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Angola en la desmemoria

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Más de un cuarto de siglo ha transcurrido desde aquel octubre de 1975, cuando en una operación relámpago tropas especiales cubanas atravesaron el Atlántico y cambiaron el destino inmediato de Angola, un país que hasta ese día pocos cubanos conocían. La operación sorprendió a la inteligencia norteamericana, y más aún a las tropas sudafricanas que habían iniciado un paseo triunfal hacia Luanda.
El 10 de noviembre de 1975 la bandera portuguesa sería arriada por última vez, y una frenética carrera hacia Luanda tenía lugar entre el MPLA de Agostinho Neto, la UNITA de Jonas Sabimvi, el fantasmal FNLA de Holden Roberto, y las tropas sudafricanas.
Detenidos en seco por los cubanos, con la cooperación de las FAPLA, brazo armado del MPLA, los sudafricanos contemplaron estupefactos el principio del fin del apartheid, aunque aún no lo supieran.
Hasta enero del siguiente año, los cubanos no leeríamos en la prensa una mención ambigua a la participación de Cuba en esa guerra, aunque ya habían comenzado las movilizaciones que constituirían, a lo largo de 16 años, e involucrando a cientos de miles de soldados y reservistas, la mayor campaña militar cubana fuera de sus fronteras.
Durante 16 años, Cuba mantuvo en Angola un contingente militar de entre 30.000 y 50.000 hombres; al que se sumaron técnicos, médicos, maestros, etc. Salvo una minoría de mandos militares y dirigentes, que hicieron en Angola carrera y fortuna, los “internacionalistas” acudían a África movidos por el altruismo y la generosidad (en el mejor de los casos), o para evitar una mancha en su expediente que truncaría en Cuba toda posibilidad de ascenso.
Tras el acuerdo tripartita de 1988 entre Angola, Sudáfrica y Cuba, que sancionaría la independencia de Namibia según la resolución 435 de las Naciones Unidas; se determinó la evacuación de los soldados cubanos antes del primero de julio de 1991.
Vimos el regreso de los últimos soldados y la repatriación de los cadáveres, algo más de 2.000 en cifras oficiales; muchos más, según fuentes alternativas. Las secuelas de aquella guerra aún son palpables en los veteranos mutilados física o síquicamente, las viudas y los huérfanos. Para ellos no se trató de un ejercicio de “internacionalismo”. Tampoco fue el capítulo africano en la operación a gran escala por el liderazgo en el Tercer Mundo, emprendida por el Comandante en Jefe tras la extenuación de la insurgencia latinoamericana. Para ellos sigue siendo, hoy, la experiencia que marcó para siempre sus vidas, en ocasiones de modo irreversible.
A diez años de la retirada cubana, ¿cuál ha sido el destino de Angola? ¿Qué peso específico tiene en él la Isla?
La primera pregunta tiene una respuesta trágica. En el décimo aniversario de los acuerdos de paz de Bicesse, firmados en Lisboa, y donde Cuba no fue invitada ni como observadora, Angola cumple más de un cuarto de siglo de guerra civil, con un saldo de cuatro millones de desplazados, un millón de muertos, más de un millón de casos de malaria, más de medio millón de seropositivos y 100.000 afectados por la enfermedad del sueño; un 80% de la población infantil desnutrida y escasos 46 años como promedio de vida. Si es vida que, en uno de los países más ricos de África, con enormes recursos petrolíferos, diamantes y pesca, la mitad de la población duerma a la intemperie, el 82% se encuentre por debajo del umbral de pobreza, sólo el 37% disponga de agua potable, y apenas el 16% cuente con servicios mínimos de saneamiento.
Tanto el presidente José Eduardo dos Santos, democráticamente electo, y que desestimó un futuro socialista para Angola, como Jonas Sabimvi, quien no aceptó su derrota electoral y retomó las armas, reiteran ahora su disposición de reanudar conversaciones de paz. Una disposición más bien retórica, que no descarta el mantenimiento de sus ofensivas militares.
La UNITA, apoyada por Zambia, Burkina Faso, Togo, Ruanda, Uganda, ciertos círculos nostálgicos de África del Sur y los rebeldes del antiguo Zaire —aliados que “no quieren que Angola se convierta en un régimen imperialista en esta parte de África”, según Rui Oliveira, portavoz de UNITA—, ha pasado de controlar las provincias de Cuando-Cubango, Moxico, Bié y las Lundas, donde se encuentras las minas de diamantes, su gran fuente de financiación, a repartirse por todas las áreas rurales, donde desarrolla una estrategia de guerrillas y domina las comunicaciones, incluso las aéreas, hasta el punto de interrumpir el Programa Alimentario Mundial, tras el derribo de dos aviones de la ONU. Acusan al gobierno de practicar ofensivas a gran escala y masacrar a las poblaciones civiles de las áreas controladas por ellos.
