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En clave cifrada (I)

Lecciones de la confesión del escritor alemán Günter Grass sobre su pasado en las SS nazis.

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La única oportunidad

Para entenderlo mejor, en el sentido del párrafo anterior, hagamos aquí una digresión a fin de romper el tabú de lo "políticamente correcto" y hablar sin recato, como se suele hacer a propósito de la revolución cubana, de las "conquistas sociales" del nacionalsocialismo.

Aunque igualmente dudosas, también las tuvo. El nacionalsocialismo, que allanó por primera vez en Alemania las barreras sociales, representaba a los ojos del joven Grass, aún desconocedor de su inmenso talento, la única oportunidad de remontar la pendiente en un país signado hasta la fecha por la inmovilidad social. Todavía hoy un ínfimo porcentaje de los prominentes en todas las esferas proviene de las clases bajas.

A quien objete que hay diferencias, le diré que rompa sus clichés: el nazismo no sólo fue una de las revoluciones totalitarias más crueles de la historia, sino también la más eficiente desde no pocos ángulos, incluido el social. Es algo que tiene que ver con la herencia prusiana de orden, perseverancia y funcionalidad, allí donde la nuestra, hispana, se distingue por todo lo contrario. Funcionaban a la perfección en el Tercer Reich la infraestructura (impecable), la educación (doctrinaria pero sólida), la sanidad (sin privilegios para extranjeros ni penurias alimenticias), la recreación ( Volkswagen significa "Auto del Pueblo") y la seguridad social (cero mendicidad y desamparo).

De hecho, Hitler logró durante un tiempo la cuadratura del círculo populista: un marco (moneda) imperial sólido, pleno empleo y salarios decentes para la clase obrera; tierra, créditos y mercado asegurado para el campesinado; oportunidades de ascenso social para la pequeña burguesía y márgenes de ganancia insospechados para la empresa privada y los grandes consorcios, además de contratos ventajosos para artistas, profesionales y científicos, y un proyecto de "hombre nuevo" (bestia rubia de ojos azules, muy apreciada por cierto en los pueblos trigueños) y sociedad futurista.

Cuando las arcas estatales crujieron bajo el peso de la megalomanía bélica, el fisco nazi se cuidó hasta la catástrofe final de afectar a las clases bajas y aumentó los impuestos a los consorcios. Legiones de intelectuales extranjeros de todos los pelajes loaban a Hitler en Alemania y hostigaban en casa a los "apátridas" emigrados. Sudamérica vibraba de admiración por Hitler como hoy lo hacen aún demasiados por Fidel Castro. El nacionalsocialismo cumplió, pues, al pie de la letra lo prometido en su sigla NDSAP: Partido Nacional Socialista Obrero Alemán. A su aviesa manera, fue en efecto todo eso a la vez.

He ahí lo que mayormente vio y oyó Grass a su alrededor desde la niñez. Según él, sucumbió a los lemas antiburgueses del nacionalsocialismo, cuya propaganda, como la del castrismo y la progresía, no daba tregua a las democracias occidentales, el capitalismo liberal, los derechos humanos, Estados Unidos, los judíos y el cristianismo, o sea, condenaba en bloque los fundamentos mismos del mundo occidental y ponía también el énfasis en la diversidad étnica.

Junto con el joven Grass millones de socialdemócratas, comunistas, conservadores y liberales, más de grado que de fuerza —después de que decenas de miles de sus correligionarios inauguraron los campos de concentración—, bailaron al compás del nuevo régimen.