras, se baten con los tiburones del Estrecho para pisar la tierra prometida. Cuba dispone de uno de los mayores ejércitos del mundo con relación a sus habitantes, la moneda nacional es el U.S. dólar, las prostitutas multiplican el salario de los médicos, y los ingenieros sueñan ser camareros al servicio de un patrón catalán, que ahora acuden como bodegueros de alto standing. O mejor, despertarse algún día convertido en extranjero, para poder vivir decorosamente en el Vedado, fundar su propia empresa en Miramar y llevar a los niños de vacaciones a Varadero. O a Santa María, para no ser muy ambiciosos.
Por todo ello, coincido con aquel joven abogado cuando aseguraba en su alegato: “No podréis negarme que el régimen de Gobierno que se le ha impuesto a la nación es indigno de su tradición y de su historia”. Lo que él pronunció como una acusación, se encargó de convertirlo más tarde en vaticinio.
“La Historia: pendiente de absolución (II) ”; en: Cubaencuentro, Madrid,8 de agosto, 2001. http://www.cubaencuentro.com/opinion/2001/08/08/3488.html.