Eduardo dos Santos, a su vez, plantea como condiciones básicas para el diálogo, el alto al fuego, el desarme de la guerrilla, el reconocimiento de los acuerdos de paz y el respeto a las leyes e instituciones del Estado, descartando la suspensión de las ofensivas gubernamentales, mientras ocurran sucesos como la matanza reciente de 200 civiles en Caxito y el secuestro de 60 niños, caso denunciado también por Ibrahim Gambari, secretario general adjunto de la ONU para los asuntos africanos, quien ha advertido a UNITA que “no se justifica hacer rehenes como medio de alcanzar objetivos políticos”.
La segunda pregunta, ¿qué peso específico tiene Cuba en el presente y el futuro de Angola?, es muy fácil de responder: ninguno. Portugal, antigua metrópoli; Rusia, suministrador de armas a Luanda; Estados Unidos y Francia, cuyas trasnacionales explotan las reservas petrolíferas de Angola; así como los aliados regionales de ambos bandos, son los elementos que podrían inducir a un acuerdo y el cese de una guerra tan trágica como olvidada por la comunidad internacional. La ONU afirma ahora que adoptará nuevas medidas para buscar la paz en Angola. Y el presidente George W. Bush ha afirmado que no apoyará incondicionalmente al gobierno angolano a pesar de sus concesiones de petróleo, y en carta a dos Santos ha exigido “la búsqueda de una solución pacífica para el conflicto que paraliza el pleno desarrollo de las inmensas riquezas y el potencial de su país y de su pueblo”, lo que explica el retorno a la retórica del diálogo. ¿Será posible la paz a corto plazo en ese opulento y miserable país que un día fue noticia para los cubanos? No hay indicios serios que permitan afirmarlo.
Cuando estuve en Angola en 1985, un humilde estibador de los muelles de Luanda, me confesó para mi perplejidad: “Cuando los portugueses estábamos mejor”. Yo atribuí la frase a su ignorancia. Dieciséis años después, cuando de Cuba sólo quedan en Angola recuerdos difusos y los huesos de muchos compatriotas abonando una tierra martirizada, empiezo a creer que el ignorante era yo.
“Angola en la desmemoria”; en: Cubaencuentro, Madrid,3 de agosto, 2001. http://www.cubaencuentro.com/internacional/2001/08/03/3409.html.



La historia: pendiente de absolución

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A propósito de los recientes festejos por el 26 de julio, he releído el texto del alegato de defensa de Fidel Castro Ruz, conocido como “La historia me absolverá”—título heredado de Adolf Hitler—, 25.241 palabras pronunciadas el16 de octubre de 1953, y he intentado cotejar el dibujo que de aquellos días nos ofrecía el protolíder cubano, su diseño de porvenir para la Isla, con la realidad que tiene lugar medio siglo más tarde, gracias, en buena medida, a su intervención.
Según FC, la dictadura en curso de Fulgencio Batista había significado para Cuba un retroceso de 20 años, y “arruinado al país con la conmoción, la ineptitud y la zozobra se dedica a la más repugnante politiquería, inventando fórmulas y más fórmulas de perpetuarse en el poder”. Y esa dictadura llegó cuando acababa “de cumplir cincuenta años la República que tantas vidas costó para la libertad, el respeto y la felicidad de todos los cubanos”, porque “nacimos en un país libre que nos legaron nuestros padres”. De modo que todavía no era la seudorrepública que más tarde nos enseñaron en la escuela, sino una forma de organización socio-política que su posterior sepulturero definía de la siguiente manera:
“Había una vez una República. Tenía su Constitución, sus Leyes, sus Libertades; Presidente, Congreso, Tribunales; todo el mundo podía reunirse, asociarse, hablar y escribir con entera libertad. El Gobierno no satisfacía al pueblo pero el pueblo podía cambiarlo y ya sólo faltaban unos días para hacerlo. Existía una opinión pública respetada y acatada y todos los problemas de interés colectivo eran discutidos libremente. Había partidos políticos, horas doctrinales de radio, programas polémicos de televisión, actos públicos y en el pueblo palpitaba el entusiasmo. Este pueblo había sufrido mucho y si no era feliz, deseaba serlo y tenía derecho a ello. Lo habían engañado muchas veces y miraba el pasado con verdadero terror. Creía ciegamente que éste no podría volver; estaba orgulloso de su amor a la libertad y vivía engreído de que ella sería respetada como cosa sagrada: sentía una noble confianza en la seguridad de que nadie se atrevería a cometer el crimen de atentar contra sus instituciones democráticas. Deseaba un cambio, una mejora, un avance, y lo veía cerca. Toda su esperanza estaba en el futuro”.
