Actualizado: 25/04/2024 19:17
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A la espera de una oportunidad

¿Cómo podrían Estados Unidos y Cuba normalizar sus relaciones y aprender a vivir en paz?

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No es empresa fácil proyectar una visión, a largo plazo, sobre las relaciones Estados Unidos-Cuba. En mis dos últimos artículos expuse, a grandes rasgos, cómo veo el prolongado arco histórico. Mi idea básica es sencilla: Estados Unidos y Cuba nunca han tenido relaciones normales. Para lograr un acercamiento eventual, ambos países tendrán que superar los presupuestos que hoy guían la ausencia de relaciones.

Tal y como se define hoy, es improbable que la política de Estados Unidos logre propiciar una Cuba democrática. Aunque necesaria entre adversarios, la diplomacia Washington-La Habana ha brillado por su ausencia con el presidente George W. Bush. En su segundo gobierno, Bush se ha inclinado, prudentemente, hacia el centro en cuestiones internacionales. Cuba, sin embargo, sigue siendo la excepción. Por el contrario, todos los gobiernos estadounidenses a partir de Gerald Ford sostuvieron conversaciones con La Habana.

La confrontación con Estados Unidos ha sido muy útil para Fidel Castro. Sin ella, el régimen no hubiera podido invocar al "imperialismo" como excusa para justificar sus fracasos monumentales. Así, Castro ha buscado, a veces, una mejoría en las relaciones sólo para luego torpedear su posibilidad en el momento que mejor le conviene.

Detener la polarización

En 1996, por ejemplo, el derribo criminal de los aviones de Hermanos al Rescate facilitó la aprobación expedita de la versión más fuerte de la Ley Helms-Burton (o Helms-Castro). Una versión de menor peso no hubiera sido útil al objetivo fidelista de proyectar siempre a Estados Unidos con los peores términos.

La historia en la década de los años setenta y en los finales de los años ochenta es, sin embargo, más ambigua. Aunque reacia a sacrificar su política exterior "internacionalista", La Habana sí dio muestras de alguna voluntad para mejorar las relaciones con Washington. Durante las conversaciones que pusieron fin al conflicto armado en el sur de África, Estados Unidos y Cuba trabajaron juntos en forma constructiva.

Doy mi caluroso respaldo a la promesa hecha por el senador Barack Obama de otorgar derechos ilimitados a los cubanoamericanos para que visiten a sus familias y envíen remesas, si obtiene la victoria en noviembre. Si fuera elegido el senador John McCain, tendría la esperanza de que reconsidere las medidas tomadas en el año 2004, que han resultado ser una carga abrumadora para las familias cubanas en ambas orillas del Estrecho de la Florida.

Las polarizaciones crean zonas cómodas en las que los adversarios no sienten presión alguna para cambiar algo. Por casi cinco décadas, es en tales zonas donde Estados Unidos y Cuba se han ubicado.

Imaginemos que el próximo gobierno de Estados Unidos flexibilice las restricciones sobre los viajes y las remesas. ¿Sería lógico que Washington esperara de La Habana una convocatoria a elecciones libres como respuesta? No, si el objetivo es alejarse del punto álgido del conflicto.

Es posible obtener, por otro lado, la liberación de todos los presos políticos. Si Estados Unidos diera el primer paso y Cuba no hiciera nada, o peor, si continuara apresando a opositores pacíficos, la pelota estaría en su cancha. Las propuestas de Estados Unidos a la Unión Europea, Canadá y a América Latina tendrían entonces oídos más receptivos.

Al final del camino

¿Cómo podrían Estados Unidos y Cuba aprender a vivir en paz? No de inmediato, eso es seguro. Se necesitarían pasos lentos, escalonados, para construir una confianza, no del tipo que tienen entre sí los amigos, sino de la clase que necesitamos para resolver los conflictos.

Al final del camino está la posibilidad de establecer relaciones normales por primera vez. Estados Unidos y una Cuba democrática no harán desaparecer, como por arte de magia, más de medio siglo de desconfianza. Es por ello que Washington precisa tomar en consideración, en profundidad, las sensibilidades cubanas.

Devolver la base naval de Guantánamo a un presidente cubano, elegido democráticamente, brindaría al nacionalismo de la Isla una victoria psicológica que ayudaría a normalizar las relaciones. Mientras tanto, es conveniente recordar las palabras de Henry Kissinger a los diplomáticos norteamericanos encargados de los asuntos cubanos, a mediados de la década de los años setenta: "Actúen como gente de buen talante, no como abogadillos fraudulentos".

El gobierno cubano, por su parte, necesita convertir su cercanía geográfica en un valor, en un activo. La confrontación —por la cual La Habana debe aceptar también su responsabilidad— ha exigido al ciudadano de a pie los mayores sacrificios. Con Raúl Castro, la Isla sigue siendo una dictadura, pero aún podrían abrirse oportunidades para aliviar las tensiones. Si así fuera, confío en un toma y daca útil que ayude al pueblo a trascender sus circunstancias actuales.

Dos ideas para concluir: los cubanos, en todas partes, deben considerar lo que dijera Manuel Márquez Sterling, diplomático y periodista de principios del siglo XX: "El civismo es, después de todo, la manifestación definitiva de la independencia consolidada".

Más aún, debemos agradecer que Cuba esté a 90 millas de Estados Unidos. Pregunten a los polacos cómo les fue, durante siglos, estando tan cerca de Alemania y Rusia.


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