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Diario habanero. Viernes 17 de julio, 2009

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Como dicen que en el mar la vida es más sabrosa, aprovechamos nuestra independencia automotriz para irnos a las playas del Este.

Por la carretera Monumental y, más tarde, por la Vía Blanca, que se mantienen en bastante buen estado, encontramos una serie de vallas con “personalidad propia”. A riesgo de repetirme, debo mencionarlas. En ellas se consigna que “una semana de bloqueo equivale a 48 locomotoras”; “con cinco horas, se pudieran comprar los dializadores que se utilizan para las hemodiálisis por un año”, “3 días equivalen a los materiales de un curso escolar”, “un día, a 139 ómnibus”; “12 horas, al costo de la insulina necesaria en un año para 24.000 diabéticos; "8 horas, a los materiales para reparar cuarenta círculos infantiles"; "2 horas, a las máquinas braille de todos los ciegos del país", y “un minuto, a los materiales de construcción empleados en una vivienda”.

Un principio elemental de la publicidad es que deberá colocarse allí donde surta efecto. La Sony no instalará una valla prodigando las bondades de su novedoso MP3 en la Asociación de Sordos, ni North Pole publicitará en Guinea Ecuatorial su último modelo de abrigo polar.

Desde que Clinton firmó la Ley Helms-Burton tras el derribo de las dos avionetas de Hermanos al Rescate, el único autorizado para derogar el embargo es el congreso norteamericano. Pero ese congreso no es impermeable a la opinión pública de su país. Si el propósito de esta campaña fuera sensibilizar a la opinión pública sobre la perversidad de esa política y la necesidad de abolirla, habrían colocado las vallas en territorio norteamericano, a un precio seguramente menor que la campaña por la liberación de los cinco espías.

Pero no es un error. El propósito de este mensaje no es presionar por la derogación del embargo, sino convencer a los cubanos de que el culpable de todos sus males es el vecino de enfrente. Y, desde luego, se tocan las heridas más sangrantes en la vida cotidiana de la Isla: la falta de medicamentos, el transporte, la escasez de recursos para la educación, la vivienda. No se denuncia cuántos días, semanas, meses o años de embargo cuestan los equipos antimotines; el mantenimiento de unas fuerzas de seguridad sobredimensionadas; el gigantesco dispositivo de seguridad del Comandante en Jefe; la desproporcionada actividad política internacional, cabildeo, eventos, giras, grupos de solidaridad y atención a los “compañeros de viaje”; el patrocinio de las guerrillas latinoamericanas; las ínfulas de gran potencia con asesores y tropas dislocados durante años en tres continentes, o el mantenimiento de 147 representaciones diplomáticas en 119 países. Ya sé que, en buena medida, esa la pagamos los cubanos del outside con el “impuesto revolucionario”, los trámites a sobreprecio en la shoopings consulares. Pero ese dinero podría paliar las miserias de los habitantes de la Isla. O, lo más elemental, si cada valla necesita 36 metros de angulares y 30 metros cuadrados de planchas de hierro, como nos cuenta Odelin Alfonso Torna, ¿cuántos antibióticos podrían comprarse con ellas?

Aun dando por bueno que el embargo ha costado a Cuba 90.000 millones de dólares, faltaría por responder qué se hizo de los 180.000 millones en ayuda soviética, sin contar una deuda impagada de 20.000 millones. Obviamente, el trueque de Coca-Cola por vodka fue muy rentable.

De momento, nosotros, ya pagado el “impuesto” –si uno gasta 555 euros en tres pasaportes, espera, como mínimo, recibirlos en un estuche de caoba con cantoneras de oro 18--, vamos quemando gasolina venezolana hacia la playa. Entramos por El Mégano y avanzamos hasta el final de Santa María, extrañamente desierta en pleno julio. Cuando nos acercamos a Boca Ciega, en la carretera comienzan a aparecer dunas de arena. Nos detenemos en Mi Cayito, antes del puente, y dejamos el carro en un parking. El parqueador nos alerta: de ahí en adelante no se puede seguir. Un ciclón del año pasado se llevó lo que quedaba del puente de madera, de modo que el único modo de llegar a Boca Ciega es subiendo de nuevo a la Vía Blanca.

Hubiéramos querido pasar por la casa de unos amigos que viven ahora en México, y por el hotelito de la UNEAC donde disfrutamos algunas vacaciones. La última, pocas semanas antes de salir de Cuba, en 1994. Durante esa semana en Boca Ciega, alguien necesitó con urgencia nuestra lavadora Aurika, la levantó dos metros por encima del muro del patio, y olvidó devolvérnosla. Operación sigilosa, porque nadie vio, nadie oyó, nadie supo. Para quienes no capten la magnitud de esa proeza: el control de calidad de la Aurika incluía dos leñadores siberianos. Si su intento de levantarla era infructuoso, estaban listas para salir al mercado.

El mar sigue siendo espléndido. Que conste en acta:

Y la playa está casi desierta, como si los habaneros se hubieran confabulado para otorgarnos la ilusión de un mar intocado lamiendo la arena virgen.

Lo único que nos estropea tanta virginidad es un turista que se planta a cinco metros de nosotros, como esas ballenas que varan en la playa. Pero no tiene intenciones suicidas. Lo acompaña una adolescente que, a juzgar por el acné, podría ser su nieta. Le soba con cariño la espléndida panza rellena de chorizos salmantinos y morcilla de Burgos.

Daniel, alérgico a todo turismo de sol y playa, se va de andarín Carvajal, a explorar el entorno. Nosotros nadamos durante un cuarto de hora y luego nos dejamos arrastrar por el oleaje. Ingravidez para todos los públicos. Una sensación de abandono, de confort. Algo habrá de nostalgia por aquellos meses nadando en el mar interior de líquido amniótico. Dentro del agua no hay calor, ni apuro. Todas las urgencias se disuelven. En quince años no he añorado ni un solo día el calor, ni la gritería, ni las palmas ¡ay! las palmas deliciosas. Pero el mar sí lo echo de menos. Y lo difícil que es conseguir en Madrid un apartamento con vista al mar.

Al regreso, me detiene la policía a la entrada del túnel, justo antes del antiguo peaje. Reduje a poco menos de 50 km/h en obediencia a una señal situada a unos 500 metros, pero según el agente había otra señal que obligaba a reducir a 40. Entrego la documentación y me vuelven a preguntar por mi pasaporte. El policía dicta por el walkie takie mi nombre y número de DNI. Minutos más tarde le llega una respuesta que no escucho y, como el policía que me detuvo cerca del Comodoro, recomienda que conduzca con cuidado. Y van dos. Tanta condescendencia policial es sorprendente. A lo largo de la carretera he visto un policía cada dos kilómetros. Y casi todos estaban, lápiz en mano, multando a compungidos choferes. Aquí también hay carné por puntos.

Intentamos almorzar en Los Nardos, donde Daniel aún no ha ido. Pero la cola es disuasoria. Bajamos por Prado y se nos ocurre la nefasta idea de almorzar en la Asociación Árabe de Cuba, situada en Prado entre Trocadero y Virtudes. No pierdan ese dato. El restaurante está desierto. Mala señal. Pero el aire acondicionado invita. Y ya es tarde. El camarero, amabilísimo, nos recomienda de la carta, al parecer, lo que ya tienen hecho. La comida es uno de los peores menús, presuntamente árabes, que he probado en mi vida. Suscitan el apoyo a Israel. Pero traemos dentro todo el sol y la sal de la playa, y el aire acondicionado y las cervezas frías, en fin. Pago una cuenta algo elevada para los precios consignados en la carta y salimos a la terraza. Allí Nury se da cuenta de que entre la cajera y el dependiente hay un extraño cabildeo, pero lo pasa por alto de momento. Para más escarnio a posteriori, le dejo al camarero una buena propina.

Bajando las escaleras, Nury comienza a hacer una comparativa mental entre la nota y la carta y sospecha que su pescado se lo han cobrado como si fuera alguna especie en vías de extinción, y cree que nos han introducido más cervezas de la cuenta. Pide la carta a la muchacha que se encarga en la puerta de invitar a los caminantes y monta en cólera. Que nos han estafado y que la comida es un asco y que recomendaremos a todo el universo conocido que jamás, bajo ningún concepto, pisen este antro. Y no le falta razón. Esto es terrorismo gastronómico.

Pero a medida que nos vamos alejando, cuadra tras cuadra, nos convencemos de que no han sido 3 ni 4 ni 5 CUC. Habituado a que en los tickets la suma la realicen las máquinas, y confiando en que Cuba es un país altamente instruido donde se han ganado, sucesivamente, las batallas por el 6º y el 9º grado, no tuve la precaución de comprobar la suma. Y ahí me dieron. De ahí la cara de preocupación que tenía el amabilísimo camarero al traerme la cuenta. Según un estimado conservador, nos timaron, al menos, 15 CUC, 360 pesitos criollos, más de un salario medio, sin contar la propina. Se cumple un viejo axioma nacional: Todos los días sale un comemierda a la calle.

La única virtud de esta experiencia es su valor pedagógico. De aquí en adelante, contaremos escrupulosamente cada vuelto, revisaremos con lupa cada cuenta e incluso llevaremos la contabilidad de los platos, las cervezas y los refrescos. Desgraciadamente, nos vamos dando cuenta con los días que la experiencia no es excepcional. Ya no basta ofrecer un buen servicio a la espera de una propina generosa, sustituir las botellas del bar por botellas propias para embolsarse la diferencia a costa del patrón, no del cliente. Entre experiencias propias y ajenas, iremos recaudando una suculenta colección de anécdotas. Pruebas de algo mucho más grave que la picaresca.

Hoy la prensa cuenta que los Abogados de los Cinco Héroes preparan una nueva batalla judicial. Los otros cinco… ¿Qué será, por cierto, de los cinco antihéroes que también integraban la Red Avispa? ¿Y de la puertorriqueña Ana Belén Montes que, provista con un catalejo high tech de la Seguridad del Estado, vigilaba a la mafia de Miami desde el Pentágono? ¿Y de Walter Kendall Myers y su esposa Gwendolyn que se paraban de puntillas en el Departamento de Estado para vigilar los movimientos sospechosos en La Florida? Puesto a escoger, me quedo con estos “héroes” desechables. Ni ocupan tanto espacio web ni escriben peomas.