Si llega a escribirlo hoy un periodista independiente, estaría cumpliendo condena de 25 años (sin amnistía).
Por entonces la Constitución del 40, que FC defiende con fervor en su alegato, había sido sustituida por unos estatutos a la medida del nuevo amo, y que entrañaban una contradicción: aunque se reconocía que “La soberanía reside en el pueblo y de éste emanan todos los poderes” (Art. 118), se añadía que “El presidente de la República será designado por el Consejo de Ministros” y que a su vez “Corresponde al presidente nombrar y remover libremente a los ministros, sustituyéndolos en las oportunidades que proceda”, de modo que se eligieron entre ellos, y, a su vez, se atribuyeron el derecho a modificar la constitución. Un procedimiento cuyas virtudes tuvo tiempo de reconsiderar en los años siguientes, para ponerlo en práctica, corregido y mejorado, tan pronto asumió el mando de la Isla, hasta el punto de gobernar casi 20 años sin constitución alguna, hacerse una a medida para los 30 siguientes, y olvidar que, según él mismo dijo en su alegato, “es un principio elemental de Derecho Público que no existe la constitucionalidad allí donde el Poder Constituyente y el Poder Legislativo residen en el mismo organismo. Si el Consejo de Ministros hace las leyes, los decretos, los reglamentos y al mismo tiempo tiene facultad de modificar la Constitución en diez minutos, ¡maldita la falta que nos hace un Tribunal de Garantías Constitucionales!”.(Y ¡maldita la falta que nos hace una Asamblea Nacional del Poder Popular que jamás ha votado en contra!, digo yo). Obviando también, una vez ocupado el trono, que “El que tratare de impedir o estorbar la celebración de elecciones generales, incurrirá en una sanción de privación de libertad de cuatro a ocho años”, cosa que recordó a sus jueces.
FC hablaba en su alegato en nombre de los cubanos humildes, a quienes describía pormenorizadamente. Empezando por los soldados, a quienes se prohibía “conversar con cualquier ciudadano de la oposición, es decir, el 99% del pueblo … ? ¡Qué desconfianza …! ¡Ni a las vírgenes vestales de Roma se les impuso semejante regla!”. Las casitas que les habían prometido no pasaban de 300 en toda la Isla, cuando “con lo gastado en tanques, cañones y armas había para fabricarle una casa a cada alistado”. Recuerda “a los seiscientos mil cubanos que están sin trabajo deseando ganarse el pan honradamente sin tener que emigrar de su patria en busca de sustento” (y ya los emigrantes van por dos millones). “A los cuatrocientos mil obreros industriales y braceros cuyos retiros, todos, están desfalcados, cuyas conquistas les están arrebatando, cuyas viviendas son las infernales habitaciones de las cuarterías, cuyos salarios pasan de las manos del patrón a las del garrotero” (valga hoy la redundancia). Recuerda a los agricultores que trabajan una tierra que no es suya y “que no pueden amarla, ni mejorarla, ni embellecerla, plantar un cedro o un naranjo”. Habla en nombre de “los treinta mil maestros y profesores tan abnegados, sacrificados y necesarios al destino mejor de las futuras generaciones y que tan mal se les trata y se les paga; a los veinte mil pequeños comerciantes abrumados de deudas, arruinados por las crisis y rematados por una plaga de funcionarios filibusteros y venales, a los diez mil profesionales jóvenes (...) que salen de las aulas con sus títulos, deseosos de lucha y llenos de esperanza, para encontrarse en un callejón sin salida, cerradas todas las puertas, sordas al clamor y a la súplica”. Y a los maestros les promete entre 200 y 350 pesos (dólares al cambio de entonces) mensuales, es decir, que hoy deberían ganar entre 4.400 y 7.700 pesos, para que no vivan “asediados por toda clase de mezquinas privaciones”. Más el uso gratuito del transporte a los maestros rurales, años sabáticos, etc. “¿De dónde sacar el dinero necesario?”, se preguntaba FC en su alegato. Y respondía: “Cuando no lo roben, cuando no haya funcionarios venales que se dejen sobornar por las grandes empresas con detrimento del fisco, cuando los inmensos recursos de la nación estén movilizados y se dejen de comprar tanques, bombarderos y cañones en este país sin fronteras, sólo para guerrear contra el pueblo, y se le quiera educar en vez de matar, entonces habrá dinero de sobra”. Lo dijo él, que conste.
