Actualizado: 18/04/2024 23:36
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En clave cifrada (I)

Lecciones de la confesión del escritor alemán Günter Grass sobre su pasado en las SS nazis.

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Devorado el libro de 480 páginas por tirios y troyanos, leído su no menos vago mea culpa al alcalde de Danzig, ciudad que por iniciativa de Lev Walesa amenazaba con privarlo de la ciudadanía honoraria, el veredicto de incompetencia como homo politicus sigue en pie, al tiempo que han surgido nuevas evidencias en pugna con sus memorias. La crítica más acérrima ya había descartado de antemano su derecho a eximirse del juicio ajeno, mediante el recurso de erigirse en juez de su propia causa.

Pese a los tres años que Grass dedicó a redactarlo, el libro evade el nudo del relato. Se le hace además una objeción de estilo: en lugar del tono sobrio, objetivo, confidencial, propio del género, en Pelando la cebolla casi todo se dice en imágenes, metáforas y juegos de palabras, en esa bella prosa de abordaje oblicuo que es la marca de fábrica del estilo grassiano, pero que está fuera de lugar en una confesión autobiográfica.

Se ha dicho con razón que, más que ante el recuerdo de las peripecias del joven Grass hasta 1959, estamos en presencia de su última novela. Su curiosa amnesia parcial es comprensible en parte por el más de medio siglo transcurrido. No así el olvido de los pormenores de su tráfago por las SS-Waffen. Aquí —deducen sus adversarios— debe tener algo doloroso que ocultar. A falta de pruebas, se le ha concedido el beneficio de la duda: retendrá todos sus honores y premios, incluido el Nobel, como ya ha asegurado la academia sueca.

Con todo, muchos suponen que, en sentido freudiano, reprime aún por algún oscuro motivo datos desagradables de su subconsciente. De hecho, Grass, moralista compulsivo por naturaleza, reaccionó al complejo de culpa proyectando sistemáticamente su trauma personal sobre la sociedad en su conjunto. Ahora lo sabemos: ese leitmotiv oculto se extiende como un hilo conductor a lo largo de toda su obra. Visto desde esta óptica, el Oskar Matzerath de El tambor vendría a ser su alter ego ideal, el pilluelo ingenuamente lúcido y desvergonzado pero impoluto que Grass hubiera querido ser en su adolescencia.

Otra imagen significativa en este sentido es la del joven que se tapa la prominente manzana de Adán con una cruz de hierro en El gato y el ratón (1961). Es como si Grass no hubiera hecho en toda su obra de postguerra otra cosa que expiar en clave cifrada esa culpa parcialmente inconfesa. Parcialmente, porque lo esencial ya había sido confesado por él. Sólo faltaba un detalle. Pero aquí viene a cuento aquello de que "el diablo está en los detalles".

La peculiaridad alemana

A la luz de las actitudes adoptadas por no pocos exiliados cubanos que se limpian el plumaje declarando que ellos nunca fueron comunistas, no debe resultarnos extraño el motivo real de Grass para ocultar hasta la vejez su relación personal con las SS-Waffen. La peculiaridad alemana consiste en que el régimen nacionalsocialista fue un fenómeno totalitario sin resquicios, a diferencia del castrismo, más semejante al ambiente relajado bajo el fascio italiano. En la Italia de Mussolini, según Dario Fo en el Corriere della Sera a propósito de Grass, prevalecían "el oportunismo y la voluntad de sobrevivir".

La divisoria complaciente entre la maldad absoluta y la complicidad forzosa pasaba en el Tercer Reich justamente por la trocha imaginaria entre las SS, la Gestapo y el NSDAP (partido nazi) y los tribunales hitlerianos, a una orilla y, en la orilla opuesta la Wehrmacht, la Defensa Antiaérea (ennoblecida por su carácter defensivo), el Arbeitsdienst (homólogo de nuestro Ejército Juvenil del Trabajo), la Juventud Hitleriana (desliz juvenil), la baja burocracia, el arte, la literatura, el teatro y demás órganos de la densa red institucional del nacionalsocialismo (pecado venial).

De ahí la insistencia pasada de Grass —reflejo de la generalizada manía defensiva de simular lo que no se fue bajo Hitler— en rebajar su grado de involucramiento a las instituciones más "inocuas" del nacionalsocialismo. Al juzgar su desmemoria, el quid de la cuestión está en saber si el haber reconocido a tiempo su pertenencia a las SS-Waffen no lo hubiese vetado para el Nobel. Lo más probable es que, dada la enorme carga negativa del tabú de las SS en Europa, jamás se lo hubieran otorgado.