Y, a propósito, recibo el excelente artículo “Lo que me pasa con los cinco”, de Reinaldo Escobar, a quien conozco desde hace más de 20 años, cuando ambos portábamos el mismo carné de la misma UPEC. Es una de las reflexiones (ésta sí) más lúcidas y sabrosas que he leído sobre el tema, y está escrita con humor y una ironía de doble filo muy escasas, lamentablemente, en el sainete de la política nacional (de ambos bandos). No puedo dejar de citarlo in extenso (con tu permiso, Reinaldo):

“Como cubano residente en la isla, debería sentirme agradecido de la labor de Gerardo, René, Ramón, Antonio y Fernando. La cifra de 3.478 cubanos muertos por acciones calificadas de terroristas se invoca como un argumento demoledor para justificar la presencia de una red de información en el país donde se han organizado la mayoría de estos actos violentos. Yo hubiera podido ser una de esas víctimas y si hay alguien haciendo algo para protegerme, qué otro remedio no me queda que reconocérselo.

“Lo que me confunde un poco es que esa misma es la cifra usada en un documento titulado “Demanda del pueblo de Cuba al gobierno de Estados Unidos por daños humanos” hecho público en junio de 1999, un año después que los cinco fueran encarcelados. Si en el quinto capítulo de esta demanda se responsabiliza al gobierno norteamericano de estas actividades terroristas, ¿de qué manera operaba la red avispa para averiguar lo que hacía “la mafia de Miami” sin afectar al gobierno de Estados Unidos a quien la Demanda acusa como máximo culpable? La única forma de reducir la culpa de los cinco sería entonces reducir la culpa que se supone que tiene el gobierno de USA en el terrorismo contra Cuba.

“Los ocho estudiantes de medicina fusilados en noviembre de 1871 por los españoles son conocidos como los inocentes. Che Guevara lleva el epíteto de el guerrillero heroico. Nadie considera a los ocho estudiantes como héroes ni del Che se ha dicho nunca que fuera inocente. No se puede ser las dos cosas al mismo tiempo.

“En lo personal, hubiera preferido que el gobierno cubano hubiera reconocido el sacrosanto derecho que tenía a infiltrar espías en el territorio de Estados Unidos, ¿acaso no reconoció un derecho más difícil de admitir “el derecho de los revolucionarios a hacer la revolución” cuando organizó un comando armado en Bolivia para instaurar el sistema socialista en toda la América Latina?

“No tengo nada contra los cinco, como nunca he practicado el terrorismo, sé que no han informado en contra mía. Siempre me he preguntado a quién informaban. Supongo que no sería a los especialistas de filatelia del Ministerio de Comunicaciones e Informática, ni a los técnicos de frutas selectas del Ministerio de Agricultura. Imagino que informaban a alguna dirección de Inteligencia del Ministerio del Interior, donde tendrían no solo un seudónimo, sino además un grado y probablemente un sueldo.

“A menos que se hayan infiltrado por la libre y la Red Vvispa fuera una ONG con fines humanitarios”.

Este asunto de los espías es parte de la decadencia nacional. En silencio ha tenido que ser, la serie que la TV cubana emitió en los 80, blasonaba de cómo los agentes de la Seguridad del Estado se infiltraban en la CIA, burlaban los detectores de mentiras y, armados con doscojonímetros portátiles, superaban a las más altas tecnologías del enemigo. Hoy, en cambio, los espías apenas consiguen infiltrarse en Vigilia Mambisa y transcribir las soflamas de Pérez Roura. Para labores más altas, necesitan contratar extranjeros.

En contraste con el excelente artículo de Escobar, el reflexivo en jefe nos lanza hoy uno de sus ladrillos habituales, “Lo que debe demandarse a Estados Unidos”. En síntesis, todos sus discursos de medio siglo se reducen a exigir la rendición incondicional de las fuerzas armadas norteamericanas, que quedarán a las órdenes de las FAR, el nombramiento de Fidel Castro como presidente vitalicio de Estados Unidos, o, en su defecto, el suicidio masivo de los norteamericanos. Pero en la vida no siempre se consigue todo lo que uno desea. Como se sabe, la candanga ahora es Honduras. Y en tales Honduras se empantana el Columnista en Jefe, quien acaba de merecer el Premio Maestro de Juventudes. La Asociación Hermanos Saíz (AHS), de jóvenes artistas y escritores, reconoce así su labor como aeda de la Revolución, entonando a capella sus discursos ante numeroso y entregado público. Un verdadero best seller de la muela. Y nombran Miembro de Honor a Raúl Castro, joven promesa de las letras cubanas, por su obra inédita.

Esta noche, mi sobrina va a ver el Royal Ballet of London en la pantalla gigante colocada frente al capitolio. Olvidando que es sordo, invita a Daniel, pero a él no lo seduce contemplar un ballet silente, como si Chaplin bailara con el globo terráqueo en El gran dictador al compás del silencio.

Intentando reconciliarme con la gastronomía nacional, y previa recomendación, nos acercamos al Din Don, una paladar que, a pesar de su onomatopéyico nombre, nada tiene en común (gracias a Dios) con Taco Bell. Buena atención, excelentes pizzas y precios módicos. La inventiva ha unido dos casa para crear un portal donde esperar aislado de la calle por la vegetación, una zona de trabajo y los salones comedores. El salón anterior cumple casi estrictamente la absurda regulación estatal que limita la capacidad a 12 sillas, una cifra bíblica en homenaje quizás al filme homónimo de Tomás Gutiérrez Alea. Sospecho que el salón posterior puede ser rápidamente convertido en salita de estar, zona de lectura o un cuarto de juegos para los muchachos. El único retodel Din Don es llegar. La Avenida 11 es lo más parecido a una pista forestal de prueba para todoterrenos. Los peatones no lo tienen más fácil. Las aceras hacen recomendables las botas de trekking.

Mañana nos enteraremos de que la función del Royal Ballet of London ha sido, con diferencia, el acto cultural más memorable del verano. Un acto que requirió grandes dosis de astucia y adulación calculada para remontar con éxito el ego en jefe de la Prima Ballerina Assoluta. Al respecto, circula por La Habana un excelente chiste. Juan Bravo, sepulturero del Cementerio de Colón, llega molido a casa a las once de la noche.

--¿Por qué llegas a esta hora? –pregunta su esposa.

--Hoy enterramos a Alicia.

--¿Y qué?

--Cuando bajábamos el féretro, pasó el administrador del cementerio y me llamó: Bravo…

--¿Y?

--La vieja reventó la tapa del ataúd. No paraba de salir a saludar. Tuvimos que enterrarla diecisiete veces.



Diario habanero. Jueves 16 de julio, 2009

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Durante mi paseo mañanero, capturo algunas vallas publicitarias y slogans en los muros. En Cuba no hay publicidad comercial (tampoco es que haya mucho comercio). Ni competencia entre productos. La publicidad sólo vende un producto, el statu quo conocido como Revolución, a sus clientes cautivos. Y lo hace con la insistencia de quien no tuviera muy segura la clientela.

Hay slogans que apelan al nacionalismo decimonónico: "La patria ante todo", “Independientes para siempre”, o

De lo cual no nos queda la menor duda. Después que arruinamos a la metrópoli soviética ninguna potencia opta a la plaza.

Hay guapería retórica: "Señores imperialistas. ¡No les tenemos absolutamente ningún miedo!". "Yanquis, lumpens, delincuentes, flojos: recuerden Girón". Y "Toda nuestra acción es un grito de guerra contra el imperialismo". Aunque la bravata baja de tono en un cartel donde, junto a la imagen de Martí, se lee: “Resistir vale tanto como acometer”.

En la sección internacional los hay que abogan "Por la reunificación pacífica de Corea" (Remember Alemania, Kim Jong Il).

También advertencias, para que nadie en el patio se confunda: "El carácter socialista del sistema económico y político cubano es inalterable". "No dejaremos que nada ni nadie cambie la línea pura y recta de la revolución". Y éste que encontré en la Avenida 13:

La N de Nada estaba oculta tras un árbol y por mucho que salí a la calle, a riesgo de que un almendrón detuviera mi obra, no salió. A los suspicaces, no intenté transmitir el mensaje de que “un hada detendrá nuestra obra”. Sólo he creído en un hada en mi vida: Ada Martínez, una niña de noveno grado. Y no se hizo el milagro.

La sección “Somos felices aquí”, un slogan muy frecuente en la Era Robaina, cuenta con muchos ejemplos: “Programa del Partido. Siembra de futuro”. "200 millones de niños en el mundo duermen hoy en las calles. Ninguno es cubano". “El presente es de lucha. El futuro es nuestro”. O “Vamos bien”.

Hay una consigna que parece redactada por la ANB, Asociación Nacional de Balseros: "La libertad no se puede bloquear. Aquí no hay miedo".

Otros requieren de una lectura filosófica: "Cuba demostrará que el mundo puede salvarse". Es como decir: si Cuba se salva de ésta, usted también puede hacerlo. Porque, como dice otro slogan, "Nadie podrá quitarnos la esperanza". La perdemos nosotros solitos.

Otras inscripciones están redactadas con una economía de medios y un poder de síntesis admirables; como ésta, a la entrada de Doña Rosina. En cuatro palabras se condensa la tragedia del país:

A la salida del túnel de Línea encontré esta valla.

Si lo que dice es cierto, y si, como reza otro slogan, "Fidel es un país", nuestro padre y “Comandante en Jefe, ordene”, una mentira suya, una violación de los principios éticos, lo convertiría en el Contrarrevolucionario en Jefe

Si Fidel Castro no mintió en su alegato de 1953, en su Manifiesto de La Sierra Maestra de 1957, y en sus discursos de 1959, en Cuba rige la Constitución de 1940, hay elecciones libres, pluripartidismo y se garantizan todas las libertades.