Pero FC es aún más contundente al avizorar el futuro describiendo el presente, cuando nos habla de que “cuatrocientas mil familias del campo y de la ciudad viven hacinadas en barracones, cuarterías y solares sin las más elementales condiciones de higiene y salud”; o de que “Cuba podría albergar espléndidamente una población tres veces mayor, no hay razón pues para que exista miseria entre sus actuales habitantes. Los mercados debieran estar abarrotados de productos; las despensas de las casas debieran estar llenas; todos los brazos podrían estar produciendo laboriosamente. No, eso no es inconcebible. Lo inconcebible es que haya hombres que se acuesten con hambre mientras quede una pulgada de tierra sin sembrar”. Para concluir que los niños “habrán oído diez millones de discursos, y morirán al fin de miseria y decepción”. Lamentablemente, citando al mismo, para los cubanos se mantiene invariable que sus “caminos de angustia están empedrados de engaños y falsas promesas”.
“La Historia: pendiente de absolución”; en: Cubaencuentro, Madrid,2 de agosto, 2001. http://www.cubaencuentro.com/opinion/2001/08/02/3393.html.



Siempre es 26

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Ya lo había anunciado el máximo líder, cuando vaticinó 1.200.000 cubanos congregados el 26 de julio. Y, qué poder de predicción, señores televidentes, pudimos contemplarlos por la CNN, desfilando junto al mar para rememorar el asalto a un cuartel de Santiago, y exigir la devolución de cinco patrióticos espías a su verdadero padre. Ello demuestra la sintonía entre los deseos del líder y la espontaneidad de los cubanos. Claro que no podían menos ante una fecha de resonancias universales: mencionada en la televisión de Nigeria, y celebrada en el restaurante Havana Club, con asistencia del cuerpo diplomático acreditado en Ulan Bator, Mongolia.
Mientras veía las imágenes del desfile en La Habana, que “amaneció inundada de pueblo y vestida de los colores rojo y negro”, e “hizo retumbar las calles”, según Granma; escuchaba en mi memoria la inolvidable voz de Omara Portuondo repitiendo el estribillo “Siempre es 26” —toda consigna es un estribillo redactado por compositores políticos, razón por la que sus montunos son tan aburridos—. ¿Qué intentaba anunciarnos la conocida frase, además de que se derogaba el calendario gregoriano?
La interpretación popular y festiva celebra un día de asueto. Algunos claman por un calendario lleno de 26, para disfrutar de un festivo eterno, y otros dictaminan que en Cuba, dado el contrato social —el Estado se hace el que paga y los empleados se hacen los que trabajan—, siempre es 26.
En la interpretación oficial, se trata del “Día de la Rebeldía Nacional”, cuando tuvo lugar el primer episodio de la serie que concedería el poder perpetuo a un hasta entonces desconocido abogado: Fidel Castro Ruz. La denominación de origen extiende el suceso a todo el pueblo cubano. Una extrapolación sancionada por el triunfo posterior, y la necesidad que tiene todo nuevo orden de crear su propia mitología, e incluso su propia cronología. Antes de 1959. Después de 1959. Y así travestir sus hitos en hitos de la Patria Toda. La “rebeldía nacional” comenzó en 1953. Las guerras de independencia fueron apenas sus preámbulos.
Claro que “siempre es 26” podría tener otros significados. Seguramente no es un homenaje a Santa Ana, la abuela de Jesucristo, mencionada por primera vez por San Epifanio. Ni a Santa Ana María Taigi, mujer de paciencia invicta. Tampoco hará referencia al día de la independencia de Liberia, a la muerte de Jaime I, el Conquistador, el nacimiento de Bernard Shaw, Antonio Machado, Jung, André Maurois, Adous Huxley, Satanley Kubrick o Mick Jagger; el aniversario de la promulgación en el Reich de una ley de esterilización para mejorar la raza humana, la creación de la CIA en 1947, la muerte de Eva Perón o el estreno de Parsifal de Wagner en Bayreuth.
Dudo que el slogan sea un homenaje a los carnavales que se celebraban en Santiago aquel 26 de julio de 1953. “Siempre es carnaval” carece de la solemnidad que necesitan los gobernantes de facto para sacralizar lo que no ha sido sancionado por la libre voluntad del pueblo. El monarca que se instaura apelando a méritos históricos, requiere un andamiaje propagandístico, una mitología más espesa, que el monarca tradicional, a quien basta el pedigrí de su hemoglobina.
