Actualizado: 23/04/2024 20:43
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En clave cifrada (I)

Lecciones de la confesión del escritor alemán Günter Grass sobre su pasado en las SS nazis.

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El invento sacramental más humano

Por lo demás, forzado a bajar el índice didáctico desde el principio, su poética de rendición de cuentas habría tenido que asumir un tono menos irreverente. Ese enfoque moderado habría congeniado mejor con su temprana adhesión a los postulados evolucionistas de Eduard Bernstein (1850-1932), uno de los fundadores de la socialdemocracia alemana (SPD).

Pero, pese a la genialidad literaria de Grass, le habría obstruido el tránsito al seductor oxímoron del socialismo democrático, al patronato de la amistad germano-polaca y, sobre todo, a esas posturas profetizantes, anticapitalistas y globalofóbicas que, junto con el antinortearicanismo, constituyen hoy el aval extraliterario más eficaz para merecer el Nobel.

En cambio, desde la publicación de El tambor, Grass se enganchó al tren socialdemócrata. Es probable que, a todo lo largo de su meteórico ascenso, se sintiera amenazado por aquella espada de Damocles pendiente sobre su cabeza y que a ratos se olvidara del asunto.

Lo cierto es que escurrió el bulto y, o no se le ocurrió, o dejó pasar varias ocasiones propicias a la catarsis, como cuando en 1969 uno se sus oyentes se suicidó en plena sala de conferencias enloquecido por una de sus lecturas, cuando explicaba el Holocausto a los escolares o cuando Kohl y Reagan visitaron un cementerio donde yacían compañeros de armas suyos de la división Frundsberg de las SS-Waffen y pudo haber estado enterrado él mismo, si las esquirlas que lo hirieron al final de guerra lo hubieran matado.

El suicidio de aquel pobre hombre debió haberle enseñado que, por monstruoso que sea su crimen, nunca se debe llevar a un individuo al borde la psicosis, muchos menos a un pueblo entero y las generaciones posteriores. En ese aspecto, Grass podía haber aprendido de la Iglesia Católica, cuyo invento sacramental más humano es la confesión con su perdón de los pecados humanos.

Sea que, como barruntan los más suspicaces, se adelantó a la apertura en 2007 de los archivos de la Wehrmacht en Berlín; sea que, una vez en posesión del Nobel, dejó pasar un lapso prudencial para sacarse esa espina del alma, lo cierto es que Grass encaja desde su adolescencia, como él mismo se regodea en describirse en Pelando la cebolla, en el estereotipo general del Emporkömmling en la literatura alemana (en inglés, diríamos self made man), esto es, del joven de modesta extracción, o de familia pudiente venida a menos —como el Felix Krull de Thomas Mann—, talentoso y luchador, resuelto a abrirse paso en una sociedad estamental.

Y es que los humanos podemos cambiar de idiosincrasia pero no de temperamento y carácter; ésos los arrastramos de un sistema a otro, adaptándolos automáticamente a la nueva situación. Grass es, pues, igual que todos nosotros, él y sus cambiantes circunstancias. En este sentido, recuerda a Goethe, que también venía de abajo y sabía simular y poner a un lado sus escrúpulos. En fin, cuanto se le atribuye a Grass es en el fondo pecata minuta per se. Su error consiste en haber tirado la primera piedra...