Si no mintió el 1º de enero de 1959 en Santiago de Cuba, hay "libertad para los que hablan a favor nuestro y para los que hablan en contra nuestro y nos critican".

Si no mintió en enero, abril y mayo de 1959, Fidel Castro no es comunista, porque, como dijo el 26 de julio de ese año en la OEA, el comunismo es “terror sin pan ni libertad”.

Si no mintió el 2 de abril de 1959, no existen presos políticos, porque "la Democracia es derecho para unos y para otros, que se discutan todas las teorías, todas las prédicas que se escriban, que se discutan, porque el hombre es razón y no fuerza, el hombre es inteligencia y no imposición y no capricho”.

Si “Jamás se ha torturado a nadie en una cárcel revolucionaria”, no existen las gavetas de Villa Maristas, ni la ratonera de La Cabaña, ni los tapiados en la cárcel de Boniato, ni los candados en el Combinado del Este, y miles de testimonios son mera confabulación de falsarios.

Si no se trató de un engaño, Cuba produce más naranjas que La Florida; desde 1972 el nivel de vida del país es superior al de Estados Unidos; los cubanos disponen de 60 millones de huevos mensuales; la leche de los 8 millones de vacas podría llenar la bahía de La Habana; los 10 millones fueron; la agricultura creció un 150% entre 1969 y 1979; la Ciénaga de Zapata, desecada, es el mayor arrozal del planeta, y Cuba ha alcanzado “el nivel de vida más alto que ningún país del mundo, porque mientras las grandes potencias tienen que invertir (…) en fabricar armas, nosotros lo vamos a invertir todo en producir riquezas” (1962).

Y deberíamos aceptar que "En Cuba no hay libros prohibidos, sino que no hay dinero para comprarlos” (1998); que "Nuestro país no prohíbe a ninguna familia que emigre al exterior" (1999), y que no se han gastado más de 4.000 millones de dólares en compras a Estados Unidos, porque "Cuba no comprará [a Estados Unidos] ni una aspirina, ni un grano de arroz” (18 de octubre de 2000).

Deberemos aceptar también que no es una falta ética pedir a Kruschov el ataque atómico inmediato a Estados Unidos, con la garantía de que todo el pueblo cubano sería borrado del mapa. Ni condenar a muerte a los constructores de Granada, al ordenarles resistir desarmados, hasta el último hombre, la invasión de la 82 División Aerotransportada. Ni desterrar al Che tras leer prematuramente su carta de despedida, para después abandonarlo a su suerte en la selva boliviana. Ni embarcar asesinos y enfermos mentales hacia Estados Unidos en el puerto del Mariel. Ni hacer pública la conversación privada con el presidente de un país amigo, por puro afán de protagonismo. Ni…

Y si es cierto que “Fidel, estamos contigo”, por carácter transitivo se daría la paradoja de una Revolución construida por contrarrevolucionarios.

Me cuentan que en la entrada de San Antonio de los Baños, una valla anuncia que usted está entrando a "La Villa del Humor", por el festival que se celebra allí cada año, y al pie del cartel se lee: "Esta es una Revolución de Vencedores". Una lectura invertida sería: "Esta es una Revolución de Vencedores". Firmado: "La Villa del Humor".

En otras ocasiones, alguna mano anónima se encarga de modificar el sentido. Un slogan muy repetido en los 80 era: “Fidel, estamos contigo”. Alguien lo editó una noche y quedó: “Fidel, estamos (muy molestos) contigo”.

La relectura de los slogans no ha sido infrecuente durante todos estos años. Cuando Roberto Robaina, entonces Primer Secretario de la UJC, a la que rebautizó Ujotacé, intentó en los 80 convertir la publicidad ladrillo en propaganda juvenil, posmoderna, efervescente, hubo una hemorragia de vallas, calcomanías y carteles. En la parte trasera de muchas guaguas de La Habana colocaron la exhortación “Sígueme”, y era habitual ver a una manada de transeúntes obedeciendo el slogan cuando la guagua se volaba limpiamente la parada. En la entrada del Combinado del Este, la mayor prisión de la Isla, colocaron una reveladora frase de Fidel Castro: “Todo lo que somos hoy, se lo debemos a la Revolución y al Socialismo”. Pero la mayor muestra de talento propagandístico correspondió a un comité de base de la Ujotacé, que decoró el muro del cementerio de Victoria de las Tunas con un rotundo: "Aquí no se rinde nadie". Y tenían razón.

Claro que la mejor valla que encontré en La Habana la colgó la naturaleza y no requiere comentarios:

Hoy tenemos un almuerzo muy especial: nos ha invitado un viejo amigo que debe ser una especie protegida: uno de los últimos comunistas de infantería que quedan en la Isla. Lo he visto un par de veces durante estos días, pero en ninguna de ellas hemos podido sentarnos a hablar tranquilamente.

Hasta donde alcanzo, mi amigo conserva hacia eso que se suele llamar Revolución una fe propia de los años 60. Considera que el país va por el camino correcto, que todas nuestras desgracias son producto del “bloqueo” y de errores humanos evitables/inevitables en la construcción de la sociedad del futuro. Y es consecuente con ello. Nunca le han permitido militar en el Partido, porque sostiene que entre “camaradas” se debe ejercer la crítica sin tapujos de los errores. Y ante el “enemigo ideológico” (yo, por ejemplo) hay que defender las murallas con el blindado tesón de una plaza sitiada. Deduzco, aunque no me lo confiesa, que le duele comprobar cómo los cínicos, que en el fondo no creen pero que en la superficie no dudan, ocupan plaza en “la vanguardia de la clase obrera”. Mientras, los desencantados no confían en él al considerarlo un militante sin carné. Y los militantes, tampoco, al considerarlo un crítico por cuenta propia.

Él blasona de mi amistad como un acto de independencia personal, al tiempo que me recita los editoriales de Granma como la Biblia en verso. Valora mi literatura en la misma medida que detesta mi periodismo. Y ha conseguido apreciar mi persona previamente amputada de mis ideas. Cosas más raras se han visto.

En muchos sentidos, me recuerda a mi padre, aunque no tenga edad para serlo. Tampoco mi padre militó en el Partido y por idénticas razones. Crítico en su trabajo, conmigo (qué manía de escogerme siempre como enemigo) era la atalaya del Komintern. Abandonó un puesto excelente en una empresa norteamericana para ingresar al ejército como comisario político. Aceptó reducir a menos de la mitad su salario, porque la patria lo necesitaba, y desde entonces blindó su fe en El Señor contra todas las inclemencias del futuro. A mediados de los 80, cuando Fidel Castro lanzó su “Proceso de rectificación de errores y tendencias negativas” (ah, la magia de las palabras) y criticaba en televisión el estado de los hospitales y las escuelas, o los males que asolaban la economía del país —una vez removidos los “tecnócratas” y restaurado su propio voluntarismo económico, los males se esfumaron—, mi padre apagaba el televisor para no ver a Fidel criticando a la Revolución. Lo peor fue cuando Él en persona le dijo que “Ahora sí vamos a construir el socialismo”. Treinta y seis años de calentamiento es demasiado, incluso en las grandes ligas del comunismo mundial. Pero yo comprendo que es muy difícil aceptar que la mitad de tu vida ha sido un prólogo. O peor, que te han timado media vida y casi todos tus sueños. En 1990, un infarto masivo le ahorró el futuro.

Entre mi amigo y yo existe una relación muy curiosa. Él necesita discutir, es un espíritu discutidor por excelencia, pero en su entorno no halla con quién. Los desencantados de la Revolución temerán servirle la cabeza en bandeja de plata. Si queda algún creyente, será un baile de coincidencias. Y los que no creen, pero están obligados a creer por razones profesionales, lo considerarán un peligroso provocador. Yo soy su interlocutor ideal. Puedo responderle lo que me dé la gana sin miedo a represalias. Él dispone de todo el tiempo del mundo desde su jubilación y me envía larguísimos emails que yo suelo responder con monosílabos o algún corta y pega de actualidad que le ofrezca una visión alternativa. Él intenta demostrarme que tiene la razón. Vencerme, aunque no me convenza. Yo soy ateo, pero sé que con la fe no se discute. Los dioses no son demostrables. No lo necesitan.

Conociendo lo anterior, a Nury le preocupaba que este almuerzo se convirtiera en una batalla campal. Pero, curiosamente, tanto él como yo nos contenemos. Evitamos cualquier tema álgido, nos escurrimos por las esquinas y, de común acuerdo sin acuerdo previo, sorteamos las diferencias por el grácil expediente de no convocarlas.

Después de almuerzo tengo que llevar a Nury hasta el Comodoro con su abuela y, a mi regreso, descubro que Daniel se ha leído toda nuestra correspondencia en su computadora y está enzarzado con mi amigo en una animada discusión. En las páginas finales de mi cuaderno de notas, encuentro parte de ese diálogo:

Mi Amigo: El socialismo…

Daniel: Ya lo tienes en Suecia.

Mi Amigo: Pero Suecia no es un país subdesarrollado ni está sometido al bloqueo de US.

Daniel: Ni es una economía subvencionada.

Mi Amigo: Pero es bueno que el pueblo esté subvencionado en sus necesidades básicas.

Daniel: Hablo de estar subvencionado por la URSS.

Mi Amigo: Eso ya pasó.

Daniel: ¿Y Venezuela y su petróleo?

Mi Amigo: ¿Y ese no es un buen negocio?

Daniel: Tanto, que ganan 22.000 millones gracias a USA.

Mi Amigo: Eso es puro negocio. Si USA no quiere enriquecer a Chávez, que no le compre más petróleo.

Daniel: Eso demuestra que las ideas no valen un carajo en el juego de la geopolítica. USA subvenciona indirectamente a Cuba a través de Chávez.

Mi Amigo: Si Chávez le corta el suministro a USA le crea una crisis.

Daniel: Si Chávez le corta el suministro a USA, se suicida.

Etcétera, etcétera, etcétera.

En la tarde, aparecen un par de amigos de mi amigo y se arma una petit discusión sobre la patria, el patriotismo y otras hierbas aromáticas. Un tema sobre el que tengo más dudas que certezas, así que me zafo de un debate donde, al parecer, todo lo que hay que saber ya viene en Abdala, la obrita adolescente de Pepito Martí.