Aunque si acudimos a la etimología del carnaval, palabra que procede del latín carnem levare (quitar la carne) podría decirse que celebramos el día en que nos quitaron la carne. Siempre es 26. Lo de carrus navalis es otro asunto etimológico en discusión, yen 1953 faltaban tres años y pico para que zarpara el Granma, el mayor barco o carrus navalis de la historia, en palabras de Pepito. Si recordamos que el carnaval es subversión, travestismo, retorno al caos primigenio, cuando nada es lo que parece y la verdad se enmascara; muñecones, disfraces, caretas, comparsas y carrozas con mucho papel de colores que se deshace al primer aguacero, entonces podría decirse que siempre es 26. Así, por el llamado “Protestódromo” del Malecón, émulo sin gracia del Sambódromo de Río, desfiló el pasado 26 la mayor comparsa, encabezada por el abuelo del Ayatolá Pérez Roque, y el nieto del Ayatolá Khomeini, el tal Hojjatoleslam Hajj Seyed Hassan Khomeini. Del Coranjo la comparsa. Durante todo el año se nos presentan chirigotas redondas en la tele. Desfile de muñecones en la antigua Plaza Cívica, disfrazada a su vez de Plaza de la Revolución. Un niño náufrago convertido en mascota política. Unos patriotas que parecen espías, y pasan por poetas (de libro édito y todo). Un millón de católicos habaneros que pasean como protestantes frente a la Oficina de Intereses norteamericana. Un embargo disfrazado de bloqueo, que inhibe el crecimiento de la malanga y aborta la parición del aguacate. Y una democracia tan bien disfrazada de dictadura que ni se le nota. Siempre es 26.
Pero no, porque el carnaval es la libertad controlada y temporal de subvertir el orden establecido e irse de lengua suelta contra los poderosos, y en Cuba ya se sabe que la ley contiene rigurosamente esos excesos.
Pero existen otras interpretaciones. FC reconocía en su alegato de 1953, La historia me absolverá, que el plan de ataque al Moncada “fue trazado por un grupo de jóvenes ninguno de los cuales tenía experiencia militar”, además de sobreestimar su propia voluntad y pasar por alto la realidad objetiva. De ahí los extravíos, descoordinación y la consiguiente derrota. Porque lo que se celebra en esta fecha es una derrota. Si hilamos la compra de barredoras de nieve, el Cordón de la Habana, el Plan Lechero que desembocó en el status actual de la vaca en Cuba como especie protegida; aquel café caturra de aciaga memoria; la Zafra de los 10 millones cuyo único resultado feliz son los Van Van, las fábricas a medio hacer por toda la Isla, el descalabro de producciones tradicionales, el ínfimo rendimiento y la escasez crónica; concluiremos que, efectivamente, siempre es 26. Sólo que la derrota de un centenar durante un día, se ha ampliado a once millones durante medio siglo.
Pero no sólo fue una derrota. Fue una masacre. A los, quizás, 32 muertos en combate por la parte rebelde, y 22 soldados, se sumaron otros 50 o más asesinados. Los próximos 48 años presenciarían miles de fusilamientos; decenas de miles de muertos en combates cercanos y lejanos: ahorcados en Manicaragua, ametrallados en Adis Abeba, degollados en Ahaggar, devorados vivos en las márgenes del Okavango; otras decenas de miles intentando huir a través del campo minado que rodea la Base Naval de Guantánamo, o a través del Estrecho minado de tiburones y corrientes traicioneras, que rodea la Base Naval de Cuba; tiroteados, hundidos a golpes de proa, cayendo de los trenes de aterrizaje en aeropuertos helados: náufragos del naufragio que es la Isla. Siempre es 26, corean las viudas y los huérfanos.
Claro que el 26 de julio se celebra también la presentación política en sociedad del abogado Fidel Castro Ruz, quien no desaprovechó la ocasión de convertir su derrota militar en una operación de marketing con un rating de mártires. Desde el Moncada a la Sierra, las guerrillas latinoamericanas, Angola y Etiopía, hasta cumbres y cónclaves internacionales surtidos, la felicidad de los cubanos ha sido la moneda que ha sufragado al contado, sin plazos ni moratorias, la mayor operación de marketing político montada por líder alguno, la elevación del ego personal al rango de primera prioridad de una nación, rehén de la vanidad y la soberbia.
Efectivamente, Omara, siempre es 26, y por muchas razones.
“¿Siempre es 26? ”; en: Cubaencuentro, Madrid,30 de julio, 2001. http://www.cubaencuentro.com/sociedad/2001/07/30/3329.html.



Interpretaciones y silencios

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No sin cierto asombro, he leído en el diario Juventud Rebelde dos artículos de la periodista Elsa Claro directamente enfilados contra el Tribunal Internacional de La Haya a propósito del proceso a Slobodan Milosevic y la entrega de generales croatas para su procesamiento.
No es que me asombre la postura de La Habana en defensa de Milosevic, enemigo de Occidente, y ya se sabe que los enemigos de mis enemigos. Los diarios cubanos fueron los únicos del planeta en no ofrecer noticias sobre la limpieza étnica en Kosovo, aunque sí sobre los estragos causados por los bombardeos de la OTAN. Para conocer la política del gobierno cubano sobre cualquier asunto, basta tomar nota de sus silencios.
