Actualizado: 23/04/2024 20:43
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El zumbido del merequetén

Dieterich y el testamento político de Castro: ¿Insiste el sociólogo alemán en pedir peras democráticas al olmo totalitario?

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También desfoga su pasión crítica en las mesas redondas, tachándolas de "discusiones tácticas o simples repeticiones de la visión oficial, proporcionadas siempre por los mismos periodistas", pero sigue deslumbrado por "la maravillosa experiencia de los parlamentos obreros".

Esta maravilla libresca se describe en Cuba y la lucha por la democracia (2004) por el presidente de la Asamblea Nacional, Ricardo Alarcón, quien manipula "el criterio" de Hans Kelsen (1881-1973) sobre "parlamentarización de la sociedad" para dar tintes racionales al ardid ideológico de que el régimen castrista enfrentó con "parlamentos obreros" la crisis denominada oficialmente (agosto 28 de 1990) "período especial".

Aparte de que tales parlamentos se desvanecieron sin dejar rastro después del IV Congreso del Partido (1991), nunca lograron romper el maleficio señalado por Cabrera Infante: "cualquier crítica es siempre un acto suicida" ( Mea Cuba, 1992) dentro de la Isla. Fuera de ella, las consecuencias son menos desagradables, pero igual de ilustrativas sobre el horror primitivo del castrismo a la diversidad y su incapacidad para tolerar lo extraño.

El propio Alarcón presentó su libro antemencionado en Madrid, al día siguiente de haber disertado sobre derechos humanos en Cádiz (noviembre 30 de 2005). Aquí respondió con imputaciones de "terrorista y agente asalariada de la CIA" a la pregunta de Grace Piney, presidenta de la Asociación Cultural con Cuba en la Distancia, sobre violaciones de los derechos humanos allá.

Metafísica de las costumbres

"Nadie discutía" ni había "problemas políticos en la Sierra Maestra", declaró Castro como testigo de cargo en el juicio contra Hubert Matos (diciembre 14 de 1959). Casi medio siglo después, Pérez Roque explica que Cuba sobrevivió a la desunión postsoviética, porque "Fidel es al mismo tiempo el jefe de gobierno y el líder de la oposición", esto es: "el principal crítico de la obra, y eso le da una peculiaridad a nuestro proceso".

Dieterich se va con esta bola garcíamarquiana, elogia al canciller castrista por haber entendido "a fondo que la cibernética del Partido es la clave del futuro" y formula así el problema cardinal de la Cuba contemporánea: "¿Cuál será el sistema de dialéctica institucional que sustituirá el papel de dialéctica personal de Fidel?".

Los intelectuales rumiantes de la izquierda suelen devolver los mismos argumentos del poder político con un mejunje cientista. Pero en este caso no hay que dar tanta rueda cibernética para llegar a la vieja idea neoplatónica de Dios como coincidencia de contrarios que la razón declara inconciliables. Se suda menos la camiseta leyendo el panfleto De docta ignorantia, escrito por Nicolás de Cusa hacia 1440.

Dieterich prosigue la tradición de validar a ultranza el castrismo, esgrimiendo ahora el mismo argumento de Sócrates en el diálogo platónico Hipias Menor: no hay lugar para el pecado y la culpa, sino para la ignorancia. Por lo mal hecho, Castro o sus epígonos sólo deben ir a la escuela y aprender de las experiencias históricas fallidas de "la RDA bajo Honecker, la URSS bajo Gorbachov y la China de Mao".

Sólo que Castro pretende a esta altura rectificar el error de "creer que alguien sabía de socialismo, o que alguien sabía de cómo se construye el socialismo", sin reconocer que en medio de tanta ignorancia prosigue queriendo, antes que socialismo para los cubanos, a los cubanos para su socialismo.

Referencias:

Cuba: tres premisas para salvar la Revolución, a la muerte de Fidel


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