Tarde en la noche, invitamos a nuestros amigos editores a comer en El Palenque, un sitio muy recomendable. Los hijos de ambos se han ido de Cuba. Viven en España y en Estados Unidos. Muchos de sus amigos, también se han ido. Y eso duele. Al madurar, de los quesos emmental se escapan burbujas de dióxido de carbono y dejan huecos en el interior que desde afuera no se distinguen. En el caso de las personas, a veces no hace falta abrirlas para saber que los huecos están ahí y que nunca se rellenarán. Recorre la conversación una cierta nostalgia, hasta que un oportuno cambio de tercio nos pone al día sobre la chismografía cultural en curso. Pero prefiero que en este blog no haya bajas en combate verbal. Por eso, como dirían los antiguos, correré sobre este tema un tupido velo que nos permita irle a hacer a Morfeo la media hasta mañana.



Diario habanero. Miércoles 15 de julio, 2009

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Una amiga que se ha ido de viaje me dejó anoche su Fiat Punto. No más taxis. Nevermore.

Almendrones de a diez pesos
Quoth the raven, “Nevermore”.

Cubataxis sin taxímetro
Quoth the raven, “Nevermore”.

Panataxis marca Lada
Quoth the raven, “Nevermore”.

Cocotaxi en Coco Solo
Quoth the raven, “Nevermore”.

Aunque, por otra parte, perderé práctica en la fina esgrima del regateo y esa fuente inagotable de sabiduría que son los taxistas.

Mi primer acto como conductor en La Habana (durante este viaje) fue menguar el ecosistema. Bajaba anoche por 60, tenebrosa como los malos pensamientos, riéndome aún de los randys azules y rosados, cuando un perro suicida, harto quizás de su vida de idem, se lanzó a cruzar la calle a veinte centímetros de mi rueda delantera derecha. Sólo vi una mancha amarilla y el perro debió ver menos que yo.

Esta mañana Nury se ha ido al aeropuerto. Justamente hoy, cuando cumple 89 años, llega de Estados Unidos su abuela Xiomara, quien enviudó cuando tenía más de 70, tras toda una vida como ama de casa, casada desde los 14 años con Don Librado Bolívar, patriarca de la familia. Pasado el duelo y el natural extrañamiento, lejos de languidecer, Xiomara se fabricó una nueva vida.

Yo no he podido acompañar a Nury al aeropuerto. Estoy citado para entrevistarme con el consejero político de la embajada española, y Daniel me acompaña.
Tras dejar en la entrada los pasaportes, el salón de espera es un remanso de aire acondicionado.

A mediados de los 70, mientras estudiaba en la universidad, me encontraba de prácticas en la Sierra Maestra haciendo unos perfiles de radiometría. Llevaba al cuello un radiómetro conectado al detector, un largo bastón de metal, y mis orejas estaban cubiertas por unos auriculares extrovertidamente soviéticos (como recordarán, lo suyo no era la nanotecnología) que con su crepitar me indicaban las fluctuaciones del fondo radioactivo. Mientras hacía una medición en la ladera de un monte, sentí que alguien me observaba. Al volver la mirada, descubrí a un niño de unos 8 o 10 años, descalzo, sin camisa, en pantalones cortos. Me estudiaba intrigado. Lo saludé y sin responder a mi saludo, se acercó con prudencia y preguntó:

—Señor, ¿usted es extranjero?

—No, mijo. Soy estudiante. Estudiante de la Universidad.

El niño permaneció unos minutos dubitativo, hasta que una idea brillante, el súbito resultado de una ecuación muy compleja, iluminó su rostro.

—Pero usted está estudiando para extranjero, ¿no?

Este aire acondicionado, los impecables corredores, los ujieres solícitos que cruzan de vez en vez, me indican que si aquel niño hubiera tenido razón, la lista de espera para matricular esa carrera habría sido muy muy larga. Yo hice un master tardío a los 40 años, pero Daniel sí empezó su carrera desde primer grado. Y Claudia, mi hija mayor, a los 12 años. La Licenciatura en Extranjería tiene eso: mientras más temprano matricules, más fácil es aprobar y asimilar sus múltiples asignaturas, empezando por Responsabilidad Personal I y II. Tanto si te va bien como si te va mal, eres dueño de tu destino. No podrás culpar al imperialismo, al cambio climático, a la crisis financiera o a los rusos, porque “me abandonaste en las tinieblas de la noche / y me dejaste sin ningura orientación”, como cantaba José Tejedor. Al león del circo le aseguran su piltrafa si salta por el aro. El de la selva tiene que cazarla. Y el circoselva es cuando el león tiene que entrar por el aro y salir luego a buscarse los féferes en las Alturas de Bejucal-Madruga-Limonar.

Tras el saludo, le pido al consejero político que, de ser posible, me entregue algunos ejemplares de los últimos números de Encuentro. (A eso he venido, ¿no?). Pero, según él, es imposible. No queda ni un solo ejemplar. Llegan y se agotan de inmediato.

—¿Por qué me ha citado entonces?

Simplemente, quería saber mi opinión sobre la situación cubana y mis primeras impresiones del país al cabo de muchos años sin venir. Nueve, para ser exactos.
El diálogo es fluido, largo, interesante. En general, concidimos en casi todo. Esta es su segunda estancia como diplomático en Cuba y conoce perfectamente el terreno (minado) que pisa. No se limita a la versión oficial, aunque tampoco acepta acríticamente las visiones alternativas.

Coincidimos en que el país se encuentra en una encrucijada. Después de las recientes destituciones, la cúpula del poder se ha encerrado en sus castillos de invierno. Tras ella, un foso muy profundo y vacío. Más allá, el pueblo llano, la sociedad civil incipiente, la disidencia minada de agentes y cuyo vínculo con las bases es continuamente cercenado, de modo que sea una disidencia flotante, más visible desde el exterior que desde su propia tierra. Como los globos sonda. Un problema de perspectiva.

Más allá del foso, la paciencia del pueblo ha sido tensada hasta extremos que juegan peligrosamente con su coeficiente de elasticidad. El exabrupto es posible. El futuro sigue siendo una ecuación con demasiadas variantes incluso para los cubanólogos más temerarios.

(Durante la conversación, me percato de que él no menciona ni un nombre, ni mienta a los hermanitos Pon Pon. Cuando el río no suena… Y, de pronto, me siento como una pulga de circo a la que un dios, tan omnipresente como invisible, estuviera estudiando bajo el microscopio. La grabación será editada por Palmiche Films y estrenada en Tecogí Channel. Tampoco me importa demasiado, así que seguimos conversando).

Tras la tímida apertura de Obama –abolición de límites a viajes y remesas, voluntad de diálogo y la autorización a las compañías de comunicaciones e Internet para negociar con Cuba el establecimiento de la banda ancha, lo que no ha recibido del raúlfidelismo respuesta ni comentario (la excusa para el monopolio estatal de Internet quedaría derogada)—, el obamismo se ha vuelto peligrosamente conciliador. Razón por la que un día sí y otro también, el reflexivo en jefe lo culpe de las guerras carlistas, la extinción del tigre de Tasmania y la erupción del Krakatoa. Pero en ocasiones similares eso no ha bastado. Circulan fuertes rumores de que estaríamos en vísperas de una contundente respuesta: un nuevo maleconazo, un nuevo Mariel, un exabrupto de cubanos navegando hacia el norte que matara dos pájaros de un tiro: exportar el descontento y torpedear la distensión. El bombardeo de cubanos, esa arma de la que siempre dispone el gobierno de la Isla. Aunque quizás el bombardero mayor ya no tenga fuerzas para ponerla en práctica. Y la nueva junta militar o paramilitar encabezada por Castro II sabe que su confortable permanencia en el poder requerirá mejoras económicas que, a su vez, requieren distensión y bienllevancia con Estados Unidos. La batalla personal de Fidel Castro contra el único enemigo que él considera a su altura no es ya la guerra de un estamento castrense retóricamente fidelista, pero que “en vísperas de su largo viaje no estoy pensando en usted. Yo sin cesar pienso en mí”. No es raro que sean cordiales las periódicas reuniones entre militares cubanos y norteamericanos en la Base Naval de Guantánamo para tratar no sobre Derechos Humanos ni democracia, sino sobre los temas que al “enemigo” verdaderamente le interesan (narcotráfico, emigración ordenada, lucha antiterrorista y tranquilidad en las aguas del Estrecho). Como los taxistas y los diplomáticos, los militares del mundo entero podrían hacer un sindicato universal.

Yo comprendo que en el plano simbólico la pelea se presenta complicada, a quince rounds y con guantes de ocho onzas.

En la esquina azul, defendiendo un sistema que representa el pasado político de la humanidad, y un país agresivo, militarista, obeso y con un 12% de negros, un mulato joven, carismático y deportivo, sin grados militares ni de soldado raso, ecologista y empeñado en implantar un sistema universal de salud.

En la esquina roja, defendiendo el futuro de la humanidad, la justicia, la paz, y un país joven y esbelto, con un 60% de negros y mestizos, una gerontocracia blanca de generales empeñados en durar en sus puestos hasta que la muerte nos separe.

Hablamos también de la(s) políticas españolas hacia Cuba, sus aciertos y sus errores aznarianos y zapateriles. Mis opiniones no son ningún secreto. Las he puesto en blanco y negro en más de una ocasión. El consejero político pone cara de póker: ni asiente, ni disiente, ni todo lo contrario. Como corresponde.
Concluimos la entrevista con la misma cordialidad que la empezamos y yo me voy con los mismos ejemplares de Encuentro con que vine.

Allá lejos los dioses posiblemente opriman el Stop.

Daniel se la ha pasado leyendo y mirando de soslayo, casi lujurioso, las revistas de economía y geopolítica apiladas sobre una mesita.

Quince días más tarde, me enteraré de que la embajada solicitó a Madrid la corroboración de que yo era yo, y se lo confirmaron. Es más de lo que yo podría asegurar de mí mismo, que algunos días me despierto bastante otro.