Tampoco me extraña el pronunciamiento en contra de la entrega de generales croatas, tradicionales enemigos del amado Slobodan; porque en este caso se trata de negar la legitimidad del Tribunal Internacional de La Haya. Lo que me maravilla son los argumentos de la periodista cubana.
En su defensa de Milosevic, a quien da como condenado antes de ser juzgado (quizás no logra deshacerse del procesamiento típico de los disidentes en La Habana, condenados incluso antes de ser apresados), alega que 200 intelectuales se han pronunciado a su favor —sin extenderse más sobre la catadura de los tales—, y que “fue con Milosevic con quien se logró la precaria paz para Bosnia o que fue elegido en comicios multipartidistas”, ocultando que fue él quien promovió cuatro guerras en diez años (“como cualquiera en su posición defendió el territorio bajo su competencia”, afirma al respecto), decretó limpiezas étnicas y asoló el país. Debería recordar la especialista en asuntos internacionales que la paz para Bosnia se obtuvo “a pesar de Milosevic” y gracias a la intervención internacional. Lo de ser elegido en comicios multipartidistas (esa “farsa democrática”) debería ser un demérito a los ojos de las autoridades cubanas, que defienden la pluralidad del monopartidismo y un modelo de “democracia participativa” donde los deseos de once millones son interpretados telepáticamente por uno solo. Olvida también la periodista que en las últimas elecciones el Zar Slobodan no aceptó su derrota y fue necesaria la insurrección de las masas para echarlo a patadas del puesto.
Creo que habría sido más saludable para la naciente democracia serbia juzgar primero a Milosevic in situ por los delitos económicos que allí se le imputan. Delitos cuya prueba encontramos en La Haya, donde los abogados del ex-presidente ofrecen 250 millones de marcos como fianza, algo que la prensa cubana escamotea para evitar que el ciudadano común se pregunte ¿cuánto gana al mes un presidente serbio? Pero mi criterio al respecto se rige por consideraciones tácticas, no estratégicas: reafirmaría la solvencia moral del nuevo gobierno y ofrecería una mejor imagen de independencia de criterio. Algo que debería haber evaluado Estados Unidos antes de ejercer presión para la entrega inmediata del ex-presidente. Claro que también comprendo, y en gran medida admiro, la difícil decisión del ejecutivo serbio, que ha optado por asimilar las presiones, algo políticamente irrentable, en aras de obtener una ayuda rápida para la reconstrucción del país que fuera el más próspero de Europa Oriental y es hoy una nación en ruinas. A causa de los bombardeos, pero también a causa de diez años de matanzas decretadas por Milosevic, el ideólogo fascistoide de la Gran Serbia. Claro que este argumento es incomprensible en La Habana, donde el bienestar de los ciudadanos es una consideración marginal.
En lo estratégico, tanto los autores de las matanzas en Ruanda, el ex-dictador chileno, los responsables de la tragedia balcánica, y tantos otros que no menciono por no hacer interminable la lista, merecen un banquillo en La Haya, como en su día lo merecieron los encausados de Núremberg (¿o aquellos eran también víctimas del Imperialismo?).
En su interpretación de la entrega de generales croatas es aún más curiosa la postura de la periodista. Si bien reconoce (los croatas no son tan amigos como los serbios) “que hubo crímenes y que alrededor de 150.000 serbios perecieron, mientras una cifra superior fue desplazada”, alega que los croatas ven a esos generales “como actores notables de algo justo”, es más, son, según ella, “ídolos” que se le escamotean al pueblo —cosa que, de ser cierta, nos llevaría a cuestionar el estado mental de los croatas.
La moraleja es que no importan los crímenes, sino la autoridad de quien los juzga. Una autoridad puesta en duda, hasta tanto La Haya no demuestre su solvencia juzgando a los enemigos de Fidel Castro. Pero la moraleja esconde un temor más hondo y solidario: el de algunos jerarcas cubanos a ser ellos mañana quienes se sienten en el mismo banquillo.
Es cierto que distamos mucho de una justicia sin fronteras, una justicia verdaderamente internacional e imparcial que haga pensar dos veces a los dictadores y genocidas de turno antes de decretar la barbarie. Es cierto que los mandatarios de países poderosos son virtualmente impunes —China, Estados Unidos o Rusia son casos paradigmáticos—y que, posiblemente, los genocidas de Vietnam, los invasores del Tibet y los carniceros de Chechenia no se sentarán jamás en otro banquillo que el del portal de su casa. Es cierto que algunos crímenes son pasados (in)explicablemente por alto —Afganistán, Israel, El Congo, Angola—. Es cierto que muchos políticos, incluyendo al mandatario cubano, hacen suya la frase de Dulles al referirse a Somoza, catalogándolo como “un hijo de puta”, pero matizando que era “nuestro hijo de puta”. La izquierda y la derecha, desde Stalin y Hitler a la fecha, han tenido y tienen sus propios hijos de puta, cuyos crímenes son apenas excesos de celo en el cumplimiento de su misión histórica.
Ahora bien, el signo esperanzador de nuestros días es que ya el contubernio con los hijos de puta predilectos no se produce abiertamente, por temor a la opinión pública; que el todopoderoso Pinochet tenga que hacerse el viejo loco para eludir a la justicia; que haya asesinos extraditados y juzgados por la comunidad internacional; pero, sobre todo, que la noción de impunidad política empieza a disolverse. Y que cuando se trata de violaciones sistemáticas de los derechos humanos ya la humanidad no está dispuesta a conformarse con la vieja noción de que cada país es una finca particular sometida a los caprichos y tropelías del capataz de turno. Y quizás sea eso, precisamente, lo que irrita al mayoral de La Habana, quien, al igual que los generales croatas, considera su éxito militar un indulto perpetuo. De ahí que reivindique su propiedad sobre las vidas y haciendas de los cubanos y el antiguo derecho de pernada.
“Interpretaciones y silencios”; en: Cubaencuentro, Madrid,17 de julio, 2001. http://www.cubaencuentro.com/meridiano/2001/07/17/3107.html.



Pleno salario: una utopía imposible

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Durante decenios, las autoridades cubanas se jactaron de que el ciudadano de la Isla disfrutaba de “pleno empleo”, una utopía irrealizable, aun en las sociedades más prósperas, donde un 5% de desempleo se considera una cifra deseable. Existen excepciones, claro está, países como Japón que han disfrutado durante años de pleno empleo, pero la norma de la economía de mercado es que funciona correctamente con un margen de desempleo, listo para la recirculación de la mano de obra.
En los países subdesarrollados, el desempleo se traduce en cero garantías de vida, supervivencia más que precaria, incursión en la delincuencia y marginación. Por lo general, En los desarrollados, el desempleado recibe apoyos para reciclarse y reingresar en el mercado laboral, un subsidio que dignifica en cierta medida su supervivencia, y diversas garantías sociales que hacen menos desesperado su status de exclusión. Pero en casi todos los casos, el desempleado suma a la falta de ingresos la noción de fracaso personal al sentirse excretado del sistema productivo del que hasta ayer formara parte. Claro que hay que matizar. Existe un desempleado crónico que disfruta la picaresca de vivir al amparo del presupuesto, mientras, de hecho, se emplea en el mercado negro de trabajo. Y el desempleado selectivo, que aprovecha la paciencia familiar y la indulgencia del sistema para rechazar trabajos que considera “indignos”, y aguarda con toda calma su exitosa inserción en el puesto laboral que a su juicio “merece”.
En el caso de Cuba, la ficción del “pleno empleo” llegó a ser tan poderosa que se dictó una “Ley contra la Vagancia” que sancionaba con penas de prisión a quienes no constaran en la nómina del Estado. La medida tenía como objetivo reforzar la extirpación, ya practicada, de toda la economía privada. No bastaba expropiar hasta el más pequeño negocio particular. Había que declarar ilegales a quienes no se enrolaran a las órdenes del Estado-patrón, único empleador aceptable. Pero, ¿en realidad existió alguna vez pleno empleo? En el artículo de Luis Jesús González, “Pleno empleo: una utopía posible”, publicado por el diario Trabajadores, se reconoce que en los 80 se inflaron “plantillas a costa del presupuesto”. En realidad, esa fue la tónica desde finales de los 60: al pasar a ser propiedad estatal, las empresas que habían operado eficientemente con cierto número de trabajadores, multiplicaron su plantilla, y desembolsaron salarios alegremente sin una contrapartida en la rentabilidad. Al no haber una respuesta adecuada en la oferta de productos, en breve la inflación dio el golpe de gracia a la desarticulación de la economía. Los 80, gracias al carácter de economía subsidiada, ocultaron en parte ese divorcio entre la retribución y la realidad.