A la salida de la embajada, nos muerde de nuevo el calor, implacable, impertinente como una guasasa. Acabamos de salir de un oasis, me comenta Daniel. Yo no tengo saliva ni para responderle.

Justo al doblar, subimos al edificio de Morro 9 donde yo nací. La pintura en las paredes de la escalera y en el pasamanos debe ser la misma de cuando yo era niño. No hay mucho que ver. El apartamento está cerrado. No sé quiénes contarán cada noche los destellos del Morro en la pared de mi cuarto.

En casa de mi hermana, tras subir (de nuevo de nuevo de nuevo) a pie las cinco plantas, porque el elevador (de nuevo de nuevo de nuevo) está averiado, hilamos tres vasos de agua fría cada uno. Durante el almuerzo, recordamos cuando éramos jóvenes e indocumentados, cuando a ella le rompían los dobladillos de la saya a la entrada de la secundaria y a mí me pelaban al cero en la beca, sin barruntar que, pasados los años, me pelaría Dios en persona con una maquinilla irreversible de ADN. Cuando soñábamos con un mundo para todos repartido (ya la repartición se había efectuado, pero no lo sospechábamos), confiábamos en el futuro anunciado, en el advenimiento de la felicidad universal e, ilusos de nosotros, creíamos que las carencias de aquellos años eran el abono del porvenir. No sé si creíamos o queríamos creer, o queríamos creer que creíamos.

De regreso a Miramar, transitamos paisajes de ruinas. Habitadas

Y desiertas

En el cine Metropolitan es evidente que el HOY se cae a pedazos y proyectan la película Esto no tiene nombre.

Claro que El Encanto se quemó hace mucho. Sólo nos queda

En la tarde, tenemos que hacer una expedición de intendencia a la tienda del Comodoro y a 3ª y 70. Un taxista le ha aconsejado a Nury que compremos lo que encontremos. No se ponga demasiado exigente, que la cosa está de mala pa peor. Cuba no le paga a sus proveedores y las tiendas están desabastecidas. Como decía aquello de que “el presente es de lucha y el futuro también”. Acapare papel higiénico, señora, que esto va a ser una cagástrofe.

Camino al Comodoro, nos detiene un policía. Llevo un pasajero de más en el asiento trasero. Le entrego la documentación del carro y mi carné de conducir español (el cubano venció con el fin del milenio y se me olvidó venir a renovarlo). El policía me pregunta por mi pasaporte, pero no lo traigo conmigo. Sólo puedo mostrarle mi DNI, el documento de identidad español. Indulgente, me dice que por esta vez continúe, pero que para la próxima no exceda el cupo permitido. Muchas gracias, agente. Y sigo mi camino.

La abuela Xiomara apaga las velitas de su 89 cumpleaños con un soplido enérgico, y uno de sus nietos, que es barman, nos prepara los que posiblemente sean los mejores mojitos del viaje. De paso, le da un curso a Daniel. A ver si nos saca de pobres con su arte.

Le recordamos a Xiomara los once meses que pasó viviendo con nosotros en Sevilla. El mejor año de mi vida, dice. Por el contrario que en Estados Unidos, el modelo urbanístico de la ciudad le permitía caminar por el barrio, ir al super de la esquina, llevar a Daniel al parque. Cuando Xiomara llegó a Sevilla en 1998, primer viaje fuera de la Isla en los 78 años de su vida, Daniel, que tenía 8, le tocaba las arrugas con cuidado, no se fueran a romper. Ningún viejo había estado tan cerca de él desde que tenía memoria. Cuando la bisabuela se sacó por primera vez la dentadura postiza, pegó un salto. Esta vieja debe ser muy peligrosa. Es capaz de sacarse los dientes y morderme a distancia. Pero pasados unos días, entró en confianza, y se nos apareció en la sala con la dentadura de Xiomara puesta. El tiburón del Guadalquivir.

A su regreso de aquel viaje, Xiomara se preguntó en Luyanó ¿qué hago yo aquí, donde no hay nada grande que hacer?, y se marchó a Estados Unidos, donde vive medio año en La Florida con una de sus nietas, y medio año en Houston con la otra, malcriando bisnietos y apuntándose a cuanto sarao, paseo, cumbancha, viaje, excursión o guateque aparezca. No decir a nada que no. Ese es su lema. Con una salud de hierro y su pelo como nieve, fuerte y tupido, hace planes para los próximos 120 años. Su Medicare le quita preocupaciones y la pensión no contributiva que le ha otorgado el Tío Sam la ha dotado, por primera vez en su vida, de una pequeña independencia económica. Puede planear viajes como éste, traer regalos e irse de compras sin pedir permiso.

Bolívar, mi suegro, le pregunta:

—Mamá, me dijeron que en este viaje venías para quedarte definitivamente en Cuba.

—¿Quién dijo eso? Yo me voy dentro de un mes.

Cuando empieza a caer la noche, salimos hacia El Vedado, y Xiomara (qué jet lag ni jet lag) se apunta. Las primera parada es en La Piragua, en Malecón, al pie del Hotel Nacional, donde han armado dos hileras de chiringuitos: a la derecha, en CUC, a la izquierda, en pesos cubanos. Al cambio, viene siendo más o menos lo mismo. Una cerveza más tarde, abandonamos este ecosistema que se está nublando a medida que cae la noche. La fauna que comienza a aparecer quizás sean bellísimas personas, trabajadores ejemplares, madres amantísimas y catedráticos universitarios, pero con esos disfraces carcelarios no hay quien los reconozca.

Este año, por razones presupuestarias, han anunciado que no habrá carnavales. Para dar salida a la alegría sobrante de los cubanos, han creado estos espacios y convierten parte del Malecón en zona peatonal los fines de semana.

Hacemos escala en casa de unos amigos a los que no veíamos desde hacía muchos años y de ahí nos reunimos con mi hermana & family en la Taberna de La Muralla, situada en la esquina de San Ignacio y Muralla, en la remozada Plaza Vieja. Ocupa una casona del siglo XVIII, donde la empresa austríaca Salm ha instalado la fábrica y una hermosa barra. Las cervezas de barril, rubias, negras y tostadas, son delicadas al paladar, pero con cuerpo. El local se abre a la calle, ocupando las mesas al aire libre una esquina de la plaza. Pedimos algo de comer y lo regamos con dos probetas de cerveza tostada de seis jarras cada una. Como en algunas cervecerías europeas, las probetas son dispensadores en forma de tubos transparentes de 60 centímetros de altura. Ya es cerca de la medianoche y las cervezas hacen el efecto de La Calabacita, aquel dibujo animado un tanto ñoño que invitaba a los niños a dormir, porque mañana hay que levantarse temprano para ir a la escuela, o algo así. Su homólogo en la televisión española es mucho menos eufemístico: dice a los niños que se vayan a dormir “porque sus padres quieren vivir”.

Me pregunto por qué estoy tan cansado. Pero la respuesta es obvia: llevo todo el día manejando de un lado a otro de la ciudad con Daniel de copiloto y hablando sin parar, como de costumbre. Aunque aquí la densidad del tráfico es como la de Madrid a las cuatro de la madrugada, hay que estar muy atento. Casi todas las líneas que delimitan los carriles en el asfalto se han borrado. Es difícil saber por qué carril vas, y si circulas contrario en las doblevías. Muchas señales, incluso los stops, están cubiertas por la vegetación. El alumbrado público tiene un valor puramente escultórico. Hay que cuidar a los ciclistas, Patrimonio Nacional, aunque son mucho menos numerosos que en los 90. Cuidarse de los perros suicidas y de los peatones kamikaze, esos que cruzan sin mirar y hasta de espaldas al tráfico en un alarde de guapería. Mátame, mátame si te atreves, bobito. Cuidarse de los baches y de los que te vienen de frente para eludir un bache. En Cuba ya está en proyecto incluir un bache, al pie de la palma, en el escudo nacional. Más difícil es ver un tocororo o una mariposa, esa flor nacional prodecedente del sudeste asiático, y son símbolos patrios. Los baches, en cambio, se han multiplicado con éxito en el país con el racionamiento más largo de la historia, y constituyen, junto a los taxistas y los gastronómicos, la principal materia prima del humorismo criollo.

Por si fuera poco, hoy Daniel inventó el contador de baches. Cada vez que cogíamos uno gritaba “patria o muerte”. Y otro, “viva la revolución”. Y otro, “venceremos”. Hasta que le pedí que se callaba, porque corría el riesgo de quedarse afónico.



Diario habanero. Martes 14 de julio, 2009

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A media mañana llegamos a casa de mi suegro. Él ha conservado no sólo la parte de mi biblioteca que quedó allí, sino hasta los pequeños adornos o carteles que un día acompañaron mi juventud tardía. Con el perdón de los puristas, en el baño pende todavía el cartel “Cagatoium manun no valium guayabum verdum”, bastante cagatum de moscas. Y en una puerta cuelga otro: “Si el mundo es tan grande como dicen, y hay tanto lugar… entonces… ¿por qué usted viene a joder a este espacio tan pequeñito?”.

 

De pronto, Daniel se sienta a mirar los carteles y comienza a llorar. Algo tan extraordinario, que Nury acude de inmediato a consolarlo sin saber por qué. Creo que no lo veíamos llorar desde que tenía 6 ó 7 años, cuando en un parque se colocó detrás de unos columpios de cadenas y sillín de madera, con tan mala suerte que uno de los columpios, a medio recorrido del arco y con niño incluido, le pegó de lleno en la boca y le aflojó los dientes.

 

Pero en esta ocasión ha sido la realidad la que le ha pegado en las neuronas, golpe desencadenado, al parecer, por unos cartelitos fósiles y cagados de moscas. Cuando Nury logra tranquilizarlo, nos explica que para él las cosas materiales no tienen demasiada importancia. (Ya lo sabemos. Nury suele echar a la basura sus pantalones con huecos para que no se los siga poniendo). Las cosas se rompen, se estropean y se sustituyen (o no) por otras, continúa Daniel. Pero en un lugar donde hay tanta gente buena, inteligente, es un crimen que hayan convertido toda una ciudad, todo un país, en ruinas. Y se seca las lágrimas. Y ríe. Porque, según él, desde su llegada a La Habana siente una mezcla muy extraña de alegría y dolor que no sabe explicar. Después nos confesará que días antes, cuando visitó por primera vez a su tía y sus primos, estuvo a punto de llorar tras recorrer el paisaje de ruinas a lo largo del Malecón y de El Vedado, especialmente al reconocer, en las ruinas dejadas por los recientes ciclones, el parque Nené Traviesa donde le celebramos su segundo cumpleaños.

 

(Nota de Daniel que lee por encima de mi hombro: Tras el llanto, me desahogo pensando en un proyecto de hagiografía-ciencia-ficción-ucronía-revolucionaria, en sintonía con mi extraño sentido del humor) (sic).

 

 

Viajamos hacia El Vedado como sardinas en lata en un Chevrotet del 53 que capturamos en 31 y 56. La experiencia podría matar del corazón a un autista.

 

Después de cambiar euros por chavitos en un banco abierto y sin cola, almorzamos en el TV Café, donde esta vez sí nos dejan entrar y con los mismos pantalones cortos. Aunque, visto el menú, no valía la pena insistir.

 

Después, subimos a La Torre, donde sirven las mejores vistas de la ciudad y cervezas más o menos frías.

 

Los camareros son muy pacientes con quienes interrumpen continuamente su paso para tomar fotos. Saben que los clientes vienen, en primer lugar, a devorar paisajes. Daniel descubre que éste es el único lugar donde hay Coca-Cola. No me había dado cuenta. Parece que la Coca-Cola en Cuba es un refresco de altura. Y hablando de altura, desde aquí a la ciudad ni siquiera se le notan los desconchados.

 

Salvo que enfoques directamente a las azoteas, en cuyo caso la alopecia urbanística es evidente.

 

 

Claro que a ras de suelo se cumple aquel viejo aserto infantil de que “así volaron El Maine”.

 

A ras de suelo todo es diferente, incluso si miras hacia los ayer majestuosos rascacielos que erizaban el sky line de La Habana cuando otras ciudades latinoamericanas no se atrevían a empinarse más de cinco o seis plantas.

 

Lo único nuevo es el Monte de las Banderas, como si una flota pirata hubiera anclado frente a la Oficina de Intereses Norteamericana.

 

 

En una de las últimas plantas de la Oficina de Intereses se les ocurrió colocar pantallas alineadas que reproducían un cintillo de informaciones sobre Derechos Humanos y noticias que el Departamento de Orientación Revolucionaria del Partido Comunista de Cuba no consideraba noticiables. Fidel Castro les subió la parada, es decir, les subió un bosque de banderas a treinta metros del edificio y prohibió la circulación de peatones en toda el área de visibilidad no tapiada por la fronda de enseñas. Incluso hoy, cuando ya los norteamericanos han desmantelado las pantallas, no se puede caminar cerca de la sede. El tramo del Malecón que corresponde a la Oficina, y donde antes se sentaban los amantes, se agazapaban los rescabuchadores y pasaban raudos los carteristas, ahora está vedado (Vedado al cuadrado) a los peatones. Salvo accidente grave, ningún automóvil puede detenerse en ese Sector 40 del muro.

 

 

Pero sigo sin comprender tanto luto embanderado cuando Cuba es el país que celebra como una fiesta la derrota militar del 26 de julio, donde murieron casi un centenar de hombres.

 

La tarja que acompaña a las banderas dice:

 

 

Pero. Un momento. O mi memoria falla hasta el alzheimer, o estas telas negras con una estrella en medio nada tienen que ver con la bandera de Perucho Figueredo. Ahora resulta que “otra he visto en lugar de la mía”. ¿O será una versión corta para cielos nocturnos? Quizás por eso mi cámara, intuitiva, al enfocar hacia el Protestódromo dejó la “Patria” fuera del campo visual.

 

 

El Protestódromo es la sede del mitineo. Cuando diariamente metían un mítin, una protesta o un concierto para pedir que devolvieran a Elián, Fidel Castro se cansó de la Plaza de la Revolución, que no tiene ni vista al mar, y mandó a construir aquí esta estructura que recuerda el esqueleto de un hangar (va y tiene su quisicosa estratégica y no nos hemos enterado). Como la culpa siempre la tiene el imperialismo, mejor dispararle las diatribas a bocajarro y no con mira telescópica. Desde la Era Rauliana, ahorrativa en discursos y sin ideas para la batalla, quien más visita el protestódromo es el salitre. Tampoco es que se preste mucho para conciertos y pachangas. De pie, en el extremo opuesto a la Oficina de Intereses, el portero es nada menos que Nuestro Apóstol. Tiene cara de estar encabronado y señala hacia la Oficina de Intereses. Martí, que era un hombre menudito, se ha crecido. Calza bíceps y pectorales de portero de discoteca. Sus medidas aquí son épicas. Sospecho que para el cuerpo aprovecharon alguna vieja estatua de Mella y le encasquetaron una levita de bronce. Tampoco se comprende muy bien por qué Martí señala hacia la sede norteamericana con un niño en brazos. Carga al niño como quien se hubiera encontrado por el camino un saco de malanga. Ni siquiera lo mira. Eliancito no puede ser, porque cuando media cubanidad quería salvarlo de la otra media, y viceversa, Elián sería sólo un poco más pequeño que el Apóstol. Los pies del balserito le llegarían a la rodilla. Y, hasta donde sé, los náufragos no se encogen.

 

Tampoco será el Ismaelillo, que no tiene muy buena prensa en los medios oficiales cubanos. A juzgar por las cartas de Carmen Zayas Bazán, Don Pepe no fue lo que se dice un padre solícito. ¿A qué se debe entonces el repentino ataque UNICEF del Apóstol? Dejando a un lado el infanticidio, ¿estará señalando Martí hacia la tierra donde vivió la mayor parte de su vida? ¿Su dedo acusa al Imperio o señala el camino a los cubanos? ¿O al niño? Quién sabe. Si hubieran emplazado la estatua en Bayside, sería el monumento a la Ley de Ajuste. Ya se sabe que Martí es como la cinta americana: sirve para cualquier cosa: lo mismo asegura un guardafango que sella una tubería.

 

 

Entre una cosa y la otra, se nos ha hecho un poco tarde, y hoy a las 6:30 p.m. transmitirán por Cubavisión, Cubavisión Internacional, Radio Rebelde y Radio Habana Cuba la Mesa Redonda “Estados Unidos: Los primeros seis meses de la actual administración”, y darán seguimiento, para no perder la costumbre, a los acontecimientos en Honduras. Ya sé que será retransmitida por el Canal Educativo al final de su programación, pero la primera tanda es la más emocionante. Con su imparcialidad habitual, los periodistas le darán seguimiento también a los acontecimientos de Cuba, y analizarán, con idéntico espíritu crítico, los primeros 36 meses de la actual administración raulista, ya que el próximo congreso del Partido se ha declarado futurible.

 

Para no perdernos el Randy’s Show, le ofrecemos 5 CUC a una pareja joven que va en un Lada reluciente. Hasta 13 y 86 por 5, les digo en tono de ecuación. Tres segundos de duda y nos dicen que sí. Con tan mala suerte, que saliendo del túnel de 5ª Avenida, el Lada se poncha y un clan pierde la cabeza, de modo que no hay como cambiar la rueda. Le doy los 5 CUC y se produce un raro duelo de caballeros. Que no puede aceptarlos, porque no nos ha llevado hasta nuestro destino. Y yo que sí, que no es culpa suya. Y que no. Y que sí. Hasta que los aceptan.

 

Conseguir otro artefacto de cuatro ruedas hasta la casa nos costó una hora.

 

Por fin, llegamos a casa de unos editores amigos, pero, sobre todo, amigos, que nos han invitado a comer. La noche se anuncia (y se cumple) memorable. Me cuentan que tienen muy poco tiempo en estos días porque deben sacar todo el trabajo editorial del año en pocas semanas. Ya les han anunciado que en breve se acabará el papel, y sólo saldrán publicados los libros que entren a imprenta de inmediato.

 

Entre el pollo y la ensalada, les pregunto por el Randy’s Show y me miran como el Halcón Maltés a Humphrey Bogart.

 

--Cambia la cara, coño, que era un chiste.

 

Respiran hondo y nos cuentan que en las tiendas estuvieron vendiendo esos perritos con ventosas que se colocan en el salpicadero de los carros y mueven la cabeza cuando el auto frena o acelera. Los había de varios colores y tamaños. La gente llegaba a las tiendas y pedía un Randy azul o un Randy rosado, o comentaban en la oficina que les habían regalado un Randy rojo de lo más bonito. A los pocos días, los perros que decían sí con la cabeza y movían la cola fueron retirados de todas las tiendas. Randy hay sólo uno.



Diario habanero. Lunes 13 de julio, 2009

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A Daniel, su prima lo ha invitado a un tour universitario y salimos temprano. En 5ª Avenida, bajando por 86, le propongo buscar una guagua que nos lleve hasta Prado y Malecón, o que nos permita hacer alguna combinación. A pesar de que sus experiencias guagüísticas no han sido malas, se niega en redondo.

—¿Tú no querías vivir como los cubanos?

—Sí, pero coger un taxi Lada sin aire acondicionado es más o menos vivir como los cubanos.