Los 90 borraron el espejismo. En el mismo artículo, su autor reconoce que la población desempleada ascendió hasta cerca del millón de personas, es decir, un tercio de la población activa, despedida en la mayoría de los casos con un 60% de su salario como subsidio. Puede parecer generoso, pero si tomamos en cuenta que la inflación llegó a hacer equivaler el salario medio del cubano a menos de dos dólares norteamericanos, vemos que se trata de otro espejismo. Luis Jesús González, al referirse a “la mayor crisis económica de nuestra historia”, lo explica con bastante claridad: “La caída del poder adquisitivo real del salario provocó el éxodo de fuerza de trabajo calificada hacia el trabajo por cuenta propia o a la llamada economía emergente. En la última década del siglo XX la fuerza laboral empleada en el sector estatal se redujo en 15 por ciento”. Y concluye con un vaticinio optimista: gracias al saneamiento financiero, la “voluntad política” de la Revolución y “la sostenida recuperación económica”, “materializar la ocupación plena de cada ciudadano no es hoy una utopía”. Y conseguir esta utopía no será obra de la apertura a la iniciativa y el autoempleo, la descentralización y la estimulación al provechoso ejercicio de la iniciativa, sino, de nuevo, tarea del Estado, que ha creado 39.000 puestos de trabajo en los últimos cuatro años, y prevé un crecimiento sostenible en los servicios y la esfera no productiva, aunque “aspirar a grandes inversiones industriales en la actualidad sería un espejismo”.
La crisis de los 90 obligó al gobierno cubano a una leve apertura, con el subsiguiente florecimiento de los “cuentapropistas”. No sólo se evitó con ello una drástica fractura social, sino que se ofreció al exterior una imagen de cambio que alentara a los inversionistas. Con la discreta recuperación de los últimos años, presenciamos una vuelta de tuerca en la represión a la iniciativa privada: drásticas inspecciones que no aprobaría ninguna empresa estatal, un sistema impositivo abusivo, presiones y persecuciones que conforman una operación de acoso y derribo al sector económico que, aún en desventaja, demuestra cada día la ineficacia del aparato improductivo estatal. Las razones son políticas. Las consecuencias, económicas. El Estado, confiando en los dividendos del turismo —cuyos precios desmedidos, de no cambiar, permiten augurar su desvío parcial hacia destinos más atractivos del área—, la aportación del exilio y escasos renglones más, se siente en condiciones de retomar las riendas, y derogar ciertas libertades que en su día se vio obligado a conceder, a pesar de su carácter perverso, sabiéndolas reversibles.
En esas condiciones: ¿será posible el pleno empleo? Depende de a qué nos refiramos. Ya los clásicos del marxismo hablaban del salario como de la retribución otorgada por el patrón, suficiente y necesaria para mantener al trabajador en condiciones de seguir ofreciendo su plusvalía, y permitirle multiplicarse. Las cosas han evolucionado mucho desde entonces, pero básicamente el salario debe permitir al trabajador dar respuesta a sus necesidades básicas de alimento, vivienda y vestido, garantizar su atención médica y la educación de sus hijos. ¿Puede decirse que el salario en Cuba garantiza, mínimamente, estas necesidades primarias? Si descontamos la educación y la atención médica (no ya los medicamentos, que con frecuencia sólo pueden adquirirse en dólares), no. Más allá de la eterna crisis de la vivienda en Cuba, una somera comprobación de los productos que recibe el cubano por la libreta de racionamiento y del poder adquisitivo del salario medio en la red comercial que opera en dólares, denuncian que en caso de atenerse estrictamente al salario, la población cubana ya habría desaparecido. Sólo la ayuda familiar procedente del exilio, y la picaresca de la supervivencia, lo ha impedido. Desde que se produjo a fines de los 60 la fractura entre productividad y retribución, el salario dejó de ser la manifestación objetiva del respeto al esfuerzo, para convertirse en la retribución simbólica a un esfuerzo también simbólico. Una situación que no se atenúa, sino que se subraya: el levísimo incremento de los salarios parece producirse en una Cuba que ignora sus propios precios en vertiginoso ascenso, con el propósito de esquilmar las remesas procedentes del exilio, o los ingresos obtenidos al margen de la economía “oficial”. Ello deja fuera de juego a los que supuestamente constituyen la mayoría de los trabajadores: los que viven de su salario.
Regreso a la pregunta: en esas condiciones: ¿será posible el pleno empleo? Si se reactiva la Ley contra la Vagancia, se prohíbe (de hecho) el trabajo por cuenta propia, y el Estado concede estipendios simbólicos a cambio de esfuerzos simbólicos, sí. ¿Se trata de un pleno empleo real? No, en la medida que al no respetar la retribución, deja de respetarse el trabajo, y en la medida que se crea una trágica complicidad social: repudiar en público la ilegalidad, para aceptarla de hecho como un ejercicio de supervivencia.
En esas condiciones, la definición que nos ofrece el diario Trabajadores del “trabajo en nuestra sociedad como un derecho y un honor de cada cubano”, resultaría un chiste macabro, si no fuera una tragedia.
“Pleno salario: una utopía imposible”; en: Cubaencuentro, Madrid, 13 de julio, 2001. http://www.cubaencuentro.com/encuba/2001/07/13/3058.html.