El europeo ha captado en cuatro días que su pretensión original de “vivir como los cubanos” no sólo es poco confortable, sino difícil de mantener durante tus únicas vacaciones del año. No se queja de las incomodidades. Las asume como parte del paquete turístico. Pero, confort más o menos, “vivir como los cubanos” es una pretensión difícil, si no imposible, cuando tienes un pasaporte en el bolsillo y un vuelo de regreso dentro de quince días. Vivir como los cubanos no es sólo escasez o incomodidad o ansiedad de un futuro prometido que, como el horizonte, es siempre inalcanzable; es también claustrofobia, hastío, resignación porque el destino no está en nuestras manos, nada podemos hacer con la propia sabiduría, tenacidad y esfuerzo para mejorarlo. Vivir como los cubanos es alcanzar el triste consuelo de que sólo fuerzas superiores cambiarán nuestro hado: una iluminación repentina de los dioses locales o la benevolencia, igualmente repentina, del enemigo, causante oficial de todos los males del universo durante medio siglo. Vivir como los cubanos es oír hablar de la cultura a los mismos que redactan el index de los libros prohibidos; escuchar que somos el pueblo mejor informado gracias a un puñado de diarios clónicos, aunque no dispongamos de Internet ni de medios alternativos; que somos tan saludables que podemos prescindir de médicos y medicamentos, exportados a pueblos enfermos, porque aquí los únicos que mueren poco a poco son los hospitales; que nos califiquen como un pueblo rebelde quienes nos educan en la obediencia; que nos llamen valientes los mismos que premian la cobardía, y que alaben nuestra pobreza digna sus causantes. Vivir como los cubanos es oír hablar noche y día del futuro mientras nadamos contra la corriente para mantenernos en el presente, para no ser arrastrados hacia el pasado; ser apedreados por las palabras sacrificio, estoicidad, esfuerzo, frugalidad y abnegación por señores que después recogen las palabras, porque son multiusos como una cuchilla suiza, montan en sus autos climatizados y comentan con sus esposas y amantes en las mansiones de Miramar que no hay un pueblo como éste, tan feliz en las lapidaciones. Vivir como los cubanos es vivir en una de esas esferas de cristal que se colocan sobre la repisa de la chimenea, y donde llueven discursos si las agitas. Miramos hacia afuera, pero el cristal sólo nos permite ver sombras. Según algunos, más allá del cristal, el mundo se despeña hacia el cataclismo. Según otros, más allá florece una primavera eterna y en colores. Quienes regresan de visita a la esfera traen noticias contradictorias de un mundo con cuatro estaciones. Daniel vive desde los cuatro años en ese afuera con sus primaveras y sus inviernos. Imposible será que en quince días comprenda todas las claves de este adentro donde hay sólo una estación por decreto.

Atrapamos de inmediato, justamente, un taxi Lada. Le explico al chofer que voy para Prado y Malecón por si le hace camino, si puede, si le conviene o tiene algún pariente que visitar en esa zona. Ya trae ocupado el asiento del copiloto, pero como somos dos, no hay problemas.

Al llegar a nuestro destino, le alargo cuatro CUC. Como de costumbre, el taxímetro ha mantenido pudoroso silencio. Mirando por el retrovisor mi pinta de allien, me dice que de eso nada, que son 8 CUC. Tras una negociación de tiangui mexicano, la carrera me cuesta 5.

De camino hacia la casa de mi hermana, entramos a la embajada española. Pido una entrevista con el consejero cultural, pero el portero me advierte que eso requiere concertación previa y cierto tempo diplomático. La secretaria del consejero cultural anuncia que éste está preparando su equipaje para salir definitivamente de Cuba. Yo sólo deseo conseguir algunos ejemplares de la revista Encuentro para repartir entre amigos y familiares. No traje ejemplares de Madrid porque no sabía si incluirlos en el maletín de las medicinas o en el de los alimentos. Dejo mi teléfono a la secretaria y ella promete que se comunicará en breve conmigo.

Patricia se lleva a Daniel, armado con un grueso cuaderno para el diálogo (no se trata de la revista cultural española) a su tour universitario. Irán por todo Malecón a pie hasta La Rampa, de ahí subirán a la escalinata universitaria, visitarán la Facultad de Sicología, el Estadio Abrahantes, la Plaza de los Laureles y entrarán incluso al aula magna donde tiene lugar hoy una graduación. A diez pesos por cabeza, regresarán por la tarde enlatados en un Chevrolet del 53.

Las dos conclusiones que extraerá Daniel de esta visita son: Primero, lo fría que estaba el agua en el bebedero de la Facultad de Sicología. Y, segundo, lo buenas que estaban las recién graduadas del Aula Magna. Al final, tiene que aceptar que la escalinata universitaria y las antiguas facultades son mucho más hermosas e imponentes que los adocenados bloques de concreto de su Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Complutense de Madrid.

Mientras, yo me reúno con Nury y visitamos el Morro, desde donde podemos disfrutar una de las vistas más hermosas de la ciudad. Una ciudad que se niega a perder su encanto, como esas mujeres maltratadas por la vida que conservan la línea y, de lejos, parecen veinte años más jóvenes.

En sus 493 años de edad, la ciudad ha soportado incursiones piratas, la invasión periódica de la marinería de las flotas, peores que hooligans del Liverpool en un partido contra el Juventus; la toma por los ingleses y la toma por los norteamericanos; especulación inmobiliaria; el Plan Urbanístico de Sert (por suerte, interruptus); invasiones desde el Oriente y medio siglo de demoliciones. Aun así, resiste. Confío en que mañana no sea demasiado ayer para salvarla.

También hay que anotar que desde esta distancia La Habana no se huele.

Ascendemos hasta la linterna del Morro, donde el farero nos ofrece una completa lección de su historia, orígenes y funcionamiento. Yo podría añadirle que, de niño, cada mañana, el primer paisaje que divisaba por la ventana de mi cuarto era el Morro y buena parte de La Cabaña. De noche, no necesitaba contar ovejitas para dormirme (jamás había visto a una ovejita en persona). Me bastaba contar los rafagazos de luz en la pared contigua a mi cama. Dos destellos seguidos y un intervalo de 15 segundos hasta los siguientes. Su luz, que alerta a los barcos hasta 18 millas mar adentro, orientó todos los sueños de mi infancia.

Desde aquí se divisa un espectáculo inusitado: las deyecciones de la bahía de La Habana que invaden el azul del Estrecho de la Florida, como el delta de un río que desemboca al mar. La frontera es nítida. El azul se defiende como puede.

A pesar del escaso tráfico de buques,

los miasmas de la bahía no se contienen dentro de sus límites. Emigran hacia el norte. La frontera entre la mar y la merde muere justo a los pies del faro.

Aun así, alguien pesca en esas mismas aguas. Supongo que los ejemplares ya vendrán condimentados. Como se sabe, lo que no mata, engorda.

A la salida de la fortaleza, encontramos un pequeño chiringuito donde el barman nos ofrece una disertación sobre piñas coladas y mojitos con un entusiasmo que merece propina. E invita a los clientes a añadir a los cocteles la cantidad de ron que les apetezca. Siempre Havana Club, acentúa, señalando el logotipo de la marca tatuado en su brazo izquierdo. Un homdre de empresa, sin dudas.

Nos vamos directamente a almorzar a Los Nardos, restaurante situado en Prado, frente al Capitolio, y que pertenece a una Asociación Asturiana. Climatización, ambiente, buen servicio y buena comida, e incluso el precio, lo hacen muy recomendable. Los camareros, al día en las últimas tendencias de la gastronomía mundial, recomiendan siempre los platos más caros. Si alguien quiere un par de recomendaciones: las masas de puerco fritas y el tamal en cazuela son memorables. Y su limonada frapé es el mejor refrigerante de La Habana. Rallando el mediodía suele haber una cola de media a una hora. Si almuerzas a la española, entre tres y cuatro de la tarde, siempre hay mesas disponibles.

A los pies de la escalinata del Capitolio Nacional se extiende el Serengeti: jineteras, pingueros, cambistas, vendedores, negociantes, vividores del truco, taxistas, funcionarios, agentes, limosneros, parqueadores, turistas y pueblo en general se arremolinan y confuden en una marea humana sinuosa y abigarrada bajo el sol atronador. Macetas y pedigüeños. Militantes y exiliados. Carteristas y fianas. Depredadores y presas. Todos engarbullados a los pies del monumento a la antigua República. La escalinata del Capitolio sigue custodiada por dos estatuas monumentales de Angelo Zanelli: El Trabajo, a la izquierda, y La Virtud Tutelar del Pueblo, a la derecha. Ambas de seis metros y medio, invitándonos, quizás, a que alcancemos su estatura.

Eusebio Leal ha emplazado aquí sus más vistosos almendrones, como éste, tatuado con un mapa de la ciudad vieja.

La Habana vende el mayor símbolo de la República, su congreso, y te invita a recorrerla en Buicks del 57, Chevrolets del 55 o Cadillacs del 50. Tras medio siglo construyendo el futuro, la ciudad vende un pasado que la propaganda nos pintó como un abominable hueco negro en nuestra historia, al tiempo que nos prometía un futuro luminoso. El INTUR no ha conseguido que los turistas perpetren excursiones a las escuelas en el campo, barcos clónicos varados en los naranjales, ni a la ciudad de Alamar, único urbanismo netamente revolucionario, o a las ruinas sin estrenar de la Central Atómica de Juraguá, el Chernobyl del Caribe en fase de proyecto que, gracias al desmerengamiento de la URSS, no llegó a producir ni un solo kilowat.

La Habana blasona de su arquitectura colonial, de sus automóviles fabricados por “el imperialismo” durante “la neocolonia”, especialmente durante la “década prodigiosa” de los 50 (a pesar, incluso, del sangriento batistato), la década cuyo sonido reproducen todos los tríos y cuartetos en los bares de la capital.

La Habana ofrece también ese monumento a la utopía que es la Plaza de la Revolución, otrora Plaza Cívica. Plaza Cínica que hoy, huérfana de discursos, ha vuelto a ser lo que intentó en sus orígenes: un enclave mussoliniano en medio del Caribe. Arquitectura colonial, automóviles de los 50 y una raspadura fascista. Ninguna ciudad del mundo ofrece en el mismo retablo a Mussolini, Eisenhower y Felipe II.

En los bajos de la Editora Abril, sede del antiguo Diario de la Marina, husmeamos una librería sólo en CUC. Cultura de exportación. Y consigo una bonita edición de Pedro Blanco, el negrero, de Lino Novás Calvo, escritor exiliado que sólo se repatrió editorialmente tras confirmarse su autopsia. Los espíritus no hacen declaraciones anticastristas ni exigen royalties. En el imaginario de los cubanos es un escritor novísimo, para emplear al adjetivo recurrente de la crítica, que deberá ir pensando ya en los novisísimos y en los super novos, a riesgo de que estallen.

Con gula nos adentramos en La Moderna Poesía, la librería con más pedigrí de la ciudad. Pero nada. La han convertido en un enclave para turistas minada de best sellers pasados de moda, libros de colorear y literatura turística de tema afrocubano, culto que despierta hoy más curiosidad que el marxismo-leninismo. Hay anaqueles repletos de libros sobre el Che, casi todos con la foto de Korda en la portada, de modo que a primera vista tenemos la impresión de estar en la zona de los televisores de un hipermercado, donde hileras completas de pantallas reproducen el mismo programa.

Nos acercamos al antiguo Centro Asturiano, que un día frecuenté, pioneros por el comunismo, seremos como el Che, cuando era el Palacio de los Pioneros y yo acudía al Círculo de Aeromodelismo. Al mejor estilo de la revista Unión Soviética o China reconstruye, a todo color y en papel satinado, allí, contando con materiales e instructores, en laboratorios y talleres bastante bien equipados, algunos armábamos planeadores, o destripábamos ranas o clasificábamos minerales. Le echábamos el ojo, excitados, a una ameba en el orgasmo de la bipartición, o contemplábamos el cielo estrellado sobre la taigá. Me convencí de que lo mío no era la aeronáutica. Nunca construiría aviones, pero ignoraba aún cuánto uso les daría.

El Centro Asturiano se ha convertido en segunda sede del Museo de Bellas Artes, cuyas colecciones son muy recomendables. El mimo de los curadores es admirable. Entre esta nueva sede y la Manzana de Gómez (convertida en la Apple de Adidas, porque sus numerosas tiendas son ahora shoppings) han instalado un mamotreto dubitativo, “Cinco palmas”. Los cinco arterfactos podrían ser bocetos de árboles o molinos de viento o “la estrella que ilumina y mata”. Fue colocado como parte del mega-homenaje a Nuestro Comandante en Jefe en su 80 cumpleaños, y lo firman treinta artista plásticos, todos con cierto renombre en la Isla. Cinco Palmas es el sitio donde se reunieron los rebeldes en 1956 tras la catástrofe de Alegría de Pío. La instalación fue inaugurada en 2006, al igual que “El arca de la libertad”, otro regalo de cumpleaños ideado por Alexis Leyva, Kcho. Es una silueta del yate Granma cortada en una plancha de hierro y pintada al óleo por catorce artistas. Fidel Castro, el Noé del arca, que ha sido Agrónomo, Veterinario, Comandante, Ingeniero y Médico en Jefe, se estrenó como Curador en Jefe indicando que el arca debía colocarse en el patio interior del Museo de Bellas Artes de la Habana.

El arte contestatario de los 80, la glasnost plástica cubana, intolerable para la nomenklatura, fue excretado hacia el exilio a fines de esa década e inicios de la siguiente. La diversidad formal de los últimos lustros en obras dosificadamente heterodoxas, en contraste con los manuales escolásticos del realismo socialista, ha sido interpretada en el exterior por acólitos, compañeros de viaje y nostálgicos como prueba de la “apertura” de la Revolución Cubana. “El arca” y “Cinco palmas”, piezas antológicas de la guataquería insular, podrían tener una lectura subversiva: denuncian el diktat autoritario conminando al arte.

En la inauguración del arca, Kcho afirmó que “El Granma es el barco especial de la historia de Cuba, es el barco que nos cambió la vida a todos”. A nadie le cabe la menor duda.

Nos encaminarnos hacia el mar por el Prado, que de noche sólo puede recorrerse con sonar. Bajo la cúpula de los árboles, la oscuridad es abisal.

Las mansiones señoriales degradadas a cuarterías ponen una pincelada de corralas gaditanas en este paseo de espíritu madrileño.

Internarse del Prado hacia Galiano y más allá, en la gandinga (la palabra corazón se me resiste) del barrio de Colón y Centro Habana es una empresa temeraria. Aquí la tugurización de que habla Antonio José Ponte desquicia la geografía. En tres minutos de camino estamos en Calcuta. Hasta la última temporada de ciclones, en Cuba había un déficit de medio millón de viviendas. Los ciclones arramblaron, total o parcialmente, con otro medio millón. Hoy la prensa anuncia un éxito inmobiliario: de las 18.805 viviendas afectadas en la Isla de la Juventud por los ciclones de agosto y septiembre de 2008, en lo que va de año han sido reparadas 8.149. Los antiguos ya ponderaban las virtudes de la vida al aire libre.

A cuadra y media de distancia, por Trocadero, está el diminuto apartamento de Lezama Lima. Nunca recibí su curso délfico, ni frecuenté su plática cargada de pirotecnia verbal, ni le sometí los manuscritos que aún no había manuscrito, ni siquiera acudí a su presencia, acompañado de algún amigo mayor, como quien va a contemplar un fósil viviente, una especie que, según el darwinismo revolucionario, debería haberse extinguido. Pero sí lo vi muchas veces. Frente a su casa se encontraba un punto de leche, a veces punto y coma, denominación ortográfico-revolucionaria de las lecherías. Allí acudía yo de niño cada día a comprar el litro de leche que nos tocaba por la libreta. Lezama, que por entonces no tenía nombre en mi directorio, era “el gordo que vive frente al punto de leche”.

El Prado sigue custodiado por sus incombustibles leones, aunque se les nota algo pálidos. En mis recuerdos eran más bronceados.

Después de recoger a Daniel, conversamos hasta muy tarde con un grupo de amigos sobre “El Estado de la Nación”, para emplear el rimbombante título de esas periódicas escaramuzas entre partidos que se producen en España, y donde el estado de la nación puede pasar de Suecia a Burundi en las versiones libres de gobierno y oposición. En nuestro caso, en cambio, hay unanimidad con matices. El Estado oscila entre el estado de coma y la putrefacción post mortem. Se anuncia para los próximos meses vientos racheados de hambre, nubarrones de electricidad y precipitaciones de penuria en ambas costas, peligrosas, sobre todo, para las embarcaciones menores. La culpable es la infantería cubana que no trabaja lo suficiente. Deberá ser reeducada. Los logros emblemáticos se desmoronan. Cierran casi todos los preuniversitarios en el campo ante la imposibilidad de proporcionar a los alumnos la dieta de supervivencia habitual. Antes era de buena educación llevar al médico en agradecimiento una gallina, un racimo de plátanos o un juguete para sus niños. (Desde Gugulandia, el brujo de la tribu es una deidad tributaria de ofrendas). El tránsito hacia la economía financiera hace obsoleto el trueque. Un empaste, una operación o un tratamiento requieren contrapartida en CUC contantes y sonantes. Mejor billetes, que no suenan.

A inicios de los 90, alojamos en nuestra casa a dos mujeres dominicanas, amigas de una amiga. Una de ellas venía a operarse gratuitamente del corazón. Enternecidos por tanta solidaridad internacional hacia personas de escasos recursos, les dimos cobijo durante los días previos a la intervención. Nury la acompañó al Ministerio de Salud Pública, donde la mujer recibió la autorización firmada por un viceministro. Cierto día, llegó muy nerviosa a casa. Por entonces, no se había despenalizado el dólar y los cubanos no podíamos acceder a las diplotiendas. Ella había acompañado a la diplo de 5ª y 42 a la esposa del que era por entonces director de un conocido hospital. La señora salió con una montaña de ropa y le exigió a la dominicana que abonara 30 dólares a la cajera previamente compinchada para que les diera paso franco sin pasar por caja. Una cosa trajo a la otra y la dominicana, sintiendo quizás que traicionaba nuestra confianza al no contarnos la verdad sobre su operación, nos confesó que, a través de una agencia de viajes en Dominicana, en confabulación con sus contactos en el sistema cubano de salud (de ahí su vínculo con la primera dama de aquel hospital), había pagado 5.000 dólares por una intervención que en Houston le costaría 25.000. Venía con garantías de que se realizaría sin costos adicionales. Nos enfurecimos al vernos involucrados en una corruptela de esa naturaleza y Nury le aseguró que sería operada, que los corruptos serían castigados y que su dinero le sería devuelto. A través de Guillermo Cabrera, mi antiguo director en Somos Jóvenes, y de otras personas próximas al “aparato” denunciamos los hechos. Días más tarde, se nos apareció en casa un agente con apariencia de técnico en televisores. Lo apodamos “Cohete Cinco”, cambio, informando a Cohete Uno, cambio y corto. Nos interrogó, tomó notas y no reapareció hasta varios días después. Mientras, la dominicana fue operada. Pasó a recuperación. Cohete Cinco visitó de nuevo nuestra casa, fugaz, como un águila sobre el mar, y nunca más lo hemos vuelto a ver.

Ahora la corrupción se ha democratizado. Una amiga nos contó la historia de cómo llevaron a su nieto, un bebé de meses, al hospital, por una retención de orina. La pediatra los envió a una enfermera para que les suministrara colectores. Ésta les dijo de inmediato que no había, pero al comentarle que los había enviado expresamente la pediatra, se avino a darles uno. En agradecimiento, el padre del bebé, que trabaja en un restaurante, le dio un CUC de propina. La enfermera, en justa reciprocidad, les entregó otros seis colectores. Y cualquier otra cosa que les haga falta, aquí me tienen.

Pero los pacientes cubanos deben sentirse orgullosos porque, como hoy anuncia la prensa, “243 expertos de la Ínsula repartidos en 18 centros oftalmológicos” han operado ya de la vista a 425.000 bolivianos, como parte de la Operación Milagro que ya ha curado a “1,6 millones de personas de 35 países de América Latina, el Caribe, África y Asia”, y el proyecto es “intervenir de cataratas, glaucomas y pterigium, entre otras dolencias, a seis millones de pacientes hasta 2016”.

Hay que anotar también que el país aumenta su eficiencia. Ya se han ensamblado en Villa Clara 1.090.000 metros contadores a prueba de fraude. Con lo que los apagones serán realmente efectivos, la gente se habituará a despegar la mirada de la telenovela y a contemplar el cielo estrellado. Cuba podría convertirse en una potencia mundial en Ciencias Astronómicas.

(Continuará)